En derredor de la fuente
leve soplo vuela apenas muy callado.
Y allí esparcido se siente
dulce aroma de azucenas regalado.
El primero establece relaciones anímicas, el ritmo suspirante de su verso está a tono con la vibración emotiva del enamorado: es poesía porque es el producto de la intuición lírica pura, sin elementos ajenos que la contaminen. Las campanillas del viento y las hojas son imágenes que entre ellas se establecen.
En el fragmento de Espronceda –con ser tan semejante- se ha disipado la poesía, se ha evaporado el perfume, quizá por la finalidad más bien práctica de hacer una descripción. Aquí, el mismo viento y las flores del poema anterior están representadas materialmente, como eran antes de la vibración poética y como seguirán siendo hasta el fin de los siglos.
No consiste, pues, la poesía en el ritmo y la armonía del verso o la frase. Es algo más profundo, más alto, quizá más íntimo o más entrañable a lo que el ritmo y la armonía sirven de vehículo o de instrumento. Poesía es –en suma- la expresión del mundo interior del poeta. Inspirada en objetos que afectan profundamente el espíritu, se caracteriza por ese peculiar subjetivismo y por el ritmo de la emotividad del poeta. La poesía impulsa al poeta a buscar el tema de su obra en sí mismo. O, como de un modo preciso afirma Ortega y Gasset: Es una proyección estética de la tonalidad general de nuestros sentimientos.
Si es verdad que el poeta trabaja con material del espíritu, las imágenes, también lo es que éstas pierden en riqueza y eficacia al ser expresadas por medio del lenguaje. Necesariamente el poeta tiende a crear fórmulas: la imagen misma se convierte en fórmula por causa del uso. La tarea del poeta es rescatarla del laberinto geométrico en el que la han encerrado la gramática y la lógica, devolverle a la palabra su sustancia poética, su dinamismo psíquico perdido.
Sólo hay poesía cuando el pensamiento se ve en la imposibilidad de expresarse de otra manera que por el ritmo, cuando ha llegado a ser exclusivo y único medio de expresión, hay en el alma poesía, ha dicho Hoelderling, uno de los más auténticos poetas que han existido. Y, en otro escrito afirma: “Hacer poesía, esta tarea, de entre todas la más inocente. La más inocente y la más fácil para el poeta verdadero, el que posee la intuición lírica y el don rítmico de expresarse con palabras”.
Si Homero es poeta y sigue siéndolo a lo largo de un largo poema épico descriptivo, es porque su secreto no está en la forma exterior, sino en la significación y relaciones que encuentra en las circunstancias. Por eso sigue la “Iliada” conservando su poesía a través de la sensibilidad de las más diversas razas y lenguas. Lo mismo ocurre con la “Divina Comedia” que tiene –al parecer- tantos elementos extraños a la poesía, o con Hamlet que es un drama donde la poesía parece ser solamente el medio de expresión.
Es preciso, pues, admitir varias zonas en la poesía, según la mayor parte o menor singularidad, según la mayor intimidad del sentimiento que se expresa. El poeta puede traducir un sentimiento poético suyo, pero tan general, tan común a los hombres de una época o de una raza que vibran todos ellos intensamente al serles comunicado. El poema así producido se encuentra en pleno territorio de la épica. O bien, puede manifestar sentimientos personalísimos, pero que estén en armonía con un grupo de hombres que la comprendan. Este producto de una sensibilidad hondamente afectada, ese fruto de la facultad creadora del espíritu, esta revelación del íntimo fluir de sentimientos y emociones, pide una forma más cálida y exacta para reflejar un estado de ánimo personal y transferible.
Pero no todo lo es, como se pensó durante tantos años, la forma. El poeta añade contenido a la forma, la preña. En el instante fugaz el poeta lo llena con sustancia infinita. El pensamiento poético es más audaz, más alto que el propio pensamiento filosófico, explora las zonas donde ya la dialéctica pierde todo sentido, y a donde no llega ninguna otra de las artes. Para este fin se le dio al hombre el más peligroso de los bienes, la palabra, para que él dé testimonio de lo que él es -dijo Hoelderling- y aquí ninguno otro mejor, que el testimonio de un poeta.
