17 de marzo

2 de junio de 2002

A manera de hipnosis

J.A. Calzadilla Arreaza

Breves elementos para una semiología política mediática

El hombre puede ser un animal tristemente pavloviano. Hay gente que cree que "la verdad la dice la televisión". La televisión, hoy es evidencia y no argumento de película, dice lo que ella quiere. Interfaz universal de lo real, produce virtualmente la realidad que se proponga a fin de incitar comportamientos reales deseados. Mi intento es distinguir dos pares de procedimientos semióticos generales que contribuyen a esta sofisticada tecnología de manipulación de la realidad-subjetividad.

Sobredimensión-Satanización

Un segmento multiplicado indefinidamente se convierte en una totalidad, objeto de interés especial que hace adicto al propio interés por un mecanismo de rítmica o repetición o completación.

Por otra parte, se puede destruir una cosa sólo con nombrarla de una cierta manera. Se puede hacer visceralmente detestable el gesto más simple de un personaje. La multiplicación de la asociación de ciertos enunciados malintencionados y ciertas imágenes desagradables satanizan una persona o un objeto.

Este primer par de procedimientos constituyen las extremidades de una línea bipolar graduable. Pudiéramos denominar a esta línea el eje cualitativo o de contenido. Es aquí donde adquieren su valor los elementos de la mitología cultural mediática, su campo de imágenes y objetos, sobredimensionados, más o menos neutros, o satanizados.

Saturación-Rarefacción

A este primer eje operativo lo acompaña un eje intensivo o de frecuencia que modula los grados de cualidades determinadas. Y su poder va más allá: pues, como interfaz exclusiva universal, la televisión determina el rango ontológico de lo existente en general (todo lo que no sale por la televisión...). Para imponer una determinada realidad se satura o se rarifica, se multiplica o se anula, intensificando lo sobredimensionado o lo satanizado.

Y así vemos -hoy más que antes-, cuán tristemente pavloviano puede ser el espectador que confía en que "la verdad la dice la televisión". Más bien diríamos que la televisión se ha posesionado de la forma de la producción de la verdad, y de la producción de una subjetividad receptora que indistingue el medio del contenido y acepta el medio como verdad intrínseca.

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