17 de marzo

21 de septiembre del 2002

Masacre de refugiados palestinos en los campos Sabra y Chatila

Las masacres no "pasan simplemente"

Laurie King-Irani
The Electronic Intifada

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Hace veinte años, en una mañana de sábado calurosa y pesada, una espeluznante realidad salió a la luz en Líbano. Algunas personas que se acercaron a los vecinos campos de refugiados de Sabra y Chatila en los alrededores de Beirut sospecharon que algo terrible había ocurrido en las callejuelas, las casas y las calles de los campos durante un día o más. Desde el miércoles anterior, las tropas y los tanques israelíes habían rodeado los campos y el área fue sometida a un fuego constante de artillería.

Los soldados del IDF [ejército israelí], comandados por el General Ariel Sharon asistido por Rafael Eitan y Amos Yaron, habían impedido que nadie entrara o abandonara los campos -nadie, es decir, fuera de los milicianos falangistas de triste fama por su odio asesino contra los palestinos, respaldados, armados y pertrechados por Israel. Por la noche, los soldados del IDF lanzaron luces de bengala para ayudar a los milicianos en sus horripilantes tareas, cuyos resultados horrorizarían al mundo ese sábado de septiembre hace dos décadas.

Aun antes de que los periodistas, diplomáticos, el personal de la Cruz Roja y otras ingresaran a los campos esa mañana, sus peores temores se confirmaran por el olor nauseabundo de la carne en putrefacción y el audible zumbido de miles de moscas, el único sonido que rompía el opresivo silencio antes de que los angustiados gritos de los supervivientes desgarraran el aire. Periodistas endurecidos vomitaron. Hombres adultos se desmayaron. Avezados representantes de la Cruz Roja miraban aturdidos.

"Yo divido mi vida entre antes y después de Sabra y Chatila," dijo Elias, un antiguo voluntario de la Cruz Roja con el que trabajé en el Líbano. "Ya no fui la misma persona después de haber visto los cuerpos destrozados de los bebés y los cadáveres de mujeres con sus estómagos desgarrados al aire. Durante semanas, imaginé que seguía oliendo todos esos cuerpos apestando bajo el calor de esa mañana. Alteró por completo mi imagen de la naturaleza humana."

Elias, que entonces tenía sólo 17 años, era uno de los más jóvenes entre los que descubrieron una de las peores atrocidades de la era posterior a la II Guerra Mundial en los campos de refugiados el 18 de septiembre de 1982. Ahora, con cerca de cuarenta años, dice que nunca olvidará esa fecha ni su significado.

Por desgracia, hay muchos que no saben, para qué hablar de que recuerden, que ocurrieron las matanzas de Sabra y Chatila.

Algunos, al saber que por lo menos 1.500 inocentes civiles libaneses y palestinos fueron torturados, violados, mutilados y luego masacrados en dos días de orgía de asesinato y caos, después de un verano durante el cual el ejército invasor de Israel cometió numerosos crímenes de guerra que resultaron en la muerte de más de 15.000 civiles, simplemente se encogen de hombros, como para decir "¿De veras? Bueno, ¿qué se le va a hacer? Después de todo es el Medio Oriente. Cosas así pasan por allá todo el tiempo."

Pero las masacres no "pasan simplemente". No son desastres naturales, como los terremotos, los tornados, o los maremotos. Las masacres requieren pensamiento, planificación y coordinación. Las masacres provienen de estrategias calculadas y de la astuta manipulación de emociones, hechos, y motivos. Requieren una gama particular de roles sociales interrelacionados y un modelo específico de conducta. Cada masacre tiene su propia organización política, apuntalada por una serie de creencias motivadoras e ideologías legitimadoras.

Las masacres no ocurren espontáneamente, como una refriega en un bar. Cuando está implicado un ejército -como fue claramente el caso hace 20 años en Beirut, una ciudad dividida bajo ocupación militar israelí- las masacres requieren también una línea de mando. Se dan órdenes, se colocan tanques, se controlan y se aprueban papeles, se niega el paso, las rutas son bloqueadas, las salidas son selladas, se lanzan luces de bengala, los soldados son transportados a través de las líneas de demarcación, se aprovisiona a los asesinos, se cavan las fosas comunes, los cadáveres son ocultados, se hace desaparecer a la gente y luego se inventan historias, se presentan excusas, y -siempre- se niegan los hechos. La primera víctima de cada guerra y la última víctima de cada masacre es siempre la misma: la verdad.

Según el derecho internacional, específicamente la IV Convención de Ginebra, la responsabilidad de mando por crímenes de guerra reside en última instancia en los oficiales del mayor grado militar presente. En el caso de las matanzas de Sabra y Chatila, esa persona era y sigue siendo el General Ariel Sharon. El hecho de que, 20 años más tarde, Sharon sea un jefe de gobierno en funciones con los beneficios agregados del poder y del prestigio, mientras que los muertos de Sabra y Chatila yacen olvidados en tumbas anónimas debiera ser motivo de alarma y escándalo generalizados. Que no se produzcan es algo siniestro; incluye la evidencia de otros asesinatos, continuos y metafóricos.

