NUESTRO COMENTARIO EL VIERNES NEGRO II
Sentimos la misma honda
tristeza que embarga los corazones de millones de venezolanos: están
destruyendo nuestro sueño de una Venezuela Bonita, cuando ya cristalizaba como
un sueño posible. Dimos paz y nos devolvieron violencia.
Triunfó el poder económico
y los intereses de unos pocos. Enarbolando la bandera de los derechos de la
Sociedad Civil fueron capaces de pasar por encima, no solo de los derechos de
la otra parte de Venezuela, sino sobre el que tendrán las nuevas generaciones
que encontrarán un país retrocedido 50 años, con sus riquezas enajenadas, su
dignidad pisoteada.
En medio del infinito dolor
que nos embarga, pedimos a nuestros compañeros que actúen con cordura. Ya habrá
momento para una Venezuela mejor.
Pedimos que cese la
persecución política y la represión.
A los que creían
honestamente que su lucha era por la democracia les decimos que ahora tienen
una dictadura de verdad, por tanto tendrán bastante trabajo. Lo mismo para los
defensores de los derechos humanos. También los invitamos a leer el siguiente
texto:
Mi pueblo ha
sido el más traicionado de este tiempo. De los desiertos del salitre, de las minas submarinas del
carbón, de las alturas terribles donde yace el cobre y lo extraen con trabajos
inhumanos las manos de mi pueblo, surgió un movimiento liberador de magnitud
grandiosa. Ese movimiento llevó a la presidencia de Chile a un hombre llamado
Salvador Allende para que realizara reformas y medidas de justicia inaplazables,
para que rescatara nuestras riquezas nacionales de las garras extranjeras.
Donde estuvo, en los países
más lejanos, los pueblos admiraron al presidente Allende y elogiaron el
extraordinario pluralismo de nuestro gobierno. Jamás en la historia de la sede
de las Naciones Unidas, en Nueva York, se escuchó una ovación como la que le
brindaron al presidente de Chile los delegados de todo el mundo. Aquí, en
Chile, se estaba construyendo, entre inmensas dificultades, una sociedad
verdaderamente justa, elevada sobre la base de nuestra soberanía, de nuestro
orgullo nacional, del heroísmo de los mejores habitantes de Chile. De nuestro
lado, del lado de la revolución chilena, estaban la constitución y la ley, la
democracia y la esperanza.
Del otro lado no faltaba nada.
Tenían arlequines y polichinelas, payasos a granel, terroristas de pistola y
cadena, monjes falsos y militares degradados. Unos y otros daban vueltas en el
carrousel del despacho. Iban tomados de la mano el fascista Jarpa con sus
sobrinos de "Patria y Libertad", dispuestos a romperle la cabeza y el
alma a cuanto existe, con tal de recuperar la gran hacienda que ellos llaman
Chile. Junto con ellos, para amenizar la farándula, danzaban un gran banquero y
bailarín, algo manchado de sangre; era el campeón de rumba Gonzáles Videla, que
rumbeando entregó hace tiempo su partido a los enemigos del pueblo, y bailaba
al son que éstos le tocaran, y bailaba además el ex coronel Viaux, de cuya
fechoría fue cómplice. Estos eran los principales artistas de la comedia.
Tenían preparados los víveres del acaparamiento, los "miguelitos",
los garrotes y las mismas balas que ayer hirieron de muerte a nuestro pueblo en
Iquique, en Ranquin, en Salvador, en Puerto Montt, en la José María Caro, en
Frutillar, en Puente Alto y en tantos otros lugares. Los asesinos de Hernan
Mery bailaban con los que deberían defender su memoria. Bailaban con naturalidad,
santurronamente. Se sentían ofendidos de que les reprocharan esos
"pequeños detalles".
Chile tiene una larga
historia civil con pocas revoluciones y muchos gobiernos estables,
conservadores y mediocres. Muchos presidentes chicos y sólo dos presidentes
grandes: Balmaceda y Allende. Es curioso que los dos provinieran del mismo
medio, de la burguesía adinerada, que aquí se hacen llamar aristocracia. Como
hombre de principios, empeñados en engrandecer un país empequeñecido por la
mediocre oligarquía, los dos fueron conducidos a la muerte de la misma manera.
Balmaceda fue llevado al suicidio por resistirse a entregar la riqueza salitrera
a las compañías extranjeras.
