5 de octubre de 1982
Por Domingo Alberto Rangel
En Cantaura hace cinco años cayeron unos muchachos desarmados a quienes se acosó, se hirió y se remató sin valentía y con premeditación. Allí se aplicó la doctrina Reagan de contrainsurgencia según la cual hay que ser brutal ante todo núcleo insurgente o que pueda llegar a serlo. Primero los muchachos fueron bombardeados por la Fuerza Aérea y luego entró la Disip. ¿Los responsables? Los dirigentes del Estado en aquel momento.
Cuatro de octubre de mil novecientos ochenta y dos. ¿Quién recuerda esa fecha? Nadie. Se la tragó el olvido. Nuestro país ha perdido la memoria para todo acontecimiento luctuoso o trágico. Se recuerdan apenas los hechos de la farándula, las incidencias del deporte y, cuando la gente se pone un poco seria, las jornadas del arte. El día que acabamos de mencionar se produjo la masacre de Cantaura. ¿Cantaura? ¿Dónde está Cantaura?, preguntará alguien. ¿Y qué ocurrió allí? Una masacre perpetrada por la Disip en un grupo de jóvenes revolucionarios que celebraban una reunión en las cercanías de aquella población del oriente de la República. ¿Reunión? ¿No sería una concentración subversiva? Las cosas varían según ciertas circunstancias. Si era una reunión, la policía cometió un crimen. Si se trataba de guerrilleros, tal vez estuvo bien todo lo acontecido. Así es el país de hoy olvidadizo de cuanto constituya un atropello o una advertencia. Cantaura está hundida en esa amnesia porque allí se resumen las contradicciones y las paradojas de un país cuyas instituciones son más un biombo para encubrir realidades que un camino abierto a los pasos de todos. En Cantaura cayeron decenas de jóvenes, no se sabe con exactitud cuántos, acorralados, fusilados y rematados por la policía política del régimen en el crimen más repugnante que haya cometido la autoridad desde el 23 de enero de 1958. No hubo allí ni siquiera el mérito de haber vencido en combate a gente armada. Fue un fusilamiento descarado. Por qué y cómo ocurrió aquello sería el propósito de un estudio destinado a rescatar la verdad.
El Grupo Bandera Roja fue -hay que hablar ya en pretérito- el que mantuvo por más tiempo la estrategia de lucha armada. Para 1982 era el único que continuaba en ese camino. En el Oriente de la República tenía o había tenido sus principales baluartes desde los años sesenta. En ese momento Bandera Roja o lo que más tarde se agruparía bajo ese nombre, militaba en el MIR. Tres hombres, incorporados desde su más temprana juventud al MIR, descollarían por su sagacidad, su genio político y su valentía. Eran Américo Silva, Carlos Betancourt y Gabriel Puerta. Allí hicieron sus primeras armas políticas. Luego vendrían las divisiones que fueron tasajeando la izquierda. En un proceso de diez años, entre 1960 y 1970, el MIR se escindió varias veces. De allí saldría Bandera Roja, creada en 1970 en una de las tantas divisiones que han sacudido al MIR. Sus hombres querían mantener incólume la línea de lucha armada que venía practicándose desde diez años atrás. El campo lógico para sus actividades era el Oriente donde los tres jefes de Bandera Roja tenían prestigio y conocían la geografía de la región. Los hombres de Bandera Roja ya habían realizado actividades guerrilleras siendo miembros del MIR en las cuales sobresalieron precisamente en la zona oriental. Lo lógico, una vez producida la escisión que los emancipaba de aquel partido, era proseguirlas. Y así lo hicieron. Pero las condiciones ya eran difíciles. Reintegrados a la vida legal otros grupos, la base social de la guerrilla se reducía. Sin embargo, Bandera Roja mantuvo con perseverancia a lo largo de la década de los setenta su línea armada. Haciendo alardes de dureza y decisión vencieron en ese lapso todas las tendencias depresivas y enfrentaron todos los obstáculos. Pero la situación fue haciéndose insostenible. Américo Silva bajó de la montaña, sin duda porque las condiciones debieron hacérsele insostenibles. Fue asesinado por la policía política en una alcabala de Puerto Ordaz, denunciado o delatado como ocurre siempre en esos casos. Murió peleando, el arma en la mano para la defensa frente a quienes lo agredían.
