17 de marzo

24 de octubre del 2003

¿Por qué asombrarse?

Vladimir Acosta
Rebelión

Soy, por supuesto, de los muchos que han condenado la hipocresía que destilan el lenguaje y la conducta del gobierno de los Estados Unidos, de la OEA, de su secretario general el inefable Gaviria, y de los supuestos organismos defensores de los derechos humanos y de la libertad de prensa en el reciente caso de Bolivia; hipocresía y doble discurso que se hacen evidentes sobre todo cuando se compara lo ocurrido en el último mes en este hermano país sudamericano con lo que sucediera en Venezuela a todo lo largo del pasado año, hasta febrero del presente. Las contradicciones en el lenguaje y la conducta de esos organismos son tan explosivas que ningún observador medianamente objetivo puede dejar de verlas, y si es honesto, de denunciarlas. Así ha ocurrido; y muchos son los analistas que no han podido menos que destacarlo, mostrando su asombro ante tanta hipocresía y tanto cinismo, revelado no sólo en los discursos y decisiones sino también en los silencios, en las omisiones cobardes y cómplices de siempre.

Pero en cambio, a diferencia de los que se asombran ante este doble discurso y ante esta praxis aparentemente tan contradictoria, no creo que por parte de los Estados Unidos y de sus organismos acólitos haya aquí, más allá de una flagrante y usual contradicción entre lenguaje y conducta, ninguna incoherencia, ni nada de qué asombrarse. La contradicción entre lenguaje y conducta por parte de los Estados Unidos y de quienes les sirven, como la OEA, es algo a lo que deberíamos estar acostumbrados porque es parte inseparable de la conducta de las clases dominantes y de sus agentes, y porque ha sido y sigue siendo elemento constitutivo de la política de las grandes potencias y de los organismos de que éstas se valen para imponerla. La lista de ejemplos es infinita. Bastarán unos pocos. En nombre de la democracia y de la libertad, los Estados Unidos masacraron al pueblo vietnamita y regaron sus campos, bosques y ciudades de napalm. En nombre de esa misma democracia y libertad han invadido Afganistán e Irak masacrando a sus poblaciones civiles y están montando a sangre y fuego en ambos países gobiernos títeres para saquearlos, para apoderarse de su gas y su petróleo. En nombre de esa democracia y libertad los Estados Unidos, siempre con la complicidad de la OEA, derrocaron en América Latina gobiernos legítimos y democráticos para imponernos a los latinoamericanos dictaduras genocidas serviles a sus intereses. Así derrocaron a Arbenz, a Bosch, a Allende. Así tratan hoy de derrocar a Chávez. Y a propósito de esta contradicción entre discurso y praxis no olvidemos, por favor, a la actual oposición venezolana, que llama tiranía a la democracia más amplia y permisiva que Venezuela ha conocido en toda su historia, que en el país más libre del mundo grita a cada paso pidiendo libertad, y que cuando logró sacar del poder al gobierno democrático de Chávez lo hizo mediante un golpe de Estado, en abril pasado, justamente para borrar de un plumazo todas las libertades democráticas y para imponer una abierta tiranía que gracias al pueblo venezolano y a la mayoría de la Fuerza Armada sólo duró dos días. Dos días que ningún venezolano de hoy debe olvidar.

No hay, pues, nada de qué asombrarse. Pese a su hipocresía viscosa, tanto Bush, Powell, Reich y los voceros de la Casa Blanca, como Gaviria y el pobre mercenario tarifado de Vivanco, saben todos muy bien lo que hacen y lo que dicen, y saben también por qué hacen lo que hacen, por qué dicen lo que dicen (y por qué no dicen lo que no dicen). En este terreno no hay la menor contradicción de fondo en la política de los Estados Unidos y de sus acólitos. Meras limitaciones de un viejo e inagotable discurso que tiene que envolver la justificación de la explotación y la injusticia, la defensa de los intereses de las minorías poderosas, en un lenguaje engañoso de democracia, libertad, justicia, y caminos constitucionales; y también, por supuesto, de derechos humanos (aunque ¡atención! sólo cuando conviene hablar de ellos, ya que el masacrador suele ser un amigo).

