Por Natalia Roa Vial
Magíster Literatura
I
En el siglo pasado, el pensamiento latinoamericano concede enorme importancia al problema de los modelos; esto es, a comentar y discutir propuestas para América venidas desde fuera. A algunos, la prudencia les aconseja revisarlas críticamente para determinar sus grados de adecuación a nuestra realidad, buscando evitar los peligros de una aplicación mecanicista. Así, la posible eficacia se subordina a la pertinencia. Es el caso de Bolívar, de Bello, de González Prada, entre otros.
El extremo opuesto lo conforman aquellos que carecen casi absolutamente de conciencia crítica, los idólatras de lo ajeno, que prefieren las ideas extranjeras sin considerar las diferencias geográficas, económicas, étnicas y de espesor cultural; sin medir, tampoco, las consecuencias que, frente a grados diversos de desarrollo, puede traer la "importación en blanco". Es lo que encontramos en las obras de Lastarria y Sarmiento, por ejemplo.
Otros, como Rodó, ni siquiera abordan el problema. Y, por último, aparece la propuesta de defender a toda costa lo propio, desterrando lo extranjerizante para construir América sobre la base de ideas americanas. Es el proyecto de Martí en Nuestra América y otros escritos.
De alguna manera, mirando el conjunto, nos queda la impresión de que hay una cierta ingravidez en el pensamiento latinoamericano del siglo XIX, una suerte de alienación permanente que le impide centrarse sobre sí mismo, que sólo es capaz de cuestionar lo foráneo, sin que importe si es para adoptarlo o rechazarlo. Cuando hay que evaluar un modelo, las alternativas son dos: se lo acepta -con o sin restricciones- o bien se opta por rechazarlo y en este último caso se lo aquilata sólo en términos negativos: lo inadecuado, lo imprudente, lo peligroso, lo etc., pero nada se propone a cambio. Supuestamente, la identidad es la medida de la aceptación o rechazo, pero nadie aclara si existe o no esa identidad; y menos, a qué se refiere, en qué consiste. Algo se acerca Martí, pero aún insuficientemente. Esto, qué duda cabe, es grave no sólo a nivel de deficiencia teórica sino también en la práctica pues gran parte de los "errores" históricos que tan caro hemos pagado tienen que ver con la aplicación de modelos inadecuados, por sí mismos, o por el momento en que fueron escogidos.
En nuestro siglo, a comienzos de él, se observa una variante importante en la dirección del pensamiento. Las reflexiones se centran en naciones concretas y se busca ahora una caracterización que responde más de cerca a la pregunta acerca de qué es cada país. Es lo que hace Mariátegui en los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, aplicando un modelo no ortodoxo de interpretación marxista, que trae como novedad la inclusión del factor económico y un enfoque más serio de temas como el de la tierra y el indígena, claves en nuestro continente. Octavio Paz, también quiere desentrañar a México en El Laberinto de la soledad, si bien con una intencionalidad esencialista de raigambre metafísica y existencialista.
II
Considerando estos sistemas de ideas como cuerpos coherentes de pensamiento que buscan un anclaje en la realidad, ellos serán nuestro marco de referencia. Nos interesa, ahora, situar las reflexiones de Vicente Huidobro frente a este panorama. Sin duda, la contribución fundamental de Huidobro a la cultura latinoamericana está dada por su poesía y por su prosa de ficción; él no es un ensayista, pero sí ejerce ocasionalmente el periodismo. Y es una figura de tal relevancia que nos ha parecido interesante indagar sus opiniones sobre el tema que nos ocupa para poder contrastarlas con la de los otros autores. Desde ya hay que dar cuenta de una limitación que no se nos ha pasado por alto, la de que su producción ensayística no es un todo orgánico ni pretende constituir un pensamiento coherente; eso constituye ya una diferencia importante en relación al marco antes propuesto que sí posee aquellos rasgos. Lo que aquí hay es, en cambio, un conjunto de artículos y reflexiones sobre los temas más diversos. De ese corpus, hemos seleccionado algunos referidos a Chile y a América. Probablemente no sólo ellos traten esta materia, pero sí son hasta ahora los únicos editados.
