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FILOSOFÍAS ALTERNATIVAS: ALTERNATIVAS DE FILOSOFÍA.

Luis Antonio Monzón

UNAM *

 

 

 

El presente ensayo surge a partir de algunas reflexiones que se hicieron durante el encuentro regional de estudiantes de filosofía en Santiago de Querétaro, en abril de este año**. Durante el primer debate abierto, muchas cosas importantes se dijeron y poco a poco nos fuimos deslizando hacia el tema de la historia. En ese momento algunos pensamientos me asaltaron. Algunos de ellos los hice públicos en ese momento, pero otros los traje a casa y los he trabajado un poco más.

 

¿Qué es la historia? ¿Cómo se escribe? ¿Hay una historia dada o nosotros la construimos? ¿Qué importancia tiene todo esto?

 

La historia, en cualquiera de sus concepciones, no es un mero devenir de hechos. Siempre que hacemos historia de algo utilizamos algún criterio de selección que nos ayuda a eliminar determinados hechos por considerarlos no esenciales para la historia que estamos contando. Ante el cúmulo de hechos históricos, separamos y seleccionamos aquellos que correspondan a nuestras necesidades metodológicas. Pero ¿cuáles son esas necesidades? Toda historia está escrita para legitimar algo. Así, la historia de la ciencia, de la poesía, de la navegación, de la tecnología, legitiman a su objeto. Cada vez que alguien necesita legitimar la existencia de una nueva ciencia, de un nuevo objeto, de un nuevo producto, de una nueva empresa, siempre recurre a la historia para legitimarse. Y si esta historia es paralela a la historia de occidente, es decir, si comienza con los griegos y tiene su máxima expresión en la Alemania del siglo XIX, entonces la historia es totalmente legitimadora.

 

Cuando una nueva ciencia se inventa siempre se busca su origen en algunos planteamientos de Platón o Aristóteles, claro está que para ellos todo era lugar común y por ello hablaron de casi todo. Luego se le rastrea dos o tres grandes hombres más y por último se localiza su origen formal en uno de los grandes (o también pequeños) pensadores alemanes del siglo XIX. ¿Por qué? Porque nos hemos creído la historia tal como nos la han contado. ¿Y quién es el gran contador de la historia, el gran inventor de este cuento occidental? Hegel. El espíritu hegeliano se manifiesta en la historia, es su devenir. ¿Cómo legitimar mi sistema? ¿Cómo demostrar que tengo razón y que Alemania es en mi momento la poseedora del espíritu y que por ello merece su grandeza? ¿Cuáles son las pruebas empíricas para demostrar esa dialéctica del espíritu? La historia. La historia, que está ahí, que está dada –pues el pasado no se puede cambiar- ella demuestra que tengo razón. ¿Cómo? Observemos la historia. Y Hegel cuenta la historia de manera tal que el devenir de la filosofía se muestra como esa dialéctica del espíritu. Pero al hacer esto convida a la historia universal a seguir el mismo camino: la historia que inicia con Grecia y termina en Alemania. Pero ¿no hay una manipulación en el hecho histórico para conveniencia del historiador? Si. Hegel mismo lo pone de manifiesto en la introducción a su curso sobre historia de la filosofía: "(…) la historia de la filosofía no puede ser tratada, en modo alguno, sin que en ella se mezcle el juicio del propio historiador". Aunque más adelante trata de señalar que en la historia universal no es así, Hegel ha sentado las bases para hacer historia: seleccionar un objeto modelo y comparar los hechos con él, de tal manera que lo que se le parezca entra, lo que no, queda fuera.

 

¿Cuál es ese gran objeto que toma Hegel para hacer su historia de la filosofía? ¿El Espíritu? No. La Razón. Cuando Hegel empieza a discernir qué es lo que va a entrar en su historia y que no, se encarama en su postura ilustrada y la razón se convierte en el paradigma a seguir. Desde entonces no hemos seguido con esta idea. Hegel mismo se encarga de descartar las nociones corrientes de filosofía, eliminación que hemos optado por aceptar de la manera más sumisa y abnegada. Sin cuestionarnos siquiera, hemos aceptado una historia de la filosofía que se nos presenta como dada, que tiene sus inicios bien delimitados, que es el paso de la infancia del mundo a su edad adulta, que tiene épocas bien definidas, que va siempre en evolución, progresando, perfeccionándose y que deja afuera cientos ¾ si no es que miles¾ de pensadores que cumplen quizá con la pregunta, con el rigor, con la vocación, pero que no llenaron las expectativas de Hegel o que, simplemente, no le ayudaron a tapar ningún hueco y más bien se le presentaban como un obstáculo insalvable de haberlas considerado.

