17 de marzo

Discurso pronunciado por Arturo Uslar Pietri en la inauguración de la estatua de Simón Bolívar en Washington, el 27 de febrero de 1959


El pueblo de Venezuela, como la mejor expresión de su historia y de sus ideales, ofrenda la estatua de Simón Bolívar al pueblo de los Estados Unidos de América para que quede en esta ciudad de Washington, en la familia de las grandes sombras tutelares de la democracia americana, como testimonio e inspiración para los hombres que han de trabajar en la realización de un destino de justicia, de fraternidad y de progreso para las Américas.

No voy a detenerme ante vosotros en el elogio de Bolívar, que forma ya parte inseparable de lo más alto y puro del patrimonio común de gloria del género humano. Fue un gran conductor de pueblos, un heroico capitán de la guerra, un creador de rumbos, un decidor y revelador de las hondas verdades yacentes bajo la fluida realidad histórica, y un sentidor, casi poético y casi profético, de la condición de su América. Su obra de pensador político no es menor que sus realizaciones de guerrero y estadista por las que seis naciones le proclaman como su libertador. En los cuarenta y siete aņos de su vida humana cupo más tarea creadora que en las de los héroes clásicos, creó Estados pero también creó filosofía política, dirigió batallas para derrotar ejércitos, pero también supo concebir la estrategia para luchar contra las imposiciones del pasado y ganarle un futuro mejor. Tanto como la más brillante de sus campaņas militares vale su discurso de Angostura que todavía hoy, a ciento cuarenta aņos de distancia, es una de las interpretaciones más penetrantes de la difícil y confusa realidad histórica del mundo hispanoamericano. Si ese mismo mundo hispanoamericano tuviera que escoger en su historia un solo personero para representarlo en toda su amplitud, en toda su complejidad, en toda su combativa variedad, no podría escoger, entre sus grandes hombres, a otro más calificado que Bolívar.

Pero no es sólo, ni principalmente, el pasado lo que venimos a rememorar aquí. Si esta estatua no fuera sino pasado casi no valdría la pena haberla erigido, pero ella es presente, este bronce está lleno de un espíritu vivo, que es el de los pueblos de la América Latina a quienes Simón Bolívar representó en presencia de los hombres y representa, con innegable derecho, en presencia de la posteridad. En este monumento está y estará presente el espíritu de una familia de pueblos y su mensaje permanente al mundo de los hombres libres.

Llega en un buen momento esta presencia. No hay acaso en la actualidad en el mundo un proceso más dramático y esforzado que el que viven los veinte Estados de la América Latina para alcanzar y afianzar no sólo la libertad política, sino además para liberarse de las grandes desigualdades sociales y económicas que vienen del pasado. Ese proceso puede desembocar, en veces, en sangrientos conflictos y en anárquicas explosiones, que serían mal interpretados si se viesen como la manifestación de una especie de incapacidad para vivir en el orden, cuando son, por el contrario, las manifestaciones de un organismo social que busca un orden de justicia que no puede ser el impuesto por el capricho de la fuerza y una estabilidad que no puede ser la de la perpetuación de la miseria. Muchos de los aspectos de ese proceso escapan de la esfera nacional para ingresar en la de las relaciones interamericanas, donde la cooperación y la buena voluntad de los países democráticos pueden hacer mucho para que esos ideales de progreso y de equidad, que son la más irrenunciable expresión de la conciencia continental, puedan alcanzarse con la ayuda de todos para bien de todos.

A plantear serenamente todas estas cuestiones viene este delegado de bronce a este centro vital de la política interamericana. Como lo hizo tantas veces en vida viene hoy, en inmortalidad, a buscar y ofrecer cooperación, porque hoy, más que nunca, es necesario que las Américas se entiendan de buena fe y con mutuo respeto. Sobre bases de equidad y de respetuosa cooperación entre libres e iguales hay todo un inmenso programa de interamericanismo práctico por realizar. Ese es el camino que ya hemos comenzado a andar y el único que conduce hacia la América que necesitamos todos, unida por el afecto, la confianza y el recíproco interés. Todo lo que recuerde las caducas e inaceptables fórmulas del imperialismo no puede servir sino para sembrar desconfianza y para alimentar la propaganda de los enemigos de los Estados Unidos. No podemos aceptar complacidos una situación de dependencia económica, en beneficio principal de una sola de las partes, pero en cambio son y serán bienvenidas y fecundas todas las formas de cooperación económica para el desarrollo de nuestros países que nos pongan a trabajar juntos, como socios sinceros y honestos, en la empresa bolivariana de hacer de la América toda la esperanza del Universo.

Este es el espíritu que habla por esta estatua, con amistad, afecto y esperanza hacia los Estados Unidos. Viene Bolívar hoy al corazón de un pueblo al que siempre supo admirar y amar, como modelo, porque reunía la mayor suma de dicha social al poder que da el orden y al poder que da la libertad y a la ciudad que se enorgullece con el nombre de Washington, el héroe inmaculado a quien Bolívar profesaba tan honda veneración, que llegó a llamarlo "el más santo de los hombres" porque era una fuente inagotable de lecciones de moderación y de amor a la patria.

Viene al hogar amigo y fraternal de los Estados Unidos, como un símbolo de la vieja e inquebrantable amistad de Venezuela por este gran país y en una hora auspiciosa en que Venezuela, su patria, reemprende el camino, nunca renunciado, hacia la democracia.

La unión sincera de todos los venezolanos demócratas, sin distinciones de banderías políticas, hizo posible poner fin a la dictadura y restablecer las bases firmes de una vida de derecho y de libertad. Esa misma unión hizo posible la pronta realización de unas elecciones libres y limpias de las que ha surgido el régimen constitucional que hoy preside a Venezuela, con el acatamiento y la colaboración activa de todos los grandes partidos políticos. Esa Venezuela de la concordia y de la unidad, esa Venezuela que no quiere reincidir en los errores del pasado, esa Venezuela que no quiere decidir su rumbo sino tan sólo por la vía de la consulta electoral y por el voto de la mayoría, esa Venezuela que se apresta a afrontar sus problemas, con la sincera cooperación de todos sus hijos, para construir un porvenir mejor, es la que hoy trae a Washington la imagen de Bolívar para dejarla como el más obligante testimonio de lo más limpio y valedero de la unidad de los venezolanos.

Entra Simón Bolívar a formar parte de las grandes presencias inspiradoras que presiden la labor ecuménica que tiene su asiento en esta ciudad, polo de un mundo. Y está bien Simón Bolívar entre ellas, porque mucho todavía tiene que decir y hacer junto con ellas, para que la humanidad confíe segura en que "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la tierra".



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