Prosa
“Prosa es la forma de expresión literaria que respeta en lo esencial la irregularidad rítmica del lenguaje”, escribe Rafael Lapesa. “Caben en ella desde la imitación del coloquio familiar hasta la más estudiosa elaboración”.
La prosa, como estilo de expresión literaria, aparece con posteridad al verso.
Desde el punto de vista de una estética de la literatura, la prosa presenta el problema de su diferenciación del verso. Es evidente que no todo lo versificado necesita ser “poesía”, ni tampoco toda narración, descripción o relato en prosa necesitan ser ajenos a una concepción lírica de la expresión literaria. En las letras españolas ha habido autores que han cultivado la prosa lírica o poética. Ésta ha sido una consecuencia del modernismo; Rubén Darío compuso algunos poemas en prosa. Una colección de poemas en prosa que puede considerarse como clásica en su género es la que ha ofrecido en Platero y yo Juan Ramón Jiménez. Otros poetas como Aleixandre y Cernuda, también han cultivado con acierto feliz la prosa lírica.
He aquí algunos fragmentos del primer capítulo de Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez:
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo solo, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: “¡Platero!”, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal…
Come cuando le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel…
Prosaísmo
Defecto o vicio literario que afecta tanto al contenido como a la forma de una obra escrita, sobre todo si dicha obra promete pertenecer a la poesía.
El prosaísmo no es sólo ofensivo para las composiciones en verso, como se supone corrientemente, sino, sobre todo, contradictorio a una categoría lírica. Por lo tanto, en el verso, y del mismo modo puede dañar el efecto de una narración, de una descripción, de un discurso o de una canción lírica. Revela, generalmente, pobreza de fantasía creadora, desorden en la concepción de una obra y falta de discernimiento crítico. También suele ser consecuencia –como ocurre en el siglo XVIII español, que es la época en que predomina el prosaísmo como vicio estilístico- de una preocupación ideológica determinada, que sojuzga la verdadera y libre inspiración del poeta.
Ejemplos de prosaísmo se encuentran en muchos autores del siglo XVIII, en poemas didácticos, que difícilmente logran armonizar el propósito pedagógico de la expresión poética de acento personal y limpio, en poesías que pecan de filosofismo, defecto en el que incurren algunos poetas del siglo XIX. Véase, como muestra de prosaísmo, el principio del poema El tren expreso, de Campoamor:
Habiéndome robado el albedrío
un amor tan infausto como mío,
ya recobrados la quietud y el seso
volvía de París en tren expreso
y cuando estaba ajeno de cuidado,
como un pobre viajero fatigado,
para pasar bien cómodo la noche,
muellemente acostado,
al arrancar el tren subió a mi coche,
seguido de una anciana,
una joven hermosa,
alta, rubia y muy graciosa,
digna de ser morena y sevillana.
El verso no impide que la concepción de toda la estrofa sea lacerante para el concepto de la lírica; lo prosaico no está en lo narrativo, sino en la versificación ripiosa (seso-expreso), en los epítetos (pobre, viajero, bien cómodo, muellemente acostado, joven hermosa, muy graciosa, etc.) y en la ausencia de fantasía lírica.
Verso
El verso es el lenguaje ordenado según unas ciertas reglas y dividido en segmentos rítmicos. En todos los idiomas y en todos los pueblos existe el verso como grupo de fonemas que obedece a la ley de la repetición. El verso aislado carece de valor rítmico completo. Es únicamente en una serie como hace sentir todo su efecto.
El verso se ha venido dividiendo en regular e irregular, según tuviera todos los versos de una serie el mismo o distinto número de sílabas. En esto hay bastante convencionalismo. La métrica nueva –que opera con la Fonética experimental- no admite algunas regularidades que se han venido transmitiendo desde la métrica clásica. Por ejemplo: no llama regular a una égloga compuesta de endecasílabos y heptasílabos de pies distintos. Además, muchos de los que se llaman versos irregulares tienen sólo de irregulares que el que los lee o recita no sabe darles la regularidad que el poeta les asignó al componerlos.
