17 de junio del 2002
Miguel Angel Hernández Arvelo
Rebelión
Entre el 11 y el 13 de abril, Venezuela vivió el proceso político más dramático e inédito de su historia contemporánea. En 48 horas, un gobierno democráticamente elegido y ratificado en una nueva elección por un elevado porcentaje de la población venezolana, fue derrocado y reinstalado en el poder, mientras que el efímero gobierno de facto que había asumido tras el derrocamiento del presidente Chávez, desaparecía con la misma rapidez con la que había surgido.
Aún es temprano para conocer los pormenores políticos y sociales de un fenómeno tan interesante y particularmente significativo en la situación presente y futura del país. No está a disposición de la mayoría de la población la documentación que arroje luces sobre los preparativos de la asonada golpista, tampoco está totalmente claro el papel jugado por factores externos como el gobierno norteamericano. Apenas se acaba de conformar en la Asamblea Nacional la comisión que investigará los hechos de violencia que precedieron al golpe de Estado. No obstante estas limitaciones, resulta urgente comenzar a esbozar algunas ideas sobre lo ocurrido entre el 11 y el 13 de abril.
En primer término, no cabe la menor duda que en Venezuela se produjo un golpe de Estado, no estrictamente militar, pero en el que, sin embargo, participó un importante sector de las fuerzas armadas, especialmente compuesto por generales y almirantes, así como también un predominante sector civil, compuesto, aparentemente, por jóvenes empresarios. Otro componente importante del golpe fue la Iglesia Católica. Según informaciones no confirmadas, uno de los sitios a donde fue llevado el presidente Chávez después de ser arrestado fue la sede de la Conferencia Episcopal, además, la mayoría de los ministros nombrados por el breve gobierno de Pedro Carmona Estanga son miembros del Opus Dei, incluso con altas responsabilidades dentro de dicha organización.
El golpe no tuvo las características tradicionales de las asonadas militares latinoamericanas. No fue una operación milimétricamente planificada en la clandestinidad, fijada para un día y una hora determinada, por el contrario, la oposición al gobierno de Chávez venía desde hacía meses conspirando abiertamente, utilizando como punta de lanza a los medios de comunicación social.
Esta estrategia se recrudeció con particular énfasis y decisión desde el paro patronal del 10 de diciembre del pasado año.
Fedecámaras y la CTV, junto a diversos partidos políticos y organizaciones sociales, iniciaron desde aquella fecha una escalada de confrontación que tenía como objetivo crear una situación de crisis social generalizada, que eventualmente generara enfrentamientos violentos entre partidarios del gobierno y de la oposición antichavista, para propiciar la intervención de las fuerzas armadas. Para ello se trazaron un plan de acciones de calle y huelgas que concluyeron con el paro general indefinido iniciado el día 10 de abril y que tuvo como corolario la movilización del día 11 que comenzó en el Parque del Este y que debía terminar en Chuao. Pero precisamente fue este el momento que se aprovechó para producir una abierta y flagrante provocación cuando sectores organizadores de la manifestación decidieron conducirla hasta el Palacio de Miraflores donde un gran número de partidarios del gobierno se encontraban concentrados. La violencia que se desató, lo cual era precisamente lo que algunos sectores participantes en la marcha buscaban, sentó las bases para la intervención de las fuerzas armadas. Las cartas del golpe de Estado ya estaban echadas.
El golpe de Estado encabezado por Pedro Carmona Estanga, en menos de 48 horas, mostró una faz ultraconservadora; sin lugar a dudas que los venezolanos vimos en el poder, quizás por primera vez, el comienzo de una dictadura de derecha que en el breve período de su existencia llevó a cabo más de 1000 allanamientos en todo el país, arrestó a ciento de personas violando sus más elementales derechos y garantía ciudadanas, arremetió contra funcionarios del gobierno de Chávez y mediante decreto eliminó la Asamblea Nacional y todos los demás poderes públicos, así como el nombre constitucionalmente establecido del país: República Bolivariana de Venezuela. Sin embargo, un golpe de esta orientación ideológica tan marcada, no hubiera sido posible sin una base social que lo avalara. Nuestra opinión es que en Venezuela se ha venido desarrollando en los últimos años, exacerbado en los últimos tres por el discurso de confrontación y de interpelación al pueblo utilizado por el presidente Chávez, una mentalidad conservadora, clasista y racista en importantes componentes de la clase media, especialmente entre sus sectores más encumbrados, aunque con repercusiones en otros ámbitos sociales donde ha prendido una falsa conciencia. No debemos perder de vista que la clase media venezolana, gracias a la renta petrolera, ha disfrutado tradicionalmente de un alto nivel de vida, simultáneamente con poseer una limitada cultura general, y un muy débil nivel de politización, determinado por las condiciones de su entorno. Todo esto la convierte en un sector social profundamente conservador y temeroso de lo que considera un giro del país hacia posturas socializantes y eventualmente autoritarias, temor que se ve recrudecido por el discurso y las imágenes difundidas por los medios de comunicación, especialmente por la televisión.
