Domingo 14 de Julio de 1991        CULTURA        LAS ULTIMAS NOTICIAS       33

AUTORES Y LIBROS

Daniel de la Vega, el poeta y el ángel

He aquí un libro sobre el que no caben especulaciones teóricas. Es un placer que se haya escrito; es todo un gusto verlo por fin publicado. Mario Cánepa Guzmán, el autor, hombre con verdadera devoción por el teatro y la poesía, posee una virtud rarísima entre los de su oficio. Se enamora de lo que otros hacen hasta el punto de exaltar los en público. Su "yo", puesto en segundo plano, suele emitir quejas sólo en circunstancias muy especiales. Por ejemplo, cuando alguien silencia adrede el nombre de Alejandro Flores o el aporte de Acevedo Hernández a la literatura chilena es desconocido por los consejeros áulicos de ciertas casas editoriales.

Hacia años que Mario Cánepa Guzmán nos prometía este "Daniel de la Vega". Había. eso si, un escollo: la falta de un filántropo que financiara la empresa. Cánepa Guzmán, después de incontables vueltas, dio con el filántropo: él mismo. De Cánepa Guzmán habíamos leído y entreleido una multitud de cosas: una historia del Teatro Municipal, una historia del teatro chileno, una galería de semblanzas de gente de teatro, una vida de Alejandro Flores, un panorama de la ópera en Chile y hasta unos folletos sobre el desarrollo del teatro obrero, amén de libros de versos y tomos de cuentos propios. Pues bien el día del "Daniel de la Vega llegó. Con el sello de Educiones Mauro (1991), impreso en la Editorial Rumbos, con nota de contraportada a cargo del entusiasta diccionarista de la literatura chilena Efraín Szmulewicz, el volumen comprende 156 páginas bajo el titulo de "Daniel de la Vega, el poeta y el ángel (1892- 1971)".

Desde luego no se trata de una biografía común y corriente. Riquísima en su repertorio de datos sobre la existencia del autor de "Cielo de provincia", esta obra sobre el perfil literario de uno de los cronistas más brillantes que ha producido el alto periodismo chileno resulta un hallazgo o un reencuentro feliz dentro del género. Como proponía Baroja y refrendaba Azorin, en esta "vida de Daniel de la Vega", que resume tan amenamente Cánepa Guzmán, los hechos se suceden vertiginosos e incontrarrestables. Cánepa Guzmán, acertando en forma muy intuitiva en el blanco, hace caso omiso del aparato de palabrería o de interpretaciones literarias con que los biógrafos narcotizados por la cacografía de moda no vacilan en alejar a sus presuntos lectores.

En su recorrido a través de los primeros años de la existencia del escritor, que alcanzó en fechas diferentes los honores del Premio Nacional de Literatura y el Premio Nacional de Periodismo, el biógrafo se detiene incluso a examinar las condiciones futbolísticas reveladas por Daniel de la Vega: "...'fui un centroforward muy corredor', confesó más tarde." (p. 13). En cuanto a su vida sentimental, que le otorgó enorme fama romántica, no se ocultan aquí las razones que lo obligaron, ya en 1924, a separarse de su primera esposa y madre de tres de sus hijos, la joven peruana Rebeca Retes, integrante de la famosa familia Retes, deslumbrada para siempre por las luminarias del teatro en Chile.

Si se ha de glosar la evolución de la literatura chilena entre los años 1915 y 1950, el nombre de Daniel de la Vega ocupará, quiérase o no, un sitio de atención preferente. Heredero de fervorosas tradiciones románticas, su poesía, condenada más tarde por los vanguardistas , con motivo de la aparición de "Las montañas ardientes", que publica la Editorial Arcadia, de Raúl Simón (el notable César Cascabel, de "La Nación"), recibe un día de Pablo Neruda este extraordinario homenaje:

"Recuerdo, como si aún lo tuviera en mis manos, el libro de Daniel de la Vega, de cubierta blanca y títulos en ocres, que alguien trajo a la quinta de mi tía Telésfora en un verano de hace muchos años, en los campos de Quepe. Llevé aquel libro bajo la olorosa enramada. Allí devoré Las montañas ardientes, que así se llamaba el libro. Un estero ancho golpeaba las grandes piedras redondas en las que me senté para leer. Subían enmarañados los laureles poderosos y los coigües ensortijados. Todo era aroma verde... Estoy seguro de que alguna gota de aquellos versos sigue corriendo en mi propio cauce, al que después llegaran otras gotas de infinitos torrentes, electrizadas por mayores descubrimientos, por insólitas revelaciones, pero no tengo derecho a desprender de mi memoria aquella fiesta de soledad, agua y poesía..." (p. 49).

Fue, sin duda, considerable el influjo de la obra de Daniel de la Vega en la constelación de los años 20. En una revista casi innominada —"Lo sé todo"—, de circulación, naturalmente, confidencial, publicada en 1918, la lupa de Mario Cánepa Guzmán captó unos versos de Daniel de la Vega que empiezan así: "Desde antes de la muerte de mi padre nosotros somos pobres,/ y conocemos la ternura/ del pan y las flores./ Vivimos en casitas arrendadas/ en barrios populares,/ donde hay gente vulgar y alegre, y donde/ no nos conoce nadie..." (p. 41). Se evoca en forma espontánea el tañido de la pobreza de Carlos Pezoa Véliz en los primeros tiempos del siglo XX.

Pintar de visu al periodista, poeta y autor teatral Daniel de la Vega es incurrir en una redundancia de faz romántica. Como cronista de la prensa chilena ejerció una suerte de principado a partir de sus colaboraciones en el diario "La Malaria". Tenía ángel. Otros, más severos, afirmaban que tenía mucho de Ramírez Angel, el cronista y novelista madrileño muy en boga en los años iniciales del nuevo siglo. Emiliano, puso a uno de sus hijos Daniel de la Vega. La admiración por Emiliano Renta Angel carecía de fronteras. Pero, en la actualidad, releyendo las crónicas de Daniel de la Vega y las de Emiliano Ramírez Angel, las de este último representan, en comparación, piezas anacrónicas.

Bajo su apariencia de tranquilo o apacible comentarista del acontecimiento cotidiano, Daniel de la Vega escondía un sagaz crítico de costumbres que había hecho sus armas en la risueña escuela de ironistas clásicos. Sus pequeños cuadros maestros sobre el discurrir de las cosas sencillas asombran por la perfección de los contrastes. Poeta doblado a menudo de humorista, sus notas desafían a un tiempo el asunto sin médula, el embate de lo cursi y la lim itación de lo prosaico. Cuando en la prensa constituía un mérito escribir con graciua culta, el espíritu de Daniel de la Vega rayó a gran altura. En el valioso volumen de Mario Cánepa Guzmán esta virtud del maestro muestra sus prendas esenciales.

Filebo