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...donde el contacto humano es una realidad


Poesía

Características y Formas



Poema



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Nombre que se aplica, de un modo general, a una obra de cierta extensión, escrita en verso o en prosa, y que comprende los géneros épico, lírico, dramático, satírico y didáctico.

El poema es quizá la más alta expresión literaria del genio humano; la epopeya culta crea el poema épico y España ofrece bastantes ejemplos: Ercilla con “La Araucana”; Hojeda, con la “Cristiada”. El poema burlesco también encuentra ambiente entre españoles: Lope de Vega, con “La Gatomaquia”, y Villaviciosa, con “La Mosquea”.

De extremada variedad es el poema lírico, que expresa los sentimientos íntimos del poeta; el poema lírico constituye tal vez la manifestación literaria más imperecedera, porque, aun tomando como base para su creación los más pequeños motivos, incluso anecdóticos, en su fondo siempre se agitan las obsesiones humanas elementales: el amor y la muerte; el primero, impulsando las ansias vitales; la segunda, amortiguando con su acecho de presagio inflexible, de “seguro azar” –como diría Pedro Salinas-, las alegrías del vivir. Así, del poema lírico nace la canción amorosa, matizada de íntima melancolía; la égloga, en la que el amor se conjuga con los encantos idílicos de la Naturaleza; le elegía, que, al llorar la muerte de un ser querido describe el destino inexorable que a todos nos espera. El poema lírico se subdivide en muchas formas menores, todas ellas comprendidas en el concepto poema.

Poema dramático es el nombre que recibe una obra teatral, sin reglas determinadas, pero en la que predomina un lenguaje y una intención simbólicos más que realistas; en este sentido serán poemas dramáticos los autos sacramentales, tragedias como “Numancia”, de Cervantes, o una serie de cuadros trágicos presididos por una tendencia alegórica con exuberante vigor poético, como “Yerma” o “Bodas de sangre”, de Federico García Lorca.

El poema didáctico no tiene de poema nada más que la forma, o más bien el traje –escribe un perceptista del siglo XIX-. La forma interna de la obra conserva su carácter prosaico; el arte presta lo puramente exterior, lo accesorio, que en la esencia permanece independiente del fondo. Sin embargo, en la poesía didáctica permanecen ejemplos que han inmortalizado el nombre de su autor; de Hesiodo, se conserva el poema “Las obras y los días”; de Lucrecio, “De rerum natura”.

Algunos retóricos dan carácter autónomo al poema descriptivo; no obstante, aunque –como hacen ciertos críticos- se tome como modelo la obra de Akenside, “Placeres de la imaginación”, hay que tener en cuenta que lo descriptivo nunca puede constituir un género de poema, sino que nada más “que una forma general del discurso”. En Francia, Baudelaire ha dado nuevo impulso a la expresión lírica, en su colección universalmente leída y admirada, con total vigencia de sus valores poéticos, titulada “Poemas en Prosa”. En España podemos considerar como ejemplo ya clásico de poema en prosa el libro de Juan Ramón Jiménez “Platero y yo”.


Poesía


Problemas de su definición

Como otras actividades del espíritu, la poesía no ha podido definirse; poetas, filósofos, críticos y ensayistas no han conseguido sino, aproximaciones de definición. La dificultad radica, principalmente, en que la poesía no es sólo ciencia o arte, sino que participa de ambos. En un quehacer que se manifiesta en las más diversas expresiones espirituales y tanto en la literatura como en las otras bellas artes y en un paisaje natural pueden hallarse emociones estéticas que suscitan un deleite propio de lo que entendemos por poesía (la poesía de un lago, la armonía poética de un óleo, etc.). En este sentido la palabra “poesía” comprende una categoría estética que, a la vez, es una estructura superior a las otras categorías. Si se limita, sin embargo, la poesía exclusivamente a la literatura, tampoco es fácil dar una definición. Aristóteles la ha llamado “imitación bella de la Naturaleza”. Su maestro Platón identificaba la poesía con el entusiasmo: “…todo aquel que osara, sin estar agitado por este delirio que viene de las Musas, aproximarse al santuario de la poesía, quienquiera estuviere persuadido de que el arte (tekhne= técnica) le bastara para ser poeta, quedaría siempre muy lejos de la perfección; siempre será eclipsada la poesía de los sabios por los cantos que respiran una divina locura”. A la doctrina platónica le sigue Horacio, quien llama a los poetas intérpretes Deorum, y pervive, sin notables modificaciones, a través de los renacentistas, de Boileau y de los románticos, hasta nuestros días.


