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Benjamín Valdivia

EL JUEGO DEL TIEMPO

(Secretaría de Educación Pública / CREA;

México, 1985; 66 pp. 3000 ejemplares)

 

 

a Eugenia Yllades

 

ORGÍAS EN BABEL

 

ABRO LA LUZ

Abro la luz y entra la ventana.

El aire me respira intensamente.

Observo un vino gris:

lluvia que pasa.

Y la flecha del agua

dispara ya sus arcos transparentes.

 

DE TARDE

De tarde en tarde hablas con recuerdo

y sales al balcón:

el sol se deshace al horizonte

y un pájaro parte la vida en dos mitades.

De tarde en tarde dejas la puerta abierta

y esperas a que llegue

el que borrará tu memoria con un beso.

 

SEPTIEMBRE

La zapatilla

es un secreto que comparten los amantes:

el beso en el pie

se convierte en un beso novedoso.

Para los amantes

los días corren con fatiga de caballos

(como el sol

en las tapias amarillas de septiembre).

Uno dice: una música de piano

se podría tocar en tu mano.

Pero un beso de lluvia

abre las puertas a la noche.

 

TÓSIGO

I

El amor es un embrujo dado a tiempo.

Y ella está fascinada,

puntualmente fija en los ojos de la cobra.

La muerte

es ese veneno de las miradas.

II

Está dispuesta tu cadera,

está dispuesta.

Un momento de siglos

nos deja ver un poco de la muerte.

Y mi ávida serpiente septembrina

busca dónde hacer nidos fosforescentes.

III

Los minutos se quiebran levemente:

se encobran, se reptan, se aviboran.

Hay besos a la sangre

y el amor

es un potro en la pradera del calor.

IV

El amor corcovea empotrecido:

pájaro que estalla

bala que se estrella:

años por minuto, mares por hora,

antiguo rumor de tinta ávida,

antiguo rumor lejano y lúbrico

y cercano

y detenido.

A domarlo llaman, a contenerlo.

Pero e un animal enolquecido.

es como lazar al aire:

cárcel de agua para sueños tan fantásticos

como el sueño de un piano

o un arpón.

Y jamás es, puede decirse.

 

BRUJO

Él domina el corazón de las mujeres:

las mira y ellas van

dejándose llevar (como si de humo).

La noche vuelve

con sus gatos adheridos.

El brujo tiene a su niña encadenada

(sujeta a un fuego falso pero hermoso).

Un espejo:

El reloj viene empujando la mañana

El desatino se diluye

en un rayo de sol.

 

SOBRE UN AFORTUNADO PAPEL DE FOTOGRAFÍA

Qué sé yo si estás callada frente al piano

o si estás cocinando

un guiso especial a la naranja

o si puedes hacer un arco perfecto con el pie

(ese pie con que te haces bailarina).

Y qué sé yo si hay momentos que quieres olvidar

o si te detuvo un recuerdo sobre el piano

(sobre un afortunado papel de fotografía).

A mí me importa poco

que solamente pintes a una mujer

tocando violín delante de un fondo de estrellas

o un paisaje europeo copiado de un viejo calendario.

Lo que sí me deja callado es tu voz

tu voz que habla el mismo color de tu pelo.

 

MISK

Bien puede ser que Misk no sea un gato

o que no sea un astro.

Lo cierto es que es viajero infatigable

y con sólo mirar

hace al sol encenderse en prodigiosas

azules llamaradas.

Después, el hielo negro se deshace;

se siente más profundo todo el aire.

pero el gato se duerme. Y su sueño

pone cerrojos a la luz.

 

PIÑA

El sol, tajada de una piña dulce,

se va hundiendo en el agua horizontal.

La noche ya espolea sus caballos.

Golpe de músicas traen estas horas

(las gaitas bajo el brazo).

El mar ya se ha dormido, escondido

bajo lo más profundo de sus barcos.

 

INSTANTÁNEA 5.6 x 1/250

Ya no se mueve el mar

y, sin embargo, se mueve.

Está fijo, absorto, ensimismado.

por fin logró detenerlo

tu mano.

