17 de marzo

22 de abril del 2002

... Vamos de nuevo, Simón

Joaquín Sagaseta Paradas
Canarias7

Si respetan los templos y los dioses de los vencidos, los vencedores se salvaran
(Esquilo)

Durante la guerra de independencia de México las tropas realistas fusilaban las imágenes de la Virgen de Guadalupe, o las destripaban a machetazos allí donde las trincaban, sin respeto.

Conforme al dictamen de prestigiosos doctores dominicos, la fealdad de La acción era perdonada por la bondad de la intención. Naturalmente en el lugar de la Virgen finada los realistas dejaban bien puesta la imagen de otra Virgen, castellana, Virgen verdadera, mil veces más santa que la ajusticiada.

Y es que el principio de Esquilo es un cáliz, peor que la cicuta, de la que no tragan los vencedores cuando su propósito es mantener el yugo sobre los vencidos. Entonces dioses y templos tienen que ser destruidos, de lo contrario dioses y templos volverán reclamando sus fueros.

Por eso en los consejos de las empresas mineras, en Wall Street o en los círculos de negocios petroleros o fruteros, programan la próxima limpieza del patio trasero latinoamericano, planifican la liquidación de Farabundo Martí, de Sandino, de Arbens, de Cárdenas de Góulart, de Castro, de Allende, de Chaces o de Tula, sin mentar siquiera. La genialidad de Neruda, la creatividad del mestizaje. la grandeza de los Andes, la inmensidad del Orinoco, la eterna lealtad de los indios de la provincia de Zamora, en Ecuador, que aún llevan luto por Atahualpa, la dignidad de Artigas o el espanto de la guerra del Chaco, la perra de la sed, o la gesta jesuita en Misiones...

Sucede, sin embargo, como advirtió Esquilo, que cuanto menos se respeten los templos y dioses de los vencidos, tanto más frágil es la victoria de los vencedores.

Cuanto más se oprima a los pueblos y naciones, tanta más materia inflamable se acumula en el encendido pozo de las contradicciones, y cuando quiera, la boca del pozo las vomita, con la fuerza de los volcanes, y entonces se abren amplias avenidas y vuelven los pueblos a pisar nuevamente las calles, las mismas calles que ayer caminaban intimidados, como extranjeros, y ahora pisan con fuerza, como si fuera de ellos, como si fuera de ellos la tierra donde están enterrados sus muertos, la tierra donde ellos amaron y trabajaron y donde en hogares de hambre nacieron y con sangre de cebolla los amamantaron mujeres morenas derramadas hilo a hilo sobre los cunas, y donde nacieron sus hijos, y donde ellos vivieron como pidiendo permiso. Y marchan por centenares, por miles, por centenares de miles, por millones, plenos, y sólo se detienen a llorar por los ausentes.

Si en la América Latina existía un país destruido en sus valores culturales y en sus identidades nacionales, ese país era Venezuela. Si existía un país donde el generalato de los grandes partidos, de los poderes del estado y de los sindicatos, estaba secuestrado por una mafia de burócratas que formaba bloque con la oligarquía financiera y el capital internacional, ese país era Venezuela. Si existía un país donde los cauces ordinarios para la organización, defensa y movilización popular se encontraban descompuestos por la corrupción y el soborno, ese país era Venezuela. Si existía un país donde el contraste entre la, miseria de la inmensa mayoría y la opulencia de la minoría era capaz de ofender hasta la sensibilidad de un antropófago, ese país era Venezuela.

Pero si habla un país donde toda esa nata de putrefacción flotaba sobre los más agudos antagonismos de clase, sobre la más salvaje explotación de los trabajadores, sobre el más infame océano de marginación social y sobre el mayor sentimiento de humillación nacional ese país también era Venezuela.

Podían en Venezuela dinamitar las estatuas ecuestres de Bolívar, hacer hogueras con los retratos de Miranda, prohibir la lectura de Otero Silva o de Rómulo Gallegos, llevar, a la silla eléctrica a la Virgen de Coromoto, clausurar las areperas y las destilerías de ron, abrir en su lugar un millón de hamburgueserías, podrían hacer retroceder hasta el subconsciente la memoria nacional... pero ¿Cómo evitar que los vencidos hayan tenido sus dioses y templos?. ¿Cómo impedir que revivan en la memoria, Simón Bolívar, Simón, caraqueño americano? ¿Cómo impedir que vuele como candela tu voz, Simón?, ¿Cómo negarle a la historia que sea historia?, ¿Cómo evitar os mil mundos que hay en el mundo?

Se puede multiplicar por cientos y por miles la reserva de denarios para invertir en el soborno y en la traición, pero nunca habrá suficiente para que de cada doce, más de uno sea un Judas a quien espera pacientemente su higuera, ¿se puede sobornar a toda una clase, a todos los asalariados, a todos los intelectuales? ¿Se puede sobornar la miseria y la humillación nacional? ¿Durante cuanto tiempo?

A determinado nivel de condensación, las nubes descargan por el rayo. La traición desató la tormenta sobre Venezuela. Y bajaron de los cerros, vinieron de los ranchitos, cartón y hojalata y penitas grandes, y de las fábricas, y de las tierras de sudor barato, anchas pero ajenas; eran negros y mulatos, blancos, mestizos inundaron las calles, codo a codo, y fueron para Miraflores, y con ellos estaban los intelectuales de Simón Rodríguez y Miranda, y los soldados de Carabobo, los de las lanzas coloradas, de Bolívar y de Sucre, y los indios, caramba, por su destino... eran más de un millón, preciosa joya, y se rindieron, cobardes, los milicos felones, y renunció, deportivamente, el capo de los capos, el patrón de patrones, y se rajaron despavoridos los traidores de la Central de Trabajadores, los peores.

Y entonces, ¿cómo no revivirte en la memoria Simón? Si por todo el tiempo vuela como candela tu voz, Simón Bolívar, Simón, antes de que todo se hunda, vamos de nuevo Simón.

Tomado de Rebelión


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