Poesía y verso

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Se ha aceptado comúnmente que la poesía es aquella parte de la literatura que escribe sus composiciones en verso. Esta sumisión del concepto poesía al rigor de la versificación puede inducir a errores. Ritmo y rima sólo son elementos accesorios a la poesía. Ésta puede y debe impregnar de su espíritu toda obra literaria; asignará a cada género el lenguaje poético que más convenga al tema o al vehículo expresivo elegido por el autor. Así, se habla de poesía lírica, poesía épica, poesía dramática, poesía didáctica, etc. sin que ninguno de estos géneros requiera, como norma esencial, el verso (con lo cual no debe entenderse que ha de escribirse una obra de cualquiera de los géneros citados en prosa). La permanencia de la poesía no reside, por lo tanto, en su estructura formal.

Sin embargo, la experiencia demuestra que el entusiasmo platónico requerido para la creación de poesía se parece mucho al estado patológico. Mercel Réja registra que el maníaco prefiere “canalizar” su “entusiasmo literario” en el verso. Es decir, la poesía tiene muchas más posibilidades expresivas, si se reviste de una forma rítmica y musical, que, además por una tendencia originaria humana parece ser innata en el hombre (sobre la propensión primitiva a las expresiones rimadas, cf. Otto Jespersen, Humanidad, nación individuo). La inclinación al verso hace también que la prosa aparezca como una manifestación literaria posterior, propia de épocas culturalmente superiores.

La poesía no cobra entidad hasta que el temple anímico (entusiasmo, inspiración, intuición de la fantasía, etcétera) no se consiga con el arte o la técnica literaria. Entonces es cuando la poesía posee su ser: hay que pasar de la fase de la concepción al estado de expresión. Ésta se realiza mediante un lenguaje que suele distinguirse del hablado por su peculiaridad, por un simbolismo que recurre a metáforas y a toda suerte de modos lingüísticos indirectos o a figuras.


Finalidad de la poesía

La dificultad de hallar una definición de la poesía hace también difícil el determinar su teleología. Durante muchos siglos, hasta la primera mitad del XIX se ha creído que la poesía tenía una función didáctica en alguna de las acepciones que pueden dársele al amplio campo de lo didascálico. A partir del postromanticismo predomina la idea de que la poesía no sirve ni al bien ni a la verdad, no enseña, sino que su finalidad acaba en sí misma; no tiene otro fin sino el de ser poesía, y como tal, su ultimidad se confunde con el ideal de la belleza. En la definición que de la poesía intentó hacer el marqués de Santillana (el primer poeta español que quiso definirla) se alude también a la finalidad de la creación poética: “Y qué cosa es la poesía, que en nuestro vulgar llamamos gran esencia, sino un fingimiento de cosas útiles y veladas con muy hermosa cobertura, composiciones distinguidas, escondidas por cierto cuento, peso y medida…” En parte, las palabras de Santillana tienen aún vigencia, sobre todo si apartamos de ellas la idea de “fingimiento de cosas útiles”, que choca con la sensibilidad de los poetas, especialmente en lo que se refiere a la poesía lírica.

Todo poeta auténtico, y esto se acentúa a partir de romanticismo, ha dado alguna definición de la poesía y más de una vez se ha planteado el fin que persigue al crear su obra. Definiciones y determinación teológica de la poesía se hallan en los manifiestos literarios de los movimientos poéticos –romántico, parsaniano, simbolista y en todos los llamados de vanguardia-. Todos buscan, a través de sus puntos de vista estéticos, una justificación de su propio quehacer; los documentos en que un poeta intenta referir su concepto de lo que hace literariamente enriquece el valor de su propia obra: la poesía.