Hagamos entonces una rápida comparación entre las situaciones de Venezuela y Bolivia para apreciar por qué digo que en uno y otro caso hubo coherencia y no incoherencia en la conducta de los Estados Unidos, de la OEA y de su combo de mercenarios pseudodefensores de derechos humanos y libertad de prensa. Para el que intente ver más allá del discurso, para el que intente ver los intereses y políticas que estaban en juego en cada caso, la respuesta es sencilla. La actitud fue diferente, sí, pero no porque los Estados Unidos y la OEA tuviesen posiciones distintas. Su conducta fue la misma en ambos casos, los Estados Unidos defienden sus intereses, ellos ordenan y la OEA obedece, y lo único que generó una inevitable confusión fue que no pudieron evitar enredarse con ese lenguaje de hipocresía internacional que están obligados a usar y en el que cualquiera se enreda, no tanto por el lenguaje mismo (ellos son duchos en mentir sin pestañear) sino porque a veces los silencios sobre aspectos incómodos resultan demasiado evidentes, porque algún funcionario apresurado o torpe se va de la lengua, y también porque el contraste entre discurso y realidad es demasiado explosivo y los pueblos latinoamericanos se han vuelto menos manipulables que hace unas décadas habiendo aprendido mucho de sus sufrimientos, de su explotación y de su sangre derramada.

1. Los dos Presidente, el de aquí y el de allá, y sus políticas.

No hay duda de que el gobierno de Venezuela, el de Chávez, es un gobierno legítimo y constitucional, más legítimo incluso que el estadounidense, el de Bush, que es resultado de un confuso fraude. También era legítimo y constitucional el gobierno de Bolivia, porque aunque Sánchez de Losada ('Goni') no obtuvo la mayoría absoluta, logró la relativa, y el Congreso lo eligió. Pero aquí empezaban las diferencias, porque el gobierno de Chávez era y es un gobierno popular, realmente democrático, comprometido con la causa de servir a los sectores más pobres y de construir una sociedad más justa, lo que implicaba e implica enfrentar los intereses de las poderosas minorías que han dirigido hasta hace poco a Venezuela y oponerse a las políticas hegemónicas de los Estados Unidos. El gobierno de Sánchez de Losada, en cambio, era el gobierno de un oligarca multimillonario que forma parte de la minoría de explotadores bolivianos que ha saqueado a su propio país, el gobierno de un individuo identificado con los intereses de las transnacionales estadounidenses e inglesas, de un partidario acérrimo de políticas neoliberales empobrecedoras de las mayorías, de un verdadero servidor e instrumento de los Estados Unidos para el control de su país. De un lado, un gobierno problemático, una ladilla, un presidente alborotador de masas, defensor de causas populares, vociferante contra el neoliberalismo y adversario frontal del ALCA. Del otro, un servidor, un pana, un verdadero amigo, incapaz de tomar una decisión sin consultar con el embajador gringo (de consultarlo en inglés, idioma materno de ambos) y con sus aliadas las transnacionales. ¿Qué pretendían entonces algunos de los que se asombran? ¿qué los Estados Unidos los apoyaran por igual a los dos, a Sánchez de Losada y a Chávez? ¿es que están locos? ¿en qué planeta viven? Y lo mismo sucede con las protestas y los muertos en las marchas o manifestaciones. En Venezuela, como sabemos, la oposición ha hecho de todo: golpes de Estado, alzamientos militares, protestas de calle, sabotajes, terrorismo, paros patronales dirigidos a destruir el país. Pero en Venezuela el gobierno de Chávez no ha matado ni encarcelado a nadie. Su tolerancia democrática linda con la pajudez. Ni en los momentos más dramáticos del paro de diciembre-enero se suspendieron las garantías, ni se declaró estado de sitio. No hay un solo muerto imputable al gobierno ni a la Fuerza Armada, que ahora, en lugar de masacrar al pueblo, como antes, participa al lado suyo en operativos sociales de envergadura. Los muertos en marchas y protestas, todos identificados con la política gubernamental, son obra de las policías controladas por alcaldes y gobernadores de la oposición. En otros países, que se llaman democráticos, el gobierno y su ejército enfrentan la protesta matando a miembros de la oposición. En Venezuela, cuyo gobierno es calificado de tiranía por la oposición venezolana y por sus promotores, son en cambio los cuerpos policiales de la oposición y sus sicarios los que asesinan a miembros o partidarios del gobierno.

