17 de marzo

11-08-2004

La "marea roja" anuncia el futuro

Luis Bilbao
El Espejo

Ante la inminente ratificación de Hugo Chávez, Estados Unidos vacila mientras los medios de difusión con que cuenta el imperialismo en todo el mundo preparan una operación de ocultamiento y tergiversación, tendiente a transformar la victoria del NO en motivo de denuncia y respaldo a preparativos de violencia y terrorismo por parte de un sector de la oposición.

 

Una marejada de fervor, movilización permanente e inocultable alegría inunda las calles de todo el país a una semana del crucial referendo por Sí o por No, para definir si el presidente Hugo Chávez debe renunciar o continúa su mandato hasta 2006. “Marea roja”, se llaman a sí mismos los bolivarianos. Y el mismo nombre utiliza la oposición para calificarlos.

Para los cientos de miles de jóvenes, trabajadores, campesinos y profesionales que han abrazado la causa de la Revolución Bolivariana, no existe la menor duda: después de haber ganado siete elecciones (dos de ellas presidenciales) desde diciembre de 1998, y tras haber revertido un golpe de Estado y el secuentro del Presidente, nadie supone una derrota el próximo 15 de agosto.

¿Se justifica tanta confianza? Aparte las encuestas –todas dan vencedor a Chávez, aunque con diferentes porcentajes- la percepción del clima social lleva a responder positivamente. En las calles, en los barrios, en Caracas y en la ciudades clave del país, pero también en zonas rurales, la militancia social por el No (No se va; No al pasado; No a los partidos “puntofijistas”; No al neoliberalismo; No a los golpistas y el fascismo), más que decuplica la presencia de los nunca tan bien retratados como ahora por el apelativo de “escuálidos” con que los señalara Chávez desde fines de 2001.

En aquella oportunidad, con un paro general el 10 de diciembre, comenzó una ofensiva opositora -financiada y timoneada directamente desde Washington- que no cesó un instante y tuvo dos puntos culminantes con el golpe de Estado que derrocó a Chávez por 47 horas el 11 de abril de 2002 y el sabotaje petrolero que paralizó la industria clave del país durante diciembre de ese año y enero del siguiente, para terminar con una estrepitosa derrota opositora y la reconstrucción de una nueva Pdvsa (la empresa petrolera más importante del hemisferio). Luego siguieron intentos desestabilizadores de todo tipo -incluyendo dos antentados abortados contra la vida del Presidente- hasta que, fraude mediante, la oposición apareció con firmas suficientes para apelar a una cláusula insertada por el propio Chávez en la nueva Constitución: la posibilidad de que la ciudadanía revoque el mandato presidencial tras haber transcurrido la mitad del período.

Así las cosas, la permanencia de Chávez en el gobierno está asegurada por unanimidad por sondeos de opinión, informes del Comando Maisanta (instancia dirigente integrada por todas las fuerzas políticas y sociales que respaldan la Revolución Bolivariana), opositores que hablan a condición de no ser identificados y por la percepción que se tiene al participar de asambleas, actos, movilizaciones, o simplemente recorrer las calles del país. Pese a todo, un temor planea sobre el ánimo colectivo y desvela a millones: la posibilidad de un fraude.

Revolución dentro de la Revolución

El hecho es que tras derrotar el sabotaje petrolero Chávez retomó la iniciativa y la revolución comenzó -sólo comenzó, pero eso ya es mucho- a tomar cuerpo en la redistribución de ingresos y en la relación de fuerzas sociales. La utilización del excedente de Pdvsa y la renta petrolera a favor de planes de desarrollo y atención social, significó un salto gigantesco: planes de alfabetización, impulso sin precedentes a la atención sanitaria gratuita para millones de personas desamparadas mediante la Misión Barrio Adentro (en la que jugó un papel decisivo el apoyo de Cuba), programas de capacitación, promoción de emprendimientos productivos y aliento a la pequeña empresa, todo en el marco de un crecimiento de la economía del 12% -el mayor, por lejos, en América Latina- sumado al impacto político del desastre económico provocado por la oposición con el golpe y el sabotaje petrolero, operó un cambio volcánico en las clases medias. Por lo menos la mitad de ese estrato social, se volcó a favor de Chávez. Sumado al proletariado y a la masa de desocupados y marginalizados, esto hace una mayoría neta imposible de superar para una dirigencia opositora desmoralizada, dividida y desprestigiada hasta niveles sólo conocidos en Argentina en 2001 y 2002.

