11 de Febrero de 2002
Jorge Arreaza Montserrat *
Venezuela Analítica
Venezuela es un país pleno de riquezas espirituales, humanas y naturales. Sin embargo, desde su independencia, la dirigencia política la ha llevado por el derrotero de las desigualdades y la miseria. Después de un siglo XIX plagado de guerras civiles, cuando sencillamente no existió el Estado, el siglo XX ofreció una relativa paz social, pero bajo una pésima noción de gerencia, distribución de los recursos y respeto a los derechos humanos. Después de tiranías caudillistas, amagos de apertura y dictaduras, 1958 surge como el año en el que la sociedad venezolana apostó por un sistema de libertades que dieron por llamar democracia. En este proceso se afianzó en el poder un férreo bipartidismo, apoyado en pactos institucionales y en la exclusión de los grupos progresistas. Este sistema trajo como consecuencia una repartición arbitraria del poder público en Venezuela amparándose en una relación estrecha con los factores del poder económico privado y el poder político y financiero internacional. Así las cosas, a pesar de algunos intentos por avanzar en un régimen plural, los intereses partidistas, empresariales e individuales, fueron dejando el interés nacional de soslayo, y los inconmensurables ingresos financieros que recibió el país durante las décadas de los 70 y 80 por concepto petrolero, fueron despilfarrados, malversados o sencillamente robados. No conforme con ello, se acumularon una deuda externa -bochornosa para un país como el nuestro- y una deuda social aún más injusta y difícil de saldar, que se traducen en una sociedad en la que más del 80% de sus ciudadanos sufre exclusión social. Algunos esfuerzos durante la década pasada para aplicar recetarios del FMI profundizaron la crisis y trajeron como consecuencia una reacción al sistema establecido, encabezada por el actual Presidente de la República.
El 27 de febrero de 1989 fue la primera gran campanada del final de una etapa política: el pueblo protestó espontáneamente con violencia y reclamó justicia y equidad. Las dos intentonas de golpe de Estado de 1992 confirmaron el descontento nacional en todos los ámbitos. Las victorias electorales de partidos no tradicionales a escala regional ya asomaban una nueva realidad. En 1993 el mismo sistema trato de escapar de su destino poniéndole fin anticipado al período presidencial. En 1994 bajo un disfraz anti partidista, llega al poder uno de los padres del sistema anterior, dándole así la estocada final a su propio proceso. Para 1998 la situación era clara, el pueblo venezolano clamaba por un cambio político absoluto, de lo contrario la explosión social hubiese sido incontrolable. De esta manera, surge la figura de Hugo Chávez apoyado por una serie de partidos de izquierda, dispuestos a constituir un muro de contención política y social contra el avance desmedido del neoliberalismo, ofreciendo un gobierno con énfasis social que trataría de activar el desarrollo de adentro hacia fuera.
El nuevo gobierno comienza a ejecutar una serie de medidas en materia económica y social, acompañadas de una política exterior autónoma, con la firme disposición de cambiar la institucionalidad del Estado venezolano, oxigenando así el sistema político, rompiendo en gran medida con los esquemas del pasado. La convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente de carácter originario, en la que los representantes del nuevo proceso obtuvieron una abrumadora mayoría, le brindó la oportunidad a sus líderes de dirigir el timón en la dirección que deseasen. Aunque muchas voces auguraban una nueva Constitución revolucionaria al estilo cubano, el resultado fue un texto progresista, pleno de libertades, derechos fundamentales y garantías democráticas, en el marco del capitalismo y la democracia liberal. El pueblo apoyó en referendo y por amplio margen la nueva Carta Magna, donde quedaron sentadas las bases de lo que el oficialismo denomina "la revolución". Para 1999, los augurios en materia económica de los opositores a las transformaciones eran desesperanzadores, sin embargo, a pesar de la convulsión política ocasionada por la pugna entre un sistema constituido y uno por constituirse, la inflación se ha desacelerado drásticamente, las reservas internacionales se han mantenido estables, los precios del petróleo y la OPEP han sido fortalecidos, la economía ha comenzado a crecer, la moneda nacional no ha cedido demasiado terreno ante el dólar y el PNUD asegura que el crecimiento de la pobreza se ha detenido en Venezuela.
En materia social, el presupuesto nacional ha reflejado un incremento sustancial para la educación, la salud y los servicios públicos. Un plan que ha integrado a la Fuerza Armada en la reconstrucción de la infraestructura física del país ha dado resultados importantes. Una serie de leyes orgánicas que desarrollan los nuevos principios constitucionales, trata de establecer un marco jurídico más equitativo, donde los sectores menos favorecidos de la población verán cómo sus oportunidades de subsistencia y ascenso social aumentan. Cabe destacar que todos los pasos dados por el gobierno han sido dentro del marco de ambas Constituciones y las leyes.