Pero al gobierno venezolano lo vigilan los Estados Unidos, la OEA, y los supuestos organismos de defensa de los derechos humanos. A cada escándalo calumnioso montado por los canales de la televisión privada, que son los líderes de la conspiración antidemocrática, todos ladran: ladra el gobierno gringo, su promotor; ladran la OEA y su deplorable Comisión Interamericana de Derechos Humanos; ladra el perrito faldero de Vivanco; y hasta algunos lejanos ladridos nos llegan desde Europa, los del franquista Aznar, lameculos de Bush, los de los corruptos representantes de la social democracia europea. Las mentiras se caen, los montajes se derrumban uno tras otro, pero ninguno de los acusadores se excusa (El Espectador, de Bogotá, fue la honrosa excepción). Cuando se les cae una mentira lanzan otra. El pana Sánchez de Losada tuvo en cambio las manos libres para violar derechos humanos sin que nadie viniera a criticarlo. En febrero pasado, con motivo de otra gran protesta popular, el ejército boliviano masacró a numerosos manifestantes indígenas y fueron usados helicópteros y francotiradores de élite contra el pueblo, pero ninguno de los farsantes gringos, ni la OEA, ni ninguno de los supuestos defensores de los derechos humanos abrió su hipócrita y tarifada boca. Y ahora, en la masiva protesta y huelga final de este último mes, la que condujo a la renuncia de Sánchez de Losada, éste y su ejército masacraron a más de ochenta personas, hiriendo a más de cuatrocientas. Pero ni una palabra, ni una condena. A los amigos, a los buenos servidores, todo se les perdona; eso sí, mientras sigan línea. Los gringos eludieron el tema y llamaron simplemente a 'respetar a un gobierno constitucional'. Los demás siguieron la pauta. Silencio y complicidad, mucho discurso constitucional, nada de muertos. Los mayordomos serviles como Gaviria y Vivanco callaron, siguiendo en esto, como siempre, la voz de su amo (His Master's Voice), igual que aquel famoso perrito de la viejas victrolas RCA Víctor.

2. Las dos oposiciones, la de aquí y la de allá.

Pero así como hay, o había, dos Presidentes, también hay, o había, dos oposiciones. Porque si en Bolivia gobernaba (de hecho sigue gobernando) la oligarquía, la minoría poderosa y explotadora de empresarios, mineros, terratenientes y militares, servidora del capital imperialista estadounidense y mundial, en Venezuela hay un gobierno popular que se opone a la oligarquía que ha saqueado al país y a los grupos poderosos que la forman: medios de comunicación privados, grupos transnacionales, roscas empresariales corruptas, grandes contrabandistas que se hacen pasar por comerciantes, especuladores de todo tipo, a menudo disfrazados de banqueros, viejos partidos corruptos servidores de esos grupos, nuevos partidos de derecha, alta jerarquía eclesiástica, sindicaleros vendidos, y sobre todo clases medias transnacionalizadas y mediatizadas.

De ello derivan dos oposiciones de signo contrario. Aquí vemos marchar a gentes mayoritariamente blancas o mestizas, seguidos, sí, por muchos con cara de chusma (producto del 'funesto mestizaje' sobre el que tanto y tan inútilmente nos advirtió el racismo de los teóricos oligarcas del siglo XIX), pero que son de clase media o clase media alta y disimulan sus caras chusmosas gracias a la buena ropa, a los vehículos de lujo y a los teléfonos celulares. Aquí en la oposición marchan las gentes de derecha, los empresarios, los cuadros, los gerentes petroleros, los periodistas mercenarios, los partidos políticos reaccionarios de antes y de ahora. Aquí la fuerza mayoritaria en las marchas de la oposición es la clase media alta, con gentes de clase media menos alta, con algunos ocasionales oligarcas (estos dirigen los toros desde la barrera, o desde la televisión, y sólo se transmutan en marchantes cuando les es ineludible), y seguidos por algunos de esos tristes, aunque por suerte escasos, sectores populares que tienen vocación de sirvientes, de esclavos, que necesitan amos, y que se sienten bien codeándose con sus patronos así sea por breves ratos en la calle.

