18 de mayo del 2003
Un intento de definición
Adnan Abidar
El bolivariano integral es un ser humano más. Puede ser evangélico, cristiano, negro o blanco, hasta puede no ser chavista, y aunque aún existen otras actitudes o posturas que pudiera adoptar, incluyendo algunas socialmente no muy populares, también es cierto que por lo menos una le niega su existencia, me refiero al "escualidismo" (Yo, yo, y yo también).
Pero el Bolivariano integral, además de ser un mortal más, debe ser una persona provista de cualidades que lo proyecten a un plano espiritual sustancioso, enriquecedor de su propia existencia y la de aquellos que lo rodean. En otras palabras, el bolivariano es algo más que una individualidad dispuesta a apoyar un proyecto netamente político-partidista. Eso, estoy seguro, muchos así lo entendemos.
Ahora bien, a pesar que intuimos esa amplitud en el sentir bolivariano, los que nos hemos sumado a esta ola revolucionaria, no podemos negar que nos reconocemos en mayor grado en el ámbito político. Y esto es adecuado, necesario, pero no suficiente.
Hasta aquí no digo nada nuevo, sin embargo, intuir el alcance superior de la revolución bolivariana es el principio de algo mucho más exigente. Entonces pregunto: ¿Cuánto de lo que debemos hacer, hacemos?. ¿Cuántos de los discursos y opiniones que expresamos, también compartimos y llevamos a la practica?, ¿Será que hablamos y escribimos muy bien, y nada más?, ¿Será que exigimos a los demás un adecuado comportamiento, pero cada quien en su interior transgrede aquello que exige?. Estas interrogantes, en general, traducen en mucho el mal del que sufrimos muchos revolucionarios.
Y es que lo que demanda la formación del bolivariano integral, del revolucionario de ideas enriquecedoras, más que aquel que se disfraza con los iconos universalmente aceptados para definirse como tal, se presenta todos los días, en todos los espacios: en el trabajo, en la casa, en la reflexión diaria que nos lleva al encuentro con nosotros mismos. En cosas tan elementales y sencillas como el bolivariano que llega a su casa para encontrarse con su familia, y halla en la intimidad un oasis de libertad y distensión. Allí es donde ese bolivariano integral se forma, se consolida y se reconoce asimismo como tal, es decir, aplica su sentir revolucionario para fortalecer como ninguno el amor por su familia, por su cónyuge, por sus hijos, creando las condiciones para proveerlos de alegría, de esperanza y seguridad.
Entonces, respetar el espacio sagrado del hogar, armonizar, aún en medio de las dificultades, es tarea obligada del bolivariano que ve a su nación como la suma de muchas partes, y él y su familia como una de esas partes. Es decir, "la revolución empieza en nuestro hogar"
Pero además, haciendo un ejercicio gráfico, imaginemos al bolivariano integral, que colmando de satisfacciones a su familia, sale feliz de su acomodada y armoniosa casa, bien vestido, perfumado y peinado, pues ese señor no debe olvidar que cuando regresa, y entra al baño para excretar sus heces, éstas son tan hediondas como las de cualquiera. Al final, este acto personal es, entre otros pocos más, uno de los que nos recuerda que todos somos iguales.
En mi parecer, tal cual entiendo, el bolivariano no nace, éste se hace a fuerza de verdaderos principios de vida, adecuados pensamientos sobre su individualidad, su especificidad, su importancia, pero a la vez la certeza de saberse parte de un todo mayor que le recuerda su infinita pequeñez.
Y es que todo aquel que valore la vida en general, su hermosa expresión natural, sin ser venezolano, también es bolivariano. Porque es cierto que inventamos el termino inspirados en la admiración por ese otro mortal de la historia, Simón Bolívar, pero también es cierto que el contenido humanista del ideal bolivariano es patrimonio de la humanidad. Nosotros tan sólo estamos adaptando los antiquísimos y dignificantes conceptos básicos de vida, de paz y armonía, a nuestra propia realidad.
Sean entonces estas palabras, un recordatorio para no olvidar que si prometemos es para cumplir, que si exigimos debemos dar el ejemplo, que si pretendemos lo más grande, debemos empezar por lo más pequeño.
Y es que quizás yo, cuando termine de escribir estas palabras, me levante de mi silla, y al salir de mi casa no sea capaz de saludar a mis vecinos, sostenerles una puerta, esperar a que lleguen al ascensor para subir con ellos. O quizás, irrespete a mi esposa, maltrate a mis hijos o le niegue un poco de cariño, para después asistir a la reunión parroquial y pronunciar un bello discurso sobre la revolución bolivariana. Si así fuere, estaría hablando pistoladas, cayéndoles a mentiras..., dejando que otros hagan el sacrificio mientras me lleno de glorias de pacotilla.
Es así que no debemos olvidar, que la gravedad es una cosa seria, pues si escupimos como locos para arriba, haciendo alarde de nuestra centrada y bien nutrida retórica revolucionaria, en algún lugar, entre la frente y la barbilla, nuestra propia y poco practicada palabra, con seguridad tarde o temprano hará evidente la falsedad de nuestro sentir.
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