Los dividimos en dos grupos, a partir de sus fechas de elaboración. El primero incluye: Balance Patriótico (Rev. Acción, N[[ordmasculine]]s 2 y 4, agosto de 1925), Las zonas secas y la raza (sin fecha), La llegada de Mr. Kemmerer (La Nación, 4 de julio de 1925) y Respuesta a Chocano (La Nación, 28 de julio de 1925). Y el segundo: América para la humanidad / Internacionalismo y no americanismo (La Opinión, 3 de junio de 1938), Primera carta al tío Sam (La Nación, 21 de agosto de 1941), Segunda carta al tío Sam (La Nación, 21 de agosto de 1941) y Tercera carta al tío Sam (La Nación, 28 de agosto de 1941). [ 1 ]
En el primer grupo, un tópico y un concepto aparecen como centrales: Chile y la raza.
En cuanto a Chile, las opiniones de Huidobro son negativas, virulentas, extremas. Da cuenta de un país mediocre, en franca decadencia, lo que parece muy grave cuando -según apunta- esa decadencia no es el remate de un pasado glorioso sino una arteoresclerosis prematura. Tras el artículo, divisamos un pensamiento de tipo anarquista, que desprecia a la clase política a la que responsabiliza de casi todos los males que -en su opinión- aquejan a nuestro país. Y hay también una raigambre romántica en su planteamiento, donde reaparece la vieja idea de la juventud como motor de la historia. Su crítica fundamental proviene del diagnóstico que detecta en Chile la carencia de alma. El país ha cometido el gravísimo error de relegar a la "intelligentsia", el único sector que podría salvarlo, a un papel secundario. Y es una crítica de tono moral; se denuncia el robo, la corrupción, la injusticia. Este tipo de crítica es característica del período histórico en que se sitúa; pero lo que resulta de veras innovador es la explicación de la decadencia como anticipación a la gloria.
El factor económico prácticamente no se menciona y la única referencia que a él aparece es también una novedad. Sin entrar en detalles, Huidobro reconoce la dependencia económica que afecta a los países de la periferia, pero la responsabilidad frente a esta situación de dominación, la atribuye a los dominados.
El otro término recurrente es el de raza. Además de la decadencia moral -observable básicamente en la clase política y en la nueva plutocracia- se denuncia una decadencia física: la sífilis y el alcoholismo, problema de moda en la época, aparecen revestidos de enorme gravedad. Frente al último, Huidobro aboga por una Ley de zonas secas, basando su argumentación en el éxito de la experiencia americana en el combate de esa lacra. Se propone, pues, adoptar el modelo sin reservas.
Para revertir esta tendencia sostenida de la raza a la decadencia (en lo biológico y en lo moral), el poeta sostiene que la única posibilidad de salvación está en emprender una cruzada en pro de la inmigración. Y la radicalidad de la propuesta llega al extremo de agregar que lo nocivo debe extraerse de raíz, aún a costa de la violencia. Esta idea sarmientina implica, de nuevo, el reemplazo de lo nuestro ya no por la idea foránea, sino incluso por la persona del extranjero. Y curiosamente, Huidobro que era tan francófilo elige a la raza alemana como "objeto de importación", quizá alentado por los éxitos que la colonización había alcanzado en el sur de Chile. La
preconización de la inmigración muestra la independencia que siempre caracterizó el pensamiento de Huidobro. A esas alturas del siglo, había una opinión crítica generalizada frente a ese tipo de políticas, se trataba de algo pasado de moda, que no respondía a las voces de mayoría.
No es extraño, en cambio, el racismo que encontramos en estos artículos puesto que se trata de un fenómeno de época. El tema estaba en la tabla mundial y Chile no es una excepción en ese sentido. Por eso, hay que entender la propuesta en un contexto amplio, como parte de una tendencia mayoritariamente aceptada que se basa en las tesis de Spencer y del darwinismo social. Las ideas acerca de la higiene racial, que incluyen la selección cuidadosa del compañero para mejorar la raza, aparecen incluso en avisos publicitarios de periódicos chilenos de esos años. Nada de raro hay, pues, en estos planteamientos que, poco tiempo después, alcanzarán extremos tan horribles como el nazismo. No tenemos el tiempo como para ahondar en esta cuestión, pero no podemos dejar de mencionar -en este contexto cultural en que estamos situando el pensamiento de Huidobro- a Nicolás Palacios, figura de renombre en el Chile de las primeras décadas del siglo XX, que llega a postular a la raza chilena -combinación de la araucana y la española, que a su vez es resultado de infinidad de mezclas, predominando el componente guerrero- como la que debe agregarse a la lista de las tradicionalmente consideradas. Ahora bien, esta "moda racista" va acompañada, en todas partes, de una opción nacionalista. Ese canon es el que rompe Huidobro, combinando la propuesta racista con la internacionalista. Eso es lo que llama la atención y quiebra los esquemas, erigiendo al autor en una suerte de intelectual puente -quizá el calificativo "isla" sería más adecuado- que, sin preocuparse de la coherencia interna del planteamiento, aúna ideas en una propuesta mixta, que resulta imposible encasillar en cualquiera de los esquemas de entonces.
