18 de Enero de 2002
Crónica de un negocio frustrado
Rodolfo H. Terragno
LA NACION
"Hace varios años, Rodolfo Terragno, ministro del gobierno argentino, recibió un llamado telefónico de George W. Bush, hijo del entonces vicepresidente de los Estados Unidos. Cuando colgó, Terragno no podía disimular su indignación: el joven Bush había querido aprovecharse de su apellido para lograr que se le concediera a Enron un contrato por centenares de millones de dólares."
Así empezaba un artículo publicado en 1994 por un semanario estadounidense, nada afecto al Partido Republicano: The Nation . "Dubya" era, en aquella época, candidato a gobernador de Texas. Los intentos de mostrarlo como un político corruptor o corrupto no impidieron que ganara aquella elección y, en 1998, fuera reelegido.
La historia del "ministro argentino" fue exhumada hace dos años, durante la campaña que llevaría a "Dubya" a la Casa Blanca. Diarios y cadenas de televisión de los Estados Unidos me persiguieron, mediante sus corresponsales en Buenos Aires, para que hablara sobre el tema. Unos buscaban confirmación y detalles sobre el intento de "soborno", mientras que otros querían mostrar que todo había sido una "calumnia". Me negué a ser instrumento electoral de demócratas o republicanos y guardé silencio.
La reciente quiebra de Enron ha renovado el asedio, sobre todo porque puso sobre el tapete las relaciones entre la familia Bush y ese gigante con pies de barro.
¿Qué ocurrió en 1988, cuando yo era ministro de Obras y Servicios Públicos y un hijo de Bush me llamó para interesarse por un proyecto de Enron?
Esta es la primera vez que voy a contar la historia. A algunos podrá resultarles decepcionante. A otros, iluminadora. Mi intención es dejar constancia de la verdad, sin aderezos que podrían enriquecerla pero, a la vez, desnaturalizarla.
Enron no estaba instalada en la Argentina. La representaba Dante LaGatta, un boliviano itinerante que pasaba gran parte de su tiempo en Buenos Aires.
El 1° de febrero de 1988, LaGatta me presentó una "propuesta energética argentina integrada", firmada por él como "vicepresidente senior" de Enron International Inc., y T. A. Jelson, "vicepresidente de Desarrollo Comercial" de Brown & Root Engineering & Construction International.
El grupo procuraba proveerse de gas natural líquido (GNL) en la Argentina a fin de abastecer otros mercados. La propuesta se veía muy bien. Consistía en lo siguiente:
Pensé que podíamos discutir los detalles, pero me entusiasmé con el paisaje que me pintó LaGatta:
Sin embargo, poco a poco descubrí que las condiciones eran inaceptables.
Enron exigía: 1) que durante veinte años le vendiéramos todo el gas natural necesario para procesar y exportar hidrocarburos líquidos; 2) que, durante esos veinte años, le compráramos todo el gas residual. Y, lo más grave, en el curso de las negociaciones, LaGatta puso una condición sine qua non: Enron no podía pagar un precio superior al "doméstico". En aquella época, YPF era un monopolio estatal que explotaba los hidrocarburos, y Gas del Estado, un monopolio estatal que proveía el gas. Una empresa le "vendía" a la otra a un valor nominal, llamado "precio de transferencia". Como ambas eran del Estado, la más rentable, YPF, podía facturar el gas a un "precio" inferior al costo de producción, para que Gas del Estado pudiera soportar pérdidas y financiar nuevas obras. Enron quería ser beneficiaria del mismo subsidio que recibía Gas del Estado y pagar, de ese modo, apenas 28 centavos de dólar por millón de BTU (unidades térmicas británicas). El precio del gas en Estados Unidos era, en ese momento, de 1,82 dólares por millón de BTU. De haber accedido yo al pedido, Enron se habría asegurado 6570 millones de metros cúbicos de gas por año (18 millones multiplicados por 365 días) al 15,39 por ciento del precio internacional. Dicho de otro modo, yo habría vendido por 1 lo que valía 6,50.
Eso no era todo. Según la propuesta, Enron financiaría la inversión mediante "capitalización de deuda argentina" y recurriendo a "un modelo que ha sido aplicado con éxito en otros proyectos comerciales internacionales", el cual se basaba en "las ganancias proyectadas de la nueva empresa comercial".
Todo esto debía realizarse por adjudicación directa. Se requería que, por acto del príncipe, Enron y asociadas recibieran 6570 millones de metros cúbicos de gas por año, a un precio por el cual no se podía, en el mercado internacional, comprar más que 1314 millones de metros cúbicos. Esto debía hacerse mediante un contrato a veinte años, por el cual el Estado argentino debía aceptar que la inversión se hiciera mediante papeles de la deuda y capitalización de futuras ganancias.
Durante semanas, recibí el acoso de LaGatta.
El embajador norteamericano también me visitó, en más de una oportunidad, para dar su aval al proyecto. Era Theodore E. Gildred, un empresario de California cuyo principal antecedente era haber fundado The Lomas Santa Fe Group, una inmobiliaria que se dedica a construir y vender countries .