Algo más sobre la poesía

Tomada en su sentido más amplio, podría llegar a definirse la poesía como un complejo de imágenes animadas por un sentimiento. O un sentimiento convertido en imágenes por obra y gracia de una vibración emotiva que se hace patente a los demás al comunicarles el poeta su ritmo y su armonía. Si en un examen abstracto pueden considerarse dos elementos primordiales en la poesía, los ya indicados imágenes y sentimiento, en la realidad viva de un poeta, nos encontramos que estos elementos no están separados, ni siquiera mezclados, sino fundidos y como sublimados en la imagen e convertida en sentimiento o el sentimiento contemplado en imágenes. A esta suerte de contemplación del sentimiento la llama Benedetto Croce intuición lírica.

Todo hombre -aun el idiota- es susceptible de esta intuición lírica en tal o cual nivel, en tal o cual medida o vehemencia. Y, mientras dura la posesión de esta intuición lírica, el hombre es un poeta en potencia. Pero aquí asoma el problema, el pavoroso problema: ¿Cómo expresarse? ¿Cómo dar forma material a esa vibración infalible, tan fugaz y deleznable? La poesía encuentra su cauce y cada hombre puede encontrar su instrumento que puede ser el sonido musical, el color, el propio gesto –como en la danza-, el mármol. O la palabra, convirtiéndose entonces en lo que todos conocemos por poesía.

No conozco destino más trágico que el de la poesía –dice Bally-, aquí es donde encontramos la forma más cruel de la presión social. Todas las obras tienen una materia y procedimientos bien propios, nadie disputa al músico los sonidos, ni al pintor los colores para hacerlos servir constantemente a usos cotidianos y burgueses. Solamente el poeta que quiere expresar lo que no dirá dos veces, pliega su ideal a palabras, es decir, a signos convencionales, intelectualizados, socializados.

Desde el punto de vista de los demás, un poeta no lo es, si, además de la facultad de vibrar con los estímulos de lo bello, no posee también la de captar las relaciones entre ellos y la de expresarse, comunicando a los otros su emoción estética. Ha de captar la esencia de la vibración emotiva y ha de darle un perfil bello y de rasgos tan precisos que pueda ser reconocida por los demás.

Cuando Paul Valéry dijo que un poeta era el desarrollo de una exclamación, definió la poesía lírica. Un hombre sensible, de finas sensaciones delante de un estímulo –placentero o doloroso- exclama simplemente ¡ay! Y esa simple exclamación es el hito de donde arranca un poema, de un poema verdadero. Porque suelen mezclarse con la intuición lírica elementos extraños, historias, reflexiones, símbolos, o bien puede el poeta describir el estímulo desligado de la conexión, tomarlo materialmente, reconstruirlo tal como era antes de la creación poética, con lo que el producto espiritual es algo quizá altamente respetable, pero no un poema.

El entendedor de poesía, se dirige directamente al “corazón poético” y percibe el latido de éste en el suyo propio –dice Benedetto Croce en su Aesthetica in nuce-. Allí, donde ese latido callare niega que haya poesía, no importa cuántas y cuáles sean las otras cosas, acumuladas en la obra, que hagan las veces de aquélla, aun cuando fueren apreciadas por virtuosidad y paciencia, por nobleza de propósito, por agilidad de ingenio o por lo agradable de sus efectos. Aquel que no entiende de poesía se desvía detrás de estas cosas y el error no consiste en que él las admire, sino en que las admire llamándolas poesía.

De ritmo, e incluso de tema semejante, los fragmentos de dos románticos, Béquer y Espronceda, ilustran perfectamente la aseveración de Croce. Béquer dice:

Si al amanecer las azules campanillas de tu balcón,

crees que suspirando pasa el viento murmurador,

sabe que, oculto entre las verdes hojas, suspiro yo.

Logra el poeta, con el ritmo y las imágenes-sentimientos, tocar un punto sensible en el corazón poético de su lector y hacerlo vibrar. En cambio, Espronceda escribe:

En derredor de la fuente

leve soplo vuela apenas muy callado.

Y allí esparcido se siente

dulce aroma de azucenas regalado.