Las masacres tienen autores; son crímenes que deben ser investigados y llevados ante los tribunales. Para los deudos, las masacres nunca terminan hasta que se hace justicia. Cada día desde ese terrible sábado en 1982 ha sido una y otra vez un 18 de septiembre para los supervivientes de Sabra y Chatila. Olvidar una masacre es volver a asesinar a los muertos; olvidar a los muertos es aprobar el crimen y perdonar a los asesinos. Y los muertos de Sabra y Chatila han sido matados muchas, muchas veces. Cada vez que pasó otro aniversario y nadie lo conmemoró, cada vez que la basura profanó el sitio de la fosa común, cada vez que las autoridades libanesas se negaron a investigar o a procesar por los crímenes, no sólo los muertos, sino también los atormentados supervivientes, fueron asesinados una y otra vez.

Y cada vez que el Primer Ministro israelí Ariel Sharon, a quien, según una comisión oficial israelí de investigación "le incumbe una responsabilidad personal" por las masacres, es anunciado como un "hombre de paz" y un líder admirable, la verdad es asesinada una vez más. Es así como florece la impunidad, como las leyes pierden su sentido, y como se erosiona poco a poco el delicado tejido de los asuntos sociales y políticos humanos.

La impunidad por las masacres de Sabra y Chatila no es sólo moralmente censurable y psicológicamente insoportable, sino que es también políticamente peligrosa por el precedente que establece y por los corazones y mentes que envenena. El que no obtiene justicia buscará venganza. De esta manera, el mal de un crimen se encona y se esparce, llegando a afectar a otros, aunque estén a kilómetros de distancia y aunque hayan pasado décadas.

Hoy en día, el 20 aniversario de las masacres de Sabra y Chatila, tal vez sea el más doloroso hasta la fecha para las familias de los asesinados. El año pasado, 23 valerosos supervivientes presentaron una acusación contra Ariel Sharon, Amos Yaron, y otros israelíes y libaneses ante un tribunal belga basándose en el principio de la Jurisdicción Universal con la esperanza de lograr por fin justicia para los muertos y paz para los vivientes. El principio de la jurisdicción universal, incorporado en la IV Convención de Ginebra, en el derecho humanitario internacional y en la Convención sobre la Tortura de 1984, se basa en el derecho de la costumbre así como en un consenso, reforzado por los horrores de la II Guerra Mundial, de que algunos crímenes son tan atroces que amenazan a todo el género humano. La jurisdicción para el enjuiciamiento de esos crímenes debe ser universal, no sólo territorial.

Las convenciones de Ginebra establecen específicamente que todos los firmantes de la convención tienen no sólo el derecho sino por cierto el deber de procesar o extraditar a los individuos culpables de crímenes de guerra, de crímenes contra la humanidad y de genocidio. En 1993, el Parlamento belga incorporó formalmente el principio de la Jurisdicción Universal en el código penal belga, capacitando así a los tribunales belgas para considerar casos de crímenes de guerra que no tengan conexión con Bélgica.

A pesar de una cuidadosa documentación y de amplios testimonios, a pesar del permanente apoyo del Fiscal General de Bruselas para los argumentos presentados por los supervivientes de la masacre, no de los abogados que representaban a los acusados durante la audiencia previa al juicio; y a pesar de nueva evidencia que implicaba a personal del IDF en las masacres así como en la desaparición de cientos de hombres y niños inmediatamente después de los asesinatos, una Corte de Apelaciones belga rechazó el caso por un absurdo detalle técnico: El caso no podía continuar hacia la etapa final del proceso porque los acusados no estaban "presentes en suelo belga."

Especialistas en derecho internacional, nada menos que Amnistía Internacional y Human Rights Watch, señalaron que esta sentencia constituía una burla del principio de la jurisdicción universal por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Otro asesinato resultante de las masacres de Sabra y Chatila: el asesinato de la fe popular en los principios, procesos, y la eficacia del derecho internacional. Con esta decisión por una Corte de Apelaciones belga, las consecuencias de los crímenes cometidos hace veinte años en Beirut tomaron nuevas y perturbadoras dimensiones internacionales. Las masacres de Sabra y Chatila ya no son simplemente un capítulo particularmente sangriento en el conflicto árabe-israelí-palestino, sino más bien, un brutal recuerdo del fracaso de la comunidad internacional en la aplicación justa y consecuente del derecho internacional.

Se espera que el próximo mes el Parlamento belga, bajo la presión de una amplia coalición de ONGs y de personas que representan diversos puntos de vista políticos, aprobará un nuevo punto de legislación interpretativa que rescatará la ley de Jurisdicción Universal del país y aclarará que las partes acusadas no tienen que estar presentes en suelo belga para que un caso llegue a proceso. Si se aprobara la legislación propuesta, haría innecesaria la apelación de los supervivientes de las masacres de Sabra y Chatila a la Corte Suprema de Bélgica, permitiéndoles que lancen otro intento de lograr justicia en Bélgica por las masacres de 1982 en Beirut.

Después de veinte años de angustia, los supervivientes de Sabra y Chatila siguen esperando lograr justicia, para que sus muertos descansen en paz, y para comenzar a vivir de nuevo. Pero la justicia, como una masacre, no pasa simplemente. Se necesitará considerable coordinación, esfuerzo, paciencia y habilidad antes que los supervivientes puedan dar vuelta la página del aciago día del 18 de septiembre.

Tomado de www.rebelion.org


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