10 de abril de 2003
Samuel Moncada
Encuentro Mundial de Solidaridad con la Revolución Bolivariana
Teatro Teresa Carreño 10 de Abril de 2003
Samuel Moncada es Director de la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela
El mundo vive días difíciles, días peligrosos. Las leyes e instituciones, creadas por las naciones para mantener la paz mundial, están siendo desconocidas por el gobierno con mayor poder militar en la historia de la humanidad.
Millones de civiles inocentes están sufriendo las consecuencias de ese poder fuera de control. Una guerra desatada por un gobierno que, en contra de la comunidad internacional, une el ilegal propósito de destruir preventivamente al país que considere una amenaza con el de controlar los recursos naturales de ese pueblo.
El uso del poderío militar para mantener la superioridad económica representa un peligro para las pequeñas naciones del mundo. En estas terribles circunstancias, el principio de igualdad entre naciones soberanas desaparece y es sustituido por la Ley de más fuerte, la más primitiva de las leyes.
Vemos entonces con asombro cómo la tecnología más moderna del siglo XXI es usada para regresar a la humanidad a los siglos pasados, los siglos de las invasiones coloniales.
Pero la guerra no es el instrumento más usado para reducir la soberanía e independencia de las naciones. Hoy, hay empresas privadas que tienen presupuestos más grandes que los de muchos Estados Nacionales. Estas gigantescas corporaciones poseen ventajas en la competencia económica que llegan a convertirse en posiciones de dominio en los mercados mundiales. Su visión del mundo es simple: todo el mundo es un gran mercado, y todo obstáculo a las fuerzas de los mercados debe ser eliminado. Esta es la economía global.
Así todos los países deben privatizar sus recursos naturales, privatizar sus empresas estratégicas, privatizar sus servicios públicos, reducir al mínimo el Estado, reducir al mínimo los impuestos al sector privado, eliminar todo tipo de regulación al mercado, reducir las garantías sociales.
Esta simple receta se debe aplicar uniformemente en todo el mundo sin importar las diferencias entre las naciones. Es una ideología dogmática, que elimina la diversidad del mundo, es una ideología injusta que premia al privilegiado y castiga al débil. Es la Ley del más fuerte que destruye el tejido social de las naciones. Es el neoliberalismo.
En América Latina hemos sufrido los efectos perversos del dogmatismo neoliberal. Casi todos nuestros países han sido forzados a tomar el trago amargo del neoliberalismo con la promesa de un futuro mejor a largo plazo. El resultado ha sido el empobrecimiento de las grandes mayorías, la quiebra de la administración pública, el aumento de la deuda externa a niveles imposibles de pagar por la sociedad, la destrucción de la educación y la salud pública, el desprestigio de las elites tradicionales y las consiguientes convulsiones sociales y políticas.
Ante esta realidad la respuesta de los poderosos es asombrosa: no hay alternativa, Uds. deben perseverar en los mandatos del pensamiento único.
En Venezuela la epidemia del neoliberalismo llegó imponiéndose a sangre y fuego.
El 27 de febrero de 1989, la reacción popular contra las políticas neoliberales fue aplastada con la mayor masacre del siglo XX venezolano.
Una tragedia que fracturó nuestra sociedad, que separó a los dirigentes de las mayorías populares en la política, en la economía, en el sindicalismo y en las fuerzas armadas. La conciencia de los venezolanos fue sacudida por muchas preguntas: si Venezuela era una nación libre y democrática, - ¿Cómo las Fuerzas Armadas se habían comportado como un ejército de ocupación contra su propio pueblo? - ¿En qué tipo de democracia los dirigentes ejecutaban políticas contra las mayorías pobres sin importarles sus consecuencias? - ¿En qué consiste la soberanía nacional si las decisiones fundamentales de la nación se ordenan en el FMI?
Las respuestas de los dirigentes de esa época fue brutal: no hay alternativa, es el pueblo el que no entiende la globalización, el nuevo orden internacional.