Finalmente, conviene tener en cuenta, para ubicar más exactamente a Huidobro, el marco histórico en el que se inserta esta primera serie de artículos. Estamos hablando de mediados de la década del veinte, de un momento en que nuestra sociedad se ve atravesada por vientos de cambio, por una especie de apertura que promete reemplazar el tedio y la desilusión generales por un ambiente de mayor espontaneidad y frescura. Es también el tiempo en que la política ha salido, desde los clubes, hacia la calle; y aquél en que nuevas voces comienzan a hacerse sentir y a pesar en la opinión pública. El obrero, el poeta, el estudiante quiere ser oídos y acceder al poder en busca de reivindicaciones. La ciudad letrada, como diría Angel Rama, ha dejado de ser patrimonio exclusivo de los juristas y hombres de iglesia.
Y no solamente son nuevos los voceros, también lo son sus temples, ahora más lúdicos, irreverentes, irónicos; rasgos todos omnipresentes en la palabra de Huidobro. Por supuesto que ésta no es la única vertiente que muestra el pensamiento de aquellos años, pero es una de sus líneas y, probablemente por la altura de quienes la encarnan, resulta -en definitiva- la de mayor riqueza.
El texto más importante de este grupo es Balance Patriótico, publicado por primera vez en Acción, revista de 1925, cuyo director es el propio poeta y que se maneja en base a suscripciones de oficiales jóvenes dirigidos por Marmaduque Grove. Es un medio de orientación nacionalista, pro militarista y juvenil, que refleja un sentir con el que muchos se identifican. Y esa juventud que ve con simpatía el militarismo progresista de entonces, es también la que toma la cuestión social como bandera de lucha, solidarizando con la clase media y con los sectores más pobres.
El ambiente de esos años está bien definido por Góngora: "Son luchas generacionales -dice- en que la intelligentsia espera tener poder en el Estado, porque se sabe más fuerte intelectualmente y más desprendida de los intereses creados." [ III
El segundo grupo de escritos se centra en el problema del internacionalismo. Y se considera que éste, sería la consecuencia natural de una opción humanista. Lo esencial del humanismo, en palabras del poeta, es "romper los límites estrechos del hombre, ensanchar el espíritu y transformar en universal todo aquello que pretendía permanecer eternamente en lo particular." [ La incorporación de América a la cultura mundial, se divisa como modo de salvar al continente. Más aún, el destino para la América del siglo XX es -según Huidobro- la misión de encabezar esa cruzada internacionalista. Y se agrega que esa es la única elección razonable al interior de una verdadera opción por la cultura, puesto que ésta no podría surgir aquí por generación espontánea, ni menos crecer negando a las otras existentes. Si bien la argumentación es lógicamente impecable, se echa de menos -sobre todo tratándose de un hombre que pertenece al mundo de la cultura- la consideración siquiera del legado prehispánico. Tras esto, hay claramente una concepción optimista de la historia como progreso permanente.
Se da cuenta también aquí de la modernización mundial y del cambio trascendental que han generado los revolucionarios avances en el campo de las comunicaciones, rompiendo las antiguas barreras impuestas por los relojes y la geografía. En la medida en que, gracias a ellos, el mundo se estrecha y las distancias se acortan, la proposición resulta no sólo deseable sino que sumamente posible.
Y se argumenta, además, que otro factor positivo que incide en la empresa internacionalista es la enorme libertad que confiere al hombre americano -y que le da ventajas comparativas notables respecto del europeo- la carencia de una tradición de peso.