Este episodio doloroso no coartó a Bandera Roja en su propósito de mantener focos de resistencia armada en el Oriente. Ya Carlos Bentancourt, que llegó a ser el más legendario de los jefes guerrilleros del Oriente, se había visto obligado a descender de la montaña por falta absoluta de recursos. Bandera Roja insistía en reiterar su línea. Y a ese efecto intentó reorganizar los frentes del Oriente o preparar condiciones que permitieran su eventual reanimación. Casi todos los cuadros de la organización y sus materiales de trabajo se concentraban en los territorios de allende el Unare. Desde las zonas guariqueñas de Altagracia de Orituco hasta las monagüenses de Caripe, Bandera Roja buscaba revivir una forma de lucha que encontraba, expirando los años setenta, crecientes dificultades. No se sabe si los muchachos que fueron a reunirse en las cercanías de Cantaura iban a integrar un destacamento o asistían a una reunión o jornada de entrenamiento. Eran en su mayoría estudiantes de institutos de educación superior de Caracas pero sí resultaba lógica su presencia en Cantaura, cualquiera fuera la índole de su concentración allí, dado que el Oriente constituía el epicentro de todas las preocupaciones de Bandera Roja. Distintas versiones tratan de explicar el propósito del traslado de los muchachos desde Caracas hasta la ciudad oriental. ¿Se trataba de una reunión política, previa a activistas ya insurgentes o era un pleno de actividades para el cual se escogió la región más idónea? En todo caso quienes allí se juntaban estaban desarmados. Ninguno de ellos portaba armas por lo menos en el momento en que sucumbieron a la metralla policial. Pertenecían a un grupo revolucionario que no daba cuartel y entre ellos había veteranos que habían intervenido en enfrentamientos armados con el orden. Pero ni siquiera ellos, líderes en aquella reunión, tenían elementos bélicos en sus manos, menos los estudiantes venidos de Caracas.
¿Por qué esa masa de estudiantes con algunos jefes fue masacrada sin piedad ni mérito alguno?, desde el punto de vista militar es algo que debe ser explicado para que resplandezca el substratum político del asunto. Cuando se produce la masacre de Cantaura habían cambiado ya los conceptos de contrainsurgencia. Durante los años de Kennedy, la contrainsurgencia se inspiraba en la idea de cortarle a los guerrilleros la base social. El ejército y las policías tenían que trabajar ante todo a la población campesina para que ella rehusara el apoyo a los guerrilleros. Sólo después de aislarlos, los guerrilleros debían sufrir el acoso militar de la contrainsurgencia. Con Reagan y aún antes, aparece otra doctrina. Al foco guerrillero hay que exterminarlo aún en sus más incipientes manifestaciones. Permitir que subsista, así sea larvado, constituye un grave peligro. Una guerrilla que arraiga o se mantiene resulta indestructible.
Proceder sin contemplaciones en el primer momento ahorrará esfuerzos estériles más tarde. La contrainsurgencia que siguen los ejércitos y las policías latinoamericanas viene de los Estados Unidos. No es nada extraño. Nuestra dependencia es integral y va de las medias de nylon a las armas de los ejércitos. Ningún ejército latinoamericano ha creado una doctrina de contrainsurgencia entre otras cosas porque ya ella existe. Es como si fuéramos a inventar el automóvil cuando él lleva un siglo rodando. Para el momento en que se produce a matanza de Cantaura la doctrina de Reagan había desplazado a la de Kennedy como método para enfrentar los retos guerrilleros. La ciudad oriental fue el primer teatro en el cual se la aplicó en Venezuela. Eso explica la brutalidad con la cual se procedió a sabiendas que allí no había un núcleo propiamente guerrillero o en todo caso que los allí reunidos no presentaban un desafío de carácter militar. La aviación que bombardeó el lugar donde deliberaban los que luego morirían en Cantaura y la policía que hizo la tarea sucia del asesinato sin heroísmo se guiaron por la doctrina de Reagan que aconseja disipar toda duda apelando a los medios más brutales desde el primer momento.
El asalto a los muchachos reunidos en Cantaura debió planearse como una gran operación militar. Así lo prueban la diversidad de las fuerzas que realizaron la faena, los intervalos en su ejecución, la sincronización de todas las fases del operativo y por último los medios utilizados. Es obvio que la presencia de la gente de Bandera Roja en Cantaura había sido delatada a la policía. No se sabe si hubo alguna delación pero es harto probable. Ninguna policía realiza la menor tarea sin el hilo de Ariadna de una delación. Es posible que la llegada a Cantaura o a sus alrededores de decenas de muchachos, extraños al medio, llamara la atención de los pobladores de la zona y a través de los comentarios adecos o copeyanos del lugar se enteraran de la reunión. También sería factible que alguno de los que iban hacia Cantaura se lo contara a un amigo y por este conducto la noticia alcanzara los oídos de la policía. Pero era evidente que los cuerpos represivos conocían la reunión de antemano. Pudieron haber detenido a los asistentes -ya reunidos en el lugar de los acontecimientos- porque las informaciones de que disponía la policía permitían saber que los concurrentes estaban desarmados y eran jóvenes universitarios en su mayoría. Pero es obvio que se quiso hacer un escarmiento ejemplar para aterrorizar a quienes quisieran seguir el camino guerrillero. La Disip a quien tocaría la masacre es un cuerpo muy penetrado por gente que profesa odio mortal a las izquierdas. Allí estuvo Orlando García, traído por Bentancourt y por Carlos Andrés Pérez en los años de la insurgencia brava. Más tarde estuvo el Mono Morales Navarrete, nacionalizado por Octavio Lepage en tiempo record. Y por último, Luis Posada Carriles fue alto jefe en este cuerpo. En cierto modo la Disip es una policía mayamera que tiene, como todo lo que se relaciona con esa ciudad, un aborrecimiento letal a todo lo que huela a revolución. Está claro por estos elementos que la masacre fue premeditada, pues la policía conocía el estado de indefensión de los que allí estaban y además ellos no hicieron ni podían hacer resistencia.
