18 de febrero del 2003
David Javier Medina
Rebelión
Un cierto aire de orgullo y nostalgia se percibe en las cuñas de promoción de la telenovela Estefanía producida por el canal privado Radio Caracas Televisión RCTV hace varios años.
Dada la situación del país y la línea editorial de los canales privados venezolanos, es obvio que una historia de amor en el contexto de la lucha política durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, ayudaría según sus promotores a la campaña contra el gobierno de Hugo Chávez Frías, pues a través de la audiencia, cuyo producto preferido en Venezuela se circunscribe desde hace mucho tiempo al género del melodrama, se puede acentuar la idea de un gobierno dictatorial, más aún, cuando los analistas políticos, la mayoría de los periodistas y los dueños de los medios de comunicación no han logrado convencer ni a propios ni a extraños de tal dictadura.
No obstante, la telenovela "Estefanía", protagonizada por Pierina España y el ya famoso cantante José Luis Rodríguez, en lugar de adoctrinar una audiencia con su repetición en horario "todo público", solo demostrará el grado de involución al que ha llegado la televisión venezolana, y muy particularmente el género de las telenovelas.
Cuando los dueños de los medios de comunicación, y la mayor parte de los trabajadores de los canales privados repiten con necedad asombrosa, que se pretende eliminar el derecho a la libertad de expresión con una Ley de Responsabilidad Social de Medios de Comunicación, además de denunciar actos represivos del gobierno por la apertura de procesos administrativos que podrían terminar en el cierre temporal o definitivo de las señales dadas en concesión, simplemente están dejando ver el orgullo herido de quien no quiere aceptar haber perdido el poder mediático.
La pérdida de dicho poder sobrevino cuando el monopolio de los medios quedó al descubierto en los sucesos de abril, cuando ningún canal televisivo privado informó de las manifestaciones populares que reclamaban el regreso al hilo constitucional y todo porque ello generaría una matriz de opinión en contra de poderosos intereses económicos, incluyendo por supuesto el poder económico de los medios.
Pero la realidad jamás podrá ser suplantada ni mostrada en esencia por cualquier medio de comunicación, por más alienada que sea una determinada sociedad para aceptarla. Y parte de esa realidad es que la televisión venezolana se ha aislado en un monólogo de idiotas, no solo desde el punto de vista político, sino en toda su dimensión, pues hoy día solo presentan lo más selecto de la mediocridad.
Cantantes que no saben cantar, cuyas letras y composiciones musicales demuestran que ninguno de ellos a pisado un conservatorio. Periodistas con tal mediocridad e ignorancia que cuando hablan dejan verse como analfabetas de buena presencia, ninguno de ellos parece haber leído un libro, aunque los hay que responden haber terminado "Juan Salvador Gaviota" y "El arte de amar".
En el caso de las telenovelas, género que por muchos años dio renombre a Venezuela en el mercado, la involución ha sido tan grave que Estefanía es mostrada como un clásico similar a lo que es el "Ciudadano Kane" para el séptimo arte.
Ciertamente es triste ver que las telenovelas venezolanas muestran serias deficiencias que le han hecho perder terreno en el mercado, prueba de ello es que la audiencia prefiere las historias colombianas, no porque las historias sean mejores, como muchos aseguran con argumentos simplistas, sino porque el monopolio ha afectado la calidad por la cantidad.
Afectando todas las fases de la producción dramática, desde la dramaturgia, pasando por la selección adecuada de actores y actrices profesionales, hasta el respeto por un televidente que aprende a exigir un trabajo más ético y profesional.
No bastan modelos con culos perfectos, no basta la fama de un libretista entregado a la pereza de no pensar y repetir formulas desgastadas, incluso en historias estúpidas y sin conflicto. No basta actores de renombre que por dependencia de un salario aceptan cualquier personaje, aún sabiendo que no está trabajado en lo más mínimo. No basta la vieja idea de que "eso le gusta a la gente", pues tal frase solo define la comodidad de una persona sin formación, sin capacidad para crear.
Detrás de las telenovelas se edificó una industria manipulada por pocos que no han permitido en los últimos quince años, el surgimiento de nuevos talentos, ni siquiera nuevos artistas, pues muchos que se jactan de ello, han llegado por las relaciones de poder, los certámenes de belleza y la brutalidad de algún empresario que sigue dando oportunidades a quien no está preparado para crear.