Aunque últimamente están de capa caída como resultado de la incapacidad de sus dirigentes, las manifestaciones de la oposición venezolana han sido hasta hace poco un espectáculo mediático vistoso. Una verdadera nota. La televisión golpista que las patrocinaba se daba banquete mostrándolas. ¡Qué elegancia! ¡qué belleza! ¡qué abundancia de mamitas divinas, blanquitas, bellas, bien vestidas! ¡Qué colección de caras y culitos lindos! ¡Cuántas mujeres hermosas! (Aunque también robaban cámara a veces algunos bodrios horrendos vomitando sapos y culebras y que echaban a perder la vaina)! Había que ver el equipo (el kit) de marcha que llevaban todos, hombres y mujeres: banderas, de Venezuela, sí, pero hechas en Miami; pitos; cacerolas; radios y televisores portátiles (estos últimos para verse en TV); franelas, jeans, gorras, y zapatos deportivos de marca; koala de marca para guardar el celular y las otras pertenencias, no fuera a tropezarlos uno de esos marginales con los que era inevitable codearse en las marchas, y que les daban a éstas el necesario toque popular para mostrar al mundo que no toda la chusma era chavista. En fin, que para adquirir un kit de marcha como estos, un pobre indígena boliviano tendría que pasar no menos de cincuenta años trabajando sin descanso.

Sí, porque allá en Bolivia es lo contrario. No hay elegancia, no hay belleza, no hay mamitas, no hay koalas. Los indígenas y campesinos carecen de celulares y de zapatos deportivos de marcha. ¡Pobrecitos! Y no usan C-4 para montar atentados terroristas como nuestros simpáticos golpistas y terroristas apoyados por los medios y por la CIA. Los mismos mineros, otrora expertos en defenderse de la represión usando cartuchos de dinamitas, ahora no los usan. Apenas emplean hondas para tirarle piedras al ejército que los barre con fuego de ametralladoras. Como los palestinos contra los soldados israelitas. ¿Será por eso, por esa falta de belleza y elegancia, que la televisión no ha tenido mucho interés en mostrarnos esas marchas? ¿O será porque parecen marchas chavistas? Sea lo que sea, lo cierto es que allá vemos marchar y protestar a masas, hombres y mujeres, de gentes de piel cobriza, obscura, indígenas, campesinos, todos pobres, mal vestidos, a veces cubiertos con harapos. A muchos les faltan los dientes. Se expresan mal, en un español indeciso, poco fluido, porque su lengua materna es el aymara, o el quechua, o el guaraní. Como diría sin empacho cualquiera de nuestros oligarcas, son el resultado de no haber exterminado a los indios como hicieron en cambio los estadounidenses con los suyos. El mismo oligarca racista diría que son el producto de ese funesto mestizaje, el mismo que permitió a un historiador oligarca boliviano como Alcides Arguedas describir al pueblo de su país como un pueblo enfermo, mientras él le servía a la élite 'sana' y rica que lo saqueaba y que le negaba educación y salud para poder explotarlo sin temor y sin escrúpulos.

