5 de Febrero de 2003
Earle Herrera
Aporrea
Las crisis generan su semántica; las miserias y riquezas también. El vocablo "petrodólar" entró con todos sus galones (y barriles) al Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Allí está, como divisa de aceite de roca, en altar cervantino. Pronto lo acompañará lo que para los venezolanos es hoy, entre colas y penurias, un doloroso neologismo: Petrodio. Esto es, odio de piedra, odio combustible, odio carburante. Gente del Petrodio.
No es totalmente un hallazgo o una invención vernácula. Quizás sólo le hemos dado nombre y grafía. Es algo y anótese el bautismo que jamás hubiésemos querido registrar. Del odio que entre personas y países ha generado el estiércol del diablo han escrito muchos autores. Una antología de guerras, invasiones, traiciones a la patria, espionajes meritocráticos, súbitas fortunas, asesinatos y rupturas entre naciones hermanas se halla en el libro La guerra secreta del petróleo, de Jacques Bergier y Bernard Thomas.
La bibliografía es larga e inagotable porque, mientras usted lee, Estados Unidos la expande en los desiertos de Irak. En Venezuela, por unos dos meses, gente del petrodio intentó estrangular a su propio país, en uno de los actos criminales que la historia patria registrará y recordará con estupor. Las imágenes terribles que Eduardo Blanco nos ofrece en su Venezuela Heroica, incluida la de Boves y su "Legión infernal", quedarán desteñidas ante la barbarie que con petulancia meritocrática azotó el siglo XXI venezolano.
Soy escritor y en mi dilatado tránsito por los caminos de la prosa y la poesía, jamás me sentí tan desguarnecido de palabras -de la palabra justa y justiciera- para expresar lo que hierve en mi alma, en mi ser venezolano, en mi condición de padre abofeteado por los que han abofeteado a los niños y jóvenes de hoy y de mañana y de pasado mañana de mi patria. Me parece que se quedan cortos el gran Vallejo de "Los heraldos negros" y el gran Neruda que evoca desde tierras lejanas a su "patria en tinieblas". Necesitaría -y no sé- de ellos dos y del verbo de Borges para abrirle un capítulo entero a esta gente en la "Historia Universal de la Infamia".
Los insensatos, los que odian a nuestro noble pueblo, por egoísmo puro, por pura ambición de poder, lanzaron su fracasado paro indefinido. Ya habían ensayado con su golpe militar de un abril cobarde y cruel, también derrotado por el mismo pueblo. Vimos el espectáculo de empresarios quebrando a empresarios; "sindicalistas" dejando en la ruina y sin empleo a trabajadores; intelectuales y cómicos tarifados sin vergüenza; palangristas seducidos por un platos de lentejas. Todo en medio de una campaña de terror que dejará taras y traumas en toda la población por mucho tiempo.
La coordinadora "democrática" olvidó algo: que las miserias humanas y políticas no se pueden coordinar. Helos allí ahora, pasándose las culpas, evadiendo sus responsabilidades, entre zarpazos y zancadillas mutuas. También allí, como los chicos del tenebroso show, la Gente del Petrodio. Patéticos, se presentan cada tarde a dibujar cuadritos con el número de pobres que luego, publican como cintillos en la prensa. Nunca una clase meritócrata se reveló tan bruta. Y tan brutal. Si la sacas de sus cuadritos y sus parámetros, lo sublime y lo ridículo la atenazan.
¿Números de pobres? A las pérdidas de PDVSA habrá que agregar los muertos por falta de medicina, los enfermos que no consiguieron cómo atenderse el cáncer, el sida, la diabetes, las enfermedades renales. Habrá que sumar los desempleados de hoy y mañana (algunos a la vez autores y víctimas de su propio paro). Pero la Gente del Petrodio cree que podrá seguir engañando con sus vespertinos pucheros de "yo no fui". Si el inefable señor Juan Fernández no es un sociópata y tiene unos segundos de lucidez, podrá asomarse brevemente a la dimensión de su propia atrocidad. La suya y la de quienes quisieron hacerse del poder por un atajo criminal que esta patria de Simón Bolívar no había conocido nunca jamás.
Los hombres y mujeres pueden resultar amnésicos y hasta magnánimos. Pero la historia ni olvida ni perdona.
Tomado de Aporrea