Estefanía es entonces, una telenovela más que se repite con fines políticos, ni siquiera se trata de un reconocimiento a los profesionales comprometidos con una producción dramática más pensada.
La nueva ley de responsabilidad social de lo medios de comunicación, aprobada en primera discusión en la Asamblea Nacional, implica un porcentaje (60%) considerable de producción nacional, del cual una gran parte debe dar espacio a la producción independiente.
No se necesita ser muy inteligente para entender que ello ofrecerá nuevos puestos de trabajos a técnicos y artistas, pues son muchas las horas que deben llenarse con programas producidos en el país.
Podríamos estar hablando de más telenovelas, más programas de opinión, programas infantiles, documentales, reportajes, musicales, comedias, seriados juveniles, espacio para el cine nacional, es decir, más trabajo para los profesionales de la comunicación.
Sin embargo, muchos artistas lloran mientras gritan paranoicos "con mis medios no te metas", negando con sus consignas dar oportunidad a muchos colegas desempleados. Tal actitud solo puede explicarse por el miedo al cambio, pues piensan que la ley busca el cierre de las empresas en las cuales trabajan y de ser cierta la sospecha, no están dispuestos a arriesgar el trabajo por lo que ellos consideran un falso bien colectivo.
No es ilógico pensar en el miedo que pueda sentir Maite Delgado de perder toda una imagen lograda a través de Venevisión, sus lágrimas más que gratitud reflejan el miedo de seguir labrando una carrera fuera de otra empresa y en otro contexto. Solo ello explica la negativa a reconocer los graves errores cometidos por quienes dirigen Venevisión.
Diversos actores y actrices de telenovelas como Daniel Alvarado, Alba Roversi, Guillermo Dávila (el ídolo de ya casi cuatro generaciones), Eva Blanco, Gustavo Rodríguez, Carlota Sosa, por mencionar algunos de talento indiscutido, en el fondo saben que defienden el privilegio de ser los eternos talentos de la televisión.
Si se trata de la libertad de expresión, porque no discutir con argumentos sólidos las partes de la ley que consideran atentan contra la libertad, y promover las ideas contenidas en el proyecto que ayudarían a los compañeros que no han tenido la suerte de ellos. No son pocos los actores profesionales olvidados en la miseria por unas empresas televisivas que nunca agradecieron su talento, tampoco son pocos los actores profesionales que hoy día anhelan expresarse en la televisión y el intrincado mundo de influencias no les permite llegar ni siquiera como extras.
No hay nada más mortal para un periodista que perder su credibilidad, lo es más cuando en más de una ocasión le son desmontadas sus falsas informaciones, bien sea por error o mala intención, pues el "a,b,c" de un periodista es confirmar la fuente. Y si el argumento es la inmediatez por la veracidad, no queda más que pensar que tal alegato proviene de un impaciente mentiroso.
En Venezuela se habla de libertinaje en lugar de libertad de expresión, y ni siquiera decir lo que se le venga en gana a cualquiera es el problema, sino el no asumir la responsabilidad de lo dicho. Las consecuencias de tal irresponsabilidad es que dejan sin sentido las escuelas de comunicación social, atrofian el lenguaje, pues nunca se determinará una calumnia, un insulto, una opinión, de un hecho real, ni siquiera el diálogo es posible en su forma más primitiva, pues siempre habrá un invitado o periodista que se niega a escuchar o debatir un argumento.
Pero lo más grave es la aceptación de la mentira como medio de vida, la pérdida de valores al desconocer la palabra empeñada. Hoy puedo decir algo y mañana decir lo contrario, y a pesar de que siempre mentí y perjudiqué a alguien con la mentira, ni siquiera he de disculparme porque tengo el derecho a decir lo que se me venga en gana. Ello significa una puerta semántica a la barbarie.
Cómo medir la sanción de los medios por sus constantes violaciones al derecho a una información veraz, y lo que es más grave, por la instigación a delinquir con campañas de odio, además de mensajes subliminales prohibidos en todo el mundo, es la interrogante a resolver por quienes asumieron ser los acusadores oficiales de los medios en nombre de un sector numeroso de venezolanos, a pesar de que muchos se empeñen en negarlo. Una lógica muy simple, todos los chavistas están contra los medios, pues por informaciones clandestinas que no salen a la luz pública están convencidos de que los medios son golpistas, ni siquiera promotores de un golpe.