 

No solo la historia de la filosofía ha quedado cerrada, la filosofía misma ha cerrado sus puertas y marcado sus límites. Ha legitimado que existe y que existirá siempre en la misma forma (y esa es la vinculación del estudio histórico con el futuro, demostrar que ha existido siempre y que, por ello, existirá siempre). Pero hoy, como siempre, las voces desde la alteridad se hacen presentes. La alternativa resurge y embate en contra de las murallas que limitan a la filosofía, no tanto por el ardoroso deseo de entrar como por la necesidad de liberar de su jaula a la filosofía. He ahí el pensamiento alternativo, que no es otra cosa que un paradigma diferente que pide a gritos un nuevo concepto de razón, bajo la amenaza de enfrascarse en una guerra en la cual ambos bandos resultarán maltrechos.

 

Las reflexiones del segundo debate se unen ahora a lo dicho. ¿Cuál razón y cuál nueva razón?

 

Caracterizaré rápidamente sólo dos aspectos de esa razón ilustrado-analítica: 1) su capacidad de dividir en partes más pequeñas y 2) su pretensión de universalidad.

 

Caracterizar la primera no es muy difícil, la capacidad analítica de la razón ha sido bien expresada desde Descartes. La realidad es un todo unitario compuesto por partes que a su vez se pueden dividir en partes más pequeñas hasta llegar a las partes más simples. Todo el mundo es como un reloj, incluso los seres humanos. El perfecto funcionamiento de las partes implica el funcionamiento del todo y el total conocimiento de las partes implica el conocimiento de la totalidad. Así, como diría Wittgenstein, si tengo la totalidad de las proposiciones elementales tendré definido por completo al mundo.

 

La segunda es más pretenciosa. La razón debe ser universal y, por ello, debe de ser válida para todos, no pudiendo excluir nada de ella y siendo capaz de alcanzarlo todo. Así, un sistema político instaurado a la luz de la razón deberá ser válido para todos, los incluirá y será capaz de resolver todos sus problemas. ¡Ah, que bonitas suenan esas palabras de campaña!

 

La crítica a 1 es muy clara: todo proceso de análisis necesita de una síntesis para comprenderla, un nuevo movimiento sintético. Sobre esto segundo, ya Descartes había dicho en sus Reglas que es necesario recorrer varias veces los pasos de un razonamiento hasta lograrlos tener como una sola intuición. Esto es, a fin de cuentas, sintetizarlos nuevamente. Por el otro lado, la síntesis previa ya había sido anunciada por Kant y pone de manifiesto una cuestión primaria: si el mundo se nos presenta como un cúmulo de sensaciones que nosotros sintetizamos en un objeto, ¿estamos construyendo ese objeto nosotros? ¿No hay objetos fuera de mí? Pero lo más grave, si ese proceso se lleva a cabo mediante la imaginación y es ésta la que produce a su vez fantasías e ilusiones, ¿no tienen la verdad y la mentira un mismo origen?

 

La imaginación llega aquí como el gran irruptor; como el talón de Aquiles que deja entrever grietas que la razón ilustrada pretendía no tener. ¿Por qué? Porque si la razón no acepta a los productos de la imaginación como parte suya, se verá limitada y sus pretensiones de universalidad se verán fuertemente coartadas. Pero si la acepta tendrá que reconocer que el mito pertenece al ámbito racional.

 

¿Por qué? Aceptemos que nos dedicamos a buscar el origen de las cosas, la causa o causas últimas. Pero supongamos que los límites de Kant son ciertos, o las de Wittgenstein o los de Heisemberg o los de Gödel o los de Einstein, Podolsky y Rosen. Supongamos que existe tan sólo una variable que no podemos conocer (y que, por lo tanto, no podemos saber si existe; este es el único argumento que valida esta hipótesis, ya que si no podemos saber si algo se nos está escapando, no podemos saber siquiera que algo se nos está escapando). Sin esa última causa, sin ese fundamento, sin ese en sí, ¿qué nos pasa? O llegamos a una causa penúltima y la consideramos como última, o inventamos una causa última, un fundamento. En ambos casos el fundamente no es real, es una mentira (aunque para este nivel verdad y mentira se habrían disuelto).

 

Verdad es lo que es. Mentira, lo que no es. Si inventamos el fundamento o decimos que es algo que no lo es, mentimos.

