Raúl Zibechi
Rebelión
21 de septiembre del 2002
A sólo dos semanas de las elecciones y pese a la dura ofensiva del candidato oficialista José Serra, el dirigente del PT está más cerca que nunca de llegar a ocupar el gobierno del país más poderoso de América Latina.
Quince días en país como Brasil, donde la campaña electoral es muy breve, son casi una eternidad. De ahí que la ventaja que le otorgan los últimos sondeos a Luiz Inácio "Lula" da Silva deba tomarse con precaución. En las intenciones de voto el candidato del PT oscila entre el 41 y 42 por ciento, seguido a distancia por el oficialista José Serra, entre 17 y 19 por ciento. Mucho más atrás, ya fuera de la segunda vuelta, aparece el aspirante del Frente Laborista, Ciro Gomes (12 al 15 por ciento), y por último el populista Anthony Garotinho (12 al 13 por ciento). En todas las encuestas Lula vence con comodidad en la segunda vuelta.
Estos datos, no obstante, deben ser tomados con pinzas. Apenas tres semanas atrás Gomes marchaba segundo y había conseguido desplazar a Serra a un lejano tercer puesto. En poco tiempo, la candidatura de Serra consiguió arrinconar a Gomes en base a una agresiva campaña en la que ponía en duda su credibilidad como candidato. La posición de Gomes, que en los sondeos había estado muy cerca de alcanzar a Lula, se vino abajo de forma estrepitosa. Ahora Serra comenzó a atacar al candidato petista, lanzando toda la gruesa batería que es tradicional en la política brasileña y que le impidió a Lula ganar en tres oportunidades.
Hasta esta semana la candidatura de Lula creció en base a una campaña bautizada de "paz y amor". Mientras Serra y Gomes estaban obligados a enfrentarse duramente para asegurarse el segundo puesto y pasar así al balotaje, el petista se permitió no atacar a nadie, se mostró muy sereno y confiado y pudo exponer sus propuestas sin adversarios a la vista que lo obligaran a entrar en agrias disputas. De pronto, ese panorama cambió. Ahora Lula debe reaccionar a los ataques ingresando así en el terreno favorito del oficialismo. No obstante, el PT aseguró que "Serra adoptó el estilo de (Fernando) Collor, pero no vamos a entrar al trapo".
En el cuartel general de Serra reina cierto nerviosismo. Un nuevo crecimiento de Lula en las encuestas podría provocar una desbandada de votos a su favor, haciendo realidad lo que hasta ahora sólo se permitía soñar: un triunfo tan amplio en la primera vuelta que haga innecesaria una segunda.
Hasta ahora, la profundización de la crisis jugó a favor de la oposición. Esta semana el dólar trepó hasta 3,30 reales, situando la devaluación en un 40 por ciento desde enero, y la bolsa de San Pablo experimentó una nueva caída, esta semana, del 3,4 por ciento. Es apenas la muestra de que "los mercados" atraviesan una etapa de nerviosismo.
El problema de fondo, sin embargo, es mucho más aterrador. 2002 es el año del desplome financiero del modelo brasileño: 30 mil millones de dólares se fueron del país en concepto de pago de intereses de la deuda, otros 20 mil millones por la fuga de capitales, las tasas de interés treparon al 20 por ciento, la deuda pública neta es del 62,5 por ciento del PBI, los requerimietnos financieros anuales superan los 50 mil millones de dólares pero sólo ingresan al país, en el mejor de los casos, unos 15 mil millones anuales. Inversores nacionales y sobre todo extranjeros están retirando sus colocaciones del país y la economía está en plena recesión, esperándose un crecimiento nulo para este año. Sólo el reciente anuncio de un préstamo del FMI de 30 mil millones de dólares -de los cuales apenas 5 mil millones eran para el gobierno de Cardoso y los otros 25 mil millones para 2003, ya con el futuro gobierno- salvó al país del default. Por ahora.
Lo peor de todo es que esta situación se viene agravando. En los ocho últimos años, desde que Fernando Henrique Cardoso ocupa la presidencia, la deuda externa creció de 148 mil millones a los casi 250 mil millones actuales, en tanto el gobierno pasó de destinar, en 2000, el 24,9 por ciento de su recaudación al pago de los intereses de la deuda a nada menos que el 55 por ciento. Lula aseguró estos días, en declaraciones a la televisión argentina, que piensa promover un cambio de rumbo: "Yo no creo en ninguna salida económica ni para Brasil, ni para Argentina tomando dinero prestado del FMI o de quien sea". Aunque no se cansa de repetir que va a pagar la deuda externa, habiendo dado seguridad a inversores y organismos internacionales en el sentido del cuplimiento de todos los compromisos, la cuestión económica puede ser uno de los temas calientes en las dos semanas previas al 6 de octubre.
Si Serra consigue frenar el crecimiento del petista, la segunda vuelta le otorgará la chance de atacar a Lula en uno de sus flancos más débiles, contando a su favor con el seguro deterioro de las cuentas del país. En efecto, el temor a un desbarranque económico sigue siendo uno de los mejores argumentos de la derecha a la hora de asegurarse el continuismo.
El segundo argumento es mucho menos sutil. Ya en ocasiones anteriores las elites del país dejaron claro que un exmecánico no puede gobernar una potencia. Lula no esquiva el bulto y lo convierte en argumento. En un mitin celebrado esta semana en San Pablo, en el cinturón industrial que lo lanzó a la fama, dijo: "No ha habido nunca un gobernante en Brasil que supiera lo que es el desempleo", recordando los 11 meses que en 1965 pasó buscando trabajo en grandes fábricas como Mercedes Benz, Ford y Volkswagen. Agregó que los brasileños no piden mucho, "apenas quieren el derecho al trabajo, a la vivienda, al estudio, a la cultura y al deporte. Aquí no hay un pueblo que quiere más, sino un gobierno que da menos de lo que el pueblo tiene derecho". Resta ver si pidiendo menos consigue levantar el veto de los poderosos y mantener la confianza de los suyos.
Tomado de Rebelion