Y entonces ¿cómo pedirle a los gringos y a sus mayordomos latinoamericanos que apoyen por igual a ambas oposiciones, a ambos tipos de marchas? Por favor, ¿qué les pasa? A la oposición venezolana todo, no importa que sea golpista y terrorista y que haya insurgido contra un gobierno legal y constitucional. Se trata de un gobierno que molesta a los gringos. A la oposición boliviana nada, no importa que no esté involucrada en ningún golpe de Estado, que sólo promueva marchas pacíficas contra un gobierno que manda al ejército a masacrarla. Porque ese es un gobierno amigo y complaciente. Así de simple. El respeto a la constitucionalidad es bueno en Bolivia, pero no en Venezuela (cuando la oposición venezolana dio el golpe de Estado en abril pasado y sacó a Chávez del poder, Colin Powell dijo que Chávez 'se lo había buscado'), porque ¿cómo se va a comparar la linda y exquisita oposición venezolana que nos muestra la televisión golpista con esas turbas tan feas, de pobres y de indios mal vestidos que apenas hablan español? ¿es que vale lo mismo la vida de unindígena boliviano que el despido de un gerente petrolero golpista? ¿Es acaso tan grave haber matado a un centenar de indios pobres y mal vestidos en Bolivia que haber desalojado en Venezuela a esos ricos gerentes petroleros de las casas de la empresa, que ocupaban de manera ilícita desde que fueron despedidos por golpistas? ¿Es acaso comparable la nimiedad de que el gobierno golpista de la oposición venezolana haya asaltado y cerrado en abril pasado el canal estatal, o que el gobierno boliviano de 'Goni' haya censurado hace semanas periódicos y tumbado señales de canales televisivos que criticaron sus 'excesos' con el hecho criminal e intolerable de que el gobierno venezolano, ciñéndose a la ley, haya sancionado a un canal de televisión por usar ilegalmente equipos y frecuencias? ¿Qué clase de abuso antidemocrático es este, pretender que los canales de televisión privados respeten las leyes de sus países y paguen los impuestos? Y volviendo a Bolivia, ¿cómo se atreven esos indios, esos cocaleros, esos mineros, esa chusma, a protestar contra nuestro querido Goni, a pretender pedirle la renuncia? Por favor, eso es válido cuando se hace contra un molesto líder de la chusma pobre como Chávez, no contra un millonario boliviano que es amigo carnal de los Estados Unidos, y defensor del neoliberalismo, del ALCA y de las simpáticas transnacionales gringas.

3. El programa oposicionista de aquí y el de allá.

Dos oposiciones tan disímiles como la venezolana y la boliviana no podían menos que tener programas o propuestas diferentes.

Los bolivianos que protestaron y marcharon durante el último mes, lo hicieron para defender los derechos sociales de las grandes mayorías explotadas de Bolivia y para exigir la puesta en práctica de una política patriótica, nacionalista, democrática y popular, para salir de un gobierno al servicio de la oligarquía antinacional que ha saqueado y empobrecido a esa nación hermana a lo largo de los casi dos siglos transcurridos desde la independencia. El programa de esa oposición exigía y exige la construcción de una nueva Bolivia, en la que se logre una verdadera democracia participativa, en la que las mayorías indígenas, campesinas y obreras puedan alcanzar niveles humanos de vida, en la que tengan acceso a una vida digna, a la educación, a la salud, al trabajo. Una nueva Bolivia en la que la oligarquía antinacional dominante no siga saqueando al pueblo y regalando las riquezas naturales del país. Una nueva Bolivia que pasa por la realización de una asamblea constituyente realm ente democrática y que supone además la paralización inmediata de la entrega del gas a las transnacionales estadounidenses y el uso del mismo en beneficio del país y de su desarrollo.

La oposición venezolana, en cambio, es otra cosa. Su programa para el país es el mismo de los organismos internacionales, el mismo que quieren los Estados Unidos y sus transnacionales: privatizarlo todo, comenzando por PDVSA, privatizar la educación, la salud, la seguridad social, acabar con la intervención del Estado en la economía y con esos programas sociales absurdos de darle tierras, créditos y recursos a los más pobres, de erradicar el analfabetismo, de llevarle médicos a los habitantes de los barrios, de pretender someter a las roscas creando cooperativas, de intentar algo tan pasado de moda como sustituir importaciones para abrir fuentes de trabajo y ahorrarle recursos al país, o como instaurar un control de cambios para evitar que los ricos y especuladores de siempre sigan desangrando a Venezuela y trasladando recursos en dólares al exterior. En fin, integrarse al ALCA de una vez por todas, abrir el mercado venezolano a las importaciones transnacionales y olvidarse de industria y agricultura propias, de desarrollo nacional, de apoyo a pobres y excluidos.

