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Morfología del verbo “chingar”


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El origen del verbo “chingar” se pierde en la oscuridad ancestral de nuestros antepasados. Seguramente los españoles, entre su bagaje lo trajeron a América, ya que fueron ellos quienes nos chingaron con su famosa conquista. Sea como fuera que hizo su aparición, se propagó rápidamente y, según el país y su idiosincrasia, sufrió modificaciones y metamorfosis diversas. Así, en Cuba se dice “zingar”, y en Venezuela a una persona “chata”, o sea de nariz chata se le dice “chingo” o “chinga”, según su sexo.

Para México, a riesgo de sonar herético, la importación del verbo chingar fue una bendición porque su flexibilidad le confiere una utilidad insospechada. Es, en realidad, el verbo más práctico. Es una palabra tornasolada que cambia de matiz, o sea de sentido, según el tono con que se pronuncie, la hora en que brote retozona a media charla, o las circunstancias en que, como chispa de color, salte de repente y haga su aparición entre el grupo de amigos.

La palabra chingar surge de pronto en la discusión que sostienen graves señorones de las finanzas, y automáticamente el ambiente se torna cordial y se humaniza. Entre el murmullo de la cantina surge de pronto como cañonazo. Adquiere tiernas y picarescas modulaciones en los dulces labios femeninos y hasta llegan a sugerir viriles promisiones en la inocente boca de un niño.

Chingar es un verbo que nos sirve para todo y a todos. Con él matizamos nuestro lenguaje y tan pronto es vívida expresión de gozo como estallido de ira y desesperación. A ratos es término juguetón y a ratos anuncia tragedia. Chingar es un verbo que conjugamos en todos los tiempos, modos, formas y personas. En nuestra gramática, la que nos enseña a emplear el verbo en forma activa, pasiva, personal, impersonal, recíproca y reflexiva, chingar es el verbo por excelencia.

Sin el verbo chingar, el mexicano no podría expresarse porque es entraña de nuestra peculiar psicología. El verbo chingar es al mexicano lo que el calor a la flama, lo que la frescura a la brisa y lo que el perfume a la flor. Sin dicho verbo, no podríamos expresar nuestro sentimiento en genuina hondura. Con el verbo chingar, el mexicano ríe, llora, trabaja, vive, muere, se enfurece, se desahoga, se exalta, se calma y se divierte. En México, al que no chinga lo chingan, porque en esta vida, ¿quién no lo sabe?, hay que chingarse.

¿Qué dijo en medio del combate el afamado revolucionario cuando le dieron en la chapa?… “¡Ya me chingaron!”. Aquí el verbo significa matar o morir.

Sin embargo, súbitamente adquiere otra modalidad y representa el sufrimiento y la abnegación: La santa madre de familia, esposa de un individuo habituado a los copetines, llega a quejarse con el señor cura de que ya no soporta la vida que le da su marido porque, además de gastarse la raya de los sábados, le pega porque no le tiene comida caliente. El señor cura consuela a la pobre mujer y le dice: “Calma, hijita, ten paciencia. Dios habla por el que calla”. “Ay, padrecito –replica la abnegada esposa-, pero mientras Dios habla por el que calla, ¿quién es la que se chinga?”.

El universitario, mostrando su boleta de calificaciones a sus compañeros, comenta con tristeza: “Me chingaron en Derecho Administrativo”. Esto prueba que le verbo chingar también significa reprobar.

El hombre llega a su casa con un ojo morado y su hermanito le pregunta: “¿Qué te pasó?”. Enojado, aquel responde: “¡Me dieron un chingadazo!”. Así, pues, el verbo chingar también tiene la acepción de golpear de fea manera.

“¿Te acuerdas, compadre, que en la misma vecindad donde yo vivía había una muchacha muy bonita, de ojos verdes, buenísima, que se llamaba Rosita?… pues, ¡ya se la chingaron!”. Y el compadre, respondiendo al comentario, entiende que a la pobre Rosita no la suspendieron ni le pegaron, sino que simplemente alguien le hizo trizas la doncellez.

