Especial Primera B

El Runrunismo

Reseña y selección de textos por Eustaquio Monk 
Ilustraciones: Alfredo Pérez Santana

Durante la década de los '80 existía una tienda de libros viejos en Av. España. En ese espacio, por algún azar, fueron a caer una serie de obras de distintos autores chilenos, todas con un elemento en común: sendas dedicatorias de los autores al dictador de la crítica chilena de la primera mitad del siglo XX, Hernán Díaz Arrieta (ALONE). En esos estantes encontré dos que aún conservo y que llamaron mi atención. El primero de Clemente Andrade Marchant, “Un montón de pájaros de humo”(1928), el segundo de Raúl Lara Valle titulado “El poeta automático”(1930), ambos textos editados por la “editorial run-run”. Este fue mi primer contacto con la obra de los runrunistas.

El runrunismo, hijo putativo de la vanguardia criolla, debe su nombre (según la leyenda) a un juguete infantil hoy casi del todo desaparecido -el RUN-RUN-, que pasaremos a explicar para los hijos del Nintendo. El run-run consiste en un botón al que se le atraviesa una pitilla por sus orificios, atando ambos cabos. De tal suerte, que al ser tomada la pitilla por los extremos y darle vuelta al botón, este comienza a girar en forma vertiginosa, provocando un zumbido bastante molesto. De ahí que alguien -sigo con la leyenda- habría dicho que los poetas runrunistas “molestan más que un run-run”. Desde ese momento, este grupo fue bautizado con este nombre por sus mismos integrantes: cuatro jóvenes que, a finales de los años '20, provocaron cierto ruido molesto con sus poemas en el ambiente literario de Santiago, llegando incluso a entusiasmar a diversos escritores de la época, entre ellos el casi siempre lúcido Daniel de la Vega (ver recuadro). Los cuatro paladines formaban la columna vertebral de un “team” que sostuvo bregas memorables contra creacionistas, ultraístas, dadaístas, etc. Pero el clásico de la época era contra “El Círculo de Artes y Letras de Santiago”, que contaba en aquellos años con figuras promisorias, algunas, que se elevaron posteriormente a la Primera División de la literatura chilena, como Volodia Teitlbohm o Eduardo Anguita. La alineación runrunista más recordada fue:

Benjamín Morgado (1909-1996), epígono, capitán y figura principal del equipo, trató siempre de reflotar el movimiento para conseguir su ascenso y ponerlo, así, en el ámbito de la Primera A (cosa que nunca ocurrió). Publicó innumerables libros, incluyendo diez poemarios, entre los que destacamos: “Cascada silenciosa” (1926), “Esquinas” (1927) y “Estaciones equivocadas”(1929). También se dedicó a la prosa y a la dramaturgia, obteniendo el Premio Municipal de Cuentos en 1968 y el Premio Nacional de Teatro Universidad de Chile en 1965. Además, publicó en 1961 un texto de memorias que se llamó “Poetas de mi tiempo”, en el cual cuenta la historia de la escuadra runrúnica. Adicionalmente, se involucró con entidades de carácter fantasmal, como la Unión de Escritores Americanos, que presidió durante varias décadas y la Sociedad Bolivariana, de la que fue director. Se le acusa, también, de obsecuencia con la dictadura de Pinochet. Pero ese es otro cuento.

Alfredo Pérez Santana, polifuncional ilustrador de los libros de sus compañeros de grupo, en 1929 publicó junto con Alfonso Reyes Messa “12 poemas en un sobre”, adelantándose por mucho a los libros-objeto, como las cajitas que conforman “Los artefactos” parrianos y “La poesía chilena” de Juan Luis Martínez. Pérez Santana se vio “obligado a colgar los botines” muy joven, debido a una rebelde lesión que sufrió, según se cuenta, en Playa Ancha, Valparaíso, falleciendo en 1931.

Clemente Andrade Marchant, estrella fugaz y eterna promesa, después de publicar aquel libro que encontré en la librería de Av. España (“Un montón de pájaros de humo”. 1928) se retiró, aburrido quizá de los malos pastos de las canchas de Primera B. Nunca más concedió entrevistas.

Raúl Lara Valle (Santiago, 1911), consumado dribleador con gran finta en el área, publicó “S.O.S” (1929), “El poeta automático” (1930) y “La humanización del paisaje” (1932), luego hizo una gambeta y desapareció, al parecer, buscando horizontes más bucólicos, donde se practicara la “pierna suave” en lugar de la “pierna fuerte”. Un dato para las estadísticas: su libro “S.O.S.” fue editado en papel de estraza (envolver), moda que arreció por los años ´80.