La crisis no era sólo de la economía; era también de un tipo de dirigencia, de un modo de concebir la democracia, de un modo de pensar la nación. En la década de los 90, los venezolanos resistimos la agresión antipopular y antinacional buscando una repuesta distinta a la que nos ofrecían nuestros gobernantes.
Había que buscar en otra dirección, voltear la mirada hacia nosotros mismos, hacia nuestras raíces, para rescatar el sentido de ser venezolanos. Y ahí nos re-encontramos con el fundador de nuestra república, con Simón Bolívar.
Los privilegiados de siempre se burlaron. ¿Cómo volver el siglo XIX cuando vamos al siglo XXI? ¿Cómo tomar como ejemplo a un hombre que no conoció las computadoras o la luz eléctrica? Según ellos, de Bolívar nada puede ser rescatado.
La respuesta es muy clara. Está en los valores, en los principios de acción que Simón Bolívar propuso para crear la nación.
Simón Bolívar era un hombre de su tiempo, pero muchas de sus ideas y valores trascienden su vida y siguen vigentes hoy.
Él es el símbolo de nuestra nacionalidad, el venezolano imprescindible sin el cual no se entiende nuestra historia. Pero al mismo tiempo es el venezolano más latinoamericano, pues no pensó a su patria en los estrechos límites de la Venezuela actual. "Para nosotros la Patria es América" decía Bolívar.
¿Cuáles son los principios y valores de la nación que proclama Simón Bolívar?
En primer lugar la independencia, la absoluta determinación de que los pueblos americanos deben ser libres de toda dominación extranjera. Para el hombre que luchó contra un imperio, la libertad de la Patria, es decir, la capacidad de decidir sobre su propio destino, era innegociable.
La independencia es más que un acto de separación de España; es el rescate del respeto propio, de la dignidad del pueblo al ejercer su libertad. La independencia es un proceso permanente que se construye todos los días. No se trata de cambiar un imperio por otro, es el modo en que los venezolanos existen en el mundo y para toda la vida. Por eso Simón Bolívar llegó a decir: "Es imperturbable nuestra resolución de independencia o nada", pues sin ella desaparece toda identidad nacional.
El segundo principio es el de la soberanía popular. Si la independencia se refiere a la libertad frente a toda tiranía extranjera, la soberanía popular afirma la libertad del pueblo frente a toda tiranía interna, así afirma que "La soberanía del pueblo es la única autoridad legítima de las naciones". Bolívar es un revolucionario que lucha por transferir el poder de los privilegiados a todos los habitantes de la nación, sin exclusiones, al pueblo soberano. En este sentido, su revolución es profundamente democrática pues no hay autoridad superior a las leyes que el propio pueblo libremente se dicta a sí mismo.
"La aclamación libre de los ciudadanos es la única fuente de legitimidad de todo poder humano", afirmó Bolívar, y este principio de carácter universal lo defendió toda su vida.
Si el pueblo soberano formado por seres libres e iguales es la fuente del poder, la forma del gobierno no puede ser otra que la república, el gobierno donde todos podemos participar para dirigir nuestras vidas. No es el gobierno de un hombre o una clase, es el gobierno de todos los ciudadanos. Así Bolívar propone:
"Un gobierno republicano ha sido y debe ser el de Venezuela, sus bases deben ser la soberanía del pueblo, la división de poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios".
Una república de iguales, una república sin privilegios. Aquí encontramos otro principio del pensamiento de Simón Bolívar: la justicia social.
La república y la libertad no pueden existir en una sociedad con injusticia social. Es un deber republicano corregir las desigualdades sociales, equilibrar los poderes, los saberes y las virtudes de sus habitantes: oigamos sus palabras:
"La naturaleza hace a los hombres desiguales, en genio, temperamento, fuerza y caracteres. Las leyes corrigen esta diferencia porque colocan al individuo en la sociedad para que la educación, la industria, las artes, los servicios, las virtudes, le den igualdad ficticia propiamente llamada política y social", Bolívar está hablando de algo más profundo que la igualdad ante la Ley, afirma que cuando las desigualdades sociales ponen en peligro la república es un deber transformar la sociedad para salvar la libertad nacional.