Otro aspecto de primerísima importancia a considerar es el relativo al tema militar. Está claro que las fuerzas armadas venezolanas atravesaron por una profunda crisis que las tiene hoy sumidas en una evidente división, división que no es nueva, ya se había manifestado a raíz de los golpes militares de 1992, sin embargo, hoy se ve recrudecida y modificada por los procesos sociopolíticos que se venían desarrollando en el país como preámbulo de la asonada cívico-militar del 11 de abril.
Entre el 11 y el 13 de abril, se produjo un proceso interesante en el seno de las fuerzas armadas. Después de la confrontación entre partidarios del presidente Chávez y los participantes en la marcha organizada por la oposición el día 11, que concluyó con severos disturbios en las inmediaciones del Palacio de Miraflores, un sector de las fuerzas armadas, especialmente el que se conoce como "institucionalista", mostró públicamente su rechazo a lo que consideraron en un primer momento como una agresión a personas que marchaban pacíficamente, gracias a la difusión sistemática y tergiversada de los sucesos por parte de los medios de comunicación especialmente televisivos, incluso expresaron su rechazo a reprimir al pueblo. Este sector, compuesto básicamente por oficiales de alto rango (almirantes y generales), en alianza con sectores civiles y con oficiales abiertamente antichavistas, procedieron a ejecutar un golpe de estado que se materializó en la noche del mismo día 11 de abril mediante la detención del presidente Chávez, procediéndose al día siguiente a nombrar un nuevo presidente, papel que recayó en el Dr. Pedro Carmona Estanga, hasta ese momento presidente de Fedecamaras. No cabe duda que entre la noche del 11 de abril y el día 12, el gobierno del presidente Chávez perdió el control del conjunto de las fuerzas armadas, así como el control gubernamental. Durante aproximadamente 24 horas, el gobierno de Hugo Chávez Frías cayó.
Qué posibilitó el retorno de Chávez al poder? La movilización militar y popular
Después de un período de desconcierto durante el cual se creía que el presidente había renunciado, los militares chavistas, básicamente compuestos por oficiales de rango intermedio y bajo (mayores, capitanes, tenientes), así como los suboficiales y una abrumadora mayoría de la tropa, reaccionó, presionando a sus superiores por el retorno de Chávez, por el respeto a la Constitución y exigiendo comprobar que efectivamente el presidente había renunciado. Simultáneamente con esto, y con motivaciones similares, se comenzó a producir una profunda movilización en significativos sectores de la población más pobre del país, pero especialmente dramática en Caracas, generándose un movimiento espontáneo y masivo en toda la capital que produjo la más gigantesca manifestación popular que se haya producido jamás en la historia política del país, sin embargo, el control de los medios de comunicación de masas, especialmente la televisión, por parte de los sectores antichavistas, ha ocultado sistemáticamente este hecho, invisibilizando a un importante sector de la población de la capital, así como a un proceso social que algún día deberá ser develado y conocido por el país. La presión popular exigiendo la verdad sobre la renuncia del presidente y planteando su regreso, se concentró en el Palacio de Miraflores y en la principal guarnición capitalina, Fuerte Tiuna, donde supuestamente se encontraba detenido Chávez.
Pensar en lo que pasó, como un hecho superado, es por lo menos, ingenuo. Los factores que posibilitaron el derrocamiento momentáneo del presidente Chávez siguen vigentes y actuando como si nada hubiera ocurrido. Los sectores militares descontentos con el actual régimen aún permanecen en el seno de las fuerzas armadas, la derecha ultraconservadora que se expresó políticamente a través del golpe, puede recomponerse, ganar nuevos bríos y aliarse a los sectores que en un primer momento excluyó. El golpe del 11 es sólo el primer capítulo de una crisis política y social que sólo se resolverá mediante la medición de fuerzas de los sectores en pugna, la imposible reconciliación entre sectores sociales con intereses contrapuestos sólo servirá para ahogar las esperanzas de redención de la inmensa mayoría pobre y silenciosa, tradicionalmente marginada de las decisiones más importantes.
Miguel Angel Hernández Arvelo es profesor de la UCV de Caracas
Tomado de Rebelión