No puede ignorarse la acción de las revistas en el impulso de la literatura nacional. En 1939 surgió Babel, desgraciadamente desaparecida más tarde En 1944 se funda Occidente, de espíritu liberal y acogedor. El 15 de Julio de 1948 salió Pro Arte, que abrió perspectivas notables a la crítica plástica y mantuvo una línea avanzada intelectual. En el campo católico se distinguió Estudios, cuyos colaboradores, en gran numero, se trasladaron, más tarde, a Finis Terrae, órgano de la Universidad Católica de Santiago. La Sociedad de Escritores de Chile ha mantenido la revista y las ediciones Alerce, de sostenida calidad. La Biblioteca Nacional ha patrocinado la voluminosa publicación titulada Mapocho, de gran amplitud ideológica. El Partido Socialista sostiene la revista Arauco, de tendencia marxista, con predominio de lo político y social. El comunismo sustenta la continuidad de Principios, también saturada de un criterio marxista-leninista. La Revista de Filosofía, patrocinada por la Universidad de Chile. con elevado nivel, sirve de expresión a un grupo de especialistas de tipo académico. Los Anales de la Universidad de Chile han cambiado su estructura y modernizado sus páginas bajo la dirección de Alvaro Bunster sirviendo con eficacia a la cultura superior. El Instituto de Literatura Chilena ha publicado seis números de su Boletín, después de su fundación, el 24 de septiembre de 1960. Es una revista distinta y especializada, que sirve a un público de profesores e investigadores. La Sociedad Chilena de Historia y Geografía y la Academia Chilena de la Historia poseen sus respectivas revistas con rigor y severidad en la selección de los colaboradores. Finalmente, la Universidad de Concepción, durante cuarenta años, ha financiado las páginas de Atenea. en cuyas columnas han colaborado los principales escritores del país y muchos extranjeros. Quedan afuera de esta reseña las publicaciones ocasionales y algunas que no entran, estrictamente, en el camino literario.
LA PROSA NARRATIVA
La generación de 1938. que otros ubicaron en 1940, dio origen a una amplia perspectiva social y humana en el arte. En 1941, año señero, el Jurado del Concurso Literario del Cuarto Centenario de Santiago, junto con una obra mediocre, concedió el premio a Francisco Coloane, con su colección de relatos Cabo de Hornos. Se revelaba un mundo desconocido, el magallánico, que nunca antes fue penetrado con visión artística por un narrador chileno. La consagración de Coloane fue rápida y correspondió a su indiscutible calidad descriptiva y a su valor psicológico. Entre las sorpresas ofrecidas por el Concurso estuvo la aparición de dos novelistas de fibra y plenos de sentido social Reinaldo Lomboy, con Ranquil, extensa obra que narra un levantamiento de campesinos en la zona de Bio-Bio; y Nicomedes Guzmán, con La sangre y la Esperanza, pintura auténtica y despiadada de la vida en un conventillo santiaguino.
Un hecho curioso caracteriza a Guzmán; es el primer escritor chileno salido de un núcleo proletario de la capital. y su visión del mundo corresponde a una vivencia desconocida por las generaciones anteriores. Entre 1940 y 1950 se usó y abusó de la llamada interpretación social del arte, con resultados diversos. Pero, en el conjunto de la producción narrativa se pueden recoger síntomas de una actitud colectiva: desplazamiento geográfico hacia regiones poco analizadas o entrevistas con un criterio localista o de un criollismo pintoresquista de vuelo corto; pintura cruda de las condiciones de la existencia obrera y campesina; estudio del proletariado marginal del gran Santiago, del roto vagabundo y desarraigado del conventillo de la ciudad, de la clase media resentida y hundida en su mediocridad económica y del burócrata sin destino.
Aunque cronológicamente Daniel Belmar es anterior a la generación de 1940, sus temas inciden en sus preocupaciones. En Roble Huacho hizo una aparición resonante en el mundo de la novela, pero su mayor éxito fue Coirón (1952) que evoca la existencia de una familia chilena establecida en el Neuquén, con gran vigor y colorido. En Oleaje, Ciudad Brumosa, Sonata y Los Túneles Morados ofrece otros aspectos de su arte y describe con fuerza y originalidad el ambiente provinciano del sur de Chile.