El primero establece relaciones anímicas, el ritmo suspirante de su verso está a tono con la vibración emotiva del enamorado: es poesía porque es el producto de la intuición lírica pura, sin elementos ajenos que la contaminen. Las campanillas del viento y las hojas son imágenes que entre ellas se establecen.

En el fragmento de Espronceda –con ser tan semejante- se ha disipado la poesía, se ha evaporado el perfume, quizá por la finalidad más bien práctica de hacer una descripción. Aquí, el mismo viento y las flores del poema anterior están representadas materialmente, como eran antes de la vibración poética y como seguirán siendo hasta el fin de los siglos.

No consiste, pues, la poesía en el ritmo y la armonía del verso o la frase. Es algo más profundo, más alto, quizá más íntimo o más entrañable a lo que el ritmo y la armonía sirven de vehículo o de instrumento. Poesía es –en suma- la expresión del mundo interior del poeta. Inspirada en objetos que afectan profundamente el espíritu, se caracteriza por ese peculiar subjetivismo y por el ritmo de la emotividad del poeta. La poesía impulsa al poeta a buscar el tema de su obra en sí mismo. O, como de un modo preciso afirma Ortega y Gasset: Es una proyección estética de la tonalidad general de nuestros sentimientos.

Si es verdad que el poeta trabaja con material del espíritu, las imágenes, también lo es que éstas pierden en riqueza y eficacia al ser expresadas por medio del lenguaje. Necesariamente el poeta tiende a crear fórmulas: la imagen misma se convierte en fórmula por causa del uso. La tarea del poeta es rescatarla del laberinto geométrico en el que la han encerrado la gramática y la lógica, devolverle a la palabra su sustancia poética, su dinamismo psíquico perdido.

Sólo hay poesía cuando el pensamiento se ve en la imposibilidad de expresarse de otra manera que por el ritmo, cuando ha llegado a ser exclusivo y único medio de expresión, hay en el alma poesía, ha dicho Hoelderling, uno de los más auténticos poetas que han existido. Y, en otro escrito afirma: “Hacer poesía, esta tarea, de entre todas la más inocente. La más inocente y la más fácil para el poeta verdadero, el que posee la intuición lírica y el don rítmico de expresarse con palabras”.

Si Homero es poeta y sigue siéndolo a lo largo de un largo poema épico descriptivo, es porque su secreto no está en la forma exterior, sino en la significación y relaciones que encuentra en las circunstancias. Por eso sigue la “Iliada” conservando su poesía a través de la sensibilidad de las más diversas razas y lenguas. Lo mismo ocurre con la “Divina Comedia” que tiene –al parecer- tantos elementos extraños a la poesía, o con Hamlet que es un drama donde la poesía parece ser solamente el medio de expresión.

Es preciso, pues, admitir varias zonas en la poesía, según la mayor parte o menor singularidad, según la mayor intimidad del sentimiento que se expresa. El poeta puede traducir un sentimiento poético suyo, pero tan general, tan común a los hombres de una época o de una raza que vibran todos ellos intensamente al serles comunicado. El poema así producido se encuentra en pleno territorio de la épica. O bien, puede manifestar sentimientos personalísimos, pero que estén en armonía con un grupo de hombres que la comprendan. Este producto de una sensibilidad hondamente afectada, ese fruto de la facultad creadora del espíritu, esta revelación del íntimo fluir de sentimientos y emociones, pide una forma más cálida y exacta para reflejar un estado de ánimo personal y transferible.

Pero no todo lo es, como se pensó durante tantos años, la forma. El poeta añade contenido a la forma, la preña. En el instante fugaz el poeta lo llena con sustancia infinita. El pensamiento poético es más audaz, más alto que el propio pensamiento filosófico, explora las zonas donde ya la dialéctica pierde todo sentido, y a donde no llega ninguna otra de las artes. Para este fin se le dio al hombre el más peligroso de los bienes, la palabra, para que él dé testimonio de lo que él es -dijo Hoelderling- y aquí ninguno otro mejor, que el testimonio de un poeta.

Prosa

“Prosa es la forma de expresión literaria que respeta en lo esencial la irregularidad rítmica del lenguaje”, escribe Rafael Lapesa. “Caben en ella desde la imitación del coloquio familiar hasta la más estudiosa elaboración”.

