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Hacia una posibilidad lúdica del fundamento*

Marcela Madrid Gómez Tagle

UMSNH**

El juego pertenece esencialmente a la

condición óntica de la existencia humana,

es un fenómeno existencial fundamental

Eugen Fink

 

Reflexionar en torno a la pregunta que interroga por el fundamento de la realidad, del mundo, del ser -o si se prefiere, de los seres-, es un problema harto complejo, pero al mismo tiempo, y quizá como consecuencia de ello , es también un problema fundamental, ya que a partir de él se sustentan, en gran medida, el resto de los planteamientos filosóficos. De este modo, resulta claro que desde los primeros planteamientos filosóficos, la pregunta por el fundamento de lo existente ha emergido, más que cualquier otra, como una necesidad apremiante; es decir desde las concepciones presocráticas, pasando por las medievales y las modernas, la cuestión que interroga por el fundamento, ha permeado la gran mayoría de los intentos de comprender al mundo y la realidad, esto ha sido y es todavía, una constante en todo sistema filosófico, independientemente de la diversidad de respuestas que se den al respecto.

 

El concepto de juego, dentro de este ámbito, ha sido tratado por algunos pensadores a lo largo de la historia de la filosofía; sin embargo, es con Eugen Fink y, en cierto sentido, también con Hans Georg Gadamer, que dicho concepto tiene la pretensión de dar respuesta a la problemática que ahora nos ocupa. Con el propósito de mostrar algunos antecedentes del concepto de juego diremos, por ejemplo, que ya Heráclito postula: "el conjunto del tiempo es un niño que juega a los peones. ¡Cosa de un niño es el poder regio!"1. A partir de lo anterior, es posible afirmar que si bien es cierto que Heráclito no desarrolla de manera intencional el concepto de juego, sí es posible desprender de su pensamiento un concepto del mismo; ya que el logos -entendido éste como el principio activo y transformador de la realidad- es postulado por nuestro filósofo como el fundamente de lo existente, como un fundamento muy peculiar, en la medida en que es inmanente, ‘automovimiento’ y libertad, lo que en mucho lo acerca al concepto que, a partir de Huizinga, se tiene del juego. Así, Heráclito a diferencia de muchos de los filósofos de la tradición nos permite concebir un fundamento no-trascendental, no-estable y no-absoluto, es decir, el filósofo de Éfeso, no solo inaugura una tradición de pensamiento distinta a la mitológica, sino también y más importante aun, él plantea una manera creativa y activa de fundamentar al mundo. En efecto, la filosofía de Heráclito puede interpretarse como una filosofía de la acción, del devenir, del juego...

 

Ahora bien, dentro de esta misma línea de la tradición, podemos inscribir a filósofos como Hegel y Nietzsche, que el propio Fink considera como antecedentes para el desarrollo de una teoría del juego: "la eminente esencialidad del juego –que el entendimiento común no reconoce, porque el juego sólo significa para él la falta de seriedad, inautenticidad, irrealidad y ocio- sí ha sido reconocida siempre por la gran filosofía. Así, por ejemplo, Hegel dice que el juego, en su indiferencia y su mayor ligereza es la seriedad sublime y la única verdadera. Y Nietzsche afirma en Ecce Homo: ‘no conozco otro modo de tratar las grandes tareas que el juego"2. Sin embargo, los antecedentes históricos del concepto de juego no son únicamente frases de afirmación de la pertinencia de dicho concepto, por ello es preciso recordar que una de las contrapartes de Heráclito, Hegel y Nietzsche es la consideración de Kant y Schiller de que el juego posee sólo una significación subjetiva; ésta consideración inaugurada por ellos, ha prevalecido en toda la nueva estética y la antropología3.

 

A partir de lo anterior es preciso aclarar que es hata el pensamiento de Eugen Fink y Hans-Georg Gadamer, que podemos hablar de desarrolllos intencionales y originales acerca del juego. Ya que, si bien es cierto que ambos parten del Homo ludens de Huizinga, no se reducen a él. Ambos filósofos pretenden llevar a planos más fundamentales y fundamentativos, lo que en Huizinga parece, en principio, quedarse en el mero plano de la observación. Preguntas como ¿qué es el juego? ¿qué relación mantiene éste con el surgimiento y el desarrollo de la cultura? ¿puede el juego tener una función fundamentativa respecto al ser o la realidad?, esto es, ¿tiene acaso el juego una función ontológica? Son preguntas a las que Fink pretende dar respuesta.

 

Fink, quien fuera discípulo directo de Husserl, considera, como buen fenomenólogo, que no sólo es posible sino también necesario determinar el sentido del Ser, a partir de una manifestación de la condición –realidad- óntica, que revele la esencia del mismo. El juego es sólo una entre las muchas de las dimensiones de la existencia, pero que por sustentar esencialmente a la condición óntica, es considerado como un fenómeno existencial fundamental. De lo que se trata pues, es de comprender "la apertura lúdica de la existencia humana hacia el fundamento lúdico del ser de todo lo ente"4. A partir de esta consideración, nuestro filosofo postula que sólo el juego, por poseer una seria de características muy ‘sui generis’, puede cumplir una función fundamentativa en el plano ontológico. De lo que se trata en gran medida para Fink es de restituir el lugar que el juego tiene en la fundamentación, conformación y creación de la realidad humana, esto es, la pretensión primordial es la de restituirle al juego su carácter de fenómeno fundamental de la existencia. Sólo a partir de la restitución del juego es posible postular que éste constituya la esencia del ser humano, ya no como ser puramente racional sino más bien como sujeto creador y transformador.