Viniendo de una familia de la oligarquía criolla, luchó contra los privilegios de su propio círculo social. La libertad e igualdad republicana era superior a los intereses mezquinos de su propia clase.
Así vemos cómo luchó por la abolición de la esclavitud en contra de la opinión de los amos criollos:
"Yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos como imploraría mi vida y la vida de la República". Estas ideas representaron una verdadera revolución social en su época y fueron rechazadas.
De igual modo el Libertador entendió que los derechos de los pueblos indígenas debían ser reconocidos si los americanos querían construir naciones verdaderamente unidas y libres.
Los pueblos indígenas son parte fundamental de nuestra nacionalidad y corregir las injusticias que por siglos impusieron los invasores sobre ellos es un deber republicano.
Así vemos cómo en un decreto de 1820 ordena, en defensa de los indígenas de Cundinamarca:
"Se devolverá a los naturales, como propietarios legítimos, todas las tierras que formaban los resguardos según sus títulos, cualquiera que sea el que aleguen para poseerlas los actuales tenedores". Tierra para los propietarios originales, tierra para los que viven como exiliados en su propia nación, tierra para liberar económicamente a los más débiles.
Este es uno de los objetivos de la revolución bolivariana.
Bolívar es revolucionario cuando reconoce que la diversidad étnica de América no puede traducirse en privilegios de casta y discriminación social. Los descendientes de indígenas, africanos y europeos siendo diferentes formaban parte de una única y nueva nación, que ahora aseguraba libertad, garantías sociales y oportunidades para todos.
Obviamente una tarea de esta magnitud no puede hacerse en un año, ni siquiera en una vida. Esta es una obra de generaciones que, con claridad en sus principios, construye en el tiempo la liberación de la nación.
Aquí encontramos otro valor fundamental del pensamiento de Simón Bolívar: el poder de la educación popular. Contrario a las ideas racistas de su tiempo, Bolívar es un firme creyente en el carácter transformador de la educación.
No es la naturaleza de nuestro pueblo la que determina las desigualdades sociales. La causa histórica de los conflictos son cientos de años de exclusión social.
La escuela pública tiene por los menos dos objetivos:
Escuchemos sus palabras:
"La educación e instituciones públicas son el principio más seguro de la felicidad general y la más sólida base de la libertad de los pueblos".
"El primer deber del gobierno es dar educación al pueblo.., la salud de una república depende de la moral que por la educación adquieran los ciudadanos en la infancia".
Es el Estado el primer interesado en promover la educación pública, esta es una fuente de equidad y progreso social. No puede haber república sin mujeres y hombres educados para la libertad.
Sólo los tiranos están interesados en privar a los pueblos de la educación, pues como él mismo lo advierte "un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción".
La moral y la educación eran centrales para la república, pero Bolívar no era ingenuo para pensar que los vicios sociales desaparecerían por completo. Sólo unas instituciones fuertes, con "leyes inexorables" y tribunales imparciales serían capaces de imponer la justicia cuando fuera necesario.
Bolívar vio a la corrupción en la administración pública como uno de los grandes peligros para la existencia de una nación libre. La corrupción es un terrible enemigo, porque los ladrones no tienen bando político, su única lealtad es hacia el dinero, y se ocultan en los lugares más insospechados.
El Libertador nació en una familia de ricos criollos y murió en la pobreza, con una camisa prestada. Este es sólo un símbolo de su rechazo el uso del poder para el enriquecimiento personal.
Así decía:
"La corrupción de los pueblos nace de la indulgencia de los tribunales y de la impunidad de los delitos. Mirad, que sin fuerza no hay virtud, y sin virtud perece la república".
Otro peligro para las repúblicas libres de América era la corrupción de las armas, es decir, el abuso por parte de los jefes militares del poder de los ejércitos para imponer la tiranía sobre sus conciudadanos.
Bolívar estaba muy consciente de sus obligaciones como militar y como ciudadano. Como militar la guerra le daba prioridad a un ejército fuerte, al pueblo armado, capaz de lograr la independencia.
