17 de marzo

17 de Abril de 2002

Venezuela después de "El Golpe"

Ginger Thompson
The New York Times

Caracas, Venezuela, 17 de Abril - No eran sólo diferencias políticas las que condujeron a Ramón Rodríguez a rechazar la coalición, liderizada por hombres de negocio, que sacó al Presidente Hugo Chávez, por muy breve plazo, en la última semana. Fué haberlos visto el sábado en el periódico.

"Todos son oligarcas", dijo Rodríguez, un buhonero, utilizando el término que usan los pobres para describir a la acomodada minoría blanca. "¿No podían poner a una persona como nosotros?".

Ultrajado, salió a unirse con quienes salían masivamente de los barrios pobres precipitándose a las calles para tomar el "Palacio de Miraflores" y regresar al Presidente Chávez. En menos de 24 horas, Chávez tomaba nuevamente la Presidencia.

"Si se levantan nuevamente", dijo Rodríguez, refiriéndose a la élite, "entonces nosotros también nos levantaremos".

Los disturbios han puesto al descubierto la profunda brecha social y racial existente en Venezuela entre las clases alta y media, que son de piel más clara, y la gran mayoría pobre. La temeraria carrera política del Presidente ha sido conducida por la solidificación de la polarización.

Antiguo militar paracaidista, de familia pobre, Chávez llegó al poder en base al crecimiento del descontento entre las masas más pobres de Venezuela, prometiéndoles liderizar sus causas contra aquellos a quienes denunció como líderes corruptos de la "IV República". A pesar de ser un país rico en petróleo y recursos naturales, cerca del 80 por ciento de sus habitantes viven la pobreza.

Sin embargo, la oposición de Chávez, conducida por ejecutivos de negocio, arrastró una creciente movilización de empleados clase media, sindicatos de obreros e incluso algunos Oficiales militares. Ellos, también, han crecido hasta convertirse en una fuerza combativa.

Chávez, con su piel bronceada y su oscuro y enroscado cabello, encarna la mezcla racial de Venezuela. Cerca del 67 por ciento de sus habitantes son mestizos, un mezcla racial de blancos, negros e indígenas que conforman las minorías de la nación. El poder económico y político, sin embargo, permanece concentrado en manos de los blancos.

Después de haber sido reinstalado en el poder, Chávez dejó a un lado su verbo combativo y expresó su deseo de trabajar por una reconciliación nacional. Pero la profundidad de las divisiones sociales, que el propio Chávez ha agravado, hace difícil la pacificación política.

Según expertos políticos, Chávez, en lugar de trabajar para reparar las fracturas en la sociedad, los explota para sostener su revolución populista. Se nota en las miradas de los buhoneros y en las expresiones rencorosas, punzantes o simplemente cansadas de otros a lo largo de la capital.

José Pérez, carpintero desempleado de 31 años, comparaba el fin de semana de protestas y saqueos de los partidarios de Chávez con las huelgas que hicieron los ciudadanos norteamericanos de raza negra después del asesinato del Dr. Martin Luther King. Por otra parte, Lenin Guerrero, estudiante de 18 años proveniente de una familia acomodada, comparaba tal violencia con las actividades del Ku-Klux-Klan.

Manzur Torrealba, trabajador de un hospital psiquiátrico, se lamentaba de que los ricos lo miraban despreciativamente como si él fuera un "sub-humano". El Dr. Pedro Baldallo se lamentaba indignado porque los pobres llamaban "escuálidos", a personas como él, por considerarlo corruptos.

Paseando con su familia por una plaza de Altamira, una urbanización de gente adinerada, Rony Moscovitz, hombre de negocios, dijo que sentía alienado por los mensajes de Chávez, con lemas anticapitalistas, porque le gustaría ver reformas que atraigan inversiones extranjeras e incrementaran el comercio.

Después que Chávez nombrara a varios de sus colaboradores, como miembros de la compañía estatal de petróleo (PDVSA), Moscovitz se unió a la marcha de la semana pasada que solicitaba la renuncia del Presidente. Insistió en que era "una marcha civilizada y pacífica", en contraste a la olea de saqueos de los simpatizantes de Chavez durante el fin de semana. Aun cuando Chávez está de nuevo en el poder, Moscovitz dijo que se siente orgulloso de haberse levantado contra él.

Mientras hablaba, las cornetas aullantes de una caravana de autobuses rompía la calma. Los autobuses estaban llenos de "chavistas" quienes, ondeando banderas venezolanas, cantaban: "Volvióóó…. Volvióóó, volvió volvió´. Voolvió, Voolvió."

"Perdimos una batalla" dice Moscovitz, "pero no la guerra".

De todas partes del mundo llaman pidiendo cicatrizar las heridas del fin de semana. Hoy, el Papa Juan Pablo II solicitaba a los venezolanos "asegurar que prevalezca un espíritu de reconciliación".

César Gaviria, Presidente de la Organización de Estados Americanos, declaró hoy que los venezolanos deben encontrar la forma de vivir en paz o enfrentarán nuevamente la inestabilidad.

Agrega: "Hay un riesgo, probablemente no de otro 'Golpe', sino de desórdenes sociales que pronto regresarán".

La mayor parte de las personas han regresado a sus labores rutinarias, pero aún están tensas. La televisión trasmite mensajes muy duros, de los militares que están con Chávez, declarando que el Presidente fué sacado del gobierno en un golpe organizado por la élite.

Los políticos de la oposición declaran no haber reconocido la autoridad del gobierno de Chávez. La gente dice que, a la salida del trabajo, se irán directamente a sus casas, en lugar de ir a los centros comerciales, a los mercados o a los restaurantes.

En el kiosko de periódicos y revistas del Sr. Rodríguez, en un vecindario llamado Catia, los compradores lucían muy unidos en su apoyo a Chávez y en su resentimiento hacia aquellos que apoyaron su salida. Se quejaban de los ricos que acumulan sus riquezas y usan migajas para generar trabajos que paguen salarios decentes.

Chávez, decían, cuando tomó el poder no olvidó a los pobres que le dieron el voto. Dijeron que había dedicado recursos del gobierno para hacer casas baratas e incrementar la educación pública.

"Estamos comprometidos con él porque él está comprometido con nosotros", dijo Rodríguez, un hombre delgado de piel oscura cuyos ojos nublados lo hacer parecer mayor de los 44 años que tiene. "La gente rica nos subestimó".

Para estar seguros, multiplicaban sus voces desde las oficinas, los centros de servicio social y los centros comerciales.

En uno pequeño, con restaurants de comida japonesa y vietnamita, donde una cena cuesta un cuarto del salario mínimo ($ 40.oo), Corina Salas, joven de 23 años, quien trabaja en una agencia de viajes y se considera de clase media, nos dice que la polarización continua la exaspera. "Los ricos y los pobres tienen que encontrar un lugar común", nos dice.

"Sabemos que si ellos no salen adelante", nos dice, refiriéndose a los pobres, "nosotros tampoco".

copyright 2002: New York Times Company

Tomado de Red Bolivariana


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