Parece ser que el “café”, fue descubierto por casualidad hacia el año 850, en Etiopía. El autor del hallazgo fue, según esta leyenda, un pastor musulmán llamado Kaldi cuyas cabras no lograban conciliar el sueño y siempre se mostraba muy activas y nerviosas. El pastor quiso averiguar la razón, por lo tanto, observó que durante el día mordisqueaban los frutos del cafeto, árbol rubiaceo autóctono. Cierto santón o marabito, quien había escuchado el relato del cabrero y que además tenía problemas para mantenerse despierto tanto tiempo como él quisiera para dedicarse a rezos y mortificaciones, utilizó el café en infusión y así comprobó sus virtudes tónicas y excitantes.
“Café”, es una palabra de origen árabe, qáhwa, término que el libro sagrado del Corán asigna a los estimulantes líquidos en general.
Leyendas aparte, el café se bebía en Siria y Turquía en el año 1420. En Europa no hubo noticias del café hasta finales del siglo XVI, en 1591, año en el cual un botánico italiano describió la planta que él había visto crecer en un jardín privado de la ciudad de El Cairo. A Europa fue traída por los venecianos en 1615, si bien es cierto que el viajero español Pedro Teixeira, de vuelta de un viaje a Turquía, había hablado del café en estos términos:
"... una bebida que llaman allá el kaoah, de simiente hendida, tostada y negra como la pez..."
En Europa hubo sus más y sus menos al respecto de la conveniencia de beber tan novedoso brebaje. Algunos aseguraban que tal vez no fuera lícito adoptar por bebida algo propio de los países infieles; sin embargo, el papa Clemente VIII disipó aquella duda bebiendo él mismo, ante su Curia de cardenales y ante quienes quisieran verlo, una buena taza de café, mientras decía socarrón:
-No siempre todo lo de los infieles es cosa mala, hijos carísimos…
Fuente: Celdrán, Pancracio .- Historia de las cosas.