Sin la disciplina militar la república no hubiera sido posible.
Pero una vez lograda la paz el ejército libertador no tenía ningún privilegio sobre la sociedad. Así Bolívar afirma:
"Un soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar a su patria. No es el árbitro de las leyes ni del gobierno, es el defensor de la libertad".
Los grandes ejércitos que lograron la victoria militar ahora representaban un peligro para la libertad al volver sus armas contra los ciudadanos.
Bolívar condenó la tentación militarista. Como ciudadano, él sabía que los ejércitos no son una sociedad aparte y que la unidad nacional entre civiles y militares, tan efectiva en la guerra, debía mantenerse en la paz aceptando la única autoridad legítima, la del pueblo soberano expresada en sus leyes e instituciones.
El militarismo, es decir en el dominio de la sociedad por parte de una casta armada, es la degeneración de la República.
No hay un Bolívar más claro que el del Congreso de Angostura cuando afirma:
"Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando ha convocado a la soberanía nacional para que ejerza su voluntad absoluta".
Ese era el general no de un ejército de opresores; era el general de un ejército libertador.
El rasgo más característico de Bolívar que lo separa de la mayoría de los líderes venezolanos de la independencia es la magnitud de su visión estratégica. Bolívar pensó la patria en términos del continente latinoamericano.
Las pequeñas naciones corrían el riesgo de ser arrasadas por las grandes potencias si no entendían la necesidad de la alianza entre repúblicas.
Los débiles unidos serían fuertes, su historia común los hacía semejantes entre ellos y diferentes del resto del mundo. La pérdida de la libertad en cualquier parte de Latinoamérica representaba un peligro para todos. Sólo la solidaridad y el claro beneficio mutuo de una alianza permitirían el ejercicio de las soberanías nacionales.
Bolívar no impone un modelo de gobierno a América Latina; él sabía bien que cada pueblo debe gobernarse según sus necesidades. Lo que sí establece es el interés común de Latinoamérica en proteger su independencia.
Así propone que:
"Nuestras repúblicas se ligarán de tal modo, que no parezcan en calidad de naciones sino de hermanas, unidas por todos los vehículos que nos han estrechado en siglos pasados, con la diferencia de que entonces obedecían a una sola tiranía y ahora vamos a abrazar una misma libertad con leyes diferentes y aun gobiernos diversos; pues cada pueblo será libre a su modo y disfrutará de su soberanía, según la voluntad de su conciencia".
Unidad en la diversidad, unidad para ser libres de decidir nuestros destinos. Ésta era la concepción de la patria latinoamericana.
Estas son las líneas fundamentales del pensamiento de Simón Bolívar. Sus ideas fueron mayormente rechazadas en su tiempo. Sin embargo, Bolívar es un patrimonio espiritual de los venezolanos, de los latinoamericanos.
En el fondo sus ideas son una invitación a mirarnos en el espejo y reconocer quiénes somos, a pensar desde nuestra realidad. El inicio de toda independencia comienza con la emancipación del pensamiento y nosotros aceptamos ese reto hoy.
No es una religión, un dogma, una repetición del pasado. Es una posición ética y política ante los problemas de nuestro presente.
Es partir de nuestra historia aceptando libremente que los valores de Simón Bolívar pueden ser reinterpretados, proyectados, complementados de acuerdo con las aspiraciones de los pueblos hoy.
Así, los bolivarianos participamos en un movimiento de transformación de la sociedad que lucha por el rescate de la soberanía nacional, por la transferencia del poder de las élites tradicionales a las mayorías excluidas y por la libertad y prosperidad de todos los venezolanos.
Creemos en la combinación más adecuada entre mercado y Estado para nuestra sociedad. No somos dogmáticos.
Estas gigantescas fuerzas sociales son el motor de nuestra democracia participativa. Son las mayorías recuperando su dignidad y su iniciativa, que controlan al Estado y le exigen que abra sus puertas a las demandas sociales.
Nuestra lucha es por la democracia política, económica, social y cultural.
