Escritor y musicólogo cubano, nacido en La Habana el 26 de diciembre de 1904, y muerto en París en 1980. Su propuesta de elevar "lo real maravilloso", como símbolo distintivo de Hispanoamérica, a categoría de materia novelable, le convierte en el principal precursor del realismo mágico que triunfará en el llamado "boom de la literatura hispanoamericana". Vida. Hijo de un arquitecto francés establecido en las Antillas y de una profesora rusa, en 1921 inició unos estudios de arquitectura que después abandonó a raíz los acontecimientos políticos de su país. Publicó diversos artículos en La discusión y desde 1924 dirigió la revista Carteles, donde combatió la dictadura de Gerardo Machado Morales para pasar a fundar la Revista de Avance. Fue miembro fundador del grupo minorista en 1927 y le encarcelaron por razones políticas. En 1928 se estableció en París, donde entró en contacto con el movimiento surrealista. Investigó la historia de América, desde la literatura precolombina y las cartas de Cristóbal Colón hasta los autores del siglo XIX. En París fue jefe de redacción de la revista Imán y colaboró con la revolución surrealista. En 1937, durante la Guerra Civil española, participó en los congresos de escritores celebrados en Madrid y Valencia. Más tarde, regresó a Cuba, donde escribió y dirigió programas de radio. Tras el triunfo de la revolución en Cuba, ocupó altos cargos en el Ministerio de Educación y dirigió la Editora Nacional. Tres años después de su muerte obtuvo el Premio Cervantes de Literatura. Fue, sin lugar a dudas, uno de los hombres más relevantes del continente americano. Entabló amistad con el músico Amadeo Roldán, que escribió varias partituras con textos suyos, como El milagro de Anaquilla y la Rembaramba, entre otras. En 1933 publicó su primera novela, titulada Ecué Yamba-O!, donde los valores estilísticos y documentales superan a los puramente novelescos. Posteriormente, publicó La música en Cuba (1946) y El reino de este mundo (1949), donde narra los hechos ocurridos en Santo Domingo durante la revolución, uniendo lo imaginario a lo histórico y las creencias mágicas afroantillanas con el deseo de libertad y justicia. En 1953 publicó Los pasos perdidos, que fue considerada por muchos críticos una de sus mejores obras. Después dio a la imprenta El acoso (1956, relato breve), Guerra del tiempo (1958, que es una unión de los relatos titulados El camino de Santiago, Viaje a la semilla y Semejante a la noche), El siglo de las luces (1962, donde plantea el tema del choque de dos mundos: el europeo iluminista, y el mágico, virgen y vital americano, a lo que se unen las relaciones de los personajes principales y toda la problemática del fenómeno revolucionario), El derecho de asilo (1972), Los convidados de plata (1973), El recurso del método (1974, donde traslada cómicamente el mundo tropical de un dictador latinoamericano exiliado en París), Concierto barroco (1975), La consagración de la primavera (1978), El arpa y las sombras (1978, obra galardonada con el Premio Médicis un año después), entre otras. Obra. Uno de los propósitos de Carpentier en la novela fue el de contraponer dos mentalidades, la negra y la blanca, así como protestar contra todo lo que injustamente aplasta los valores primitivos, arcanos pero profundamente humanos, asociados con la primera. Con este fin, no duda en hacer una denuncia virulenta y apasionada de los valores que están por encima de la mentalidad de las multinacionales, que toman la mayor parte de la riqueza del suelo, destrozan los ecosistemas y especulan con la vida y la muerte de los habitantes más desprotegidos de Hispanoamérica. Parte del interés de la obra de Carpentier, desde el punto de vista de la historia de la novela en Hispanoamérica, estriba en constatar cómo el autor supera temáticas rígidas y avanza hacia nuevos derroteros. En la trilogía bananera de Miguel Ángel Asturias, y más aún en Todas las sangres y El zorro... de Arguedas, predomina un doble imperativo: reivindicar la cultura indígena y denunciar el imperialismo económico de las grandes compañías internacionales. Ecue-Yamba O! (1933), la primera novela de Carpentier (escrita en la cárcel de La Habana estando preso el autor por haber firmado en 1927 un manifiesto contra el imperialismo y contra el dictador Machado), cumple el mismo imperativo: la fábrica azucarera que destruye el mundo natural y sencillo en donde naciera el héroe Monogildo tiene una función idéntica a la de la mina de don Fermín en Todas las sangres o a la hacienda bananera industrializada en Viento fuerte. Los ritos y las ceremonias «vudú» a que se entrega Monogildo en La Habana tienen el mismo significado entre protector y comunicarlo que el sistema de compadrazgos, de clubes y de cofradías que existe en el Chimbote de El zorro... Entre 1933 Y 1944 (fecha de Oficio de tinieblas y Viaje a la semilla), Carpentier guarda silencio. Primero en París (1928-39) y luego de regreso a Cuba (1939-45), trabaja en la radiodifusión, pero queda siempre en estrecho contacto con el mundo literario. En París frecuenta, con Asturias, el círculo de poetas y pintores surrealistas, y, como ocurre con Asturias, el toque mágico del surrealismo le ayuda a descubrir lo real maravilloso de América. Nunca se hará demasiado hincapié en la importancia del surrealismo en el despegue de la nueva novela. De hecho Carpentier confiesa: "El surrealismo significó mucho para mí. Me enseñó a ver texturas, aspectos de la vida americana que no había advertido". Pero faltaba otro elemento: el contacto con el mundo mágico del Caribe fuera de la misma Cuba. En 1943 Carpentier realiza un viaje a Haití y confirma su convicción de que en América el surrealismo resulta cotidiano, corriente, habitual. A raíz de este viaje escribe El reino de este mundo (1949). Sabía que era barroco, pero le gustaba situarse en el espacio literario de “lo real maravilloso”. Su cultura humanística era impresionanle: además de narrador, era musicólogo y ensayista profundo y original. El término lo "real maravilloso", inventado por Carpentier y divulgado en el prólogo a su novela El reino de este mundo (1949), ha servido para tipificar su propia novelística. Es un símil del llamado realismo mítico, incorporado a la descripción de la realidad latinoamericana. La realidad y el sueño, la razón y la imaginación, la historia y la fábula, la vida y la muerte, entretejen sus lazos narrativos hasta llegar a conformar una especie de tapiz suntuoso, mágico y alegórico, conceptual y, por momentos, culterano. A pesar de su cultura francesa, Carpentier reconoció su herencia cultural española. El legado literario del Siglo de Oro informa su prosa garrida, pulcra y musical. En ella alienta el genio de la lengua española a través de una sabia asimilación de las novelas de caballerías, la picaresca, la generación del 98 (en especial Valle-Inclán), Quevedo y los cronistas de Indias.
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