En "La Comarca del Jazmín" se ve claramente que solo un maestro puede llegar a identificarse tan plenamente con el alma pura e infantil de un niño, eternamente sorprendido ante la magia que lo rodea y que lo lleva de un descubrimiento a otro sin que logre apagarse la luz de sus ojos ni marchitarse la sonrisa prístina que florece en sus labios.


" Corchuelo, si. Corchuelo, dice Juanito lentamente, haciendo jugar el picaporte de su pieza. El picaporte es como un pequeño animalito mecánico y chirriante. Tirándole la colita amarilla, el picaporte esconde la lengua, y, luego, al soltarla , suena y asoma, fría, como si gustase un helado invisible. Juanito ha estudiado mucho este juguete obscuro de la puerta. Desearía sacarlo y ver qué tiene por dentro, descubrir el maravilloso resorte que produce aquel sonido. Se le figura que en el interior de esta cajita debe existir un mecanismo inédito muy distinto del que tenía su payaso músico, despanzurrado tres días atrás para resolver el problema de su funcionamiento.

La primera sensación que tiene Juanito cada mañana, es el rumor del picaporte. Siempre despierta cuando la lengüeta metálica se esconde para que pueda girar la puerta. Entonces asoma la cabeza de su madre, y él cierra los ojos con rapidez. Los instantes que su madre tarda en recorrer el espacio que media entre la puerta y el lecho, son para él de dulce indecisión . Suenan sobre las tablas los pasos afelpados de sus babuchas caseras y al fin está cerca de él, sobre él, su presencia caliente y amiga. En torno a su madre hay una áurea tibia que le besa el rostro antes de que los labios cariñosos lleguen a tocarlo. Prefiere la suavidad de ese contacto invisible antes que la caricia misma. Por eso no levanta los párpados. Si cediere a la tentación, desaparecería el encanto y ya no conseguiría sentir esa zona que envuelve a su madre. Esto sucede cuando ya sus hermanos se han ido a la escuela, cuando por toda la casa transita el silencio en las patas de Cholo, el gato negro y felpudo. Afuera se alarga el patio luminoso, manchado por las hojas del parrón. Más allá queda la cocina, país de humo y de oro. Y, al fondo, el huerto verde y profundo. El huerto llama cada mañana Juanito. Soplan los tallos su flauta clara y fresca para encantarlo. Alzan las azucenas sus copas espesas de fragancia. Revuelan mariposas amarillas, rojas, huidizas. Toronjil y cedrón, ruda y malva, romero a albahaca. Todo un mosaico de aromas que flotan, flotan, formando colores. Para Juanito el perfume del romero es azul ; el de la menta, celeste; verde amarillo, el del cedro."


Llampo de sangre, de publicación póstuma, es considerada la novela de ambiente minero mejor escrita en Chile. Esta obra fue revisada con gran esmero y dedicación en los días de reposo obligatorio que se le impusieron a causa de la enfermedad que lo llevó a la muerte.


" El rancho de Ña Liboria parece protegido por una valla de terror. Todos lo miran desde lejos, arrinconado contra el cerro, y desvían de modo inconsciente las pisadas del camino que conduce a él. Su presencia es hostil, como si algo prohibido ocultaran sus paredes ahumadas y su techo de latas herrumbrosas. Una pequeña comba del terreno lo levanta sobre las viviendas del caserío que se divisa más abajo. Una ventana carcomida, con gangochos para tapar el viento, parece a la distancia un ojo siniestramente fijo en el valle.

Ña Liboria es un manojo de huesos y de piel arrugada bajo su pollera negra y su chal desteñido como humo de rastrojos. Sus labios se apegan a las encías faltas de dientes, en tanto que su nariz avanza, filuda y agresiva como una proa. Sus ojos bailan, allá entre las arrugas, y sus manos se mueven enguantadas por una pátina de sahumerios y zumos de yerbas.

Nadie recuerda en Rinconada Chica la fecha en que amaneció su figura junto al cerro. Parece formar parte del paisaje, como las matas de quisco y las rocas desprendidas. Los más viejos, tal vez pudieran decir su historia; pero se callan sofrenados por el terror. Se sabe, vagamente, que su madre fue curandera famosa, mano santa que atraía dolencias y males hasta su guarida para disolverlos con un conjuro. La hija recibió por herencia el secreto de las yerbas que alivian, de las que matan y de las que producen la locura, el delirio, la fiebre y la alucinación. Conoce, además, las palabras que traen a las ánimas, las, que ahuyentan al Demonio, las que arrojan el mal del espíritu del cuerpo. Familiares le son los ocultos poderes del aceite derramado en las puertas, la fuerza misteriosa de la tierra de cementerio, las mágicas virtudes del gato negro, del huevo de culebra, de la sangre del piuchén, del sapo con la boca cosida...

Leñadores o arrieros que se han topado su rancho en la noche, cuentan que Ña Liboria, mientras ceba su mate, conversa con seres invisibles, ríe, insulta, eleva como arañas sus manos para contener el ataque de alguna fuerza contraria. Su aliado, sin duda, es el propio Demonio, a quien consulta para curar padecimientos o amarrar voluntades. Cuando aúllan los perros en la sombra, es que han visto a la vieja convertida en chonchón con rumbo al Cerro Negro, en donde alguien oyó la zalagarda de los brujos y el balar de un chivato con ojos de fuego.