17 de marzo

Abril de 2003

El año en que vivimos en peligro

Roberto Hernández Montoya
Question Nº 10

De todo ocurrió: manifestaciones, participación, asesinatos, un efímero monarca, cuatro canales encadenados día y noche durante meses contra un gobierno que carece de política comunicacional, el sueño del conjunto de rock Desorden Público.

Dos bandos crearon un caos del cual costará años recuperarnos. Por un lado una dirigencia de oposición arrogante, incompetente, terrorista, corrupta guiaba a una masa hipnotizada por los medios de comunicación. Objeción, nos dirá el lector: no toda la oposición es así. Cierto, el problema es que solo por excepción no es así. ¿Cuántas voces de oposición tienen la lucidez y la honestidad de Janet Kelly, cuya vida tal vez todos le debemos? Ahí está la derrota, inocultable. No solo no lograron derrocar a Hugo Chávez sino que arruinaron su base social (ver Por qué perdió la oposición).

En la acera de enfrente sobrevive un gobierno de ideas coherentes con accionar incoherente, cuyos actores no obedecen disciplina alguna, donde la corrupción ha minado el orden de batalla. Un Presidente entusiasta a quien pocos obedecen. Un gobierno patológicamente incapaz de comprender que si hubiera tenido una política de comunicaciones siquiera deficiente las cosas no hubieran llegado a donde llegaron. Lo ha salvado el pueblo, pues no tenía plan de contingencia para el golpe de abril de ni para el sabotaje petrolero de diciembre. El Presidente se entregó en abril, improvisando su resistencia con brillantez, pero en la impotencia del prisionero. Nunca como en 2002 Venezuela constituyó la improvisación como una de las bellas artes. Fue el pueblo chavista el que con sabiduría histórica rodeó cuarteles, el palacio presidencial y la televisora del Estado, pacíficamente, pero dispuesto a morir. Los héroes se multiplicaron.

En esas horas se autoproclamó un monarca de guiñol, pero absoluto, que controlaba todos los poderes, legislaba con facultades supraconstitucionales, pero que, según las crónicas de esas horas, obedecía más que mandaba, pues aceptaba todo lo que le ordenaban sus promotores, el verdadero poder, desde Venevisión, Venoco y las embajadas imperiales. Si el gobierno chavista es incoherente, no menos lo fue la monarquía de abril. El gobierno de Chávez aguantó la embestida de abril y luego de diciembre y enero. El de Carmona no aguantó unas horas de poblada y de desobediencia de los militares leales. Eso nos dice en qué bando está la solidez. La debacle carmoníaca la cuenta uno de sus cortesanos, José Gregorio Vásquez en una obra maestra de humor involuntario. Lo comentó Francisco Faraco: la oposición se propuso una operación de acoso y derribo de un gobierno y cuando lo logró en abril no supo qué hacer. Todo terminó en la más cómica estampida cuando el palacio de Miraflores fue sitiado por el pueblo chavista, mientras la nación antichavista contemplaba aterrada y paralizada el derrumbe de su sueño.

Hubo vergüenza y hubo gloria. Pero la gloria estuvo más en el soberano, sea chavista o antichavista, que en las dirigencias respectivas. El pueblo antichavista se unió al chavista en la participación, el Himno Nacional, la bandera, la Constitución.

Si algo debemos aprender de este annus terribilis es que solo el respeto a los medios democráticos es la luz al final del túnel.

Tomado de Red Bolivariana


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