17 de marzo

5 de agosto del 2002

Temir Porras dice que estamos ante una acción de transformación estructural de la sociedad

"En Venezuela está en juego el papel que tiene la mayoría en la democracia"

Rebelión

Universitario, asistente de políticos franceses y sobrino de Baltasar Porras, este joven intelectual se trasladó a Venezuela para meterle el hombro a la revolución bolivariana como asesor del ministro de la Secretaría de la Presidencia. Las reformas contenidas en la Ley Habilitante se aplicaron en Europa hace 50 años, pero "la clase media y la clase alta se oponen con un nivel de análisis primario... les da asco que la plebe haga política". La herencia del Pacto de Punto Fijo genera una reflexión: "Cuando conoces el sistema de clientelismo instaurado desde 1958, cuando penetras en la administración pública, comprendes que el funcionariado está contra el Gobierno"

Vaya que todavía es un mozalbete. Pero Temir Porras lleva a cuestas 10 años de correrías "con el morral al hombro", como él mismo afirma, alternando los rigores de la academia francesa con los de las cargas policiales para reprimir las manifestaciones antiglobalización en Bruselas y Niza. En su mochila se trajo dos grados universitarios, en Ciencias Políticas e Historia, así como los bosquejos de su tesis para el doctorado en Sociología Política, que versará sobre "el clientelismo y el surgimiento de una clase política en Venezuela a partir de 1958". Estas credenciales, junto con la mundanidad adquirida en su periplo europeo, tan prolongado como precoz; su buen linaje, certificado por el apellido que comparte con su tío, monseñor Baltasar Porras; y, sin duda, la foja estudiantil, propia de un niño prodigio, que lo llevó a obtener una beca del exclusivísimo Programa Galileo, describirían a este muchacho caraqueño, criado en Puerto Ordaz, como un firme candidato a nerd o como ese modelo de marido que toda señora de clase media desea para su hija. Sin embargo, se convirtió, contra todo pronóstico, en el "muchacho de los rulos", tal como el presidente Chávez lo recordó el día que requirió su presencia en el Palacio de Miraflores para que abandonara París y viniera a ponerle el hombro a la revolución. Ambos se habían conocido en octubre de 2001 en la capital francesa, cuando un grupo de estudiantes venezolanos -entre quienes se contaba Temir Porras-, persuadidos de que "algo interesante estaba ocurriendo en Venezuela", organizaron un encuentro en La Sorbona entre el carismático líder tercermundista y la crema y nata del pensamiento progresista de Europa. Su compromiso y eficacia, que tan inmejorable impresión causaron entonces en Hugo Chávez, terminaron por ser el atajo con el que llegó el pasado mes de abril a ocupar su actual cargo de asesor del ministro de la Secretaría de la Presidencia, Rafael Vargas, junto con su amigo y colega franco-venezolano Max Arbeláez.

Porras sólo admite que "nosotros cumplimos un papel de análisis dirigido fundamentalmente a la relación de la Presidencia con el extranjero", y previene, mientras recalca que declara a título personal y nunca como portavoz del Ministerio, "que darnos demasiada influencia sería exagerar, básicamente, por nuestra edad, para no citar otro dato; aportamos cosas, pero también estamos aprendiendo". Como parte del cumplimiento de su deber, ha sido el contacto en Caracas de personalidades como Ignacio Ramonet. Y a la hora precisa de esta entrevista, noche del pasado miércoles de disturbios, lamentaba todavía que uno de sus invitados de paseo por la revolución, Paul-Emile Dupret, diputado belga al Parlamento Europeo por el grupo de Izquierda Unitaria, había sido herido por los perdigones de la Policía Metropolitana en la avenida Baralt; uno de los proyectiles le golpeó cerca del ojo derecho y, aunque la lesión no era de considerar, representaría para el parlamentario un contundente testimonio de "lo que en verdad sucede en Venezuela". Al menos, a eso apuesta Temir Porras. -Muchos creen que toda la izquierda internacional está corriendo hacia Venezuela de manera espontánea. Pero eso no es cierto. Dentro de la izquierda europea hay un gran prejuicio contra los militares. Cuando hablo con un izquierdista europeo, siempre me dice: "¡Pero Chávez es militar!". Por eso creo que Ignacio Ramonet ha asumido una posición muy valiente en Francia, defendiendo de forma total y completamente espontánea el proyecto de Hugo Chávez. Él ha hecho un análisis que lo llevó a decir que en Venezuela está sucediendo algo interesante y que a la vez hay una situación normal, en el sentido de que se plantea un proyecto de socialismo democrático, con una oposición que se opone libremente y con debates, a veces caldeados.