Nuestra afirmación de la soberanía nacional no es una negación de lo extranjero, querer los propio no es odiar lo ajeno. Los bolivarianos somos abiertos a las influencias internacionales en la manera expresada por el gran patriota cubano José Martí, otro bolivariano, cuando dijo "Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser de nuestras repúblicas".
Nuestra afirmación de independencia es democrática y pacífica; defender lo propio no es atacar lo ajeno, y declaramos ante el mundo que no somos enemigos de ninguna nación, de ninguna cultura, de ninguna religión.
La diversidad del mundo es su riqueza y la paz mundial nuestro ideal.
Nosotros luchamos contra la pobreza, la ignorancia, la enfermedad, el racismo, el militarismo y el neoliberalismo.
Nuestros propósitos están condensados en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, la única constitución de nuestra historia aprobada directamente por el pueblo soberano. Ahora bien, como en el caso de Simón de Bolívar, nuestro proyecto no puede cumplirse en un año, o en una vida, es una tarea de generaciones.
Con aciertos y errores hemos labrado un camino desde 1998, pero estos esfuerzos se encontraron con la reacción violenta de las fuerzas de los privilegiados.
Hoy, hace un año, los enemigos de la libertad trabajaban en la oscuridad. Por meses habían planeado su crimen. Comprados con dinero extranjero estaban listos para traicionar a sus propios seguidores.
Hoy, hace un año, ya tenían escrito el decreto fascista con el que querían convertirnos en sus esclavos.
Ya sabían de la masacre que iba a ocurrir el día siguiente como una etapa más de su estrategia, todo estaba fríamente calculado.
Los venezolanos asesinados el 11, 12 y 13 de abril, sin importar sus posiciones políticas, fueron víctimas inocentes de una conspiración antidemocrática y antinacional. Ellos son mártires de la democracia y los recordamos con dolor y con respeto. Nunca debemos olvidar que entre ellos pudo haber estado cualquiera de nosotros.
Si el 11 de abril fue el día de la tragedia, el 12 de abril fue el día de la vergüenza. Ese día se instauró en Venezuela una dictadura patronal-militar, una tiranía fascista.
En menos de 24 horas, eliminaron todos los poderes públicos, todas las garantías y libertades. En sólo un día cerraron estaciones de radio y televisión, persiguieron a miles de dirigentes políticos y sociales, asaltaron la embajada de Cuba, violaron más derechos humanos que en los últimos 30 años.
En un solo día anunciaron su plan de gobierno. El retiro de Venezuela de la OPEP, un acuerdo con el FMI, la venta de nuestra empresa petrolera PDVSA, el inicio de un plan armamentista, la abolición del aumento de salario de los trabajadores, la ruptura de relaciones con el gobierno de Cuba. Sólo en un día.
Sus acciones fueron saludadas por potencias extranjeras y por el FMI.
Sus anuncios fueron celebrados por políticos, sindicalistas, empresarios, intelectuales, periodistas, cardenales, obispos y dueños de medios de comunicación.
Todo para su eterna vergüenza.
Y no fue por casualidad que en esa hora oscura de nuestra historia los partidarios de la tiranía escondieran el retrato de Bolívar del Palacio presidencial y eliminaran el nombre de la República Bolivariana de Venezuela.
Ellos mismos declararon su desprecio por nuestra historia y por los valores centrales de nuestra nación. Eliminando el símbolo creyeron que podrían destruir la moral de un pueblo.
Aquí debemos recordar las palabras de José de San Martín, el Libertador de la América del Sur, cuando afirmó: "Lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su Patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española. Una tal felonía ni el sepulcro puede hacer desaparecer" El 13 de abril es el día de la dignidad. Lo que sigue es una de las miles de historias de ese día. Un dirigente social era buscado por la represión y temía por su vida. Por la radio anunciaban su nombre como el de un peligroso terrorista. Él buscó refugio en uno de los barrios pobres del este de Caracas mientras pensaba sus próximos pasos. En la madrugada del 13 de abril, unas señoras del barrio que sabían que él se escondía ahí fueron a buscarlo y le preguntaron: "¿Y ahora qué vamos a hacer?". Él les respondió que no sabía, pero que lo mejor era protegerse y esperar. Ellas insistieron: "Pero tú eres un dirigente y tienes que saber. ¿Qué vamos a hacer?" . Él repitió "no lo sé". Ellas dijeron "nosotras tenemos que hacer algo, vamos a bajar a la plaza para discutir qué hacemos".