Para usar una antigua y superada categoría, diremos que el runrunismo se instala en la generación de los '30, generación que según Morgado “fue la última que innovó en literatura (…) -y a pesar del vacío que han querido hacerle algunos siúticos intelectuales- representa el más serio movimiento artístico de nuestra patria” y, por último, esta es una generación que se enorgullece, según el glorioso capitán, “porque fue una generación sin homosexuales”, es decir, de hombres recios que jugaban con fuerza, pero con hidalguía. Cuatro amigos, todos con formación universitaria, jóvenes que se juntaban a leer sus versos en casa de sus padres, en Nataniel con Av. Matta o en calle Ñuble al llegar a San Diego.

Este grupo, un día de abril de 1928, enarbola su manifiesto, según Morgado, en las murallas de un “Music-Hall” del centro de Santiago. Este fue el comienzo: 

CARTEL RUNRÚNICO abril 1928 (fragmento)
santana andrade lara morgado

Isagoge

el runrunismo no es un movimiento estático es un éxtasis en movimiento es la eclosión cáustica y ebullidora que descarga su fobia contra la retaguardia ética y la vanguardia pacifista es un movimiento inútil de necesidad precisa con repugnancia extrema por la razón y la lógica paradigmática y escolástica es el cuociente de una ecuación dinámico motriz que resulta de un análisis cósmico acendrado runrunismo concéntrico escangular atropellador y desgarrante el runrunismo es lo cósmico adaptable a la relatividad convexa del momento… 

¿Cuál es la importancia de este movimiento hoy en día? Estamos tentados de responder: “ninguna” y borrar este artículo del computador. Tal vez este escrito sea una equivocación. O quizá sólo la última palada para un movimiento que, siguiendo una moda literaria de los años '20, intentó estar a “la vanguardia”, reírse de los “burgueses literarios”, mirando en forma humorística las rencillas literarias de su época y que, según Alone, quiso dar “una impresión de novedad con viejos elementos, una caricatura fina con los recursos tradicionales, un alarde de renovación del estilo conservando los motivos más comunes”. Por otra parte, Pérez Santana habría dicho: “Iniciemos un movimiento netamente chileno. Si fracasamos no importa. Pero miremos el campo, las montañas, el mar, la cordillera, el salitre, todo lo nuestro. Yo les aseguro que llegará un día en que los poetas no hablen de banalidades y descubrirán a Chile. Escribamos sobre Chile”.

¿Fracasaron? Al parecer sí, les faltó (tal vez) talento, un compromiso mayor con su arte o escribir estratégicamente -como algunos en aquellos años- una “Oda al Partido”, para lograr trascender. Creyeron que con usar palabras asociadas a las nuevas máquinas, estaban rompiendo con lo establecido, pero las máquinas se oxidaron. Creyeron que con jugar con la tipografía daban un salto al vacío. Pero el salto fue un kamikaze, una bengala eléctrica que no duró nada. Se los tragó la realidad, las lesiones que no cuidaron y la muerte. Siguieron a Apollinaire, a Breton, a Tzará o a Huidobro (reconociendo sólo tímidamente algunas de esas influencias) y nunca los superaron, sin embargo, nos dejaron el gustillo de la auténtica marginalidad, del auténtico fracaso y, en algún sentido, contribuyeron a abrir la poesía al humor, a la caricatura, a bajarla del altar consagrado y excesivamente serio, para llevarla a la calle, a lo cotidiano. Se atrevieron a poetizar lo tradicionalmente no-poético. Este fue su legado y, tal vez, ayudaron de alguna forma a fundar las bases de toda la gran poesía chilena del S.XX, fenómeno que siguió algunos caminos por ellos abiertos. “Los grandes poetas los hacemos entre todos”.

Hoy pocos los recuerdan y nadie los homenajeará, ni les celebrará centenarios -ni siquiera sabemos sus fechas de nacimiento y muerte-. Sus poemas (hoy en su mayoría perdidos) están en poder de un grupo de “coleccionistas de bazofia”, como dijo alguien. Quizá esa sea su grandeza, un absurdo intento por desplegar sus alas, para terminar en una librería de Av. España. A diez cuadras de donde empezaron.

El Runrunismo, según Daniel de la Vega3

Por una carta de Benjamín Morgado y otras publicaciones que han aparecido en la prensa, los poetas runrunistas están de actualidad. Los runrunistas forman un grupo de escritores jóvenes que posee la simpatiquísima cualidad de mirar humorísticamente las rencillas literarias. Ellos dicen que se columpian, juegan ping pong, van a las matinés y no fuman pipa. Esto parece que es el programa de la escuela. Nosotros no sabemos cómo se columpian los runrunistas, pero podemos declarar que juegan un ping pong bastante malo. Y Benjamín Morgado no solo va a las matinés, sino que también a las funciones nocturnas y cuando algún cómico se enferma, Morgado lo reemplaza con admirable desenfado. Una capilla literaria que tiene adeptos de tantas condiciones está llamada a triunfar. Incuestionablemente. 

3 Daniel de La Vega (1892-1971). Escritor y periodista chileno, ganador de la “Triple Corona”. Premio Nacional de Literatura (1953), Periodismo (1950) y Teatro (1962).

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