El agua se detuvo por los aires

y su rumor se perdió:

Para el mar fijo, la fotografía;

para su ruido hay algún caracol.

 

CATACLISMO

En mis habitaciones

anida extraña luz de verdes claros

y tienen las paredes tus cerámicas.

Por la ventana vense unas aves de marfil.

Y sobre el lecho

se te enreda una selva de flores de enero.

Por la ventana, los ojos azules de un gato.

Y entre tu cuerpo

se mueven palpitantes los ámbitos del pecho.

Cruza tu entraña un derrumbe de nieve.

Y el cataclismo

arrastra mi ciudad hasta tu abismo.

 

CAMINO ENTRE LAS RUINAS

Camino entre las ruinas calcinadas

de una estación:

Es el verano

que fue a volar con los últimos pájaros

y que se ha convertido

en maderas que están por desnudarse.

Se fue al mundo imposible y sus ciudades

no pueden ya tejerse ni palparse.

El verano se llevo

aquellos fascinantes frutos profundos.

Y el otoño fue manchando los caminos.

 

BOLERO

Agustín empezó con una cara lívida.

Dicen que salió al mundo sin alaje de regreso:

Del fondo de los pianos corrió sus carabelas

y, en llegando a la canción, quemó las naves

de la música

como si un marinero quemara las arpas

de los pájaros

y los dejara caer en percusión.

Del piano armó su tiempo sin horario:

dijo, habló, subió la voz desde su loca consecuencia.

Tocaba de noche, sí;

y en sus ojeras,

el mundo del sueño, borracho de sol.

 

MUJER, DEBIERAS SER ESTA CARTA:

He dormido con lápices de incendio

soñando con un beso que juntos fabricamos.

Y te quiero

decir, apegada a esta tinta como a ti,

que hoy quiero viajar en tu corcel

espiritual

tan transparente.

Que quiero andar

a pelo en nuestros sueños económicos

y en el azúcar encendido del futuro.

Que me tienen sujeta al amor definitivo

y a su maligna enfermedad.

Que quiero ayudarnos a vivir

en la lucha de ser a diario este juan pérez,

este mínimo pérez muchedumbre

que dará fiebre a los caminos de la patria.

Que te miro mirando en el silencio.

Que quiero decirte muchas cosas,

incendios detallados,

y se me quema la lumbre entre los dedos.

 

LA CAMISA DE SIEMPRE

Hábiles versificadores me aconsejaron;

busqué los mejores filtros;

conseguí la piedra filosal

que con su filo de sal hace de oro

cualquier cara;

traje aromas hermosos

de las europas nauseabundas;

usé ropa del país (la camisa de siempre).

Ya ves: tantos caminos sin hallar tu puerta.

 

VINO LA TARDE

Vino la tarde

para escanciar crepúsculo en las copas

de los árboles.

trajo sonora acupuntura:

alfileres de luz sobre los cuerpos.

Volveos, dijo.

Ved los frutos dorados, cosechadlos.

Pero era falsa su promesa

y hoy de corales ígneos mis estatuas,

de lívidas espumas están llenas.

 

NAUFRAGIO

La noche muere entre los dientes

de no sé qué animal,

de no sé qué mal tránsfuga de luz.

Sólo su sangre queda.

Y sus despojos

ahora comienzan a llenarse de claridad.

 

 

DE LUZ OSCURA

ENTRADA

Amamos la palabra y su hierro matizado

porque en ella se cumple la fuerza de la voz

y los ciclos del agua silenciosa.

La palabra trae luz

para nuestro animal introspectivo.

Quien levanta la voz

inaugura los diálogos del fuego.

Y así,

establece recintos por miradas,

produce atardeceres que no pesan

y de nuevo color.

Amamos la palabra

por el río de tiempo en que transita:

un río de manos escribe en mis manos.

 

1

Tu nombre es una podersoa jungla

con sonoridades;

es un collar de abejas matutinas.

Tu nombre iba escondido entre las cañas.

me pareció que estaba tejiendo mariposas

pronunciadas.

Se ocultó en los azules del aire y al tocarlo

fue una selva de rojos y amarillos.

