Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE), "perro viejo" es, en el lenguaje figurativo y familiar, el "hombre sumamente cauto, advertido y prevenido por la experiencia". En este caso, como en muchos otros, "hombre" se emplea genéricamente con el sentido de "persona", puesto que me figuro que también las mujeres podemos aprender por experiencia; ahora bien, lo curioso es que una mujer es también "perro viejo" y no "perra vieja", supongo que por las connotaciones que tiene la palabra "perra". Pero esta última es una cuestión que nos llevaría por derroteros muy apartados del tema que nos atañe hoy, así que será mejor dejarla.
Hay muchos otros dichos en español en los que aparece la palabra "perro". Algunos de ellos tienen equivalente casi exacto en otras lenguas, como el de "el perro del hortelano, que ni come ni deja comer" - o, como añade la RAE, "... ni come las berzas ni las deja comer" - expresión que se aplica a aquellos que, aunque no se aprovechan de las cosas, impiden que los demás lo hagan. La primera vez en que recuerdo haber oído esa frase se refería a una chica que, aunque había rechazado al chico que estaba enamorado de ella, no quería que él saliera con otras. El dicho puede apoyarse en referencias mucho más cultas que ésta, puesto que, entre otras cosas, da título a una obra teatral de Lope de Vega, El perro del hortelano, en la que se desarrolla una situación exactamente igual a la que acabo de describir.
En algunos dichos, la palabra "perro" podría equivaler simplemente a algo negativo, como en "echar los perros" a alguien, es decir, echarle una bronca, reprenderle, "estar de un humor de perros", o pasar "una noche de perros", que coincide con la "noche toledana" en ser una en la que es imposible dormir ni descansar. Estas dos últimas expresiones se asemejan en su significado y, en cierto modo, en su origen; en “El porqué de los dichos” Jose Mª Iribarren reconoce no saber de dónde procede esa "noche de perros" y ofrece la explicación más lógica: que con tal expresión se alude a las noches en que no podemos pegar ojo porque los perros de la vecindad no cesan de ladrar. Sebastián de Covarrubias, el autor del “Tesoro de la lengua castellana”, que procedía de Toledo y por tanto debía de saber mucho de estas cosas, afirmaba que la noche toledana era la que "se pasa... sin dormir porque los mosquitos persiguen a los forasteros, que no están prevenidos de remedios como los demás".
Decididamente irónica es la expresión que afirma que en cierto lugar "atan los perros con longanizas", para expresar que se trata de un sitio de desmedida abundancia y generosidad. El dicho suele emplearse en frases negativas, para advertir al interlocutor que no se haga excesivas ilusiones sobre un lugar, o como un reproche a quien demuestra tener falsas expectativas: "¿Pero tú qué creías, que aquí ataban los perros con longanizas?"
Según Iribarren, el origen del dicho procede de un pueblo de Salamanca famoso por sus embutidos, donde, en cierta ocasión, alguien que trabajaba en un taller de estos productos, a falta de cuerda, ató al perro con una longaniza, hecho que asombró a los vecinos, por el despilfarro que implicaba, hasta el punto de convertirse en una expresión de uso común. Ese lugar mítico donde emplean longanizas para sujetar nada menos que a los perros - y que al parecer tiene también su equivalente en otras lenguas - , está directamente emparentado con el país de Jauja, que da lugar a expresiones como "¡Esto es Jauja!", "¿Te crees que esto es Jauja?" y otras por el estilo. Según la RAE Jauja "denota todo lo que quiere presentarse como (...) prosperidad y abundancia". Al parecer el origen de Jauja se remonta a una obra de Lope de Rueda, en la que ese lugar imaginario es el engaño que emplean unos ladrones para entretener a un hombre crédulo con su relato de maravillas sin fin, con objeto de distraerle y robarle la comida que lleva. Iribarren afirma que existen dos pueblos que llevan el nombre de Jauja: en uno de ellos, situado en la provincia de Córdoba, que no parece que pueda tener mucho que ver con la tierra mítica, nació nada menos que el famoso bandolero José María "El Tempranillo", y el otro está situado en Perú, a más de tres mil metros de altura. Tal vez allí, por su cercanía al cielo, sí aten los perros con longaniza.
Origen de la palabra “perro”
Hay dos versiones: La primera, palabra onomatopéyica ("prrrr...") con la que los pastores llamaban o dirigían a sus perros (can, singular en latín). La segunda, origen prerromano."
Ambas teorías son igualmente posibles y ambas son igualmente indemostrables. Coromines, en su "Breve diccionario etimológico de la lengua castellana", encuentra más verosímil que sea de creación expresiva a partir del sonido con que se les llama o se les azuza ya que, si existió una palabra prerromana de la que proceda "perro", no ha llegado hasta nosotros ningún testimonio (la única lengua prerromana de la península ibérica, el euskera, llama al perro "txakur").
Por otra parte, existen ejemplos de una designación del perro a partir de una onomatopeya en varias lenguas (por ejemplo, "gos", en catalán), e incluso algunos de los nombres que recibe este animal en castellano ("chucho", "cuz") tienen ese origen. Coromines aduce también la voz gallega "apurrar" (‘azuzar al perro’).
Lo único que se puede afirmar con certeza es que la palabra "perro" es exclusiva de la lengua castellana y que está documentada desde el siglo XII (con un uso popular y despectivo). A partir de dicha fecha fue sustituyendo paulatinamente a la palabra de origen latino "can", que finalmente quedó relegada a un uso puramente literario.
Fuente: Linguaweb