7 de Abril de 2003
Guillermo García Ponce
Seguramente los generales del 11 de abril cabalgaron en la idea de repetir el tradicional asalto militar al poder. No se imaginaron nunca lo que sería el desenlace final de aquella aventura. Mucho menos lo pensaron sus tutores políticos, la cúpula empresarial de Fedecámaras. Ni tampoco sus gestores extranjeros que sólo creían en una rápida jugada para apoderarse de los pozos petroleros.
La idea tradicional del golpe de Estado era lo único que entonces predominaba como experiencia histórica. En 1908 el golpe de Estado de Juan Vicente Gómez, escoltado por los buques de guerra norteamericanos frente a La Guaira, fulminó a Cipriano Castro. El 18 de octubre de 1945 la conspiración contra el gobierno democrático del general Isaías Medina Angarita apenas encontró resistencia en aislados focos de la policía de Caracas. El Presidente Rómulo Gallegos fue derrocado el 14 de noviembre de 1948 sin disparar siquiera un tiro. Marcos Pérez Jiménez asumió el control total del gobierno el 2 de diciembre de 1952 sin mayor oposición.
En toda esta experiencia histórica, la línea constante de los golpes de Estado fue el conflicto y las contradicciones entre camarillas que se disputaban el poder en medio de la ausencia del pueblo y la obediencia ciega de los oficiales y soldados de la Fuerza Armada al Alto Mando Militar. Esta tradición fue rota el 12 de abril de 2002 con la rebelión del pueblo y la Fuerza Armada.
El 11 de abril secuestraron al Presidente Chávez y asaltaron el Palacio de Miraflores. Decretaron la abolición de la Constitución Bolivariana y liquidaron de un plumazo todos los órganos legítimos de la institucionalidad democrática. Desataron una brutal represión política. Creyeron que con este golpe de mano daban por concluido el proceso revolucionario. Sin embargo, el pueblo no aceptó la imposición dictada por la cúpula empresarial, los generales golpistas y sus tutores extranjeros. Tampoco lo hicieron los oficiales y soldados leales a la Constitución Bolivariana y a la institucionalidad democrática.
La rebelión del pueblo y los oficiales y soldados de la Fuerza Armada contra la dictadura de la cúpula golpista tutelada por intereses extranjeros, es un hecho único en la historia venezolana. Si los resultados de las elecciones de 1998 y 1999 significaron la ruptura con la tradición de votar a favor de los candidatos y partidos de la vieja política, la rebelión popular y militar del 12 de abril significó la ruptura con la tradición de someterse dócilmente a los golpes de Estado.
Al derrotar a los golpistas y restituir al Presidente Chávez, el pueblo y la Fuerza Armada demostraron su conciencia social y patriótica y su decisión de construir un verdadero Estado de democracia y justicia social. Sin embargo, sería un engaño imaginar que han desaparecido los peligros que acechan a la joven revolución bolivariana. La oligarquía y la "quinta columna" miquelenista no han renunciado a una nueva aventura. La agresión a Irak ha creado un nuevo escenario internacional que nos obliga a reforzar las defensas nacionales en todos los terrenos, apoyándonos en la unidad pueblo-fuerza armada y en la disciplina, organización y cohesión de todos los patriotas. En el primer aniversario del 12 de abril nos unimos a la conmemoración del pueblo y la Fuerza Armada.
Tomado de Red Bolivariana