En las primeras horas de la mañana había sólo unas decenas de señoras, más tarde fueron cientos y luego miles. Ellos decidieron ir a Miraflores para ver qué hacían. Al ver esto el dirigente pensó que era más seguro ir con los miles por las calles en vez de esperar a la policía en la casa. En la tarde ya eran centenas de miles, millones en las ciudades más importantes del país.
Esas señoras del barrio demostraron un entendimiento superior de los valores republicanos que el de las elites ilustradas de Venezuela. Esas señoras son dignas representantes de un pueblo libre. Ellas son mujeres bolivarianas.
Porque fue el pueblo en sus miles de manifestaciones espontáneas el que rechazó la guerra sicológica de los medios de comunicación, y la represión de la policía en las calles, para exigir su libertad.
Fue el pueblo con su constitución en la mano, en unión con los militares defensores de las garantías sociales, el que derrotó al fascismo y restituyó en el gobierno al Presidente Constitucional de la República
Bolivariana de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, quien se ha ganado su puesto al frente de este movimiento.
Nunca antes en nuestra historia ocurrió algo como el 13 de abril. Por eso digo con orgullo que hoy hablo ante un pueblo libre.
La derrota de la tiranía fascista de abril fue seguida por un hecho inusitado en Venezuela: es la primera vez en más de cien años que los golpistas derrotados no son perseguidos por los vencedores. Una mezcla de perdón político y lenidad en los tribunales permitió a los golpistas regresar a sus hogares como si nada hubiera ocurrido.
Era la oportunidad para intentar la reconciliación de la dirigencia política venezolana. Sin embargo, los golpistas interpretaron la situación como un signo de debilidad del gobierno y reiniciaron la conspiración.
Aquí se repitió lo que Simón Bolívar describió como una de las causas de la caída de la primera república. Él afirmaba:
"... a cada conspiración sucedía un perdón y a cada perdón sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar, porque los gobiernos liberales deben distinguirse por la clemencia. ¡Clemencia criminal, que contribuyó más que nada, a derribar la máquina que todavía no habíamos enteramente concluido!"
La corrupción de los tribunales sigue siendo una de las grandes manchas de nuestras instituciones.
Los mismos que conspiraron en abril ejecutaron el acto de agresión más brutal desde que el imperio británico bloqueó nuestras costas en 1902.
Los mismos personajes, la misma coalición, los mismos objetivos, pero ahora con una estrategia más destructiva.
Actuando como una quinta columna de un ejército extranjero los fascistas bloquearon los puertos para asfixiar económicamente a nuestro pueblo.
Secuestraron barcos, destruyeron los sistemas de control de refinerías, oleoductos y campos petroleros. Cerraron las escuelas y los mercados, congelaron el dinero de los ahorristas.
Llevaron a la quiebra a miles de pequeñas empresas y destruyeron decenas de miles de puestos de trabajo.
Dejaron a Venezuela sin gasolina y sin gas doméstico e industrial. Todo en medio de una incesante campaña de sicoterrorismo en los medios de comunicación, los cuales sustituyeron su publicidad por permanentes llamados al golpe de estado.
Sólo con millones de dólares de dinero extranjero puede entenderse el mantenimiento de esta agresión a Venezuela.
Ya no estaba en juego un presidente o la democracia, ahora se atacaba la vida de millones de venezolanos y la existencia misma de la soberanía nacional. Como siempre, los primeros en sufrir fueron los más débiles: los niños, los ancianos, los enfermos, las mujeres cabeza de familia, los pobres en general.
El golpe de estado nunca llegó, la explosión social nunca llegó. ¿Qué ocurrió? El pueblo bolivariano resistió el golpe antinacional con una disciplina colectiva nunca antes vista.
