17 de marzo

EDITORIAL

Los muertos de Hugo

Ya sabíamos de sus problemas mentales, también conocíamos que no era un hombre precisamente valiente y tendía a acobardarse en los momentos de combate, pero lo que en verdad ignorábamos, aunque lo presentíamos, era su falta de escrúpulos a la hora de ordenar a sus partidarios disparar contra gente indefensa, que marchaba en forma tranquila y pacífica por las calles de Caracas, y acribillarla sin compasión desde las azoteas cercanas a Miraflores, a manos de sus francotiradores bolivarianos muy bien entrenados en tierras extranjeras.

Con ese acto miserable y cruel usted cometió el peor de sus errores políticos y la mayor traición contra su patria, que le dio una oportunidad de dignificarla democráticamente y que, por el contrario, ha preferido mancillarla con esta masacre de gente inocente, cometida a la luz pública y que intentó esconder tras una cadena oficial, y luego con la suspensión de la señal de varias plantas de televisión.

Usted, que intentó hacer una carrera militar sin mayores resultados, porque nunca fue un oficial brillante ni talentoso, ha terminado por enlodar el uniforme y la institución que le dio una oportunidad en la vida: sin la Fuerza Armada usted no sería nadie, y ahora le paga esa oportunidad que le dieron desprestigiándola de la peor manera posible: cobijando a generales corruptos sólo porque son sus amigos, y ahora haciéndola cómplice de una masacre contra civiles desarmados. Con razón usted quería hace dos meses celebrar el 27 de febrero, esa fecha oscura y siniestra de nuestra vida democrática. Ya tiene usted su matanza, si es eso lo que le hacía falta a su currículum, la del 11 de abril (el 11-A), y puede festejarla en conjunto con Carlos Andrés Pérez, quien le entregó el sable que usted acaba de desenvainar cobardemente, sin dar la cara, desde las azoteas oficiales.

Dicen que la historia eleva o entierra a los hombres: a usted le ha reservado una fosa al lado de los mandatarios de Venezuela a los cuales se les menciona por sus atrocidades: bastó un día para que se le recuerde para siempre como el responsable de la masacre del 11 de abril. No es nada agradable pasar a la historia recordado no sólo por los familiares de las víctimas que usted mandó a matar, sino como el Presidente que resultó ser un vulgar matón de personas inocentes.

Mientras usted, Presidente, pretendía secuestrar la libertad de información, con una cadena inexplicable, en la cual trató de disimular inútilmente lo que ocurría a pocos metros de donde estaba hablando sin coordinación mental, el pueblo pacífico de Caracas era masacrado sin piedad, con decenas de muertos y heridos. A las víctimas del 4 de febrero, usted sumó la tarde de ayer otro balance trágico. Fueron los manifestantes que en disfrute de un derecho constitucional, se hicieron presentes para velar por la democracia y por la libertad de su país.

En la historia de las tortuosidades más primitivas de poder quedará registrada esa cadena, en la que usted permanecía impávido e indiferente, mientras un asistente le pasaba pequeñas notas informándolo de lo que sucedía en la calle. Quedará como un testimonio de su desprecio a la gente y al país. Usted pensó, erróneamente, que nadie se enteraría del episodio, pero una vez más cayó en sus propias redes. No sabía que, simultáneamente, la televisión trasmitía en la otra media pantalla las escenas más trágicas del desenlace de la marcha más impresionante y más multitudinaria que se vio nunca en Caracas.

Sus desmanes dictatoriales no se detuvieron allí. Ayer se le cayó su última máscara: decidió sacar del aire a los canales de televisión, Venevisión, Radio Caracas, Televen, CMT y Globovisión. Los amenazó con suspenderles sus licencias como si fuera el propietario del Estado, y como si Venezuela fuera una jungla. Usted no sólo ha violado las leyes venezolanas, sino que además viola (y no será impunemente) convenios internacionales del sistema hemisférico: se ha puesto al margen de la ley venezolana y al margen de la ley internacional.

La gigantesca marcha de ayer jueves tuvo como propósito reivindicar los derechos de la democracia venezolana, puesta en peligro por un régimen autocrático. Quienes marcharon de manera tan ejemplarmente pacífica, abogaban por el respeto a la gente de Petróleos de Venezuela, por el respeto a sus gerentes y trabajadores, y contra la politización de la gran corporación. Poseído por la soberbia y la inconsciencia, usted retó a todos los venezolanos, amenazó a toda la gente de Pdvsa y se obstinó, hasta los últimos minutos, en mantener a la junta de incapaces que envió allá para tomar el ente petrolero.

Su obsesión le cuesta a Venezuela incalculables pérdidas morales y materiales; ha desacreditado a nuestro país como proveedor confiable y ha perturbado toda una industria vital para nuestro pueblo. Nunca se había visto en esta tierra tanta demencia.

La soberbia suya ha ensangrentado la ciudad de Caracas. En la cadena se mostró indiferente. Formulando promesas desordenadas, sin ton ni son, con el único propósito de engañar y ganar tiempo, mostró una vez más su total alejamiento de la realidad. Masacre como la de ayer tarde no se había visto jamás en esta ciudad. Nuestro pueblo está malherido. Nuestro pueblo exige que sus derechos sean respetados y que los culpables sean duramente castigados. La sangre de tantas víctimas clamará por siempre.


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