Caracas, 17 de Noviembre de 2002
Guillermo García Ponce
Todos los días la prensa y la televisión presentan un escenario montado por la vieja política. No es la realidad, sino su deformación interesada. Presentan una Venezuela virtual, donde lo percibido es un juego de simulaciones, un montaje alterado, de modo que el sujeto audiovisual se forme una opinión a la medida de los intereses de los dueños de los medios de comunicación. La creación de escenarios virtuales forma parte de la guerra ideológica que se desarrolla para ganar la voluntad de los pueblos y las naciones. Es una guerra de todos los días. Las armas son desde la televisión y la prensa hasta el cine, los muñequitos, el rumor, incluso las artes que pensamos inocentes y ajenas a la política.
En altas dosis, como ocurre actualmente en Venezuela, la acción mediática se convierte en una droga. Los adictos pierden el sentido de la realidad, incluso el sentido común. Embriagados viven en un mundo donde los valores son sustituidos arbitrariamente. Lo más dramático es cuando el adicto no sólo está dominado por los efectos de la droga sino tiene la posibilidad de poseer un arma.
Mientras el Gobierno del Presidente Chávez, con una paciencia a prueba de provocaciones, insiste en el diálogo y la paz, no hay día en que la oposición no convoque a un paro ilegal o no amenace con paralizar la industria petrolera. No hay día que deje de prodigar toda clase de insultos contra el Presidente de la República. No hay día que cese de llamar a golpe de Estado, incluso al magnicidio. La semana pasada, la delegación gubernamental propuso condenar la violencia y favorecer la creación de una atmósfera de convivencia pacífica entre los venezolanos. La oposición no sólo se negó sino que corrió a suscribir un pacto de alianza con los amotinados de Altamira cuyo designio es el golpe de Estado.
La situación llegó al clímax con la división de la Policía Metropolitana. Su fractura en dos bandos puso en grave peligro la seguridad de los habitantes de Caracas, pero mucho más cuando una de sus partes se convirtió en una especie de ejército al servicio de la histeria contra la Constitución y a las órdenes de los enemigos del Presidente Chávez. La muerte de manifestantes en el centro de Caracas no deja lugar a duda. Las filmaciones de los camarógrafos de la televisión son pruebas definitivas de la brutal represión desatada para intimidar a la población y fomentar un clima ajeno a la institucionalidad democrática. Drogada, la irracionalidad neofascista se convirtió en un grave peligro. Con el dedo en el gatillo amenazaba la paz y la seguridad de los venezolanos.
El Gobierno Nacional tiene la obligación de garantizar la paz y la seguridad. Son prioridades del Estado. Más allá de lo circunstancial, las exigencias elementales de todo venezolano no pueden estar a la merced de quienes, embriagados por la droga mediática y bajo el impulso de intereses contrarios a la democracia venezolana, tiene el dedo en el gatillo…
Caracas, 17 de Noviembre de 2002
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