La vida del hombre es una especie de juego en el que cada individuo quiere participar y, además, vencer, derrotar, ganar. Cada día, cuando nos levantamos, salimos a la palestra de la vida con ánimo e intención de competir, de aventajar a otros, de llegar más lejos, de subir más alto. El juego humano es un juego más complejo de lo que a primera vista pudiera parecer, y nos es bastante desconocido, al menos a nivel de conciencia clara y refleja. Hemos asimilado las reglas de este juego, forjadas por la naturaleza que nos es transmitida a través de una determinada cultura, pero las hemos asimilado de una forma más bien inconsciente.
La celebridad que se ha conquistado la expresión de Quevedo “Poderoso caballero Don Dinero”, es prueba inequívoca de su genialidad. El hombre (toda regla tiene su excepción) piensa en el dinero, sueña con el dinero, trabaja por el dinero, sufre por el dinero, se mata por el dinero. Pero hay otros caballeros, por seguir la metáfora de Quevedo, menos conocidos, si no del todo ignorados, aunque no por eso menos poderosos que rigen y gobiernan el pensamiento y sentimiento del hombre. Uno de estos caballeros es lo que podríamos denominar HOMO TRIBALIS o SENTIMIENTO TRIBAL.
El término “tribu” y sus derivados –tribal, tribalidad, etcétera- en nuestro mundo occidental contemporáneo está asociado con el mundo “primitivo” o “salvaje”, por oposición a “civilizado”. A “primitivo” se le asocia con el mundo “más cruel”, “menos racional”, “éticamente inferior”, “religiosamente inferior”. Sin embargo, ¿cuándo y dónde no se ha torturado tanto, como en nuestro mundo “civilizado”? ¿Dónde se han cometido las matanzas más inverosímiles en una contiendo bélica, sino en un mundo “civilizado”? ¿Dónde han llegado a ignorarse más los derechos humanos, sino en este mundo “civilizado”.
El Homo tribalis rige los destinos de la Humanidad, hace y deshace, ordena y manda, construye y destruye, premia y castiga, reina y gobierna. El sentimiento tribal es universal: aparece con el mismo vigor y pujanza en sociedades llamadas primitivas o civilizadas; en cualquier época; en países de cualquier ideología o religión. Todo hombre es una sociedad tribal y la especie humana es una sociedad dividida en tribus que compiten, rivalizan y, a veces, luchan entre sí.
El sentimiento tribal ha engendrado, y sigue engendrando ciertas contiendas cuyo objeto específico primordial es el permitir a dos tribus el acercarse, enfrentarse y medirse, y ciertos ritos especiales cuya razón consiste únicamente en celebrar, festejar y vitorear tanto al derrota y humillación de la tribu vencida, como el triunfo de la propia tribu vencedora. Estas contiendas tribales se pueden reducir principalmente a dos: el deporte y la guerra, y los ritos tribales vienen a ser las celebraciones que han lugar después de estos dos géneros de lides tribales, deportiva y bélica. Aunque el deporte y la guerra difieren notablemente en muchos aspectos importantes, un mismo sentimiento inspira, anima y sostiene ambas contiendas: el sentimiento tribal. De ahí, uno de los deportes modernos que suscitan gran interés en nuestros países civilizados y que está lejos de decaer:
EL FÚTBOL.
Observemos cómo el fútbol viene a ser esencialmente un fenómeno tribal, una contienda y celebración tribal. Ya el vocabulario, jerga y expresiones que se emplean en torno al fútbol revelan con sorprendente claridad y precisión cómo se trata de una contienda entre tribus: “Liverpool hace añicos a Newcastle”, “Inglaterra derrota a Alemania”.
El carácter tribal del fútbol se revela también, especialmente en los equipos nacionales, en los símbolos y emblemas de carácter totémico de la propia tribu que ostentan los jugadores: colores de la bandera nacional o escudo nacional. Asimismo, se puede observar cómo en estos encuentros tribales, en especial tratándose de copa mundial, suele verse miles de banderitas que representan a las dos tribus que se enfrentan.
Las masas en el fútbol se entusiasman, se acaloran, se excitan, prorrumpen en gritos histéricos, alcanzan grados de verdadera fiebre colectiva. ¿Qué gritan estas masas? ¿Aplauden la buena jugada? ¿Exaltan y animan al mejor jugador? Nada de eso. Se exalta, se anima y se idolatra a la propia tribu representada por sus once jugadores, los cuales son percibidos como auténticas figuras totémicas. Si entra un gol, que el gol sea muy inteligente y remate de una incomparable jugada o, por el contrario, mero fruto del azar, importa poco. Lo que cuenta es el gol que llega a la portería de la tribu adversaria.
Uno de los oficiantes de este juego tribal es el árbitro, figura discutida, a veces insultada, en casos extremos almohadillada y hasta amenazada de muerte. El árbitro viene a convertirse, en muchas ocasiones, en genuino chivo expiatorio de la tribu airada por una derrota o por un gol injusto a su juicio.
Por otro lado, veamos cómo en el fútbol se cumple, como antecedente en cuanto conviene al Homo tribalis, el principio de fisión y fusión o principio segmentario. El sentimiento tribal puede, según las circunstancias, enfrentar a dos comunidades o bien unirlas frente a otra a un nivel superior. Así, tratándose de fútbol, Newcastle puede enfrentarse con Birmingham, es decir, dos ciudades inglesas, y en otras circunstancias, en cambio, si Inglaterra se enfrenta con el equipo de otra nación, los hinchas de ambas ciudades, que antes se habían enfrentado e insultado, se unen como carne y uña, se sienten muy ingleses y todos se abrazan cuando triunfa Inglaterra.
También, la euforia tribal que proporciona una final de copa, se refleja, además del homenaje que rinde la nación a sus futbolistas ganadores, en reconocimientos y condecoraciones por parte del jefe de Estado de esa nación, el cual incluso llega a señalarlos como un ejemplo de valor por haber puesto en alto el nombre del propio país.
No es el fútbol naturalmente el único deporte que se convierte en contienda y rito tribal. También jugadores de otros deportes pueden convertirse en figuras totémicas. Sin embargo, el fútbol se destaca por ser el deporte más importante de los tiempos modernos en muchas sociedades y por haberse convertido en una genuina celebración tribal. El sentimiento tribal ha convertido a los jugadores de fútbol en figuras totémicas; a los espectadores imparciales de un deporte, en “hinchas” o férvidos y fanáticos devotos de su tribu; al árbitro, en chivo expiatorio en quien se descarga la cólera y frustración que engendra una derrota tribal; un juego deportivo inocente, en una contienda tribal por demás apasionada y, a veces, violenta; y un mero resultado positivo de carácter deportivo que no aporta ningún beneficio material tangible para el hincha, en un rito elaborado en el que las masas delirantes veneran e idolatran con fervor y delirio a los jugadores que en esos momentos encarnan a la tribu, SON la tribu misma. Sorprendente y poderoso caballero es el Homo tribalis.
Fuente:
Las reglas del juego *LAS TRIBUS* (síntesis)
José Antonio Jáuregui (antropólogo), Ed. Espasa Calpe, España.