19 de agosto de 2002
Oscar Urdaneta Domínguez
Tienen razón de calentarse esos que llaman, desde sus escritorios de Editores de los grandes diarios comerciales - hoy sustitutos de los partidos políticos de los oligarcas tradicionales - a la esquina de La Torre, bajo el mote despectivo "la esquina caliente". Específicamente El Universal le ha dedicado toda una sección diaria, generalmente anónima, a ese pequeño espacio donde se exponen grandes verdades por parte de un grupo de activistas revolucionarios que han erigido allí su punto de encuentro, discusión y debates, desde hace más de 12 años. Si, leyeron bien: 12 años tienen esos contertulios reuniéndose en el sitio para conversar lo que piensan entre ellos mismos y con los transeúntes que quieran participar. Ahí se habla de política... es decir, por extensión, de Historia patria, porque en esa esquina ha sido testigo y protagonista de piedra de grandes sucesos históricos como el 19 de abril de 1810, donde detuvieron al Capitán General Vicente Emparan, otros bolivarianos - que todavía no sabían que pronto serían llamados bolivarianos e independentistas, porque seguirían a Bolívar hasta la muerte o la libertad de cinco países de América -, para hacerlo volver al Cabildo, desde cuyos balcones el pueblo le diría que no quería su mando porque era el mandato de la monarquía que nos sojuzgaba desde España.
El tiempo ha pasado, pero las circunstancias de la Torre y de la Gente, parecen ser las mismas: hoy, desde ahí se está llamando a Cabildo, al nuevo Emparan que pretende convertir a Caracas - y , si lo dejáramos, al país entero- en una ciudad gemela de Nueva York. Sí, me entendieron: estoy hablando de Alfredo Peña, quien como Alcalde Metropolitano no pierde la oportunidad de viajar a la Gran Manzana en solicitud de dinero para sufragar su campaña progolpista contra Chávez. Pésima memoria la de Alfredito, que olvida que quienes lo llevaron allí, fueron los votantes y los votos que aportamos los seguidores de este proceso revolucionario. Pero así son algunos ingratos canes: muerden la mano que les da de comer. Y los contertulios del Círculo Bolivariano que allí se reúnen no han olvidado que él traicionó sus votos para unirse a otros predadores que le ladran a la luna y viajan al Norte a suplicar un desembarco de sus Marines al tío Sam para convertir a Venezuela por las armas invasoras norteamericanas en otro "estado libre asociado", o a buscar plata con CAP para comprar conciencias de civiles y militares sin pundonor.
Por eso les calienta que una esquina histórica desde la que siempre se han levantados clamores por derechos y libertades, no esté en manos de esas minorías pitigringas, esas "turbas fashion" que reclaman para sí la exclusividad de representar a toda la sociedad civil desde la Plaza Francia. Ellas, que son precisamente las que siempre han sido privilegiadas, las que admiran a Bratton y al Ratón Mickey más que a los Padres de la Patria. ¿Les "calienta" que la gente humilde, que el pueblo llano que viste ropa tricolor tenga su esquina para expresarse?
A Peña lo histeriza que esa "chusma" le recuerde constantemente que el cargo que hoy detenta es prestado y que se lo dio esa "gentuza". No le gusta verse retratado como traidor de la confianza popular en una de esas carteleras populares. Y, como nunca ha luchado solo sino apoyado por los grandes grupos económicos (recordemos que fue director de El Nacional y hombre de confianza del grupo Cisneros cuando tenía su programa "Peñonazos"), para denigrar a los enemigos estratégicos y casuales de los oligarcas, ahora tira la piedra y esconde la mano.
Se esconde detrás del clero bien comido y subsidiado.
Nadie puede convencernos que detrás de esta campaña de desprestigio en contra de los Círculos Bolivarianos que realizan actividades en el Centro de Caracas no esté la peluda garra de un hombre acostumbrado a aullar una cosa de noche y terminar ladrando otra cuando se le ofrece plata en la mañana. Si las hordas fascistas de Altamira pueden rugir a gusto cada vez que montan un show mediático, con algún coronelito bien pagado y mal actor de la "Promoción Blanca Ibáñez", derecho tiene el pueblo a tener su tribuna junto al Padre de la Patria. Bolívar era alérgico a los escuálidos y al clero reaccionario.
Si algunas majestades de las cúpulas eclesiásticas - que no el curita de pueblo, no el cura de barrio - se sienten ofendidas por las expresiones populares que ahí tienen cabida, será porque, como hicieron sus predecesores durante el terremoto de 1812, que salieron predicando que el sismo era un "castigo de Dios" por causa de los patriotas que querían la independencia de España, nosotros les decimos que Dios nada tuvo que ver en el aquel desastre, así como hoy no tiene nada que ver con esa plaga escuálida que por más de 40 años azotó la Patria, ni con la tragedia del Estado Vargas.
Las esquinas se calientan porque son como la sangre de los pueblos: humanas. Y el Soberano ahora tiene la palabra en cualquier plaza, en cualquier calle... Incluso los escuálidos. Por eso no saldrán de su Torre, porque las torres son atalayas para lanzar a cuatro vientos las voces más sentidas de la democracia.
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