Por Ramiro Rivas
De la poesía del norte y, más específicamente, de la poesía del valle de Elqui, se conoce poco. El nombre de Gabriela Mistral, en lugar de contribuir a una mayor difusión de la literatura de esa zona, pareciera haber originado el efecto contrario. Su figura apagó las voces de sus coetáneos, no obstante la larga lista de autores del pasado y del presente que rescata el poeta nortino Arturo Volantines en esta “Antología de la poesía del valle de Elqui”. En efecto, en un extenso y un tanto inconexo prólogo, nos induce a reconocer a un buen número de poetas ya clásicos en la literatura chilena y otros definitivamente desconocidos. Entre los ilustres de la región, no se puede dejar de mencionar a Julio Vicuña Cifuentes (1865), Manuel Magallanes Moure (1878), Carlos Mondaca (1881), Víctor Domingo Silva (1882), y a contemporáneos como Braulio Arenas y Alfonso Calderón.
La muestra incluye a doce autores que, en los años 80, se reunían en el café Tito’s de la Serena. De afinidades artísticas e ideológicas semejantes, pasaron a constituir una especie de cofradía intelectual, que creó revistas literarias, fomentó talleres y actividades culturales. Volantines, en la introducción, pone un excesivo énfasis en las dificultades que debieron sobrellevar los escritores locales para crear y dar a conocer sus obras en el período dictatorial, asignándole una importancia casi privativa de su región, en circunstancias que este hecho tuvo alcance nacional. La selección, reducida a tan pocos nombres, pareciera regirse más por motivaciones de amistad que de una real representatividad regional. Es indudable que toda antología es susceptible de incurrir en arbitrariedades por quien la realiza, y esta no es la excepción. Faltan, efectivamente, algunos nombres y, de los antologados, más de uno nos provoca serias dudas. El conjunto no ofrece un panorama homogéneo, ni a nivel valórico ni formal. Más bien exhiben una estética tradicional, sin mayores logros innovadores.
Pocos alcanzan algún grado de originalidad o, por último, una escritura más actualizada. En algunos se aprecia ese apego al espacio, al paisaje al que pertenecen, como una unidad inseparable; otros no evitan caer en el pesimismo colectivo por el período histórico que les tocó vivir. Un número más reducido peca por la excesiva utilización de estereotipos que finalizan por deformar la verdadera dimensión de la realidad. Apollinaire, al referirse a la poesía del futuro, otorgaba a la realidad una existencia más subjetiva que objetiva. Y eso no es perceptible en muchos de estos poemas. La falta de rigurosidad es otra constante. Es imperdonable la cantidad de lugares comunes que se pueden citar al azar: “gotas de rocío”, “estrellas en el cielo”, “mi alma flota en la noche”, “tejiendo poemas de palabras”, “luz de tus ojos”, “misterios de la vida”…
No obstante todo lo expuesto, encontramos figuras destacables, como el de Susana Moya (1957), una poeta que se adscribe a una poesía testimonial, desinhibida, muy personal, reflexiva y poseedora de una sugerente sensibilidad expresiva: “me identifico loba/ promiscua en mis lecturas/ hereje ontológicamente/ casta cuando no estoy en celo”. Yair Carvajal (1951) es otro autor que demuestra oficio. Su poesía casi epigramática, de profundas raigambres sociales, sabe reducir el texto hasta la precariedad, sin menoscabar el sentido unitario. Mediante este hábil tratamiento minimalista de la palabra poética, reductivo sólo en apariencia, logra comunicar y crear pequeños mundos individuales.
Samuel Núñez (1953) es otro caso atípico en el grupo. Declarado por sus compañeros el “beat” de la poesía de Elqui, roquero y melómano, su escritura se aparta de la tradición poética de sus pares, experimentando con un lenguaje más próximo a la narrativa contemporánea. Su acento crítico y sarcástico, poseo un tono melancólico y desenfadado que lo distingue: “Cuando vengas mi Dios/ entra por las poblaciones, / no lo hagas por Arturo Merino Benítez, / te pedirán antecedentes”.
Oscar Elgueta (1956) es otro autor de un amplio registro poético. Su voz profunda y clara, de ricas connotaciones sociales, pareciera transformar la dura realidad cotidiana, en una suerte de trascendencia mística. En general, una antología irregular que logra presentar algunas singularidades interesantes del norte chico.