Y si ambos programas eran distintos, incluso totalmente opuestos, ¿cómo pedirle entonces a los Estados Unidos y a sus sirvientes de la OEA que tuviesen la misma actitud frente a ellos? ¿cómo pretender que el gobierno de los Estados Unidos apoye el programa de una oposición como la de Bolivia, dirigido contra los intereses saqueadores de sus transnacionales y contra el poder omnímodo de la oligarquía boliviana que tan fielmente les sirve? ¿Cómo pedirle a los mismos Estados Unidos que condenen en Venezuela el programa de la oposición, que es el de ellos mismos, un programa elaborado en Washington por el propio Giusti en materia petrolera, y por las transnacionales que manejan la OMC y el proyecto del ALCA en todos los demás terrenos? ¿Cómo creen los que se asombran de la doblez de los Estados Unidos que se llega a ser potencia mundial? ¿No es imponiendo su mezquino interés imperialista al mundo, disfrazándolo siempre de lucha por la libertad y la democracia y manteniendo sujeta a una corte de vasallos serviles que hacen coro? Muchachos, comprendan quepara los Estados Unidos y para sus sirvientes una cosa es hablar de democracia, justicia y libertad, y otra muy diferente practicarla. Amigos, aprendan un poco de realpolitik. Y si no saben lo que es, averígüenlo.

Dos observaciones finales, una respecto a la oposición venezolana, otra respecto al pueblo boliviano.

La oposición venezolana debería preguntarse qué pasó. Lo tuvieron todo a favor para sacar a Chávez del poder, con golpes o con paros. Tuvieron a su favor al gobierno de los Estados Unidos, al de Colombia y al de España. La CIA y las fundaciones derechistas gringas les repartieron billetes verdes a granel. La OEA y los cómplices o mercenarios como el hipócrita de Gaviria y los otros estuvieron de su lado. Los sionistas y el Mossad metieron la mano para ayudarlos. Tuvieron a su favor a toda la prensa y televisión, tanto venezolana como internacional, a toda la socialdemocracia y el socialcristianismo latinoamericano y europeo, al Opus Dei y a la alta jerarquía eclesiástica, al gran empresariado, al gran comercio, a la gran banca, a las transnacionales y a las roscas capitalistas nacionales y extranjeras, a los jerarcas de PDVSA, alentados desde el exterior por la rata de Giusti, a los sindicaleros y gremios profesionales vendidos de todo pelo. En fin, todo el poder transnaciona l, neoliberal y explotador de los pueblos estuvo de su lado. Y sin embargo no pudieron derribar a Chávez. Los bolivianos, en cambio, sin golpes de Estado, con marchas y protestas, echaron del poder a Sánchez de Losada. Lo tenían todo en contra: los Estados Unidos, la OEA y sus mercenarios, las organizaciones hipócritas de derechos humanos, el gran comercio, la gran banca, los empresarios, la televisión, los vendepatria de toda laya. Todo el poder internacional estuvo contra ellos. Y sin embargo, sacaron a Sánchez de Losada.

La oposición venezolana debería reflexionar, con el cerebro, no con la vesícula biliar. Y no seguir montando conspiraciones y atentados terroristas condenados al fracaso. Algo pasa en América Latina, las cosas están cambiando, los pueblos han despertado, ya no es tan fácil engañarlos. El pueblo boliviano debe saberlo, sus líderes parecen estar claros. Saben bien que, igual que en Venezuela, la lucha que llevan a cabo no ha terminado. Una batalla se ha ganado, una batalla importante, pero aun no se gana la guerra. Esta es larga y difícil, las fuerzas vencidas son poderosas, no cejan en su empeño antinacional y criminal, el imperio gringo las respalda, y sólo el firme apoyo popular aunado a la unidad y a la claridad de objetivos lograrán conquistar nuevas victorias.

Tomado de Rebelión


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