10 de diciembre del 1998
Luis Bilbao
En Venezuela ha ocurrido un terremoto político. Los dos partidos tradicionales de la burguesía y el imperialismo desaparecieron en un vertiginoso proceso que culminó el domingo 6 de noviembre cuando el ex teniente coronel Hugo Chávez obtuvo el 56,3% de los votos contra el 39,9% de su rival, un economista liberal adoctrinado en Estados Unidos, Henrique Salas Romer.
En un desatino sin precedentes, los dos partidos gobernantes durante los últimos 40 años -Copei (Democracia Cristiana) y AD (socialdemocracia)- ganados por la desesperación, retiraron sus respectivos candidatos a presidente cuatro días antes de los comicios y apoyaron a Salas Romer, surgido precisamente como alternativa burguesa en violenta oposición a ambos partidos tradicionales. Su aplastante derrota, por tanto, supone una derrota mayor de las expresiones políticas al servicio del imperialismo y el gran capital.
El colapso de AD y Copei actualiza una realidad subyacente en todo el continente: la muerte de los partidos del capital. La única razón para que lo mismo no ocurra en Argentina es que no se ha logrado un punto de unidad social y política para las grandes mayorías explotadas y oprimidas. (Y, adelantémonos a reafirmarlo, aquí y ahora, eso es impensable en torno de cualquier frentecito electoral). Prueba de la extensión continental de esta realidad subyacente es que un hecho idéntico ocurrió en Brasil en 1989, cuando dos candidatos desconocidos acapararon todos los votos y demolieron el sistema de partidos preexistente. En aquel caso ganó el candidato prefabricado de apuro por el capital y luego el PT se deslizó hacia el reformismo, lo cual permitió la sobrevida que ahora nuevamente afronta una crisis.
Enmarcada por una crisis económica planetaria que, lejos de atenuarse se acentúa, la derrota del imperialismo y sus agentes venezolanos en el terreno electoral conmueve toda la arquitectura institucional continental y abre la posibilidad de un efecto múltiple -económico, social y político- que eventualmente puede hacer estallar el alineamiento hemisférico con Estados Unidos.
Chávez encabezó una coalición que unifica un amplio espectro, incluyendo un ala cristiana y las más diversas vertientes de izquierda. Esgrimió un discurso de neto contenido antimperialista; hizo eje en la putrefacción del régimen vigente; propuso formas diversas para no pagar la deuda externa y prometió gobernar en función de los intereses populares. Para ello, se comprometió a convocar una Asamblea Constituyente.
El Departamento de Estado estadounidense, a través de la CIA desató una campaña de desinformación que, como de costumbre, hizo su primera presa en cierta izquierda. La campaña tuvo dos puntos de apoyo objetivos: Chávez condujo un levantamiento militar en 1992 contra un gobierno constitucional. Luego, el ex teniente coronel tuvo contactos con el equipo de Seineldín en Argentina. A partir de estos dos datos, Chávez fue tipificado como "golpista" y "carapintada". Para nuestros progresistas -tan demócratas y legalistas que James Carter sufre una crisis de identidad- esto fue suficiente: había que apoyar a Salas Romer.
Quienes tienen siempre en la punta de la lengua la acusación de maniqueísmo, una vez más han sido incapaces de analizar hechos formalmente análogos y esencialmente contrapuestos. Vieron la capa... y embistieron.
En 1992 el presidente de Venezuela era Carlos Andrés Pérez, socialdemócrata, poco después destituido y encarcelado por corrupción. La sublevación de Chávez no tenía como objeto defender a militares torturadores y, por el contrario, se producía luego de masivas movilizaciones juveniles y su cruenta represión por parte del socialdemócrata Pérez. Nadie puede negar que aquel levantamiento fue apoyado por decenas de millares de jóvenes, trabajadores y marginalizados, que salieron a la calle en respaldo del intento. Fue, por tanto, una continuación del Caracazo. Y esto es más que evidente ahora, a la luz de los resultados electorales.
En cuanto a la relación con Seineldín, luego de dos viajes a Argentina (El Espejo los registró y dio las pautas para su interpretación), la relación aparentemente se cortó y Seineldín condenó a Chávez como "agente castrista", acusación que haría pública recientemente. No hay duda que quienes entonces se esforzaron por establecer aquel nexo, continuarán sus intentos. (Y El Espejo continuará registrándolos).
