2 de Mayo de 2003
Directivos lamentaron hechos violentos en plaza O 'Leary
William E. Izarra
Aporrea
Interpreto el momento actual como la nueva etapa del Proceso. Situación coyuntural que implica definiciones ideológicas para tomar la ruta correcta en este cruce de caminos: reforma o revolución. La reforma, como lo hemos dicho antes, es la continuidad del modelo político de la democracia representativa. Es mantener vivo el espíritu pragmático y clientelar del usufructo del poder. Es proseguir el ejercicio del mando sustentado en la fascinación del poder. Es ser tolerantes con los adversarios que siguen dentro del mando de gestión gubernamental y mantener relegados, fuera de todo tipo de influencia política, a quienes mantienen una actitud revolucionaria. Es perpetuar las imposiciones cupulares y olvidarse de la consulta a los sectores de la base orgánica. Es, en síntesis, mandar de espaldas al pueblo.
Por su lado, la revolución, cuyo modelo político es la democracia directa y participativa, significa, antes que nada, transformar el poder en instrumento del pueblo. Es transferir la toma de decisiones a las comunidades organizadas. Es gobernar con base en los derechos de la participación del pueblo. Es darle consistencia constitucional a los actos soberanos del colectivo nacional. Es reconocer el derecho que tiene el militante, activista o revolucionario identificado con el Proceso, para expresar sus opiniones y que éstas sean respetadas. Es también, aniquilar las cúpulas dominantes para darle paso a las decisiones de la base, en todo lo concerniente al ámbito de su competencia. Es, de manera concluyente, darle todo el poder al pueblo. Esto es revolución. Cualquier conducta o decisión que se adopte fuera de este marco conceptual no es revolución, es reforma.
Por lo tanto, la conducta reformista es la expresión contra-revolucionaria, pura y simple. Por eso digo, insistentemente, que la coyuntura en la cual nos encontramos exige la definición ideológica de manera inequívoca. O estamos en un Proceso revolucionario y en consecuencia hay que ir a los cambios estructurales de la génesis social para que mande el pueblo, o el Proceso es la continuidad de la reforma pragmática que apunta hacia la perpetuidad de la democracia representativa.
En la coyuntura actual que abre la nueva etapa del Proceso, se destacan los hechos relevantes de este instante: (i) oposición reaccionaria, (ii) demanda de golpe, otra vez. (iii) nuevo orden mundial (EE.UU., en su nueva fase imperial), crítica situación económica, (iv) inconsistencia ideológica de los gestores del poder público, (v) estructura del Estado articulada al modelo de democracia representativa, lo que niega el desarrollo del modelo político revolucionario, (vi) prácticas ilícitas que estimulan los antivalores revolucionarios, (vii) amplios sectores comunitarios desatendidos por los gobiernos locales y regionales que obligan la desesperación y desencanto del pueblo. La coyuntura actual tiene que finalizar con las elecciones constitucionales del 2004. Elecciones para ir a la toma del poder local y regional como acto revolucionario. Es decir, ganar los cargos regionales y locales para transformarlos en instrumentos del pueblo y no como acto burocrático para usufructuarlos. Como un gesto de conciencia es preciso que se asuman las elecciones como acto revolucionario. La toma del poder regional y local tiene que darle respuestas a las demandas apremiantes del pueblo. Por esta vía se corregirán los desvíos actuales y deberán repararse los hechos reformistas que han atentado contra las expectativas de pueblo.
Si antes (Cuarta República) las elecciones eran consideradas como acto contrarevolucionario, hoy en día (hacia la Quinta República) es todo lo contrario. Hugo Chávez inició el acto revolucionario al tomar Miraflores. Ahora para profundizar el Proceso hay que ir a las gobernaciones, alcaldías, asambleas legislativas, concejos municipales, juntas parroquiales, a fin de cambiar el modo de gestión. Pasar de la reforma "obligada" aceptando el hecho de la transición entre 1999 y el 2004, para ir ahora a la revolución tanto en su modo de mando, (con el pueblo y para el pueblo) como en la identificación ideológica. Hay que convertir las elecciones en acto revolucionario para tomarlo y colocarlo al servicio del pueblo. Sólo así se justifica el proceso político como revolucionario. Sólo así se verán reivindicados tantos años de lucha del pueblo por llegar al poder.
Tomado de Aporrea