23 de abril del 2002
Marcos Roitman Rosenmann
Centro de Colaboraciones Solidarias
Ha sido la existencia de una práctica democrática en Venezuela lo que ha hecho fracasar el golpe de Estado militar. Esta afirmación se fundamenta en el siguiente análisis. Los ciudadanos comunes, los sin rostro, coparon las calles dispuestos a defender su gobierno y su política. Ello es demostración de un alto nivel de politización emergente tras años de apatía y desinterés provocado por la acción gubernamental corrupta de Acción Democrática (AD) y el Partido Demócrata Cristiano (COPEI) en la década de los años ochenta y noventa del siglo XX. Situación que acabó con el ex-presidente Carlos Andrés Pérez en la cárcel al igual que altos funcionarios de la administración.
Hoy Venezuela es una sociedad donde una parte importante de su población se haya comprometida con el proyecto de Estado-nación diseñado en la nueva constitución política aprobada en referéndum y promulgada en el año 2000. Esta singularidad permite comprender en parte la derrota de los golpistas en su intento de desconocer la Carta Magna imponiendo un gobierno de facto. Difícil entender la presencia de más de doscientas mil personas, sólo en Caracas, cercando el Palacio de Miraflores, demandando la restitución del gobierno legítimo y su presidente constitucional sin aducir a un compromiso democrático inmerso en dicha acción.
En situaciones extremas, se juega la vida. Un golpe militar implica muerte, represión, tortura, asesinato, amén de la pérdida de las libertades democráticas básicas. En estas circunstancias con responsabilidad no temeraria, desde el anonimato, hombres y mujeres, civiles y militares rompen la barrera del miedo oponiéndose a la quiebra del orden constitucional y democrático refrendado por el 88% de los venezolanos. Mas allá de la posición de las fuerzas armadas leales a la Constitución, cuya acción es también fundamental, no debemos olvidar esta lección de entrega política y humana de una parte destacada de la sociedad civil en pro de su democracia. Ello tiene una lectura positiva. Las reformas políticas, la lucha contra el neoliberalismo y la oposición a las grandes potencias hegemónicas pueden darse si tras de sí una sociedad soberana ejerce su derecho de autodeterminación avalando su gobierno y sus reformas. Otra realidad es posible.
Sin embargo, los análisis políticos previos realizados desde la oposición por los teóricos de la gobernabilidad, las democracias de baja intensidad y los aliados internacionales construyeron un cuadro de la realidad política, social y económica de Venezuela tendente a crear un ambiente propicio para la involución política. Es la lucha por implantar el lenguaje de la desestabilización. Así, el triunfo electoral del candidato Hugo Chávez fue presentado a la opinión pública internacional como un peligro para la institucionalidad política en Venezuela y América latina. Se entendía que su elección no sería un paso adelante en el proceso político de punto final pactado en 1958. El pueblo soberano había cometido un error al elegirlo. Por consiguiente era necesario crear una estrategia para revertir esta incómoda circunstancia. Se trata de lograr el retorno del país al punto previo a la derrota electoral de los partidos tradicionales COPEI y AD. ¿Pero cómo hacerlo si el presidente electo había ganado legítimamente las elecciones?
En éste, como en otros casos similares, se recurre a estrategias de descalificación y desestabilización. La historia de América latina está llena de tramas urdidas entre bastidores por especialistas en conspiraciones y golpes de Estado. Sobran los ejemplos. Pocos países se salvan de esta práctica desarrollada por las burguesías y los grupos transnacionales de poder económico y político que "gobiernan" el mundo con un elevado grado de impunidad.
Con el objetivo de acabar con el nuevo presidente se inició la construcción de un prototipo de personalidad, carácter e ideología política desde el cual interpretar la vida y obra de Hugo Chávez Frías. Así se edifica una visión del nuevo presidente a tono con el fin de crear una animadversión generalizada en la comunidad política internacional. Se ridiculiza su figura señalando que Venezuela no se merece un gobernante de baja talla y menos aún cuando tras de sí hay un proyecto político disparatado y loco contrario a la globalización y ajeno a la dinámica de los acontecimientos internacionales. Adjetivando su carácter y conducta de mesiánica, iluminada, ególatra, autoritaria, caudillista o irreverente se consigue una descalificación total. La conclusión es clara: Hugo Chávez no esta capacitado para el ejercicio del poder político. Así se anuncia una forma de gobernar populista, bonapartista, totalitaria, despótica, personalista, etcétera. ¿Quién defiende o apoya semejante adición de despropósitos en una misma persona?.
Ni proyecto democrático, ni cambio constitucional. Hay que tomar distancias. Aquellos que traten de explicar el cambio político y el proyecto bolivariano serán víctimas del mismo proceso de descalificación. Un aislamiento táctico que da resultados. Se separa a Hugo Chávez de la historia política y social de Venezuela. Se le presenta como un error de la providencia donde es necesario recobrar la cordura política. Es un loco, un payaso, un bufón. Cualquiera de estos epítetos le identifica y cumple la función prescrita: descalificar la personalidad de Hugo Chávez. ¿Qué pasaría si hiciéramos lo mismo con Felipe González, Berlusconi, Aznar, Bush, u otros presidentes y ex-mandatarios de Europa occidental caricaturizando sus personalidades y acciones políticas?
Ya tenemos una lógica, ahora se ataca la acción de gobierno. Se trata de presentar sus actos como parte de una sinrazón anclada en principios caducos cuyo resultado no puede ser otro más que la banca rota, el descrédito y la pérdida de confianza de la comunidad internacional en el país. Se maquina un sentimiento de inferioridad ligado a una sensación de vergüenza de ser venezolano con tal presidente. Las bromas de mal gusto y las risas cómplices. La imagen ardida se asienta y todos coinciden en el estereotipo de Hugo Chávez: un dictador. Y claro, en tiempos de democracia globalizada un dictador debe ser depuesto como un acto de reconstrucción democrática. Tenemos todos los elementos. Sólo falta crear el entorno adecuado para justificar en tiempo y medida la acción sediciosa. Se trata de presentar el Golpe militar en tanto producto de una exacerbación de la convivencia motivada por el carácter arbitrario de decisiones de un Presidente "iluminado" sin contacto con la realidad y donde toda la sociedad se levanta en su contra. Ya no hay vuelta atrás. La caída del dictador es necesaria y pedida a voces por lo "más noble" de la sociedad venezolana. La legitimidad del levantamiento esta garantizada. Es más, gobernantes se aprestan a dar su consentimiento. Toledo en Perú, Ricardo Lagos en Chile y Aznar en España por citar tres. Pero no contaban con la contingencia: la respuesta social y popular que evitó que los ladrones secuestraran la democracia.
Tras su fracaso, ahora se trata de presentar la derrota como triunfo. Nuevamente el control del discurso y los medios de comunicación jugarán un papel importante en dicho proceso. Fue un llamado de atención se aduce. Con ello se quiere lograr la impunidad de los golpistas. Si el gobierno no impide la acción de la justicia se demostraría el afán de revancha y se volvería a justificar una acción desestabilizadora. Ahora más que nunca existe la necesidad de hacer cumplir la ley juzgando a los golpistas. La discrecionalidad política se debe aplicar con posterioridad. Pero no puede haber impunidad. Aplicar medidas de gracia no impiden el cumplimiento de la ley. Los sediciosos deben ser llevados a los tribunales; ello dotará de un contenido democrático profundo a la República Bolivariana de Venezuela.
Tomado de Rebelión