Mujeres y hombres resistieron largas filas para comprar gas y gasolina, resistieron la escasez de alimentos. Los conductores del transporte público resistieron las trancas de calles y avenidas, resistieron los disparos a sus unidades con el objeto de forzarlos a parar.
Los trabajadores del Metro de Caracas resistieron las amenazas de bombas en sus lugares de trabajo. Los obreros de Guayana combatieron los cortes de gas a sus industrias para salvar el pan de sus familias.
Miles de vecinos, organizados en círculos bolivarianos, fueron a apoyar a los trabajadores petroleros. La Fuerza Armada se declaró en máxima movilización para llevar alimentos al pueblo, así como proteger y operar la industria petrolera. Los obreros, técnicos, marinos y gerentes bolivarianos de PDVSA avanzaron día a día en la recuperación de la industria hasta los niveles en que se encuentra hoy.
El alto gobierno dirigió y coordinó el abastecimiento petrolero y de alimentos tanto dentro como fuera del país. Al mismo tiempo respondía a las conspiraciones políticas del golpismo.
En los momentos más difíciles la solidaridad internacional se hizo presente. Brasil, Cuba, República Dominicana, Trinidad y Tobago, y Quatar rompieron el bloqueo económico.
Las manifestaciones de apoyo no se hicieron esperar, desde Porto Alegre hasta México, desde Madrid hasta Estocolmo se combatió la campaña internacional contra Venezuela. A todos ellos, a todos Uds. presentes aquí hoy, vaya nuestro infinito agradecimiento.
Fue esa combinación de fuerzas la que derrotó al golpe económico contra los venezolanos.
Toda esa historia merece ser contada al mundo. Nosotros nunca la olvidaremos.
El pueblo bolivariano esta hoy unido en sus victorias contra el fascismo. Pero nuestra economía ha sido dañada como si hubiéramos sufrido una guerra. La pobreza y el desempleo nos azotan en la cara y debemos iniciar la reconstrucción del país. Nuestra administración pública no se ha puesto a la altura de la emergencia en que vivimos.
Los grupos fascistas derrotados se reorganizan recurriendo al terrorismo y a campañas de desprestigio contra Venezuela en el mundo.
En su locura van declarando a su país un "Estado forajido", soñando con una invasión extranjera. Todo esto ocurre en medio de la campaña electoral más sucia de nuestra historia.
Pero si mantenemos el vigor de la alianza bolivariana, si llevamos nuestro mensaje a todos los venezolanos y venezolanas y a todas las naciones del mundo, no hay duda que otra vez venceremos.
Nos ha tocado vivir tiempos extraordinarios. Cuando miramos hacia atrás nos damos cuenta de los mucho que hemos avanzado, pero parece poco cuando miramos hacia el futuro.
Venezuela está cambiando. América Latina está cambiando. Grandes fuerzas sociales están en movimiento re-definiendo nuestra identidad y nuestras aspiraciones.
Los indígenas, los afroamericanos, los campesinos, los trabajadores de las ciudades, las mujeres, todos están forjando alianzas para elegir por primera vez en siglos gobernantes que se parecen a las mayorías que ellos representan.
José Martí decía: "lo que quede de aldea en América ha de despertar" y pedía: "los pueblos que no se conocen han de darse prisa en conocerse".
Nuestro reloj continental está marcando la hora de que los pueblos ayuden a los pueblos.
En esta nueva emancipación de América, los venezolanos ofrecemos a Bolívar. Y ahora podremos responder mejor ¿Por qué Bolívar?
Porque ya no es un hombre solo, o unas ideas en un libro, ahora es un pueblo en acción.
Porque es una invitación a todos los latinoamericanos a aprender los unos de los otros. A fortalecernos en nuestro pasado y presente común.
Porque cuando decimos Bolívar queremos decir Tupac Amaru, San Martín, Morazán, Martí, Juárez, Artigas y todos los que lucharon y luchan por la liberación de sus pueblos.
Y finalmente, porque nos permite decirle a Uds. que esta también es su patria.
Muchas gracias.