Como quiera que sea, frente a los fenómenos políticos el único posicionamiento sólido es el que toma como base la lucha de clases y la ubicación de los actores respecto de ella. Chávez y su Movimiento V República no tienen, hasta donde sabemos -y sabemos mucho menos de lo necesario- una clara definición ideológica, ni concepciones de clase que rijan su accionar táctico y estratégico. El dato dominante es la definición antimperialista (bolivariana) y el alineamiento político con el reclamo de las masas venezolanas. En este punto, de la lectura de sus materiales se puede advertir, en medio de ambigüedades de relieve, una singular inteligencia táctica.
El Polo Patriótico formado en torno a Chávez, incluye a revolucionarios provenientes de la lucha armada en aquel país, diversas expresiones marxistas, curas del tercer mundo e incluso la mayoría del MAS (no confundir con la sigla local; se trata de una organización socialdemócrata, cuyo presidente, Teodoro Petkoff -ex guerrillero- es ministro de economía del actual gobierno y que en su último Congreso, en lugar de apoyar a Petkoff como candidato, lo expulsó del partido y se alió al bloque en respaldo de Chávez).
Semejante viraje del MAS se adelantó a la táctica que oficialmente adoptó la socialdemocracia pocas semanas atrás, cuando la victoria de Chávez se mostró inevitable: rodear al candidato vencedor. Y sumado al carácter impreciso del Movimiento V República, resume el heterogéneo contenido ideológico y político del bloque vencedor y adelanta las dificultades que afrontará el nuevo gobierno aparte las que derivan de la demoledora crisis económica y la operación conjunta de los partidos del sistema, una mayoría de las fuerzas armadas y el imperialismo. Para desazón de quienes trazan estrategias con regla y compás, la historia y la lucha de clases tienen estas complejidades.
En este cuadro, Chávez ha mostrado lucidez, firmeza y ductilidad. Sin otro punto de referencia que la Declaración de Principios y el Programa de Gobierno del Movimiento V República, y su actuación pública reflejada (distorsionada, debería decirse) en la prensa comercial, su rasgo dominante parece ser una concepción pragmática, pero fuertemente determinada por la confrontación con el imperialismo estadounidense.
Como ocurre siempre con cualquier fenómeno histórico, aunque en este caso potenciado por el cuadro descripto, el desenvolvimiento depende menos de los rasgos subjetivos de sus principales protagonistas que de un conjunto de fuerzas contradictorias en el que pesan de manera decisiva factores tales como la existencia -o inexistencia- de una organización que en aquel país sepa sumergirse en el torrente social y acompañar la inevitable radicalización del proceso en función de una revolución obrera y socialista; el curso de la crisis en el resto del hemisferio y el efecto del caso venezolano en la posición de las fuerzas de clase y revolucionaria en cada país.
El gobierno estadounidense hizo todo lo posible para impedir el triunfo de Chávez pero hasta el momento no apeló a los militares, lo cual se explica sólo porque teme el efecto dominó en un cuadro de extraordinaria inestabilidad económica en dos países clave: Brasil y Argentina. La previsible crisis en las fuerzas armadas venezolanas -con el consiguiente riesgo concreto de guerra civil- prefigura igualmente la situación de los aparatos represivos en toda América Latina
Si la resultante de los diversos pasos políticos que asuma el gobierno de Chávez es una posición firme de confrontación con el imperialismo, en el actual cuadro económico, social y político de la región esto resultaría en la inauguración de una nueva oleada continental de luchas antimperialistas.
Sin forzar el análisis, se puede afirmar que más que una perspectiva, esto es una realidad palpable. Ha concluido una etapa de completa subordinación y aquiescencia en todos los órdenes al imperialismo. Están sepultadas las argucias pseudoteóricas para desdibujar el papel real del gran capital imperialista, ampararse en la súbitamente descubierta "globalización" (una novedad de 500 años) e imponer la noción de posibilismo. Reaparecerán, desde luego, quienes darán barniz teórico a la propuesta de conciliación de clases "para enfrentar al enemigo principal". Por ley, no serán pocos los intelectuales, políticos y sindicalistas que cargando en sus hombros un pasado de tercera posición luego transformado en postmodernismo, reaparezcan esgrimiendo posiciones contrarias a la independencia política de los trabajadores aferrándose nuevamente a variantes defensoras del sistema en una situación de objetiva confrontación con el imperialismo.
Sí: las elecciones en Venezuela son una muy severa derrota política para la burguesía y el imperialismo. Se inaugura una nueva etapa. Si el gobierno de Chávez alienta la movilización y organización social y resiste los embates múltiples del imperialismo y el gran capital local, Venezuela inspirará a decenas de millones de jóvenes y trabajadores en todo el continente para una nueva etapa de lucha antimperialista. Y allí, en el mar, se verá quién sabe nadar.