La Renuncia
No me vino mal el aire acondicionado cuando entré a la entrevista. El reclutador me ofreció una silla y habló más en detalle del empleo. No tenía el porte agresivo que lució quince días antes, en nuestro primer encuentro. Se sabe que si te llaman para otra entrevista, ya estás casi contratado. Una sonrisa se dibujó en mi rostro, era impertinente, como un pelo desaliñado. Al reclutador no se le escapó el detalle.
-Mire, señor: Tal vez ahora le resulten graciosas estas medidas que ahora le participo; pero créame que no son de carácter baladí. Usted no imagina lo terrible que puede ser el desacato de estas políticas. Déjeme contarle una historia, al fin que usted ya está contratado y no le hará ningún daño saberlo.
-Hace dos años le dimos el empleo a un joven como usted, no tenía problemas para cambiar de residencia y lo enviamos a Los Angeles. Se le hicieron las mismas advertencias que acabo de darle. Confieso que también a mi me sonaba exagerado eso de sólo ir directo al trabajo y no hacer amistad con nadie. Se nota que usted comparte mi juicio de entonces, pero ya verá como cambia de opinión.
Lo interrumpió el teléfono, dio un par de gritos en la bocina, colgó y se disculpó en forma ruda.
-Sí, le decía: Este joven no hizo caso, se fue a un bar en la primera oportunidad que tuvo. Le cuento las cosas tal y como sucedieron, porque el joven llenó un reporte de los hechos para la compañía. Desde la barra pudo ver la entrada de una joven, a la que reconoció como la mujer con la que, por la tarde, había cambiado sonrisas en el mercado, ese fue su primer error. La mujer era alta y esbelta, su cabello negro y el rostro afilado. El redondo trasero se le llenó pronto de miradas. Ya verá cómo estos detalles en verdad son importantes. El empleado no tuvo que hacer gala de sus dotes, la mujer se dirigió a donde él estaba. Su platica era como la de la serpiente, llena de una inteligencia seductora. El muchacho quiso llevarla al apartamento que la compañía le proporcionó, pero la mujer le dio a entender que no era una aventurera. Al final el tipo tuvo que conformarse con acompañarla hasta su casa. El taxi los dejó en uno de esos higiénicos suburbios norteamericanos, que a los latinos resultan tan extraños como nuestras vecindades a los gringos. Para su sorpresa, la mujer lo invitó a pasar. Bailaron un rato, juntando los cuerpos cada vez más. Él se le restregaba sin encontrar dificultades, calculó que la mujer compartía sus deseos y le tomó las caderas. Nunca había sentido las formas de una mujer así. Creyó que si la emborrachaba más lograría llevársela a la cama. Se apartó de ella para preparar más tragos, entre nosotros los hombres circula la idea de que la mujer se calienta con las postergaciones. Ella puso música en el estéreo y le dijo que se trataba de Miles Davis. En el expediente hay cuatro paginas con todo lo que pasó después. Es probable que usted piense que somos gente moralista en esta empresa; no se confunda. El que un hombre se lleve una mujer a la cama es cosa que no sorprende ni al Papa. Déjeme terminar la historia y comprenderá mejor nuestra posición.
-Como todos los hombres, después del trance nuestro empleado se disponía a marcharse ya. Como si no le importara, la mujer lo escuchó dar una excusa torpe. Ella bailaba delineando serpientes con el dorso de sus manos. Su distracción era como la mirada de un ciego, que no ve, pero que atrapa. Era un baile poderoso y cautivante, ante el cual nuestro empleado inventó otro pretexto estúpido, ahora para poder quedarse. Ella no mostró interés, seguía enclaustrada en su danza. Cuando terminó, su cuerpo sudaba y lucía como un pétalo con gotas de rocío. Miró a nuestro empleado y se hincó ante él, llamándole amo. A este le pareció gracioso el juego y le ordenó con fingida suntuosidad que le hiciera unos tragos. La mujer le obedeció y le suplicó, como si se dirigiera a un dios, que le hiciera de nuevo el amor. Siempre es difícil saber en qué punto le llega el sueño a uno, después de hacer el amor. Lo que no es común es la última parte de esta historia: Él recuerda que soñó con las heladas que se dan en Monterrey por allá de Enero. De nuevo era niño y caminaba empalmado sobre un terreno baldío, cuyas hierbas congeladas tronaban bajo sus pies. Entonces el frío le caló tanto que abrió los ojos. Se encontraba en la tina de baño de su anfitriona, pero nadaba en agua con hielos. Seguía soñando, debía ser eso. El frío lo desengañó. No acababa de sorprenderse cuando vio una nota pegada en el espejo:
Llama al 911.
-La nota era tan intrigante para él como lo es para usted ahora. Llamó aterrado y contó su historia, la mujer del servicio de emergencias le hizo indicaciones de rutina: Revise todo su cuerpo. ¡No tengo nada! Vea su espalda en el espejo. Un grito cifró su angustia, al verse la carne abierta por una rajada en la región lumbar. No cuelgue, dijo la voz, le han robado un riñón. Una ambulancia va en camino.
Dinora me levantó hoy a las siete.
-Vas a perder tu vuelo a Los Angeles -advirtió.
Escondí mi rostro en la almohada y ella comprendió que esa era mi renuncia.