17 de marzo

31 de octubre del 2002

¿Quién ha hablado de democracia en Venezuela?

Eileen M. Padrón L.
Grupo Correo

Recientemente han tenido lugar en Venezuela conatos golpistas e intentos serios de magnicidio. Poco tiempo atrás, decenas de miles de venezolanos han salido a la calle en dos bloques bien diferenciados: los que solicitan que el Presidente Chávez salga del Gobierno y los que piden que se mantenga en el poder. Dejando aparte las cantidades de manifestantes en uno u otro bando, cifras que discrepan según quienes informan de la noticia, lo realmente importante es que, como se denuncia en Venezuela y fuera de Venezuela, el país está dividido. Es decir, el país continúa dividido, sólo que algunos detalles de la fractura son diferentes ahora que cuatro años atrás, cuando todavía gobernaba el tradicional y corrupto sistema de partidos que manejó los resortes del poder desde la caída de la dictadura. Ya no se trata sólo de una división entre ricos y pobres, sino entre quienes defienden que el estado de las cosas continúe como estaba y quienes defienden que un país democrático y rico no puede mantener unas tasas de desigualdad social tan extremas. Y entre las dos partes, un precipicio.

Según la última encuesta de Naciones Unidas, el 20% de la población más pobre de Venezuela participa en el 3% del ingreso o consumo del país, mientras que al 20% de la población más rica le corresponde el 53,2%. Sólo con un alto grado de cinismo se puede hablar de democracia en un conjunto de población con tan abismales diferencias económicas. Lamentablemente, Venezuela no es un caso único en América Latina, pero sí es el primer caso en los últimos tiempos donde la mayoría de la población, y no sólo la más pobre electorales en Venezuela consigue que sea realmente difícil que los miserables puedan acudir a la urna apoya a un gobierno que se denomina revolucionario.

No revolucionario en referencia a los perdidos sueños de comunismo que una vez fueron causa común también en América Latina. Revolucionario porque quiere aumentar los índices de igualdad en un país rico, y acceder a un bienestar general semejante al que puede existir en sociedades como la nuestra. En efecto, algunos en Venezuela a eso lo llaman comunismo, porque se trata de repartir los recursos de los que más tienen entre los que menos tienen.

Al régimen venezolano se le acusa de represor, totalitarista, incompetente y corrupto. Eso no debería sorprender a los venezolanos, que poca cosa más han conocido que gobiernos represores, totalitaristas, incompetentes y corruptos.

¿Cómo, si no, se entiende que las libertades constitucionales estuvieran suspendidas hasta la entrada en vigor de la nueva Constitución, en 1999, con apenas unos meses de restablecimiento durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez? Echen un vistazo a los informes de Amnistía Internacional de la pasada década. ¿Qué razón pueden encontrar los gobiernos anteriores, más allá de la incompetencia y la corrupción, para justificar que el 70% de los venezolanos desde 1983 hasta 2000 hayan vivido con menos de dos dólares al día? Y si esos gobiernos no contaban con un millón de personas que salían a la calle en su contra, ni otro millón a su favor, ¿cuál es, entonces, la diferencia con el Ejecutivo que preside Hugo Chávez? ¿No cabrá plantearse que hay otras razones? A pesar de lo que repite una y otra vez la oposición a través de sus portavoces oficiales, los medios de comunicación, el gobierno venezolano no es un gobierno represivo. En la manifestación de la oposición del jueves pasado no hubo una sola intervención drástica de las fuerzas de seguridad nacionales.

El caballero que lideró el golpe de Estado del 11 de abril salió por sus pies de su casa sola noche en prisión y ahora puede estar disfrutando de las veleidades de algún país caribeño. No se ha cerrado ninguno de los medios de comunicación que apoyaron manifiestamente el golpe de Estado, pues mientras detenían al Presidente constitucional el pasado 11 de abril sus rotativas imprimían felicitaciones a la reestrenada democracia. Carlos Ortega, líder de uno de los sindicatos más corruptos de América Latina, esparció sin trabas en la lengua y sin ninguna prueba que no solicitó el paro nacional para el día siguiente a la manifestación de la oposición porque el Gobierno tenía un plan para asesinar a miles de ciudadanos si esto acontecía. Por desgracia, conocemos varios caudillos y miles de víctimas en todo el mundo que podrían darles una lección bien informada de lo que es represión.