La prosa, como estilo de expresión literaria, aparece con posteridad al verso.

Desde el punto de vista de una estética de la literatura, la prosa presenta el problema de su diferenciación del verso. Es evidente que no todo lo versificado necesita ser “poesía”, ni tampoco toda narración, descripción o relato en prosa necesitan ser ajenos a una concepción lírica de la expresión literaria. En las letras españolas ha habido autores que han cultivado la prosa lírica o poética. Ésta ha sido una consecuencia del modernismo; Rubén Darío compuso algunos poemas en prosa. Una colección de poemas en prosa que puede considerarse como clásica en su género es la que ha ofrecido en Platero y yo Juan Ramón Jiménez. Otros poetas como Aleixandre y Cernuda, también han cultivado con acierto feliz la prosa lírica.

He aquí algunos fragmentos del primer capítulo de Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez:

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Lo dejo solo, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: “¡Platero!”, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal…

Come cuando le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel…


Prosaísmo

Defecto o vicio literario que afecta tanto al contenido como a la forma de una obra escrita, sobre todo si dicha obra promete pertenecer a la poesía.

El prosaísmo no es sólo ofensivo para las composiciones en verso, como se supone corrientemente, sino, sobre todo, contradictorio a una categoría lírica. Por lo tanto, en el verso, y del mismo modo puede dañar el efecto de una narración, de una descripción, de un discurso o de una canción lírica. Revela, generalmente, pobreza de fantasía creadora, desorden en la concepción de una obra y falta de discernimiento crítico. También suele ser consecuencia –como ocurre en el siglo XVIII español, que es la época en que predomina el prosaísmo como vicio estilístico- de una preocupación ideológica determinada, que sojuzga la verdadera y libre inspiración del poeta.

Ejemplos de prosaísmo se encuentran en muchos autores del siglo XVIII, en poemas didácticos, que difícilmente logran armonizar el propósito pedagógico de la expresión poética de acento personal y limpio, en poesías que pecan de filosofismo, defecto en el que incurren algunos poetas del siglo XIX. Véase, como muestra de prosaísmo, el principio del poema El tren expreso, de Campoamor:

Habiéndome robado el albedrío

un amor tan infausto como mío,

ya recobrados la quietud y el seso

volvía de París en tren expreso

y cuando estaba ajeno de cuidado,

como un pobre viajero fatigado,

para pasar bien cómodo la noche,

muellemente acostado,

al arrancar el tren subió a mi coche,

seguido de una anciana,

una joven hermosa,

alta, rubia y muy graciosa,

digna de ser morena y sevillana.

El verso no impide que la concepción de toda la estrofa sea lacerante para el concepto de la lírica; lo prosaico no está en lo narrativo, sino en la versificación ripiosa (seso-expreso), en los epítetos (pobre, viajero, bien cómodo, muellemente acostado, joven hermosa, muy graciosa, etc.) y en la ausencia de fantasía lírica.


Verso

El verso es el lenguaje ordenado según unas ciertas reglas y dividido en segmentos rítmicos. En todos los idiomas y en todos los pueblos existe el verso como grupo de fonemas que obedece a la ley de la repetición. El verso aislado carece de valor rítmico completo. Es únicamente en una serie como hace sentir todo su efecto.

El verso se ha venido dividiendo en regular e irregular, según tuviera todos los versos de una serie el mismo o distinto número de sílabas. En esto hay bastante convencionalismo. La métrica nueva –que opera con la Fonética experimental- no admite algunas regularidades que se han venido transmitiendo desde la métrica clásica. Por ejemplo: no llama regular a una égloga compuesta de endecasílabos y heptasílabos de pies distintos. Además, muchos de los que se llaman versos irregulares tienen sólo de irregulares que el que los lee o recita no sabe darles la regularidad que el poeta les asignó al componerlos.

Los versos se extienden entre ciertos límites. El oído no percibe ritmo de verso más allá de unas medidas, de un mínimo y de un máximo de sílabas. El verso más corto puede medir dos sílabas. No puede ser de una, porque, al ser acentuada, cuenta ya como dos en el verso. Hay muchos preceptistas que niegan la existencia del verso corto, al que consideran como hemistiquio de uno más largo. Los ejemplos de este verso mínimo son escasos:

“Noche

triste,

viste

ya,

aire,

cielo,

suelo,

mar”.