Hombre de negocios, Gildred defendía siempre los intereses de las empresas norteamericanas. ƒl sentía que ése era su deber. El mío era defender los intereses de la Argentina, los cuales podían coincidir (o no) con los de aquellas empresas. En el caso de Enron, mi conclusión fue que nuestros intereses eran divergentes.
Cuando llegué a esa conclusión, le anticipé a LaGatta que la propuesta no sería aprobada. En los días siguientes, la prensa comenzó a publicar versiones cuyo origen era fácil imaginar. Se decía que el ministro de Obras y Servicios Públicos tenía "cajoneada" una inversión de 800 millones de dólares.
El representante de Enron se dedicó, por otra parte, a despertar el entusiasmo de más de un gobierno provincial. Los gobernadores recibían con beneplácito los diversos "proyectos de inversión", en algunos casos sin advertir que se trataba de meras solicitudes de compra de gas, a una quinta parte del precio internacional. El objetivo de LaGatta era obvio: hacer que las provincias presionaran sobre el Ministerio de Obras y Servicios Públicos de la Nación.
En el caso de Salta, el objetivo fue alcanzado: el entonces diputado Roberto Romero denunció que yo había hecho abortar un proyecto de interés nacional. "Enron, una de las comercializadoras más grandes del mundo en la especialidad, propuso realizar el Gasoducto del Nordeste (con terminal en Brasil) por su cuenta y riesgo, sin aportes ni garantías del Estado", subrayó Romero. Enron habría ofrecido, en efecto, construir un ducto de 10 millones de metros cúbicos diarios, ampliable a 22 millones mediante plantas compresoras, y una usina termoeléctrica de gas, con una potencia de 220 megavatios. "Llevamos la propuesta a Terragno, que la desechó sin más, y ahora convoca a una licitación", dijo Romero. A su juicio, el rechazo de aquella propuesta demostraba "la soberbia de un jovenzuelo que cree haber regresado de Londres como salvador de la patria". Por suerte, el "jovenzuelo" no había tenido la "humildad" de vender a 0,28 lo que valía 1,82.
No me ofendieron las palabras de Romero: entendí que él creía estar defendiendo un interés regional. Pero las presiones no serían sólo vernáculas.
Una mañana, estaba yo en mi despacho y la secretaria me comunicó, por el interno, que llamaba "el hijo del vicepresidente de los Estados Unidos". Atendí el teléfono y, durante la breve conversación que sobrevino, tomé algunos apuntes. No puse la fecha, de modo que no puedo precisar qué día recibí la llamada. Está claro, sin embargo, que fue antes del 8 de noviembre de 1988, día en el cual los norteamericanos consagran a George Bush como su cuadragésimo primer presidente. Aquellos apuntes, por otra parte, me permiten, si no una transcripción completa y literal, al menos una reconstrucción aproximada del diálogo, que fue breve y cordial:
-Hola.
-Ministro, es un placer. Soy el hijo del vicepresidente y lo llamo desde Washington.
-Ah, me alegro de oírlo. ¿En qué puedo servirle?
-Acabo de llegar con mi padre de un viaje de campaña y lo molesto porque sé que usted tiene sobre su escritorio un proyecto de Enron.
-Así es.
-OK , usted y sus asesores evaluarán el proyecto. Yo sólo quiero decirle que, en mi opinión, sería muy beneficioso para su país. Creo que, además, fortalecería los vínculos entre la Argentina y los Estados Unidos.
-Le agradezco su interés, señor Bush. No dude de que, si a mi juicio el proyecto fuera beneficioso para mi país, lo aprobaría.
-Muchas gracias, ministro.
-Por nada. Hasta pronto.
En aquella época, yo prestaba muy poca atención a los hijos del vicepresidente norteamericano: George, Robin, Jeb, Neil y Marvin. A algunos de ellos no los conocía ni de mentas. Tampoco prestaba excesiva atención al padre, que marchaba 17 puntos detrás de Michael Dukakis en la carrera presidencial. Las encuestas de agosto, en efecto, habían mostrado el claro liderazgo del candidato demócrata: 54 a 37.
Más tarde, George Bush fue presidente y, hoy, lo es uno de sus cinco hijos varones. ¿Cómo establecer cuál de ellos fue el que me llamó en 1988?
En primer lugar, se trataba de un hijo vinculado a la actividad petrolera. Había dos: Neil y "Dubya".
Neil no fue porque, de haber sido él, la conversación habría sido más "familiar". Ambos nos habíamos conocido poco antes: con exactitud, el 20 de abril de aquel año, en Houston. Yo había ido a los Estados Unidos a lanzar el Petroplan, un programa de explotación mixta, entre YPF y el capital internacional, destinado a atraer fuertes inversiones y multiplicar la producción de hidrocarburos. El jueves 20, a las 16, mis asesores y yo recibimos a Neil en la sala 1207 del hotel Lancaster. El concurrió junto al empresario argentino Santiago Soldati, entonces vinculado a la actividad petrolera. JNB Exploration, la empresa de Neil, quería formar una joint venture con Sociedad Comercial del Plata, la empresa de Soldati, para extraer petróleo en la Argentina.