El verbo chingar también sirve para contar cosas gratas. Una secretaria que está hablando por teléfono, le dice a su amiga: “Ah, y no dejes de ver la película que están pasando en el Cinema, porque está chingoncísima”. Con ello da entender que la película es magnífica, extraordinaria, morrocotuda.

Del mismo modo, cuando alguien es un genio que sobresale por sus dotes, se dice que es un don chingón. En cambio, alguien insignificante y sin importancia, es una chingadera; en otras palabras, no sirve para nada.

En ocasiones, el verbo chingar significa trabajar en forma intensa y eficaz. Dice el jefe de taller: “Ahora sí, muchachos, hay que chingarle muy duro”. Y los muchachos, a quienes les gusta que se les hable derecho, le chingan con fe y terminan el trabajo.

El tono con que se pronuncie el verbo chingar, en sus diversos compuestos y formas, tiene capital importancia. Por ejemplo: Muy quitado de la pena, pensando que esa tarde el general no volvería de campaña, el asistente se encontraba recostado en un sofá, saboreando un habano y deleitándose con el coñac de su jefe, cuando alguien llamó con fuerza a la puerta. Enfadado por la impertinencia, gritó “¿Quién chin… gao?”. Y, desde afuera, se escucha la voz del general: “Yo, chingao”. Atragantándose, el asistente exclama asustado: “¡Ah, chingao!”.

Y el amigo le suplica al que viene a importunarlo cuando está ocupado: “Por favor, ¡no estés chingándome!”.

A veces, el verbo chingar denota fraude, abuso de confianza: “Mi empresa iba muy bien, pero mi socio me chingó. Se largó con las utilidades”. Además, en son de queja agrega: “¿No te parece que son chingadreras?”

En otras ocasiones chingar representa hurtar: “Chíngate esa botella - le dice el chofer al mayordomo- al cabo, el patrón no se entera”.

Ahora bien, cuando un mexicano quiere injuriar de la peor manera a otro, lo cual es el antecedente de muchos homicidios, simplemente le grita: “¡Anda y chinga a tu madre!”. Por lo tanto, a continuación se escuchan varios balazos o el zumbar de los machetes.

Cuando una máquina se descompone, lo primero que se dice con enfado es: “¡Esto ya se chingó!”.

Si una cosa es bonita, pero inservible, cariñosamente se le asigna el mote de “chingaderita”.

Si algo que se esperaba bien, sale mal, todos dicen: “Estuvo de la chingada”. Y con esta apreciación hacen mejor papel que muchos críticos de profesión.

Y como sucedió, el América vino y se lo chingó el Monterrey, lo cual significa derrotar. Asimismo, si a un jugador de dominó le ‘ahorcan’ la mula de seis, se dice que se la chingaron.

Pero si se trata de indicar cantidad, entonces: “Tengo un chingo de trabajo”, “Gané un chingomadral de dinero”, “En el viaje vimos un chingo de lugares”.

También expresa amor: “Te quiero un chingo”.

Cuando uno se desespera porque algo no resulta satisfactoriamente o en el tiempo requerido, con ademán de coraje exclama: “¡Me lleva la chingada!”.

Igualmente, sustituye un nombre cuando se dice: “Pásame esa chingadera”.

Por último, y para no chingarle tanto la paciencia, podemos asegurar que se utiliza como artículo de fe: “No puedo creértelo”, le dice un amigo a otro, y el interpelado afirma con gran convicción: “¡Chingo a mi madre si no es cierto!”

Y como fue un buen amigo quien me prestó este concienzudo análisis del verbo chingar, para sacarle una copia, tuve que chingarle a la máquina porque perdí la mitad de las chingadas hojas. ¡Ah, qué chinga me llevé! Pero en fin, todo sea en nombre de una amistad chingona. También, como en parte la reproduje de memoria, espero que no haya quedado de la chingada.

Anónimo