(G. de Avellaneda)

El verso que ya empieza a abundar es el de cuatro sílabas o tretrasílabo. El límite máximo del verso español –exceptuando los versos simétricos-, es el de 11 sílabas. Los de 12 y más sílabas son ya compuestos de los simples más corto.

Hay versos creados por el pueblo mismo, que acaso no llegan a escribirse nunca, y que se transmiten por tradición oral, o por el canto. Hay otros, escritos desde el primer momento por los poetas. Este es el verso erudito, que ha tenido en cada época características especiales. Durante los siglos XIII y XIV fue la Cuadernavía. En el siglo XV el verso erudito es el de Arte Mayor. Desde el siglo XVI al XIX, toma preponderancia en endecasílabo, y, modernamente, a partir de Rubén Darío, es el alejandrino el que representa la tendencia culta.

El verso español ha podido liberarse, a lo largo de su historia, de la medida y del acento. Es el verso libre, al que la aliteración o la rima pueden dar realidad de unidad. Pero si también pierde la rima, ya no es posible separarlo de la prosa rítmica. Sigue pareciendo verso por la ficción ortográfica de los renglones cortos. Así, pierde en precisión, pero gana en variedad rítmica y en libertad de expresión, puesto que no necesita romper las unidades lógicas para atenerse a unidades rítmicas. No admite restricciones de ninguna clase para llegar a expresar los conceptos que quiere el poeta.

El verso libre, al no contar con el adorno de la rima, es necesario que la suplan la fuerza de robustez, número y cadencia. Para esto, necesita sonoridad en sus palabras, en sus acentos, en sus cortes y censuras. Véanse estos versos:

Sobre el portón de su palacio ostenta,

grabado en berroqueña un ancho escudo

de medias lunas y turbantes llenos.

Nácele al pie las bombas y las balas

entre tambores, chuzos y banderas.

Como en sombrío matorral de hongos.

El águila imperial con dos cabezas

se ve picando el morrión las plumas

allá en la cima; y de uno y otro lado,

a pesar de las puntas asonantes,

grifo y león rampantes le sostienen.


(Gaspar Melchor de Jovellanos)

*****************

Tristeza dulce del campo

La tarde viene cayendo.

De las praderas segadas,

llega un suave olor a heno.

Los pinares se han dormido.

Sobre la colina, el cielo

es tiernamente violeta.

Canta un ruiseñor despierto.

Vengo detrás de una copla

que había por el sendero,

copla de llanto, aromada

con el olor de este tiempo;

copla que iba llorando

no sé qué cariño muerto,

de otras tardes de septiembre

que olieron también a heno.


(Juan Ramón Jiménez)


Soneto

El soneto es una combinación de estrofas. Consta de dos cuartetos y dos tercetos que pueden rimar en maneras distintas.

Vino el soneto importado de Italia, donde Dante y Petrarca, sobre todo, lo habían llevado a extremos de sutil perfección. Luego se aclimató en nuestra literatura, y su cultivo ha tenido un grande y constante desarrollo. Es el soneto donde se han vertido las mejores galas de inspiración de nuestros poetas:

¡Cuántas veces te me has engalanado,

clara y amiga noche! ¡Cuántas, llena

de oscuridad y espanto, la serena

mansedumbre del cielo me has turbado!

Estrellas hay que saben mi cuidado

y que se han regalado con mi pena.

que, entre tanta beldad, la más ajena

se amor su pecho tiene enamorado.

Ellas saben amar, y saben ellas

que he contado su mal llorando el mío,

envuelto en los dobleces de tu manto.

Tú, con mil ojos, noche, mis querellas

oye y esconde, pues mi amargo llanto

es fruto inútil que al amor envío.