Con tono mesiánico, proclama Huidobro que América es el continente que verá el nacimiento del hombre nuevo; ese hombre plenamente humanista ha de surgir de sus entrañas y, a diferencia del europeo, estará más apegado a la naturaleza, tendrá un carácter más telúrico.
Tal como en el primer grupo de artículos, aquí podemos observar a Huidobro desafiando otra vez a las corrientes que acaparan la moda, nuevamente remando contra la corriente.
A fines de los años 30 y comienzos de los 40 (fechas de estas publicaciones) el nacionalismo o el americanismo era defendido por amplios sectores de la sociedad, era el "clisé" de entonces. Cabe imaginarse, pues, la reacción que esta propuesta ha de haber causado. Y para tener una medida aproximada de ese escozor, no está de más recordar que en el caso de nuestro país el gobierno está en manos del Frente Popular. Pedro Aguirre Cerda, entonces Presidente de la República, está especialmente preocupado de la industrialización de Chile (a él se debe, entre otras medidas, la creación de CORFO), de la inversión de recursos en el propio país de modo de dotarlo de elementos que le permitan una posibilidad real de competir en el campo económico con los capitales foráneos. Y no sólo le interesa lo económico, hay también una opción importante de gasto social en el área educacional.
En los escritos referidos, no se trata ya de adoptar o de cuestionar modelos, sino de algo mucho más radical: de salir hacia afuera, de proyectarse. Para Huidobro, mantenerse al interior de las fronteras cerradas del americanismo es un suicidio cultural; hay que ir, por tanto, en busca de la cultura, encontrarse con occidente y, básicamente, con el mundo europeo. Recibir sí, pero en el plano de una integración a la cultura occidental que supone también entregar aquello de bueno que se puede aportar.
Las tres cartas al "tío Sam" se insertan en idéntico marco. Se alaba allí a los Estados Unidos como adalid de la democracia, si bien la postura frente a este sistema de gobierno es sólo la de una aceptación momentánea, casi resignada, en espera de algo mejor. Se advierte en el pensamiento de Huidobro una opinión algo cansada frente a la democracia, que parece ser la general; factor que en parte puede explicar la fervorosa adhesión inicial que suscitó el nazismo.
En lo que respecta a los Estados Unidos, el poeta describe la relación con ese país como una de mutuo desconocimiento y fundada en base a prejuicios. La superación de tales obstáculos parece, pues, que debe ser el primer paso para el estrechamiento de los vínculos. Frente al País del Norte, las opiniones son hasta cierto punto superficiales y no da la impresión de que haya conciencia del peligro inminente que el imperialismo en expansión significa para el resto de América. En ese sentido, Huidobro carece absolutamente de la certera intuición que al respecto encontramos en la obra de Martí. Pero también es cierto que el contexto histórico en que fueron escritas las cartas es relevante. Por eso, sin perjuicio de la crítica que nosotros pudiéramos esperar, hay que entenderlas dentro de la escena de la Segunda Guerra Mundial, período en el cuál el mundo entero manifestaba una admiración cerrada por los Aliados y, entre ellos, fundamentalmente por el papel que jugaban los Estados Unidos en el conflicto.
En ese marco, no hay en el autor la ingenuidad que a primera vista pudiera advertirse. De partida, Huidobro es explícito en "exigir" a los norteamericanos una relación de absoluta igualdad entre las partes involucradas; hay, pues, un sentimiento de dignidad que no se rebaja, ni mendiga "amistades"; más aún, la certeza de que una relación con los Estados Unidos puede beneficiar a ambos grupos y, por ende, que América Latina tiene algo que aportar. Incluso, la proposición se supedita no sólo al cumplimiento de estos "requisitos", sino que se la describe como una colaboración no incondicional, sino dependiente de la razonabilidad intrínseca de lo que las partes ofrezcan y no de las presiones que la más poderosa de ellas pudiera sentirse tentada por ejercer.
Esa saludable desconfianza se refuerza incluso en lo formal, donde no faltan la ironía y el ludismo propios del poeta; ciertamente no es casual que en la nominación del destinatario de las tres cartas se haya elegido el apelativo "tío Sam" para encabezarlas.
IV
El material analizado es demasiado reducido para pretender extraer de él conclusiones definitivas; no sería serio intentarlo, por lo que nos limitamos sólo a proponer algunas reflexiones que han surgido durante nuestra lectura.