Último recurso

La sola aceptación de juntar firmas para forzar un referendo era ya prueba de impotencia: los intentos por derrocar a Chávez habían fracasado; y habían apelado al golpe y el sabotaje porque tienen una certeza: en el terreno electoral, están derrotados de antemano. Pero un régimen de medio siglo y dos aparatos partidarios que lo sustentaron y usufructuaron tiene, por definición, recursos de subsistencia que no dependen de la voluntad popular. Con un 40% o más de abstención histórica, les resultaba relativamente fácil alcanzar mayoría en las urnas. Ya las cosas se complicaron cuando la figura de Hugo Chávez produjo un terremoto en las opciones electorales. Cuando a eso se sumó la inclusión de millones de personas que jamás contaron en la elección de programas, partidos y candidatos, el único recurso restante fue el fraude masivo y descarado. En la junta de firmas, a fines de 2003, la utilización de ese recurso fue ostensible y escandaloso: votaron muertos, menores, extranjeros y decenas de miles de personas que fueron sumadas sin enterarse de que estaban firmando para que Chávez se fuera. Tras el recuento, el Consejo Nacional reconoció sólo 1 millón 900 mil firmas, medio millón menos de las necesarias según la Constitución.

Ante la esperable respuesta de la oposición, a través de los medios de difusión que magnificaron en todo el mundo pequeños focos ultraviolentos denominados “guarimba”, a comienzos de marzo pasado el CNE convocó a un “reparo”, es decir, ratificación de las firmas objetadas. Otra vez hubo fraude. Pero en esta oportunidad el CNE no hizo hincapié en lo obvio (sobre lo cual ahora mismo está presentando pruebas), y así se convocó al referendo.

Ahora, con la elección mediante el voto electrónico, el fraude en la recolección de apoyos inexistentes es poco menos que imposible. Pero el problema pasa al manejo de los dispositivos electrónicos para votar y, sobre todo, a la transmisión de los datos, a cargo de la mayor empresa de comunicación, Cantv, privatizada durante el último tramo de la IV República. El problema se magnifica por el hecho de que, para buena parte de la militancia bolivariana, el misterio de la cibernética se convierte en un mito poco menos que todopoderoso. Pero el riesgo es real (un número importante de los cuadros de la empresa provienen de Pdvsa, de donde fueron despedidos por participar en el sabotaje), al punto de que Chávez anunció que tiene un preparado y listo para la firma un decreto de intervención de Cantv si el 15 hay fraude.

No es ésta, sin embargo, la amenza más probable. El gobierno ha adoptado una cantidad de medidas que dificultarán al máximo el fraude cibernético. De modo que, otra vez, el único recurso al alcance de la oposición para deslucir una victoria que la dejaría definitivamente sin argumentos, es la provocación y la violencia. Ése sí es un riesgo altamente probable. Y basta observar la conducta de la prensa opositora para concluir que está preparando el terreno y dispuesta a dar una batalla política a escala mundial para ocultar no ya la victoria de la Revolución Bolivariana en esta nueva prueba, sino los resultados inexorables de una derrota contundente e incuestionable de la oposición y de la fuerza que la alimenta y conduce: el imperialismo estadounidense.

Expectativa en todo el hemisferio

Sería pueril esperar una rendición de Washington. No obstante, caben dudas sobre la capacidad política de la plutocracia estadounidense en la actual coyuntura. Si se ataca sin la determinación de llegar a la última consecuencia -el derrocamiento de Chávez- sólo se aceleraría el ritmo y la profundidad de la Revolución. Pero aquel objetivo sólo se puede intentar con fuerzas extranjeras, es decir, estadounidenses, con el concurso de Colombia. Y esto significaría, en cuestión de horas, el incendio de toda Suramérica.

¿Se decidirá la Casa Blanca a involucrarse ya mismo en un conflicto de esta naturaleza y alcances, o buscará caminos intermedios confiando en los puntos débiles (indudables) tanto de la Revolución Bolivariana como del bloque de gobiernos suramericanos ahora integrado por Venezuela?

No es descartable; aunque es lo menos probable. Si el debilitamiento y la pérdida de la iniciativa del imperialismo se traduce en vacilación y postergación de su último argumento, la invasión y la guerra, los pueblos suramericanos habrán ganado el tiempo necesario para consolidar un frente antimperialista continental capaz de abrirle camino a la revolución en nuestros países y, a la vez, dar otra vuelta de cuerda amarrando las manos asesinas del imperialismo, una necesidad imperativa para toda la humanidad. La ubicación de cada dirigente social o político ante este desafío histórico determinará la divisoria de aguas en una nueva fase de la crisis imperialista y la búsqueda de una respuesta revolucionaria.


Luis Bilbao es Director de la revista América XXI.

 

Tomado de Rebelión


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