(F. de la Torre)

Sobre esta estructura corriente se han tejido innumerables sutilezas en la composición de los sonetos y de las que Rengifo hace un minucioso inventario. Las principales son: el soneto encadenado, en el que cada uno de sus versos comienza con una voz que rima con la última del verso anterior. El soneto con eco: la rima final de cada verso, con un significado entero y preciso había de ser parte de la palabra anterior. Otras modalidades de sonetos eran: el soneto con estrambote*, el soneto con repetición, el soneto retrógrado, etcétera. Véase un soneto escrito con eco para las exequias de la serenísima reina Doña Ana:

Mucho a la majestad sagrada agrada

que entendió a quien está el cuidado dado,

que es el reino de acá prestado dado,

pues es al fin la jornada nada:

La silla real por afamada amada,

el más sublime, el más pintado hado,

se ve en sepulcro encarcelado helado,

su gloria al fin por desechada echada.

El que ver lo que aquí se adquiere quiere,

y cuánto la mayor ventura tura,

mire que a reina tal sotierra tierra:

Y si el que ojos hoy tuviere viere,

pondrá, ¡oh mundo!, en locura cura

pues el que fía en bien de tierra, yerra.


Abril, sin tu asistencia clara, fuera

invierno de caídos esplendores;

mas aunque abril no te abra a ti sus flores,

tú siempre exaltarás la primavera.

Eres la primavera verdadera:

rosa de los caminos interiores,

brisa de los secretos corredores,

cumbre de la recóndita ladera.

¡Qué paz, cuando en la tare misteriosa,

abrazados los dos, sea tu risa

el surtidor de nuestra sola fuente!

Mi corazón recogerá tu rosa,

sobre mis ojos se echará tu brisa,

tu luz se dormirá sobre mi frente…


(Juan Ramón Jiménez)

*Al final de algunas composiciones métricas de estilo alegre o humorístico, especialmente sonetos, se añade, a veces, una estrofa enlazada con la anterior por medio de la rima. Es lo que se llama estrambote.

“Dime, ¿qué debo hacer antes que muera

para alcanzar el cielo prometido?”,

preguntó con acento dolorido

a Mahoma una vieja vocinglera.

“Nada debes hacer, con voz austera,

le murmuró el Profeta en el oído,

que lugar tan hermoso y escogido

nunca de la vejez fue madriguera”


Lugar común

Corresponde este concepto, en su origen, a la Retórica, que llama, de acuerdo con Aristóteles, lugares comunes a los principios de los que se deducen los argumentos que se emplean en los discursos. También reciben el nombre de “tópicos”. Aristóteles, en su tratado de los Tópicos, los divide en comunes y propios; los primeros son los que sirven para deducir de ellos argumentos suficientes para la demostración de materia; los segundos sólo son aplicables a una ciencia determinada.

De la misma manera que en la oratoria los lugares comunes fueron una de las causas de su paulatina debilitación, porque los argumentos que se deducían de ellos siempre eran los mismos, hay frases que el uso del lenguaje va generalizando. Se trata de expresiones hechas que, empleadas por primera vez, poseían cierto valor de fuerza original; ésta la van perdiendo según pasan a ser repetidas por todo el mundo.

A veces son metáforas (“la nieve de los años cubre su cabeza”, en lugar de “canas”, “la reunión se cerró con broche de oro”, etc.) las que se convierten en lugares comunes. Metáforas de esta índole carecen por completo de fuerza expresiva en una obra literaria. En ocasiones se gasta el adjetivo junto a un determinado sustantivo: la docta casa –el Ateneo-, o el bizarro militar son combinaciones léxicas totalmente ineficaces desde el punto de vista estilístico.

Además, el lugar común se extiende también a los temas literarios; puede hablarse de tópicos temáticos que se repiten con predilección por autores de diversas épocas. Lugares comunes literarios los hallamos en la poesía trovadoresca, en el paisajismo arcádico, en el amor petrarquista, en el estilo romántico, en el naturalismo, etcétera. Cuando en una tendencia estilística predomina el lugar común puede afirmarse que su expresión literaria ha empezado a declinar, y que la originalidad de un nuevo movimiento espiritual está a punto de reaccionar contra lo gastado.


Fuente: Diccionario de la Literatura Española, Ed. Revista de Occidente, Madrid (España). Enciclopedia de la Literatura, Editora Central, S.A., Madrid (España).