 

El juego ha sido considerado comúnmente como un fenómeno marginal de la vida humana, como una manifestación periférica, que nada tiene que ver con las cuestiones serias e importantes de la vida, y que como tal, es una manifestación, un suplemento de la existencia que sólo ocasionalmente resplandece. Derivado de lo anterior, el juego resulta ser sólo una actividad más entre muchas otras, pero no sólo eso sino que es también la actividad más ociosa e inútil, y en la medida en que no es obligatoria, se le opone siempre al trabajo. De tal modo que el juego parece restringirse al ámbito de la vida infantil; y ciertamente el juego infantil muestra los rasgos esenciales del juego humano; sin embargo, éste se presenta siempre inofensivo y menos profundo en comparación con el juego del adulto, por lo que una de las finalidades del planteamiento de Fink es la de reivindicar el papel del juego en la vida adulta, en tanto que el juego del adulto alcanza niveles más elevados y complejos que el juego del niño, de manera que, como plantea Huizinga "el hombre juega, como niño, por gusto y recreo, por debajo del nivel de la vida seria. Pero también puede jugar por encima de este nivel"5, y jugar en este último sentido es lo que posibilita transferir al juego de un plano meramente óntico a un plano de fundamentación ontológica, es decir, hacer del juego la experiencia fundamental y fundamentativa de la existencia y la realidad.

 

Ahora bien, ¿cómo concebir al juego para que pueda pensarse como una experiencia fundamental? Los teóricos del juego han coincidido en atribuirle las siguientes características: el juego, en principio, es siempre una confrontación con otro ente, es decir, es un hecho del mundo social, y en cuanto tal, tiene un horizonte comunitario, esto es no existe juego en solitario, ya que para que el juego sea posible, es preciso que exista otro jugador o en su caso ‘algo otro’ –que puede ser un juguete. Esto quiere decir que el jugar no sucede sin más en una interioridad anímica y sin apoyo en el mundo exterior, "el mundo lúdico contiene elementos de fantasía subjetiva y elementos objetivos ónticos"6.

 

Es característico del juego no crear ninguna riqueza, es decir, el juego, al igual que el arte, es una acción libre, en la medida en que el jugador o el artista se entregan a él de manera espontánea. Así, en el juego domina un alto grado de libertad, el jugar se convierte entonces en una posibilidad magnifica en la medida en que no limita a la libertad humana. Sin embargo, esto no quiere decir que el juego no este reglamentado; por el contrario, el juego es una actividad autorregulada, es decir, él, al interior de sí mismo, de su propia dinámica, se otorga sus propias reglas. Otra de las características, es que la acción del juego va acompañada, por una parte, de tensión, incertidumbre y alegría, y por otra, de la conciencia de ser de otro modo que en la vida corriente; de esto se deriva la consideración de que el juego es una manera diferente de llevar la vida y, en cuanto tal, una manera distinta de experienciar y fundamentar el mundo, "cada juego es un ensayo de vida, un experimento vital, que experimenta en el juguete la suma de los entes opuestos... y que plantea una tarea particular al hombre que juega"7.

 

En este contexto, el juego es válido por sí mismo, ya que al ser una actividad es creación y, en tanto tal, agota su curso y su sentido dentro de sí mismo, es decir, no posee ninguna determinación exterior, más bien, su sentido le está dado por su simple estar-ahí. Pero ¿se trata acaso de que el juego no posee ninguna finalidad? Respecto a esta cuestión es preciso retomar a Gadamer, ya que él sostiene que la peculiaridad del juego humano, reside en que éste puede incluir en sí mismo a la razón, empero, aclara, se trata de una racionalidad muy especial, una racionalidad libre de fines externos y cuyo fin, es un fin inmanente. De este modo, es preciso decir que la acción lúdica sólo posee fines internos y no trascendentes. Esta característica es tan esencial al juego que cuando ‘se juega con el fin de...’ el juego deja de ser tal y se convierte en un ejercicio para algo; así pues, el hecho de que el juego sea considerado como algo que no tiene objetivo externo es lo que nos permite considerarlo en sí mismo como el fundamento de la experiencia del mundo. El juego es pues un fenómeno de exceso en la medida en que es la autorrepresentación del ser viviente.