Los versos se extienden entre ciertos límites. El oído no percibe ritmo de verso más allá de unas medidas, de un mínimo y de un máximo de sílabas. El verso más corto puede medir dos sílabas. No puede ser de una, porque, al ser acentuada, cuenta ya como dos en el verso. Hay muchos preceptistas que niegan la existencia del verso corto, al que consideran como hemistiquio de uno más largo. Los ejemplos de este verso mínimo son escasos:
“Noche
triste,
viste
ya,
aire,
cielo,
suelo,
mar”.
(G. de Avellaneda)
El verso que ya empieza a abundar es el de cuatro sílabas o tretrasílabo. El límite máximo del verso español –exceptuando los versos simétricos-, es el de 11 sílabas. Los de 12 y más sílabas son ya compuestos de los simples más corto.
Hay versos creados por el pueblo mismo, que acaso no llegan a escribirse nunca, y que se transmiten por tradición oral, o por el canto. Hay otros, escritos desde el primer momento por los poetas. Este es el verso erudito, que ha tenido en cada época características especiales. Durante los siglos XIII y XIV fue la Cuadernavía. En el siglo XV el verso erudito es el de Arte Mayor. Desde el siglo XVI al XIX, toma preponderancia en endecasílabo, y, modernamente, a partir de Rubén Darío, es el alejandrino el que representa la tendencia culta.
El verso español ha podido liberarse, a lo largo de su historia, de la medida y del acento. Es el verso libre, al que la aliteración o la rima pueden dar realidad de unidad. Pero si también pierde la rima, ya no es posible separarlo de la prosa rítmica. Sigue pareciendo verso por la ficción ortográfica de los renglones cortos. Así, pierde en precisión, pero gana en variedad rítmica y en libertad de expresión, puesto que no necesita romper las unidades lógicas para atenerse a unidades rítmicas. No admite restricciones de ninguna clase para llegar a expresar los conceptos que quiere el poeta.
El verso libre, al no contar con el adorno de la rima, es necesario que la suplan la fuerza de robustez, número y cadencia. Para esto, necesita sonoridad en sus palabras, en sus acentos, en sus cortes y censuras. Véanse estos versos:
Sobre el portón de su palacio ostenta,
grabado en berroqueña un ancho escudo
de medias lunas y turbantes llenos.
Nácele al pie las bombas y las balas
entre tambores, chuzos y banderas.
Como en sombrío matorral de hongos.
El águila imperial con dos cabezas
se ve picando el morrión las plumas
allá en la cima; y de uno y otro lado,
a pesar de las puntas asonantes,
grifo y león rampantes le sostienen.
(Gaspar Melchor de Jovellanos)
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Tristeza dulce del campo
La tarde viene cayendo.
De las praderas segadas,
llega un suave olor a heno.
Los pinares se han dormido.
Sobre la colina, el cielo
es tiernamente violeta.
Canta un ruiseñor despierto.
Vengo detrás de una copla
que había por el sendero,
copla de llanto, aromada
con el olor de este tiempo;
copla que iba llorando
no sé qué cariño muerto,
de otras tardes de septiembre
que olieron también a heno.
(Juan Ramón Jiménez)
Soneto
El soneto es una combinación de estrofas. Consta de dos cuartetos y dos tercetos que pueden rimar en maneras distintas.
Vino el soneto importado de Italia, donde Dante y Petrarca, sobre todo, lo habían llevado a extremos de sutil perfección. Luego se aclimató en nuestra literatura, y su cultivo ha tenido un grande y constante desarrollo. Es el soneto donde se han vertido las mejores galas de inspiración de nuestros poetas:
¡Cuántas veces te me has engalanado,
clara y amiga noche! ¡Cuántas, llena
de oscuridad y espanto, la serena
mansedumbre del cielo me has turbado!
Estrellas hay que saben mi cuidado
y que se han regalado con mi pena.
que, entre tanta beldad, la más ajena
se amor su pecho tiene enamorado.
Ellas saben amar, y saben ellas
que he contado su mal llorando el mío,
envuelto en los dobleces de tu manto.
Tú, con mil ojos, noche, mis querellas
oye y esconde, pues mi amargo llanto
es fruto inútil que al amor envío.