Neil no mencionó la palabra Enron. LaGatta, por otra parte, ya había estado conmigo, el día anterior. Habíamos tenido un breve encuentro en el Council of the Americas, en Nueva York.
"Dubya" no tuvo contacto conmigo en Nueva York ni Houston ni en San Francisco, las tres escalas de mi gira norteamericana. Su empresa, Harken Energy, no miraba hacia América Latina. Operaba en el Golfo Pérsico y él se sentaba en el directorio junto al jeque saudí Abdullah Bakhsh.
El 22 de junio de aquel año, "Dubya" vendió sus acciones en Harken por 848.560 dólares, dejó el directorio de la empresa, recibió un contrato de asesor y se mudó a Washington D.C. -según se informó en su momento- "para ayudar a su padre en la campaña presidencial".
El actual presidente es, por lo tanto, "el hijo" que participaba de la campaña de su padre, en 1988, cuando yo recibí aquella llamada.
Yo había subestimado a Enron. La asociaba con un trotamundos que buscaba negocios fáciles. El interés del hijo del vicepresidente (y potencial presidente) me hizo pensar que Enron era una potencia.
Busqué, pero no conseguí demasiado información sobre las operaciones internacionales de la empresa. Esta se había formado en 1985, como resultado de la fusión de InterNorth y Houston Natural Gas. Hacia 1988, tenía un capital de 8000 millones de dólares y una facturación de 6000 millones, pero el corazón de su negocio estaba en los propios Estados Unidos: lo formaban 58.000 kilómetros de gasoductos, que unían las áreas de producción con los mercados de California, Texas y Florida.
A partir de entonces, comencé a acumular datos:
Esos datos sugerían que Enron había usado el poder político para extender su influencia fuera de los Estados Unidos, y hacía que, con visión retrospectiva, yo entendiera mejor aquella llamada.
Por otro lado, fui acumulando evidencias sobre los estrechos contactos de Enron con la familia Bush. Supe que, en sus dos campañas por la gobernación de Texas, "Dubya" había recibido el apoyo de 55 refinerías e industrias tejanas, que aportaron un millón y medio de dólares. Con 348.559 dólares, Enron estuvo a la cabeza. El fundador y número de la empresa, Kenneth Lay, puso 122.500 dólares de su bolsillo.
No obstante, hay algo que debo dejar en claro: después de aquella llamada, no hubo otra presión. El investigador que hurgue en hemerotecas podrá encontrar que, el 10 de abril de 1989 recibí en Buenos Aires a George W. Bush, que había llegado a la Argentina "por sus negocios petroleros y no en misión oficial". En realidad, se trataba de Neil, que vino junto con representantes del Banco Mundial. Mis apuntes de aquella entrevista son escuetos: "10.4 / Hijo de Bush + funcionarios BIRF. Ofrecieron asistencia técnica y financiamiento p/reestructuración YPF".
"Dubya", hijo del presidente, seguía actuando como eficaz asesor de su antigua empresa. En junio de 1989 consiguió que Bahrein rompiera negociaciones con Amoco (uno de los líderes mundiales en offshore ) y le concediera la explotación del Golfo Pérsico a Harken, que no tenía experiencia mar afuera.
En la Argentina, no hubo insistencia. Los funcionarios intransigentes o incorruptibles ponen, sin decir palabra, una barrera ante la cual se detienen hasta los más fuertes. Presidente electo desde noviembre de 1988, Bush padre asumió el mando el 20 de enero de 1989. Fue con él con el que el gobierno de Raúl Alfonsín debió tratar hasta el 8 de julio de aquel año. La Argentina y su gobierno estaban jaqueados por la crisis económica y necesitaban ayuda. En ese período, más de una vez yo viajé a Estados Unidos y tuve contacto con las autoridades de la administración Bush. Nadie volvió a mencionarme el proyecto Enron.
El proyecto resucitó, sin embargo, en 1990. Se lo declaró "de interés nacional" por decreto 92, firmado el 11 de enero de 1990 por el presidente Carlos Menem. No sé si, antes de eso, hubo alguna llamada telefónica. En cambio, sé que aquella resurrección derivó en un escándalo. En julio de aquel año, cuando el Congreso quiso conocer el famoso proyecto, se supo que "sólo había un borrador de contrato para la provisión de gas por parte de YPF", y el Ministerio de Economía se vio obligado a aclarar que no autorizaría la venta de gas a precio subsidiado.
El proyecto que había estado "sobre mi escritorio" no era "beneficioso para mi país".
El autor es senador de la Nación. Fue ministro de Obras y Servicios Públicos durante la presidencia de Raúl Alfonsín y jefe del Gabinete de Ministros del presidente Fernando de la Rúa.
Tomado de LA NACION