 

Pensemos entonces que el modo de ser del juego no está determinado por fines externos –el jugar para algo...-, pero tampoco por la subjetividad del que juega; es decir, el juego, al poseer una esencia propia, no depende del jugador, adquiere una cierta autonomía. El modo de ser del juego es automovimiento y pura realización del movimiento, es autorrepresentación y "es la autorrepresentación del juego la que hace que el jugador logre al mismo tiempo la suya propia jugando a algo, esto es, representándolo. El juego humano sólo puede hallar su tarea en la representación, porque jugar es siempre ya un representante"8; así pues, el juego se nos presenta esencialmente como autorrepresentación. El verdadero ser del juego es la transformación en el sentido de que la identidad del que juego no se mantiene para nadie, el juego es entonces una construcción que se presenta o construye a sí misma, como una totalidad de sentido. A partir de aquí, es posible postular que el juego, al igual que el arte, es un ensayo de vida, un experimento vital que posee un espíritu propio y peculiar; es algo que no sucede sin más en nuestras vidas; por el contrario, es siempre un suceder aclarado significativamente, es una ejecución vivida que termina por fundamentar la existencia. Así pues, resulta evidente que en el modo de ser del juego el verdadero sujeto de éste no es el jugador, sino el juego mismo.

 

El juego es una actividad separada, en tanto que se desarrolla entre unos límites temporales y espaciales determinados, esto es, "en sentido estricto, el mundo lúdico no tiene lugar ni duración en la conexión real del espacio-tiempo, pero tiene su propio espacio interno y su propio tiempo interno"9, aunque no podemos negar que al jugar gastamos un tiempo y un espacio real. El terreno del juego es un universo reservado, cerrado y protegido, un espacio puro, el espacio de la celebración y de la fiesta. La fiesta es el tiempo propio del juego, y al igual que éste rechaza todo aislamiento, es comunidad. Así la experiencia temporal de la fiesta es la celebración, ya que ésta posee un presente muy ‘sui generis’, es decir, la celebración no es una experiencia temporal como sucesión, en tanto que la esencia de la fiesta no tiene referencias históricas, la fiesta se celebra porque esta ahí. Pero celebrar es un arte, al menos así lo plantea Gadamer, ya que se trata de una actividad intencional, es decir, no hay celebración por el simple hecho de estar reunidos, más bien lo que cuenta es la intención que une a todos y les impide desintegrarse en vivencias individuales, la celebración no tiene una finalidad exterior a la propia celebración. Así, la estructura temporal de la celebración no es ciertamente la de disponer del tiempo para algo, esta es la estructura del tiempo en la vida corriente, en la que se experimenta más bien una vaciedad del tiempo, es decir, para el pensamiento gadameriano el tiempo que se experimenta como lo necesario, como aquello que es imprescindible para cumplir un plan, es el tiempo llenado con alguna cosa o con nada, es el tiempo vacío. Por el contrario, cuando se habla de la temporalidad de la celebración, se trata de otra experiencia del tiempo, una experiencia diferente que es profundamente afín a la de la fiesta y a la del juego, se trata de un tiempo lleno o tiempo propio 10; esta experiencia del tiempo, como tiempo propio o lleno no se pretende llenar ni con algo ni con nada, su sentido reside en que en él aprendemos a demorarnos.

 

Fink considera, a diferencia de Huizinga, que el juego es un ámbito experiencial propio y único de los seres humanos; sin embargo, en lo que sí coinciden ambos autores es en que toda producción humana, incluso la cultura, surgen en forma de juego, lo que es esencialmente distinto del considerar que surgen del juego. Lo que ambos autores quieren demostrar es que el juego es una experiencia originaria y fundamentativa que se encuentra a la base de toda creación o producción humana. Lo que Huizinga pretende mostrar, particularmente, es que la cultura, al principio, se juega, y que es en sus fases primarias en donde se dan manifestaciones lúdicas. La cultura, entonces, se desarrolla en las formas de juego y con el ánimo del juego.

 

De aquí que sea preciso pensar la esencia del mundo como juego, en tanto que el juego humano es un engendramiento creador, una producción, una acción simbólica que tiene como pretensión primordial hacer presente sensiblemente el mundo y la vida, y es precisamente por esta cualidad que es posible determinar el sentido del ser a partir del juego, esto es, concebir en el juego la posibilidad no sólo de realización y conformación de la realidad sino también de su transformación.

 

 

*Ponencia presentada en el Encuentro Regional de Estudiantes de Filosofía "El problema del fundamento", celebrado en la ciudad de Santiago de Querétaro, Qro., en abril de 1998.

** Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

1 Heráclito. Fragmento 93, en Filósofos Presocráticos. Trad. Alberto Bernabé. Altaya. Barcelona, 1995

2 Fink, Eugen. Oasis de felicidad. UNAM. México, 1996. pág. 23

3 Cfr. Gadamer, Hans-Georg. Verdad y Método. Tomo I. Sigueme. Salamanca. pág. 143

4 Fink, Eugen. Op. Cit., pág. 29

5 Huzinga, Johan. Homo Ludens. Alianza. Madrid, 1987. pág. 47

6 Ibídem. pág. 26

7 Ibídem. pág. 21

8 Gadamer, Hans-Georg. Op. Cit. pág. 151

9 Fink, Eugen. Op. Cit. pág. 22

10 Cfr. Gadamer, Hans-Georg. La actualidad de lo bello. Paidos. Barcelona 1991

 

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