31 de mayo del 2002
Ignacio Ramonet
Editorial de Le Monde Diplomatique, junio de 2002
Tenemos que insistir en el tema del golpe de Estado del 11 de abril, en Venezuela, contra el Presidente Hugo Chávez (1). El Presidente fue restablecido en sus funciones muy rápidamente, pero aún estamos lejos de haber sacado todas las lecciones de ese singular putsch que es un verdadero caso de estudio. Tales lecciones parecen indispensables para intentar evitar el nuevo levantamiento militar que se ha anunciado en Caracas...
Lo que, en primer lugar, resulta de mayor estupor es la ausencia casi total de reacción internacional positiva frente al crimen abominable cometido contra un gobierno que conduce, con el mayor respeto a las libertades, un programa moderado de transformaciones sociales y que encarna la única experiencia de socialismo democrático en América Latina.
Resulta por lo tanto de gran aflicción poder constatar que los partidos socialdemócratas europeos, entre ellos el Partido Socialista francés, hayan permanecido en silencio durante el breve aplastamiento de las libertades en Venezuela. Del mismo modo ciertos dirigentes históricos, como Felipe González, tuvieron incluso la indecencia de justificar el putsch (2), sin dudar un instante en asociarse a la euforia que manifestaron el Fondo Monetario Internacional, el Presidente de los Estados Unidos y el Primer Ministro español, José María Aznar, Presidente en ejercicio de la Unión Europea...
El último derrocamiento por parte de las Fuerzas Armadas de un presidente elegido en América Latina se remonta a septiembre de 1991, cuando en Haití Jean Bertrand Aristide fue depuesto.
Habiéndose terminado la guerra fría, se creía que Washington habría puesto fin al espíritu de la "Operación Cóndor" (3) que, durante los años setenta y ochenta, y en nombre del anticomunismo, favoreció la instalación de dictaduras en la América del sur. Se pensaba que toda conspiración contra regímenes que resultaran de elecciones libres sería condenada.
Desde el 11 de septiembre de 2001 el espíritu guerrero que sopla sobre Washington parece haber barrido estos escrúpulos (4). Desde entonces, como lo ha dicho el Presidente George W. Bush, "quien no está con nosotros está con los terroristas". Y resulta que el Presidente Chávez ha sido decididamente demasiado independiente. ¿Acaso no reactivó la OPEP; ese cartel de exportadores de petróleo, bestia negra de Washington? ¿No se encontró alguna vez con Saddam Hussein? ¿No visitó, además, Irán y Libia? ¿No estableció relaciones completamente normales con Cuba? ¿No rechazó sostener el Plan Colombia contra las guerrillas? Chávez había llegado a ser el hombre que tenía que ser abatido. Pero Washington no podía hacerlo a la manera sangrienta de antes; aquella manera empleada, por ejemplo, en 1954 en Guatemala, en 1965 en Santo Domingo o en 1973 en Chile. Ha sido ahora encargado de este asunto Otto Reich, Sub-secretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos, quien ha observado que en el curso del último decenio, aunque no haya habido golpe de Estado, seis presidentes latinoamericanos democráticamente elegidos han sido derrocados -el último entre ellos fue M. De la Rua en Argentina- no por las Fuerzas Armadas sino por el pueblo.
Tal será entonces el modelo adoptado para derrocar a Chávez. En primer lugar, formar una coalición de los privilegiados -reuniendo a la Iglesia Católica (representada especialmente por el Opus Dei), la oligarquía financiera, el empresariado, la burguesía blanca y una corrupta central sindical- rebautizada con el nombre de "sociedad civil". En segundo lugar, los propietarios de los grandes medios de comunicación establecen entre ellos un pacto mafioso, comprometiéndose a sostener las campañas que cada uno lanzará contra el Presidente Chávez en nombre de la defensa de la "sociedad civil"... Sin retroceder frente a cualquier mentira, los medios van a inflamar la opinión pública dirigiendo siempre sus golpes a un blanco fijo:
"Chávez es un dictador"; algunos sin dudar en afirmar, cuando efectivamente no hay ni un solo prisionero por opinar políticamente (5), Chávez es Hitler" (6). Los medios martillaban siempre la misma palabra dirigida a la acción: "Hay que derrocarlo". Al mismo tiempo que los propietarios de los medios conspiran para abatir un presidente demócrata, esos mismos medios se emborrachan gritando términos como "pueblo", "democracia", "libertad", etc., organizan manifestaciones callejeras, transforman la menor crítica gubernamental que les concierne en "atentado grave contra la libertad de expresión" que incluso denuncian ante organismos internacionales (7), reinventan la huelga insurreccional y animan abiertamente el asalto contra el palacio presidencial y el golpe de Estado...
Dejándose llevar por la inclinación natural que da la propaganda, los medios de comunicación han confundido el pueblo virtual, en nombre del cual se cometió el golpe de Estado del 11 de abril, con el pueblo real, el que retornó, en menos de cuarenta y ocho horas, a Hugo Chávez al poder. Su arrepentimiento ha durado muy poco. Con redoblada ferocidad, y sacando provecho de una insólita impunidad, los medios de comunicación venezolanos prosiguen en este momento, a golpe de mentiras e intoxicación, la mayor operación de desestabilización jamás realizada contra un gobierno democrático. En medio de la indiferencia general, esta vez se proponen tener éxito en el crimen perfecto...
Traducción libre realizada por Jorge Dávila (Centro de Investigaciones en Sistemología Interpretativa; Universidad de Los Andes, Mérida - Venezuela)
Tomado de Rebelión