Hacer valer la política

-¿Hay una situación normal en Venezuela? ¿Con trifulcas a las puertas del Tribunal Supremo? -Sí. Lo que pasa es que aquí se dramatiza. Ve lo que pasó en Seattle. O en una Cumbre Europea donde yo estuve. Allí hubo disturbios peores. Éramos 120.000 manifestantes y los policías nos dieron hasta por la cédula, nos persiguieron, entraron a un gimnasio y lo reventaron. Pero, ¿quién acusó al gobierno francés? ¿Quién dijo que en Francia estaba sucediendo algo extraño? En Génova mataron a un manifestante, ¿y quién ha dicho que en Italia hay una dictadura? Yo no creo que eso sea lo ideal, pero sucede en otros lugares. Y precisamente frente al Tribunal Supremo o en las inmediaciones del palacio de Gobierno, porque allí hay una expectativa, hay grupos que tienen políticas diferentes, que las quieren hacer valer.

-A veces la izquierda del Primer Mundo sucumbe ante imágenes idealizadas de lo que sucede en el Tercer Mundo, y se muestra dispuesta a elogiar cosas que nunca aceptaría para sus propios países. -Sé a qué te refieres. Esa es la crítica al romantismo europeo, que se puede aplicar a la adoración por el zapatismo: cuatro indiecitos y un tipo mal armado. Pero yo no se lo aplicaría al proceso venezolano. -¿Acaso usted no incurrió en esa idealización desde la distancia? -Es algo que no podía desechar a priori, pero que sí descarto a posteriori. Yo, hasta mediados de 2001, me conformaba con estar afuera, leer la prensa, informarme un poco; pero a partir de septiembre del año pasado, cuando empiezan a definirse más las posiciones, pensé que me interesaba venir a Venezuela y meterme directamente. Por supuesto, yo no soy tonto, y en Francia una de las interrogantes que enfrentaba era la de saber si mi evaluación de la situación sería igual cuando me viniera a Venezuela. Y muchos amigos, que vivían tanto en Venezuela como en el extranjero, con quienes tenía desacuerdos políticos, me decían: "Eso de ser chavista en el extranjero es muy fácil, porque tú no vives el día a día, pero ya verás, cuando llegues te vas a dar cuenta". "Sorprendentemente para ellos, y tal vez para mí, mi posición se afirmó cuando llegué. ¿Por qué razón? La mayoría de las objeciones que me habían hecho con respecto a lo que sucedía en Venezuela, tenían mucho que ver con la vivencia personal de quien hacía el análisis: 'Es que a mí me pasó', 'Es que a mi papá, o a mi familia...', 'Es que nosotros en nuestra urbanización nos sentimos agredidos'. Pero uno, como analista, no se adhiere a una idea por razones personales. Estoy de acuerdo con Pierre Bordieu cuando decía que 'hay que tratar de pensar contra sí mismo'. Y mi análisis me permite ver que en Venezuela hay una situación única, en la que están en juego cosas fundamentales. De ahí que las posiciones hoy luzcan tan extremas, radicales".