Allende fue asesinado por
haber nacionalizado la otra riqueza del subsuelo chileno, el cobre. En ambos
casos la oligarquía chilena organizó revoluciones sangrientas. En ambos casos
los militares hicieron de jauría. Las compañías inglesas en la ocasión de
Balmaceda, las norteamericanas en la ocasión de Allende, fomentaron y
sufragaron esos movimientos militares.
En ambos casos las casas de
los presidentes fueron desvalijadas por órdenes de nuestros distinguidos
"aristócratas". Los salones de Balmaceda fueron destruidos a
hachazos. La casa de Allende, gracias al progreso del mundo, fue bombardeada
desde el aire por nuestros heroicos aviadores. Sin embargo, estos dos hombres
fueron muy diferentes. Balmaceda fue un orador cautivante. Tenía una complexión
imperiosa que lo acercaba más y más al mando unipersonal. Estaba seguro de la
elevación de sus propósitos. En todo instante se vio rodeado de enemigos. Su
superioridad sobre el medio en que vivía era tan grande, y tan grande su
soledad, que concluyó por reconcentrarse en sí mismo. El pueblo que debía ayudarlo
no existía como fuerza, es decir, no estaba organizado. Aquel presidente estaba
condenado a conducirse como un iluminado, como un soñador: su sueño de grandeza
se quedó en sueño. Después de su asesinato, los rapaces mercaderes extranjeros
y los parlamentarios criollos entraron en posesión del salitre: para los
extranjeros, la propiedad y las concesiones; para los criollos, las coimas.
Recibidos los 30 dineros, todo volvió a su normalidad. La sangre de unos
cuantos miles de hombres del pueblo se secó pronto en los campos de batalla.
Los obreros más explotados del mundo, los de las regiones del norte de Chile,
no cesaron de producir inmensas cantidades de libras esterlinas para la city de
Londres.
Allende nunca fue un gran
orador. Y como estadista era un gobernante que consultaba todas sus medidas.
Fue el antidictador, el demócrata principista hasta en los menores detalles. Le
tocó un país que ya no era el pueblo bisoño de Balmaceda; encontró una clase
obrera poderosa que sabía de qué se trataba. Allende era un dirigente
colectivo; un hombre que sin salir de las clases populares, era un producto de
la lucha de esas clases contra el estancamiento y la corrupción de sus explotadores.
Por tales causas y razones, la obra que realizó Allende en tan corto tiempo es
superior a la de Balmaceda; más aún, es la más importante en la historia de
Chile. Solo la nacionalización del cobre fue una empresa titánica, y muchos
objetivos más que se cumplieron bajo su gobierno de esencia colectiva.
Las obras y los hechos de
Allende de imborrable valor nacional, enfurecieron a los enemigos de nuestra
liberación. El simbolismo trágico de esta crisis se revela en el bombardeo del
palacio de gobierno; uno evoca la Blitzkrieg de la aviación nazi contra
indefensas ciudades extranjeras, españolas, inglesas, rusas; ahora sucedía el
mismo crimen en Chile; pilotos chilenos atacaban en picada el palacio que
durante dos siglos fue el centro de la vida civil del país.
Escribo estas rápidas
líneas para mis memorias a sólo tres días de los hechos incalificables que
llevaron a la muerte a mi gran compañero el presidente Allende. Su asesinato se
mantuvo en silencio; fue enterrado secretamente; solo a su viuda le fue
permitido acompañar aquel inmortal cadáver. La versión de los agresores es que
hallaron su cuerpo inerte, con muestras visibles de suicidio. La versión que ha
sido publicada en el extranjero es diferente. A renglón seguido del bombardeo
aéreo entraron en acción los tanques, muchos tanques, a luchar intrépidamente
contra un solo hombre: el presidente de la república de Chile, Salvador
Allende, que los esperaba en su gabinete sin más compañía que su gran corazón,
envuelto en humo y llamas.
Tenían que aprovechar una
ocasión tan bella. Había que ametrallarlo porque jamás renunciaría a su cargo.
Aquel cuerpo fue enterrado secretamente en un sitio cualquiera. Aquel cadáver
que marchó a la sepultura acompañado por una sola mujer que llevaba en sí misma
todo el dolor del mundo, aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y
despedazada por las balas de las ametralladoras de los soldados de Chile, que
otra vez habían traicionado a Chile.
PABLO NERUDA