El más prolijo estilista de todo el grupo revelado alrededor de 1940 es Juan Godoy, escritor y profesor de castellano. En Angurrientos (1940) se detiene en el análisis de la miseria y el hambre de un grupo de vagabundos que existen en la periferia de Santiago. Después de publicar varias novelas cortas vuelve a dar una nota realista y minuciosa en el examen de carácteres desentrados y alcohólicos en Sangre de murciélago (1959), con una prosa de calidad y atisbos psicológicos notables sobre el carácter del chileno de la clase media y el pueblo.
Gonzalo Drago es un autodidacto que ha conocido la dureza de un medio social inclemente como el de los grandes minerales, cuya pintura hace en Cobre (1941). En Surcos (1948) traslada la acción al escenario campesino, con menos intensidad, y se refiere a la vida en un cuartel en su novela El Purgatorio (1951). Las costumbres tradicionales de Chiloé, que más tarde atraerán la atención de los nuevos narradores, sirven de pivote a la novela de Nicasio Tangol titulada Huipampa, tierra de sonámbulos (1941), de riquísimo contenido folklórico, sexual y mágico. Con Tangol surge un ángulo inexplorado de la psicología chilota, cuyas diversas facetas bastante complicadas han calado Rubén Azócar, Francisco Coloane, Marta Jara y Edesio Alvarado, Después de ser conocido como un fino lírico, el escritor Oscar Castro se consagró a la novela y el cuento. Sucesivamente dio a luz estos libros de tipo narrativo: Huellas en la tierra (1940), La sombra de las cumbres (1944), Comarca del jazmín (1946). Llampo de Sangre (1950), La vida simplemente (1951) y Lino y su sombra (1951). En Llampo de Sangre culminó su experiencia y su estilo, que surge más rotundo y compacto al evocar la vida de los mineros en las serranías de Alhue, en un medio dominado por la ilusión y lo supersticioso de nuestro pueblo. Castro murió en 1942 y dejó una extensa producción lírica, aparte de sus cuentos y novelas.
Un modo de encarar muy moroso y un conocimiento inusitado de la vida y costumbres nacionales se hallan en Juan Modesto Castro, autor de Cordillera adentro (1937), Aguas estancadas (1940) y Froilán Urrutia (1942). En la segunda de esas novelas se traza un extraordinario cuadro de las derrotadas naturalezas de un conjunto humano contemplado a través 0de la sala común de un hospital santiaguino. En Froilán Urrutia, con una abusiva utilización del lenguaje de los rotos, se describe la cordillera vecina a Santiago, y se crea un tipo inolvidable por su malicia criolla y su nomadismo característico de la raza. El que yo bauticé como neocriollismo posee en Froilan Urrutia uno de sus ejemplares más representativos.
Leoncio Guerrero, discípulo de Mariano Latorre, prosiguió su línea descriptiva, con menos minuciosidad, en Pichamán (1940), y Las dos caras de Guenechén (1949), que constituyen dos series de cuentos . En sus novelas Faluchos (1946) y La Caleta (1957) los temas marítimos se mantienen con interés, pero con distinta intensidad al ser elaborados.
Una de las zonas enriquecidas por medio del tratamiento interpretativo de la generación de 1940 fue la del Norte. Andrés Sabella en Norte Grande (1944) intentó sin una realización plena un gran friso descriptivo de esa región, con serios logros y escenas vívidas, pero también con mucho de esquemático e impresionista. En la misma línea se halla Luis González Zenteno, desaparecido prematuramente, con Piratas del Desierto (1953), Caliche (1954), Los Pampinos (1956) y Una Lágrima para el juez (1961). Por encima de sus caídas de estilo y debilidades técnicas, supo dar a sus narraciones un tono vivo y directo de gran valor para conocer las duras condiciones de vida y las luchas obreras en Iquique y la pampa salitrera. El desierto y la vida en la zona de Antofagasta han animado la pluma de Mario Bahamonde en Tres cuentos del Norte (1943), Pampa volcada (1945), De cúan lejos viene el tiempo (1951), Huella rota (1955) y Ala viva (1956). Su conocimiento del ambiente se expresa con notables caracteres y acentos dramáticos que dan relieve a los protagonistas.