17 de marzo

25 de Julio de 2002

El 11 de abril o la reedición de la masacre del Amparo en las cercanías de Miraflores

José Didier
Red Bolivariana

Cuando llegaron las primeras noticias del asesinato masivo de venezolanos marchando en protesta "pacífica" y solicitando la renuncia del Presidente Chávez, no sé por qué, me vino a la mente el caso del Amparo y así lo hice saber a un grupo de amigos. ¿Lo recuerdan? coincidencialmente gobernaba Acción Democrática. Pues bien, una banda de desalmados, por dinero, casi siempre es así, planificó y llevó a cabo una matanza, horrible, que obedeció al mismito patrón de la masacre del 11 de abril. Había, entonces, que justificar la presencia de grupos paramilitares en la frontera colombiana para combatir, acabar o impedir la actuación de grupos guerrilleros colombianos en territorio venezolano y proporcionarle, al mismo tiempo, argumentos de peso al congreso para la aprobación de una cuantiosa partida para el financiamiento de la operación paramilitar en la frontera, fondos estos, que en buena parte y estamos claro en esto, terminarían en los bolsillos de unos cuantos. ¿Pero dónde estaban esos guerrilleros? Evidentemente no se encontraban a la vuelta de la esquina. Las averiguaciones posteriores a los acontecimientos revelaron que el jefe civil del tristemente célebre pueblo fronterizo, uno de los tantos señalados en el plan macabro, invitó, no recuerdo bien el número, a unos 16 campesinos, a un sancocho en las cercanías del río. Algunos, incluso, eran compadres del anfitrión. Cuando estos se preparaban inocentemente para el festejo, una banda armada los sorprendió, los asesinó, y, tras ajusticiarlos, se encargó de la escenografía; disfrazó a sus víctimas de guerrilleros, sembró las armas en señal "inapelable" de una incursión de la guerrilla colombiana en territorio venezolano y, así, sirvieron la mesa para apoyar el trabajo legislativo de los diputados y senadores de la República... Eran guerrilleros los muertos! Así lo juro Lusinchi desde Ciudad Bolívar, así lo creyó el mundo, y tal cual lo vivimos los venezolanos pero sólo por unos instantes. El destino quizo que dos de esos humildes campesinos venezolanos se retrasaran en el camino al festejo y pudieran presenciar entre los arbustos la masacre del Amparo.

Había mucho más en juego el 11 de abril. Estaba sobre el tapiz, y sigue estándolo, el control de todas las potencialidades de uno de los países más favorecidos por la mano de Dios, sin olvidar lo que representamos en el contexto geopolítico de la América Latina. Estamos hablando, entre otras cosas, de un asunto de sobre vivencia en el que las economías más poderosas se ven apuntaladas por la acción intervencionista de sus gobiernos con fórmulas inescrupulosas que van hasta la corrupción de la elite política de países como el nuestro. Entendiéndolo así, Chávez, y el proyecto Bolivariano, son algo más que una piedra en el zapato yanqui. Había que acabar con él e impedir la propagación de su proyecto político por la América Latina. He ahí el móvil de la masacre del 11 de abril.

Jamás gobierno alguno en el mundo, hasta donde tenga conocimiento, había tenido que enfrentar una conspiración de tal naturaleza. Medios, iglesia, central de trabajadores, empresarios, generales, partidos políticos, toda una "sociedad" dispuesta y animada, y así se percibe, por una mezcla de sentimientos y criterios confusos y reprochables, en muchos casos, que avalan un balance general que pudiéramos hacer de la Venezuela de hoy tras cinco décadas de ensayo "democrático". La fuerza de esa oposición está precisamente allí, arraigada en la naturaleza humana de las personas que la sostienen.¿ Qué clase de ser humano puede, por ejemplo, conocer de la masacre del Amparo, negarla y silenciarla? La misma clase que concibió y auspició el plan macabro del 11 de abril. Del móvil sólo conocemos algunos elementos. Había que sacar del poder al Presidente Chávez mediante un golpe de estado; justificar, por un lado, la rebelión militar y, simultáneamente, destruir un profundo sentimiento del pueblo por su líder. Esta pretensión jamás se concretó. No había francotirador para liquidar un sentimiento de amor nunca visto entre un pueblo cargado de miserias y su líder. Los francotiradores cumplieron su papel. Aportaron los muertos para justificar la intervención de la cúpula militar y por más que los medios, perfectamente sincronizados, lograron en un principio proyectar al mundo la imagen de "Chávez asesino", un río de amor y dignidad bajó de los cerros para devolverle al país su esperanza.

Los cabecillas, los que tuvieron a cargo la planificación de la conspiración, siempre tuvieron presente el golpe de estado como única formula capaz de erradicar el proyecto bolivariano. Sólo borrando todo vestigio de constitucionalidad se lograría tal propósito. Todos estaban conscientes de ello, principalmente los partidos políticos opositores que auspiciaron el golpe desde el seno de la propia Asamblea Nacional. Así lo confesaron descaradamente en cada una de sus actuaciones en las interpelaciones. No es preciso verlos en pantalla gigante, firmando el decreto y manifestando públicamente su adhesión al gobierno de facto para comprobar un hecho tan evidente. Cada cual tenia su rol asignado. Alguien debía encargarse del trabajo sucio, me refiero a liquidar y desbaratar el movimiento bolivariano. Eso le correspondía a los Carmonianos. Los políticos, conscientes del compromiso, acompañaron la conspiración hasta donde la prudencia lo aconsejaba, a las puertas de Miraflores. De allí en adelante, proclamado el dictador, aprovecharon el decreto para deslindarse del gobierno transitorio como si los venezolanos desconociéramos la clandestina colaboración que en el futuro mantendrían con el dictador para acabar definitivamente el proceso Bolivariano. Cumplida la etapa de exterminio, vendrían elecciones "democráticas"; varios candidatos representando una sola opción.

Iris Varela acertó. Los revolucionarios, al menos los de aquí, no sabemos reprimir. ¿Pero cómo evolucionar en medio de tanta mala fe?

Tomado de Red Bolivariana


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