26 de Enero de 2002
Paul Krugman
The New York Times
NUEVA YORK
MUCHOS norteamericanos se sorprenden por la rapidez con que las aseveraciones sobre la existencia y durabilidad de inmensos superávit federales dieron paso a la realidad de los déficit. Pero no todos. Algunos simplemente hemos venido siguiendo un rastro jalonado de hogueras, por ejemplo en Virginia y Texas.
En los años 90, la mayoría de nuestros estados tenían gobernadores republicanos. Aplicaban la misma estrategia que el gobierno de George W. Bush trasladaría al nivel nacional en 2001: justificar las reducciones impositivas para los ricos mediante pronósticos despreocupados y falsedades contables. En ambos casos, las consecuencias fueron previsibles.
La diferencia radica en que, por lo general, las constituciones estatales prohíben que los gobernadores tomen préstamos para cubrir sus déficit. En última instancia, el gobierno federal también debe vivir conforme a sus medios, pero los discursos y las negaciones pueden demorar el arreglo de cuentas. En los estados, el bumerán vuelve mucho más rápido. En otras palabras, la situación de los estados presagia lo que vendrá en el plano nacional.
¿Cuán grave es la crisis fiscal estatal? La Asociación Nacional de Gobernadores informó recientemente que sus miembros afrontaban, en conjunto, un shortfall (diferencia entre ingresos y gastos proyectados) de 40.000 millones de dólares, como mínimo, que bien podría llegar a 50.000 millones. Esta última suma sería casi el 10 por ciento de los presupuestos estatales, una cifra muy grande, por cierto. Si no les parece tan grande, recuerden ustedes que muchos gastos estatales (y federales) no se pueden reducir, sobre todo a corto plazo.
¿Cómo se metieron en semejante aprieto? Entre las causas inmediatas del agobio presupuestario, la mayor es el fin del gran ciclo expansivo de los 90; la segunda, los crecientes costos de la atención médica. Los gastos en seguridad interna dan el bofetón final. Pero estas cosas suceden: ¿por qué los estados no se prepararon para los malos tiempos? Si bien es cierto que no pueden tomar préstamos en tiempos de escasez, los gobiernos estatales pueden acumular reservas en los de bonanza. Sin embargo, en vez de eso, muchos gobernadores actuaron como si el ciclo expansivo fuese eterno.
Aumentaron los gastos, aunque no tanto: si los descomponemos por gobiernos estatales y locales, veremos que al final de la década dieron el mismo porcentaje del PBI que a su comienzo. Más importante fue el recorte tributario. Es cierto que los gobiernos estatales habían subido los impuestos a principios de los 90 pero, como lo indica un nuevo estudio del Center on Budget and Policy Priorities, cuando después los redujeron no redujeron los mismos que antes habían aumentado. En general, nunca derogaron los incrementos de impuestos regresivos (o sea, los que gravan principalmente a las familias con ingresos bajos y medianos, como el impuesto a las ventas). En cambio, redujeron los que gravaban más a las familias con ingresos altos.
El resultado final fue una redistribución de la carga tributaria, que la desplazó de los ricos a los pobres. Una familia que hoy gana 30.000 dólares anuales paga mucho más, en concepto de impuestos estatales, que la que ganaba esa cifra en 1990 (a un valor dólar constante), mientras que una familia con 600.000 dólares de ingresos anuales paga mucho menos.
Los gobernadores allanaron el camino hacia este recorte selectivo no sólo elaborando pronósticos que no contemplaban contingencia alguna, sino también recurriendo a una contabilidad ingeniosa digna de Enron. Por ejemplo, en 1999 el gobernador de Texas (sí, él) justificó nuevas rebajas impositivas en favor de las corporaciones con un presupuesto que, además de subestimar en 550 millones de dólares los costos de Medicaid (el programa de asistencia médica para personas de pocos recursos), ocultó los pagos regulares por guarderías y otros servicios trasladándolos del último mes del año fiscal 2001 al primero de 2002.
El año pasado, con el panorama fiscal ya entenebreciéndose, el gobernador de Virginia, James Gilmore, evadió una norma gatillo que supuestamente postergaba los recortes impositivos en caso de proyectarse una insuficiencia de ingresos fiscales: asentó el valor total estimado de futuros pagos de compañías tabacaleras como un ingreso fiscal actual. (Gilmore renunció a la presidencia del Comité Nacional Republicano, tras la derrota de su partido en las elecciones para las legislaturas de Virginia y Nueva Jersey.)
Ahora, los estados deben enfrentar simultáneamente las consecuencias de sus chicanas, la recesión, el aumento desmesurado de los costos de salud y el impacto fiscal del terrorismo. Los resultados serán: despidos de docentes y policías, denegación de la atención médica a los pobres, demoras en la reparación de caminos y puentes, y a la larga, cuando ya no puedan evitarlo, subas de impuestos. Creo saber ya a quiénes afectarán especialmente estas subas. No es un panorama agradable, pero ustedes deberían acostumbrarse a él. Dime cómo les va a los estados y te diré cómo le va al país.
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
Tomado de LA NACION