(F. de la Torre)
Sobre esta estructura corriente se han tejido innumerables sutilezas en la composición de los sonetos y de las que Rengifo hace un minucioso inventario. Las principales son: el soneto encadenado, en el que cada uno de sus versos comienza con una voz que rima con la última del verso anterior. El soneto con eco: la rima final de cada verso, con un significado entero y preciso había de ser parte de la palabra anterior. Otras modalidades de sonetos eran: el soneto con estrambote*, el soneto con repetición, el soneto retrógrado, etcétera. Véase un soneto escrito con eco para las exequias de la serenísima reina Doña Ana:
Mucho a la majestad sagrada agrada
que entendió a quien está el cuidado dado,
que es el reino de acá prestado dado,
pues es al fin la jornada nada:
La silla real por afamada amada,
el más sublime, el más pintado hado,
se ve en sepulcro encarcelado helado,
su gloria al fin por desechada echada.
El que ver lo que aquí se adquiere quiere,
y cuánto la mayor ventura tura,
mire que a reina tal sotierra tierra:
Y si el que ojos hoy tuviere viere,
pondrá, ¡oh mundo!, en locura cura
pues el que fía en bien de tierra, yerra.
Abril, sin tu asistencia clara, fuera
invierno de caídos esplendores;
mas aunque abril no te abra a ti sus flores,
tú siempre exaltarás la primavera.
Eres la primavera verdadera:
rosa de los caminos interiores,
brisa de los secretos corredores,
cumbre de la recóndita ladera.
¡Qué paz, cuando en la tare misteriosa,
abrazados los dos, sea tu risa
el surtidor de nuestra sola fuente!
Mi corazón recogerá tu rosa,
sobre mis ojos se echará tu brisa,
tu luz se dormirá sobre mi frente…
(Juan Ramón Jiménez)
*Al final de algunas composiciones métricas de estilo alegre o humorístico, especialmente sonetos, se añade, a veces, una estrofa enlazada con la anterior por medio de la rima. Es lo que se llama estrambote.
“Dime, ¿qué debo hacer antes que muera
para alcanzar el cielo prometido?”,
preguntó con acento dolorido
a Mahoma una vieja vocinglera.
“Nada debes hacer, con voz austera,
le murmuró el Profeta en el oído,
que lugar tan hermoso y escogido
nunca de la vejez fue madriguera”
Lugar común
Corresponde este concepto, en su origen, a la Retórica, que llama, de acuerdo con Aristóteles, lugares comunes a los principios de los que se deducen los argumentos que se emplean en los discursos. También reciben el nombre de “tópicos”. Aristóteles, en su tratado de los Tópicos, los divide en comunes y propios; los primeros son los que sirven para deducir de ellos argumentos suficientes para la demostración de materia; los segundos sólo son aplicables a una ciencia determinada.
De la misma manera que en la oratoria los lugares comunes fueron una de las causas de su paulatina debilitación, porque los argumentos que se deducían de ellos siempre eran los mismos, hay frases que el uso del lenguaje va generalizando. Se trata de expresiones hechas que, empleadas por primera vez, poseían cierto valor de fuerza original; ésta la van perdiendo según pasan a ser repetidas por todo el mundo.
A veces son metáforas (“la nieve de los años cubre su cabeza”, en lugar de “canas”, “la reunión se cerró con broche de oro”, etc.) las que se convierten en lugares comunes. Metáforas de esta índole carecen por completo de fuerza expresiva en una obra literaria. En ocasiones se gasta el adjetivo junto a un determinado sustantivo: la docta casa –el Ateneo-, o el bizarro militar son combinaciones léxicas totalmente ineficaces desde el punto de vista estilístico.
Además, el lugar común se extiende también a los temas literarios; puede hablarse de tópicos temáticos que se repiten con predilección por autores de diversas épocas. Lugares comunes literarios los hallamos en la poesía trovadoresca, en el paisajismo arcádico, en el amor petrarquista, en el estilo romántico, en el naturalismo, etcétera. Cuando en una tendencia estilística predomina el lugar común puede afirmarse que su expresión literaria ha empezado a declinar, y que la originalidad de un nuevo movimiento espiritual está a punto de reaccionar contra lo gastado.
Fuente:
Diccionario de la Literatura Española, Ed. Revista de Occidente, Madrid (España).
Enciclopedia de la Literatura, Editora Central, S.A., Madrid (España).