La política exterior, por su parte, se ha diversificado. Venezuela ha dejado de ser un ente meramente periférico al servicio de los intereses de EEUU, para entablar relaciones con otros Estados alrededor del globo, defendiendo la conformación de un sistema internacional multipolar. En este contexto, el actual es un gobierno con una clara vocación integracionista en lo que respecta a América Latina, teniendo no sólo como objetivo, sino como mandato constitucional, la concreción de una Comunidad de Naciones Latinoamericana y Caribeña. Esta integración regional conformaría un bloque homogéneo que ayude a que nuestra región se inserte con fuerza dentro del proceso globalizante, obteniendo de él las mayores ventajas y neutralizando sus efectos asimétricos. No se ha tratado de afianzar diferencias con los Estados Unidos, ni con ningún otro actor global, se trata más bien de buscar una dinámica exterior propia, dejando atrás las imposiciones y el pensamiento único.
No obstante, el pueblo de Venezuela se ha hecho demasiadas expectativas. En la práctica, el venezolano no ha sentido una mejoría notable de su nivel de vida, para muchos, por lo contrario, su situación ha desmejorado. Ningún cambio de la superestructura puede traducirse de inmediato en realidad social, sin embargo, los nuevos dirigentes deben hacer esfuerzos por eliminar trabas burocráticas, por aumentar la eficiencia de sus gestiones y por evitar la repetición de conductas políticas que deben quedar en el pasado. Debe garantizarse el involucramiento activo y la compenetración de la población con el proceso de transformaciones, así como el respeto a las opiniones disidentes. Recordemos que las revoluciones las llevan a cabo los pueblos, no la dirigencia de turno. Los avances deben demostrarse con logros, con hechos, con acciones, con gente, con sonrisas.
Existe una fuerte corriente opositora integrada por quienes han visto desaparecer los privilegios que obtenían de sus relaciones con los gobiernos anteriores, o por quienes, sencillamente, guardan discrepancias de fondo y forma con las políticas y el estilo del gobierno. Sin duda el estilo presidencial es enfático, pleno de confrontación y retos. Muchos critican el exceso de militares entre quienes ejercen el poder público. Sin embargo, los civiles debemos reconocer nuestra ineficacia para formar líderes que cumplieran con el rol que por naturaleza les correspondía y que, por nuestras omisiones, cumplen hoy muchos miembros de la Fuerza Armada Nacional. Por momentos se han abierto espacios para el diálogo, pero se han ido cerrando, bien sea por reticencias del gobierno, o por negativas de los dispersos opositores con poder económico. Es menester que el diálogo se desarrolle, no para claudicar ante los intereses de quienes arruinaron un país, sino para garantizar la gobernabilidad y la estabilidad política, dándole cabida a actores diferentes al gobierno, así como oportunidades para la aparición de nuevos actores. Es necesario conservar un norte claro: el sistema político venezolano debe mantener al ser humano y a la sociedad por encima de los intereses particulares o mercantilistas, para lo cual las posiciones y decisiones deben ser firmes, aunque no ciegas, sordas o inflexibles. Siempre es posible transitar la vía del diálogo sin doblegarse, más aún en un proceso que nació y se desarrolla en un ambiente de libertades que aspira convertirse en democracia, donde la voz de las minorías siempre sea válida y donde la mayoría toma las decisiones finales, escuchando a todos los sectores involucrados.
El reciente proceso político venezolano es una clara reacción a una serie de tendencias económicas y prácticas políticas nocivas por definición. Sin lugar a dudas, parte de la izquierda venezolana está inmersa en los cambios, pero muchos otros sectores y muchas voces independientes también son protagonistas. Venezuela no puede darse el lujo de dar un paso atrás. Esta debe ser una transición democrática, con preeminencia social, que nos lleve hacia una sociedad más justa, más equitativa, siempre dentro del marco de la libertad y el respeto al derecho nacional e internacional. Dentro de la globalización y el capitalismo, Venezuela está buscando su propia estrategia, su propio camino. Ante un mundo como el que vivimos, no es fácil hallar una salida a la crisis social, nuestro deber entonces es cumplir con la máxima del maestro Simón Rodríguez: "o inventamos, o erramos".
* Profesor de la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad Central de Venezuela
Tomado de Venezuela Analítica