Septiembre 18 de 2002
José Vales
Revista Cambio
En adelante Chávez debe moverse con cautela. El fallido golpe, además de provocar un aumento en los precios del petróleo, sirvió para medir la profundidad de la división en las Fuerzas Armadas.
La primera semana desde su resurrección no fue nada fácil para Hugo Chávez. Si bien los detalles del complot para sacarlo del poder y el posterior golpe contra la constitucionalidad del país le dieran un segundo aire, lo cierto es que también lo obligaron a pedir perdón por sus desmanes, ataques y medidas, que sólo sirvieron para polarizar a la sociedad venezolana. Chávez parece haber entendido que de aquí en adelante y hasta nuevo aviso, deberá caminar como gato entre porcelanas si lo que en realidad quiere es que el tercer año de su mandato sea el de la consolidación de la revolución bolivariana.
En la otra esquina lo espera con ansias de venganza rápida, una oposición cacheteada no sólo por la multitud de chavistas que salieron a las calles el sábado 13 a reclamar por su líder, sino por los muchos manifestantes de los últimos meses, descontentos con Chávez. "Nos sentimos usados. Acá hay un pueblo y unas Fuerzas Armadas con pleno sentido democrático, por eso lo de Carmona fue un golpe contra nuestra credibilidad como sociedad", dice Aníbal Romero, politólogo de la Universidad Simón Bolívar.
A pesar del golpe a la credibilidad, a esa oposición sin cabeza visible, fruto del colapso de los partidos políticos tradicionales, le alcanza para seguir reclamando la salida del Presidente mediante nuevas elecciones o a través de un referendo que permita que la mayoría exprese si quiere que Chávez continúe o no en el poder.
Durante su cautiverio de 48 horas, Chávez parece haber tenido tiempo de analizar el porqué del golpe -tan anunciado que lo dejó venir- y los luctuosos hechos de esos tres días que dejaron 47 muertos y 353 heridos, todos venezolanos, del país real y del país virtual en el que, según el jefe de Estado, está dividida hoy la sociedad.
Chávez ofreció disculpas a los medios, los más efectivos opositores del Gobierno, llamó al diálogo nacional y prometió rectificar todo lo que haya que rectificar. Pero encontró un problema: nadie en ese país virtual (como denomina al 50% que lo rechaza) le cree. Eso se hizo evidente en la primera sesión de la Asamblea Nacional. Lo que queda del socialdemócrata Adeco, y del centroderechista Primero Justicia, desconocieron el mandato de Chavéz y reclamaron nuevas elecciones para legitimar el Gobierno. "Desconocemos a este Gobierno pero no a la honorable Asamblea -aseguró el diputado Rafael Marín-. El Presidente renunció y por eso ahora está usurpando el poder de la misma forma en que lo hizo Carmona".
Chávez cuenta en la Asamblea con una frágil mayoría de cuatro diputados, después del éxodo pausado de sectores que se hartaron de su falta de gestión y de su exceso de discursos retóricos radiales.
En las últimas horas, las reuniones secretas se suceden. No ya para otro golpe como en marzo sino para medir hasta dónde el ex ministro y padre político de Chávez, Luis Miquelena, está dispuesto a quitarle el respaldo de los tres diputados que le responden y con los cuales se acabaría definitivamente la mayoría de la oficialista V República. "Conversar, conversamos siempre, pero no estoy en ninguna conspiración. La situación del país es muy difícil y cualquier paso puede desatar un enfrentamiento civil y militar que nadie quiere", le explicó a CAMBIO uno de los hombres que caminan desde hace más de 25 años por los despachos del poder junto a Miquelena.
Sobre la redacción de la renuncia de Chávez en las difíciles horas que transcurrieron entre las 4:30 a. m. del viernes 12 y las primeras horas del domingo 14 de abril, comienza a gestarse una telenovela. En su primera alocución al país, Chávez afirmó: "El decreto con mi renuncia me lo dejaron ahí, arriba de la mesa, pero yo no lo firmé. Dije siempre que, llegadas las circunstancias, abandonaría el cargo y pedí que garantizaran mi seguridad y la de mi familia".
En su edición del jueves, el periódico El Nacional publicó ese decreto, con fecha del 11 de abril -otra aberración más porque era anterior al momento de la supuesta firma-, y un texto escrito de puño y letra en el que el entonces detenido Presidente dice: "Yo, Hugo Chávez, ante los hechos acaecidos en el país durante los últimos días, y consciente de que he sido depuesto de la Presidencia, declaro que abandono el cargo para el que fui elegido legítimamente por el pueblo venezolano y el que he ejercido desde el 2 de febrero de 1999. Igualmente declaro que he removido de su cargo, ante la evidencia de los acontecimientos, al vicepresidente ejecutivo, Disodado Cabello".
Esa carta de renuncia en la que se observan tachaduras nunca fue firmada, y es del mismo tipo de la que se dio a conocer el sábado en la noche y en la que declaraba que no había dimitido.
Afectado y con disposición al diálogo permanente, como lo demostró en la reunión que el vicepresidente Cabello sostuvo con los directivos de Petróleos de Venezuela (Pdvsa) para solucionar el conflicto sobre el que el carmonismo montó el frustrado el golpe, Chávez, esta vez contra su voluntad, tiene otro frente abierto mucho más peligroso que el de la Asamblea: el de las Fuerzas Armadas.
Si de algo sirvió el fallido golpe, además de provocar un aumento en los precios del crudo en la OPEP y de sacudir los mercados financieros, fue para medir cuán honda es la grieta que afecta al sector castrense. Chávez sigue contando con la tropa, los suboficiales y los mandos de tropa, pero no con el generalato. Allí la animadversión que despierta es tal, que no pudo siquiera remover de su cargo al cuestionado general Lucas Rincón, Inspector General de las Fuerzas Armadas, el hombre que se apresuró a anunciarle al país en la madrugada del 12 que el Presidente había renunciado.
Como dice Chávez "los militares son pueblo" y el pueblo está dividido en dos sectores de una misma realidad no virtual. Por eso, el resucitado jefe de Estado que se ha esforzado en plasmar un estilo mitad Napoleón mitad Fidel Castro, pero sin el talento de ninguno de los dos, estará obligado a agradecer cada día que permanezca en el Gobierno sin un conflicto, si no decide dar un giro drástico en su forma de conducir el país. Algo que para muchos venezolanos, y a pesar de sus prometedoras palabras, parece por ahora casi un imposible.
Tomado de Revista Cambio