Por Luis Ignácio Lula da Silva
En 1992, cuando el coronel Hugo Chávez encabezó una insurrección contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez, mi partido y yo mismo condenamos aquel movimiento. Teníamos claro, no obstante, que Chávez no era uno de los militares "gorilas" que infestaran América Latina en los años 60 y 70.
El intentaba, equivocadamente, interpretar las aspiraciones populares. La simpatía que tuvo en la sociedad reveló la gravedad de la crisis venezolana y la insensibilidad de sus elites para enfrentarla.
El sistema político de Venezuela, presentado desde hace décadas como un modelo democrático para América Latina, se estaba degenerando. Se ahondaba en el país una grave crisis económica con dramáticas consecuencias sociales. Recuerdo que en 1989, antes de las elecciones brasileñas, estaba en Roma cuando llegó la noticia del Caracazo, el levantamiento popular contra los precios impuestos por el FMI a Carlos Andrés. En los conflictos murieron cerca de mil personas. La crisis del sistema político venezolano prosiguió. Más tarde, el congreso votó el juicio político de Pérez. Su sucesor, Rafael Caldera, un hombre honrado, con quien tuve el placer de conversar en 1994, se separó de su partido, el Demócrata Cristiano, para ser elegido presidente. Fue incapaz, sin embargo, de sacar a Venezuela del pozo en que el país se encontraba.
Estos antecedentes explican la extraordinaria victoria de Hugo Chávez en las elecciones de diciembre último, con casi el 60% de los votos. Chávez no engañó a sus electores. Expresó durante la campaña electoral la convicción de que las instituciones nacionales se habían degenerado y que era necesario refundar la república. Anticipó su propuesta de convocar a una Asamblea Constituyente con plenos poderes. Defendió una ruptura democrática capaz de dar al país instituciones modernas y sólidas a fin de enfrentar los grandes desafíos sociales. Sometió esa propuesta a plebiscito y venció. Sus partidarios vencieron en las elecciones que se realizaron inmediatamente después. La amplitud de esa victoria fue tal que el Congreso se declaró en receso mientras la Constituyente deliberara. Esos son los hechos. Es posible que una parte de la izquierda brasileña haya sufrido en su historia tentaciones golpistas. Ni yo ni el PT somos herederos de esa tradición. En nuestra trayectoria de casi 20 años reiteramos permanentemente nuestro compromiso con la democracia, el respeto a los derechos humanos y al estado de derecho. El golpismo en Brasil "como tentación y como práctica"; siempre fue prerrogativa de las elites.
Reflexionando sobre el nerviosismo que el presidente Chávez ha provocado en parte de los políticos brasileños y en algunos formadores de la opinión pública, me pregunto si ese sentimiento no está ligado al "mal ejemplo" que la situación actual de Venezuela está dando a nuestro país. La evolución política del Brasil no está marcada por rupturas. Al contrario: crecemos económicamente como pocos países en el mundo y concentramos renta como ninguno, sin hacer revoluciones, ni reformas estructurales. Nuestra elite odia las rupturas. No está dispuesta tampoco a "perder los anillos para no perder los dedos". Quiere los dedos y los anillos.
El coronel Chávez es un mal ejemplo. Defiende algunas "antigüedades" como la soberanía nacional, el bienestar de la población, el combate efectivo de la corrupción.
Propone nuevas relaciones entre el mercado y el Estado. Quiere rupturas democráticas. No me consta que haya comprado diputados para votar un artículo que permita su reelección. No me consta que esté gobernando, o pretendiendo gobernar, a través de medidas provisorias o que esté entregando a buen precio (para los compradores) y con créditos públicos el patrimonio estatal.
En los dos encuentros que tuve con Chávez oí de él, si habérselo pedido, claras manifestaciones en favor del estado democrático de derecho. Apoyo esa disposición y me opongo a todos aquellos que quieren empujarlo en dirección contraria para después poder decir "yo tenía razón". Sentí en el presidente venezolano voluntad política de gobernar para la mayoría de su pueblo y, aunque el adjetivo pueda sorprender o disgustar a algunos, considero a esa disposición como algo fantástico".
Tomado de Rebelion