Obviamente los medios no hablan públicamente de sus errores, no tendrían porque hacerlo si no son probados como tales. Para ello es necesario entonces la investigación de los presuntos delitos, y una vez comprobados, al gobierno no le queda otra salida que el cierre definitivo de los medios responsables.
De no hacerlo se convertiría en un acusador irresponsable que abandona a su cliente por miedo al que dirán. Una vez asumido el proceso contra los medios, debió prever que le podría tocar asumir el rol de ganador, es decir, si llegase a demostrar el delito, deberá asumir la justicia de la víctima, el cual no es otro que el cierre de los canales que violaron la ley. Un cierre temporal sería como aceptar que no hubo afectados, que las consecuencias pudieron suceder pero nunca sucedieron, en todo caso un monumento a la impunidad.
Pero existe el miedo a correr el riesgo político de un cierre definitivo, pues la opinión internacional se vendría con todo los hierros contra el verdugo de los medios. Semejante argumento además de irresponsable es ingenuo, pues existe una matriz de opinión internacional que ya sentenció en contra de los medios venezolanos. Por otro lado el no actuar por miedo a un riesgo político implica una traición a la justicia.
Nada será como antes, y ello no depende del cierre o no de los medios, la credibilidad no es algo que se recupera después de mentiras reiteradas, tal como lo demuestra la poca confianza en los partidos políticos tradicionales como AD y COPEI.
La involución de la televisión venezolana no podrá ser disimulada con la repetición capítulo a capítulo de Estefanía, dramático cuyo final fue cambiado repentinamente porque su protagonista debió abandonar las grabaciones, siendo reemplazado por el personaje interpretado por el actor Carlos Olivier en un capítulo final de extensos diálogos para explicar el cambio, pero aún así es un dramático que evidencia como se vino a la mediocridad el melodrama venezolano.
Con solo comparar las actuaciones, las proyecciones de voz en sus interpretaciones, la ausencia de culos perfectos y escenas de amor demasiado obvias y sin justificación dramática. El elenco de Estefanía hoy estaría desempleado, ninguno de ellos cumple los cánones de belleza.
Incluso el conflicto planteado por Julio Cesar Mármol, hombre de respeto en la dramaturgia venezolana, requiere un mínimo esfuerzo por la investigación de lo que fue la época de Pérez Jiménez, lo cual se comprueba en diálogos aparentemente sencillos, pero fundidos dentro de una historia de amor imposible por el contexto de lucha política en el cual se encuentran los personajes Estefanía (Pierina España) y Luis Alberto (José Luis Rodríguez).
¿Por qué el empeño en tratar de generar una matriz de opinión de manera tan torpe?, ni siquiera las absurdas declaraciones del dúo Servando y Florentino, quienes en la llamada marcha de la juventud declararon a la prensa demostrando que escasamente dominan cien palabras y aún con ellas son incapaces de hilvanar una idea coherente.
En otra marcha por los medios el gran actor Gustavo Rodríguez, quien interpretó al cínico y cruel Pedro Estrada en Estefanía, deliró como cualquier principiante a punto de perder los ojos en una exagerada interpretación del más mediocre Otelo.
En los últimos quince años no hay nada digno de repetirse en la televisión venezolana, todo por causa del monopolio de los medios. Así como Estefanía, se hicieron producciones con mayor esfuerzo creativo como "Natalia de 8 a 9", "Leonela", "Historia de amor en el bloque seis", pero alguien se decidió por la obra de Julo Cesar Mármol, seguramente para asociar la represión durante la dictadura de la década del 50, con el actual gobierno de Chávez. Existe una ingenua creencia de que las telenovelas educan o en el peor de los casos generan matrices de opinión, en lugar de entretener durante varias horas de ocio.
Si los medios sobreviven al cierre, no les queda otra salida que deshacerse de los mediocres e iniciar una búsqueda de verdaderos talentos. De lo contrario estarán destinados al cierre por voluntad propia mientras tratan de ganar la batalla contra el gobierno, al cual deberán destruir totalmente para sobrevivir varios meses más, pues les queda librar otra batalla contra una audiencia que los odia y a la que no le importa cuantas veces puedan repetir Estefanía, o cualquier otra producción apreciada en un tiempo que jamás volverá.
Tomado de www.rebelion.org