por Nelsonrafael Collazo
Allá, en lo alto de Montes
Llanos nació Alfínez. Desde su pequeña cas enclavada
en lo alto del cerro veía a lo lejos la Señorial Ciudad de
Ponce. La ciudad se extendia sobre una hermosa llanura hasta llegar
al mar. A ese hermoso mar que el desconocía y que confundía
con el cielo.
Sus ojos de niño se acostumbraron
a ver las cosas como las ven los pájaros, desde la altura del azul
cielo. Allá arriba se sentía seguro. La enorme
ciudad le intimidaba. Creía que si iba a ésta todas
las calles le parecerían iguales y se extraviaría.
Temía no regresar a su nido.
Por años, hizo lo que hacen
las pequeñas aves, quedarse en su acogedor nido en espera del momento
inevitable de lanzarse en vuelo a lo desconocido. Ver de cerca lo
que antes veía de lejos.
Allá en lo alto de los Montes
Llanos, en la Yuca, el talento artistíco fue su inseparable compañero.
Pintar, dibujar, tallar, construir y soñar le hacían olvidar
la escuela a la que no asistía y a los compañeros que ya
no veía.
Tenía en ese tiempo dos ventanas
abiertas de par en par al mundo ancho y ajeno. Una ventana le mostraba
la ciudad adormecida en la llanura. Tierra llena de interogantes
y misterios. La otra ventana era aquella "caja mágica" que
le mostraba un mundo de héroes procedentes de galaxias distintas,
de guerreros prehistóricos armados con rayos del futuro, hermosa
mujeres guerreras, duendes, hadas, princesas, dragones y seres encantados.
Sus ojos veían ciudades suspendidas en el espacio, reinos de la
alegría, de la tristeza, de la luz, de las tiniebas y de las fantasía.
Comenzó a recrear todo este
universo en pinturas y dibujos que iba acumulando como un tesoro.
No podia comprar el héroe agresivo que se convertia en nave espacial
o auto del futuro así que lo contruyó en madera y lo pintó
como aquellos que se vendían en la grandes tiendas, y fue suyo.
Ver lo que aquella caja mágica
de la telivisión le traía no fue suficiente. Comenzó
a pintar sus propias historietas, a crear sus propios pesonajes.
Ese mundo artistíco lo compartía con su sobrina Sandra Alfínez,
quien poseía un talento similar a él. Esta se quedó
en ese mundo y prefirió no traspasar aquel mural que Alfínez
traspasó.
Por fin un día nuestro artista
decidió emprender la ruta que lo llevaría lejos de su abriga
do nido. Se adentraría en la ciudad con sus calles, para él
similares, y se uniría a las multitudes que le intimidaban y aún
le intimidan. Sería parte de la ciudad que le parecía
temerosa y que todo sabemos lo es. Atrás quedaron los sueños
y la fantasía.
Ante él se abrió un
mundo diferente, descubrió las raíces que le unían
a su pueblo. El artísta comenzó a nutrirse de la sabiduría
de los libros y volvió a la escuela y del tres pasó al doce.
En ese nuevo sendero fue dejando su
ingenuidad y su niñez adulta. Perdió muchas cosas hermosas
que no pueden tener los hombres que desean vivir en este mundo tan nuestro.
No sé si sentirnos orgullosos
de haber contribuído a ese viaje artístico de Alfínez.
Ahora su mundo parece ser otro. De su manos han nacido Julia de Burgos,
Don Pedro Albizu Campos, Paquito López Cruz, Walter Murray Chiesa,
artesanos, pintores, músicos y amigos. El interesante mundo
de la nación puertorriqueña ya es parte de su mundo, lo conoce,
lo disfruta y lo protege.
En esta ocasión tendremos todas
las oportunidades de descubrir al artísta viendo su obra.
El se mostrará en cada línea, en cada rasgo y en cada sombra
para recordarnos lo que fue, lo que es y lo que puede ser. |