El proceso de la masacre es conocido. La Aviación Militar arrojó sobre la reunión en los matorrales vecinos una bombas para dispersar a los que allí deliberaban. No se sabe si las bombas mataron a algunas personas. Son misterios que se conocerán dentro de años cuando los sobrevivientes puedan o consideren oportuno hablar. Hasta ahora ellos según parece no han hecho ninguna revelación. Por supuesto, si hablan pueden caer en ese foso del olvido que son los juicios militares donde los presos pasan hasta catorce años sin que haya ninguna actuación procesal. Nada más parecido a un juicio militar que La Rotunda de Gómez que tenía hasta un calabozo llamado El Olvido. Realizado el bombardeo vino la policía política. Y se consumó la matanza. A algunos muchachos se les remató. Eso fue todo, así de simple. Y pasados los días, como ocurre con los tremedales, la bomba así producida se esfumó en las aguas espesas y estancadas. Nadie ha vuelto a hablar del asunto. Sólo en la Universidad Central cada aniversario se recuerda con gritos de protesta. En el país impera el silencio más absoluto.
¿Los responsables? Mirad a las jerarquías del Estado. Gobernaba el doctor Luis Herrera Camping. El tuvo que saber lo que se planeaba. Cuando se trata de asuntos tan graves ninguna policía o ningún otro cuerpo, por alto que sea, se atreve a proceder sin la anuencia del Jefe del Estado. Herrera dirá tal vez que él no sabía que iba a producirse una matanza. Autorizó la represión por los medios normales. Esa sería su defensa si imaginamos un juicio de responsabilidades que bajo el actual sistema es obvio que jamás se realizará. El Ministro del Interior era Luciano Valero pues Pepi Montes de Oca había salido a disputarle a Rafael Caldera la candidatura presidencial de COPEI. No cambia la historia. La policía casi siempre consulta con los Ministros del Interior los procedimientos represivos del orden político. El bombardeo de la Fuerza Aérea debió ser consultado con el Presidente de la República y con el Ministro de la Defensa. Pero nombres aparte el gran responsable es el régimen, el que viene desenvolviéndose desde el 23 de enero, capaz de asesinar sin sonrojarse aún en circunstancias en que no es necesario usar métodos extremos. En Venezuela la tradición que permite a los cuerpos armados usar y abusar no se ha extinguido. Póngale usted un uniforme al más lerdo de los venezolanos. Se convierte en fiera que mata hasta a la madre si fuere necesario. Además de eso vivimos en la época en que los sistemas de la democracia basados sobre la desigualdad y la opresión palpitan llenos de temores. Esas masas oscuras que vegetan en el hambre, esos niños barrigones arrojados al barro de la calle parecen quietos y resignados. ¿Pero no habrá en ellos la llama del desquite? Estamos como en los tiempos que precedieron a la Revolución Francesa cuando los campesinos arañaban la tierra para mitigar un poco el hambre. Vivimos bajo un sistema neurótico que sabe cuán grave es la vida de las masas. No basta el voto quinquenal, no basta la rotación de los partidos en el poder, no basta el Congreso. Con eso nadie come. De allí la necesidad de la represión fulminante. Las democracias se distinguen de las tiranías en que ellas reprimen con salvajismo de vez en cuando mientras las otras lo hacen todos los días. Una democracia puede ser tan criminal como una dictadura. Recuérdese el crimen de las Tres Culturas en el México de 1968 y la matanza de Cantaura en Venezuela. Por cierto Cantaura no fue única, después vendría Yumare ya bajo Jaime Lusinchi. Consagremos hoy unas palabras al puñado de muchachos venezolanos que desde el 5 de octubre de 1982 reposan bajo nuestro suelo. A una de las madres de esos muchachos, la que lleva todos los años al cementerio una flor para su hija masacrada, quiero dedicarle estas últimas palabras. Como alivio para ella digamos que el futuro a veces se construye con lágrimas.
Suplemento Cultural, Ultimas Noticias, 18 de octubre de 1987