Los caballos de los picadores provienen de los caballeros que asistían a las corridas y que su función era matar al toro, al menos en un principio. La evolución de los festejos taurinos poco a poco les va restando importancia, hasta quedar hoy en día como el principal castigador del toro.
En un principio los caballos salían sin peto, cosa que no tenía gran importancia en el toreo de rejones, ya que el caballo tenía su movilidad como defensa, pero al imponerse el toreo de a pie, la finalidad del caballero cambió. El picador está en la plaza para castigar al toro y restarle fuerza. La consecuencia es que en algunas ocasiones el picador no es capaz de sujetar al toro para que no llegue al caballo y lo habitual es que el caballo muera destripado. Sin embargo y mientras el animal no muera, se le recose y se le rellena de estopa o aserrín y se le vuelve a enviar a la plaza una y otra vez.
El papel del caballo en el toreo ha sido siempre el de la víctima sin gloria. De terrible se podría tratar el espectáculo de media docena de caballos destripados caídos en la arena. La bravura del toro se medía por la cantidad de caballos que mataba.
Con el tiempo las asociaciones protectoras consiguieron que se prohibieran esa matanza, de hecho el reglamento taurino consciente de lo bárbaro de la situación tenía previsto una serie de medidas para tapar los cadáveres y vísceras de los animales muertos. La prohibición llegó este siglo, pero de forma parcial, se mantuvo al animal en los ruedos pero se le protegió con una armadura acolchada. La razón última de tal modificación fue la carestía de caballos ya que poco a poco se iban sustituyendo como medio de transporte por vehículos a motor, y no la piedad de los taurinos.
Pero la suerte del caballo no ha mejorado, aparte del tratamiento que reciben con drogas tranquilizadoras y los ánimos que le infunden los monosabios con sus varas, es el caballo y sólo el caballo el que frena la acometida del toro. Es de imaginar la escena un animal encerrado en un peto que le impide el movimiento, con al menos un ojo tapado (no siempre se cumple el reglamento) y recibiendo las "caricias" de los monosabios.
La consecuencia es que es muy habitual que el animal sufra roturas múltiples de costillas y pocos de los que empiezan la temporada la terminan, ya que nadie se preocupa de los caballos de los picadores y sin curar son enviados a nuevas plazas en deficientes medios de transporte, para acabar muriendo en seis o siete corridas.