-¿Qué cosas estarían jugándose? -La democracia, definida parcialmente por la participación de la mayoría en la cosa pública. Uno de los grandes logros de este proceso es, precisamente, haber incorporado la gran mayoría a la política. Una mayoría que, además, no le es incondicional al Gobierno. Hoy en día, cualquier asunto que se ponga en la agenda política no es algo que atañe solamente a cuatro expertos, a un ministro y a cinco diputados. Por ejemplo, yo me reúno de vez en cuando con gente que participa en un círculo bolivariano en un barrio del Oeste, y estoy absolutamente sorprendido con el nivel de compenetración con la actualidad y de análisis político que allí encuentro. Un nivel, por cierto, que me ha costado encontrar en medios y en grupos que son más instruidos. O sea, el nivel de análisis que se tiene de ciertos proyectos como, por ejemplo, las leyes habilitantes, es muchísimo más primario en los supuestos expertos que en gente que en principio no sabe nada de esto. "Fíjate que una de las críticas que le hacen a estas leyes ciertos grupos progresistas en el extranjero, es que tienen contenidos más bien moderados. Pero resulta que esos contenidos moderados, que buscan llevar a cabo reformas que ya ocurrieron en Europa hace 50 años, desatan en Venezuela una reacción que llevó a un golpe de Estado. ¿Por qué? Porque en Venezuela hay un grupo minoritario que no acepta ni siquiera que la legislación venezolana se ponga a tono con lo que es cosa común en los países más avanzados y más capitalistas del mundo".

Un país a su medida

-¿Quiénes constituyen ese grupo? -La clase media y la clase alta. Se oponen al proyecto y a la persona misma del Presidente con un nivel primario de análisis. Porque quieren un país a su medida, y no tienen conciencia de que son minoría en su propio país: ellos son los diferentes, son los extraños, con respecto al grupo de la población de mayor peso numérico.

Pero aun así, ellos quieren que los representantes democráticos se parezcan a ellos, y que las políticas públicas les convengan a ellos. Yo pienso que muchos están reaccionando epidérmicamente, que simplemente les da asco que esa plebe que es bruta, que no sabe pensar, que no ha ido a la universidad, haga política. Caen en el análisis primario que ellos mismos les reclaman a las hordas salvajes.

-Así como ves expresiones de apertura democrática en este proceso, ¿qué imperfecciones observas? -Que somos unos novatos. Se ha producido algo igual en otros contextos donde ha llegado al poder un Gobierno, llámalo progresista o revolucionario, que representa una acción de transformación estructural en la sociedad. Cuando llegan al poder, precisamente porque no son la clase política constituida y no tienen las redes que posee la clase natural que ha gobernado el país, no entran dentro de la definición de lo que a priori sería un gobernante. Hay muchísimo desconocimiento del aparato administrativo, se subestima cuáles son los obstáculos o dificultades de ciertas cosas, se sobrestiman las propias capacidades para producir cambios. "Y en el caso venezolano, además, ocurre que el bolivarianismo llega al poder antes de haberse constituido como una fuerza política, con una estructura, con una experiencia de la oposición; al contrario, por ejemplo, del Partido de los Trabajadores en Brasil, que tiene opción de llegar al poder en octubre, pero con una experiencia de oposición de muchísimos años, con redes sociales bien ancladas, con un programa bien elaborado, y con una experiencia de gobierno local en ciudades y estados. Así es como tú creas una élite administrativa, cuadros, que tienen cierta disciplina y comprensión política de la situación". -Es decir, que en estos tres años los venezolanos le hemos financiado un postgrado en gestión pública al gobierno de Chávez.

-Tal vez. Y no es que yo le quiera restar responsabilidades a la propia voluntad gubernamental de hacer las cosas, o de tener sus propios problemas internos. Pero no se puede ser un iluso pensando que vas a llegar al poder y que aquello va a estar perfecto, a sabiendas de que actualmente el gobierno de Chávez gobierna contra el Estado. Cuando conoces el sistema de clientelismo instaurado desde 1958, cuando penetras en la administración pública, no hay que ser muy ducho para comprender que el funcionariado está contra el Gobierno. Yo estuve presente en la Embajada de Venezuela en Francia el 10 de diciembre de 2001, cuando todo el personal diplomático tocó cacerolas. ¡La representación del Estado venezolano en el extranjero asumiendo un rol primario de oposición! Ahí comprendes la dificultad que tiene la nueva élite política para imponerse frente a los cuadros que ya estaban en situaciones de poder. Y ahí también puedes ver, frente a los cretinos de la Embajada que cobran 6.000 dólares mensuales, que viven en París con un carro grande sin pagar impuestos, y que sin embargo tocan cacerolas, que tienes que participar y que no te puedes quedar fuera del proceso.

Tomado de Rebelión


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