Hay que destacar, a pesar de lo obvio que puede parecer, la belleza y la plasticidad del estilo en Huidobro ("No pueden nacer grandes espíritus de alas fuertes entre los barrotes de una jaula. Ya la ciencia se ha encargado de convertir al mundo en una pelota de pequeñas dimensiones. En cualquier rincón de la tierra puede saberse lo que pasa en todo el mundo casi simultáneamente al momento en que sucede. ¡ Y qué ridículas nos parecen las fronteras fijadas por los hombres de ayer, cuando vamos volando en un avión! ¡ Cuán pequeños los hombres que andan con una lupa buscando límites entre las hierbas!..." [ En el conjunto de artículos se percibe el rol que juega Vicente Huidobro como representante del nuevo modo de ser o de estar del intelectual en la sociedad. Probablemente, éste sea uno de los aspectos de mayor trascendencia para nuestra historiografía cultural. Y sobre este punto concreto, nos parece interesante la interpretación de Mario Góngora. Según él, no existe una gran cultura latinoamericana, sino que de lo que puede hablarse es de oleadas, de momentos y hombres de cultura. Para el historiador, Huidobro desencadena la oleada cultural más rica del siglo XX en nuestro medio. El papel del agitador cultural que antes compartieron la iglesia y los juristas, lo toma ahora el poeta. Plantea asimismo, para explicar ese reemplazo, que la época parlamentaria que antecede al momento que analizamos, se caracterizó por la moderación, la negociación y el consenso como mecanismos fundamentales de operar. El año 20, en cambio, traería consigo el nacimiento de la rebeldía social, el anarquismo y otras formas de protesta. Y el paradigma de esa nueva forma de plantearse frente a la sociedad vendría a ser, precisamente, Vicente Huidobro.
Por otra parte, tenemos la impresión de que no es indiferente, en la interpretación y evaluación de un pensamiento, la calidad de poeta de su autor. Eso trae, a nuestro modo de ver, limitaciones y ventajas. Las primeras se condensan, básicamente, en el hecho de que la poesía y el ensayo no sólo son géneros diferentes sino que tras ellos hay modos de pensar, de situarse ante la realidad demasiado distintos. En el poeta hay una pretensión de verdad última -verdad poética, obviamente- que tiene que ver con una peculiar manera de coger las esencias, trascendiendo la materialidad en que éstas se hayan inscritas y de cierta forma, ese salto en el pensamiento se trasluce -disrruptivamente- en estos ensayos.
Pero ello supone, también, grandes ventajas para nosotros. Es que a través de Huidobro, conseguimos una visión algo "aérea" de nuestra realidad, visión que carece de fundamento en la materialidad misma de América a la que estamos tan acostumbrados. Ese pensamiento "volante", caleidoscópico, que recoge ideas de las más diversas procedencias, lo vuelve una individualidad distinta, profundamente independiente, aislada de las corrientes que le son contemporáneas. Frente a las líneas de razonamiento que referíamos en el siglo pasado y a las de éste que -con todas las divergencias que puedan separarlas- tienen en común una pretensión totalizante y unitaria, Vicente Huidobro recoge colores en el aire y los lanza, más libre o si se quiere más despreocupadamente, sobre la página, como si de todas esas manchas pudiera nacer una ruta nueva y más esperanzadora para el engrandecimiento de su espacio, del chileno y del latinoamericano; una perspectiva de residencia permanente en la Historia.
A nuestro modo de ver, la poesía dice a América mejor que la prosa; y es, por lo mismo, su complemento ineludible. Por ello elegimos a un poeta para estas reflexiones. Y el imaginario poético de Huidobro está fundado -al igual que estos escritos- en lo aéreo. Su mirada es la opuesta -sin que importe para estos efectos la distancia temporal- a la del Neruda de "hundí la mano turbulenta y dulce en lo más genital de lo terrestre".
Por las razones que sea, América ha vivido más cerca de esta última perspectiva, lo telúrico nos resulta más familiar. Tal vez ahora sea el momento propicio para conjugar esta visión con la huidobriana; para ver nuestra realidad, la chilena y la latinoamericana, a través de dos ojos: el del vate y el del juglar. De esas dos voces puede salir la palabra fundamental que buscamos hace tanto, la que repare viejas heridas. Quizá la síntesis de ambos lenguajes nos acorte al camino hacia una verdad más integral.