Por no hablar del supuesto totalitarismo de un Gobierno que, a diferencia de tantos otros, hizo converger sus proposiciones de cambio en una Constitución democrática, realizada por una Asamblea Nacional Constituyente elegida ex profeso por el pueblo venezolano Constitución de 1978 fue redactada y aprobada por unas Cortes que se autonombraron constituyentes; en el caso alemán, ni eso, y que, sin necesitarlo constitucional y exponiéndose a perder las elecciones, relegitimó su poder en unas elecciones catalogadas como limpias por todos los organismos internacionales hace apenas dos años. La incompetencia se mide desde las partes interesadas; lo único objetivo es que el índice de desarrollo humano que publica Naciones Unidas marca una tendencia hacia el alza, lo que demuestra que en Venezuela se vive ahora mejor que se vivía hace cuatro años aunque, eso sí es posible, los que detentan el poder económico hayan notado merma en sus ingresos; pero de eso se trata, cuando de políticas de igualdad económica se habla. La corrupción es una gran asignatura pendiente del gobierno venezolano, pero no ha aumentado: los datos de Transparencia Internacional señalan el mismo (alto) índice de corrupción en 2002 que en 1996, en pleno mandato de Rafael Caldera.

En efecto; el problema no es tanto Gobierno como la oposición. No cabe responsabilizar al chavismo de haber enfrentado dos países, sino de haber despertado de su letargo a la población más débil y a aquella dispuesta a apoyar un proceso de cambio profundo en el sistema socioeconómico venezolano.

Eso sí: es mérito del gobierno venezolano haber conseguido que lo que parecían los más dispares intereses se quitaran la máscara y se unieran en los intereses que, finalmente, no son tan dispares. La patronal afiliados que se concedieran facultades a los trabajadores para acudir a la convocatoria de la oposición, no así a la de apoyo al Gobierno, los sindicatos corruptos, los partidos políticos tradicionales que durante años se repartieron el país, la jerarquía eclesiástica más rancias todos están de acuerdo con que Chávez debe salir, cuanto antes, del poder. Se han permitido el lujo no sólo de perpetrar un intento de golpe de Estado, sino de dar un ultimátum a un gobierno democráticamente elegido por la mayoría del pueblo. La oposición se niega a sentarse en la mesa de diálogo si no va por delante la renuncia del Presidente; infructuosos resultaron los intentos de mediadores como Gaviria o Carter, recientemente nombrado Nobel de la Paz, al que la oposición no quiso ni escuchar. ¿Qué democracia es esa?

¿Qué democracia es la que cuenta con un Tribunal Supremo de Justicia que es la única instancia en el mundo que niega que el 11 de abril hubo un golpe de Estado en Venezuela? Por esta decisión, los golpistas campan a sus anchas y realizan todas las declaraciones que creen convenientes, sin intervención del gobierno. ¿Qué democracia es la que cuenta con una oposición que pide que se transgreda la Constitución como única salida de la "crisis" que ella misma crea? Porque, como en todo gobierno presidencialista ocurre en el nuestro el Presidente no puede, sin más, disolver el Parlamento, por lo cual no puede provocar unas elecciones anticipadas sin violar la Constitución; eso sí sería una medida totalitarista. Y, en el caso de que promoviera su propia renuncia del sillón presidencial, el Tribunal bien podría declarar su incapacidad para presentarse a unas elecciones para un cargo público al que renunció. ¿Qué democracia es la que cuenta con unos medios de comunicación irresponsables, que mantienen un fiero ataque contra el Gobierno sin darle tregua a su defensa, lo que ha conseguido que millones de venezolanos dejen de leer la prensa y escuchar los informativos de los canales opositores? ¿Qué democracia es aquella cuyo Gobierno democrático no puede gobernar, sino estar permanentemente a la defensiva de los opositores que cuentan con los recursos para intentar cualquier golpe de Estado <¡que nos plantean como legítimo! y salir o impunes o victoriosos de él? En definitiva, ¿de qué democracia estamos hablando en Venezuela?


Roberto Viciano Pastor-Rubén Martínez Dalmau
Dpto. Derecho Constitucional y Ciencia Política
Universidad de Valencia (España)
Autores de "Cambio político y proceso constituyente en Venezuela (1998-2000)" Tirant, 2001

Tomado de Rebelión


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