Pero la mentira siempre se lleva a cabo mediante la imaginación. ¿Por qué? Porque la mentira no es una invención, es una construcción con elementos comunes que se reordenan de un modo distinto a como se ordenaría la verdad. En términos wittgensteinianos diría que la mentira es una proposición con sentido que dice un estado de cosas que no es el caso. Pero no podemos mentir si los elementos de la mentira no son reales. Pongamos por caso que quiero mentirle a alguien para justificar una falta que cometí. A menos que Jaime Maussan tenga razón, nadie me creería que un OVNI me secuestró. El marco de referencia para dicha mentira está delimitado a cuáles son los objetos que posibles para ordenar. Pero siempre son objetos conocidos. Y ¿cómo logro ordenar objetos conocidos? A través de las capacidades sintéticas de la razón. La síntesis (en sentido kantiano) es la unión de predicados a sujetos que no los contienen en sí mismos.

 

Si es la imaginación la que hace la síntesis de las percepciones debería formar parte de la razón Pero la imaginación también crea quimeras, mitos, fantasías. Entonces, la razón debe erradicar estos errores de ella misma. Debe colocarse como el juez del tribunal y exiliar a todas esas imágenes confusas y primitivas que opacan la luz del conocimiento. Entonces, la razón universal, todopoderosa, antidogmática, se convierte en el más fuerte de los dogmatismos. Elimina del mundo aquello que escapa a su concepto. Citaré a M. Frank, por hacer una magnífica exposición de esto: piensen ustedes en el cinismo con que los ilustrados conquistadores de las dos Américas evangelizaban a los salvajes o sencillamente los aniquilaban o explotaban, sólo porque no eran seres humanos en el sentido de la definición aristotélica, es decir, seres dotados de razón. Y no sólo eso, también podemos mencionar ¾ y Frank lo hace¾ , los abusos que señala Foucault acerca de la discriminación racional llevada a cabo en manicomios y presidios. Y conectamos de nuevo con Hegel. Cuando Hegel determina lo que es la razón elimina y excluye una gama de posibilidades y recluye en su sistema una sección limitada (aunque a veces grandiosa).

 

Necesitamos una nueva historia y una nueva concepción de razón. Necesitamos nuevas categorías, nuevos conceptos y nuevos ojos para ver el paso del pensamiento. No necesitamos una postcultura o un postmodernismo o un postestructuralismo que nos vengan a mentar el fin de la historia y la entrada a una época post. Se requiere una redefinición de conceptos y una aceptación del carácter normativo de la filosofía para luchar en contra de este tan proclamado nihilismo de nuestros días.

 

¿Y cómo hacerlo? Me encantaría decírselos, pero Hölderlin se me adelantó. El más antiguo proyecto del Idealismo Alemán contiene ya las claves de esta nueva visión, de este nuevo concepto de razón y de ahí pueden ser extraídas las herramientas para una nueva metodología de la historia. ¿Qué dice ese texto? Citaré sólo algún fragmento que dice: monoteísmo de la Razón y del corazón, politeísmo de la imaginación y del arte, ¡esto es lo que necesitamos! , y más adelante dice: tenemos que tener una nueva mitología, pero esta mitología tiene que estar al servicio de las ideas, tiene que llegar a ser una mitología de la Razón.

 

Ideas mitológicas para el pueblo y mitologías racionales para el filósofo. Eliminar la escisión entre analítico y sintético, entre mito y logos. Así es como la razón alcanzará sus pretensiones de universalidad. ¿Mentiras? Quizá. Pero mentiras verdaderas y útiles. Reformulemos la historia de la filosofía en base a nuevas categorías: categorías estéticas. Descubramos que en México, por ejemplo, la filosofía trascendió los ámbitos académicos y se vivía, se padecía y más importante, se cantaba.

 

 

Pero tengamos cuidado, no queramos dar tanta libertad que luego cualquier hijo de vecino sea filósofo. Exijamos. Sí, pero bajo nuevas perspectivas. Rigor, profundidad, sistematicidad, método, todo esto lo hay, pero no bajo las formas puras hegelianas. No busquemos un Descartes, ni un Kant, ni un Hegel. No busquemos oro en tierra de diamantes. Hacer filosofía es comprometerse, aunque nos tomen por arrogantes que se creen semidioses. Si Heiddeger, Wittgenstein, Sartre, etc., no hubiesen sido un poquito como semidioses no los habríamos encontrado nunca en donde los han puesto. La filosofía debe dejar de describir y comenzar de nuevo a prescribir. No es hora de imitar, es hora de crear. Y por lo que pude observar en Querétaro, hay muchas semillas de creador. Agua, sol, calor, eso necesitamos ahora, eso hemos de darnos nosotros mismos, si no ¿quién lo hará?.

 

 

*Universidad Autónoma de México.

** N de la R: el autor de este texto se refiere al año de 1998.

 

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