 

2

Debajo de este incendio de manzana

pasea la niña su locura elemental.

Para tocarle la cadera, inútilmente

la persiguen los ritmos del océano.

El aire es quien le toca su fuego moreno,

su cotidiana flor.

 

3

Cuando éramos pequeños,

el mar era una bestia submarina.

La piel azul de su gigante interno,

su persistencia móvil,

nos asombraba.

Ahora la edad nos estremece.

Antes, le preguntábamos a eugenia:

¿desde cuándo empezó a moverse el mar?

Pero ella siempre guardaba silencio.

 

4

La diosa, por la noche, se descalza.

El clima se desnuda

al pie de una semana sudorosa.

La caballeria se acerca

(la caballería de los besos que la besan).

Pero la diosa vuelve a su capullo.

Y la noche

tiene una mariposa entre las manos.

 

5

Todas las mujeres están bajo tu vestido.

Todas las que deseo,

las deseo en ti y las desnudo y las muerdo.

Una fotografía me detiene tu cuerpo

y, en ti,

detiene el cuerpo de las que deseo.

Beso múltiples bocas (como espejos).

En ti nombro los nombres de la fruta

y de la fiesta.

Es inútil amar a cualquier otra.

 

6

Llego a ti, noche, en cuadriga del viento;

muy adentro de ti anda la tierra

con sus siete pesadas maravillas.

Deposito las minas de la lumbre

sobre tu oscuro vientre.

Ya son tus piernas

como espigas de fuego en este agosto.

 

7

crujen las ruedas de la tierra

Vicente Huidobro

Crujen las ramas de la tierra. Ardía

lumbre pétrea en el volcán; se acomodaban

kilogramos de esa luz sobre Pompeya.

Después fue la oscuridad.

Después, horror que en los ojos sobrevive.

Mas la puerta —de cerrada— no veía,

sólo el romper de los huesos taladraba.

Y tú y yo, sin enterarnos de la piedra,

nos hacíamos incendios en la sangre,

monumentos de esa luz, mientras afuera

la muerte ya conquistaba la ciudad.

 

8

En tanto que tú tienes las flores en los hombros

y en las piernas,

el fuego rompe todos los lugares

y los desaparece,

como las huellas que en la arena borran las aguas

y hay que volverlas a marcar.

En tanto, el fuego perdió ya tu nombre:

¿Atenea?, ¿Penélope?, ¿Eugenia?

 

9

Bajo aquel cielo verde fui a buscarte:

estabas muerta.

Te fabriqué otra vez, con otro barro.

Te construí de luz oscura.

Cuando te hallé,

la noche había bebido en tu memoria.

 

10

En aquel tiempo el tiempo no era el tiempo;

era cualquier otra cosa.

Era un crepitar de aves junto a Guaymas

o era un rumor de música en nuestra memoria.

Era una luz entre el dormir y la almohada,

algún destello entre la noche y el alba

sábana.

Entonces el tiempo era

fugaz mujer de cristal.

 

 

EL JUEGO DEL TIEMPO

 

A distancia me siguen los ecos de mis pasos

en la ceguez de la noche.

Y debajo de esta dura oscuridad,

los ecos son como muertos sonoros

(como sordos).

El aire silba su canción de siempre.

Y detrás de la luz de una ventana

gemidos gritan del amor amotinados

(pero son esos fríos cadáveres amándose).

Allá la luna cierra su cíclope mirada.

A la noche van abiertos los sentidos.

Quizá tú mueras antes de que llegue

o tal vez te asesine con su lumbre

un grito de gladiolas devastadas.

En el eco letal

que dejan como huella mis zapatos,

siento que voy a encontrarte.

Y enciéndeme la luz por que te encuentre

siguiendo este camino donde voy

como siguiéndoles las sombras a los ciegos.

 

 

 

 

Hay una luz ciega por los callejones.

la noche resuena

(¿alguien está pisando las estrellas?)

Te persigo en la sombra

y encuentro tan sólo las ramas de Dafne.

La noche

es la sombra del rostro de la luz,

es un batir de mariposas:

alas que se abren:

libros que se cierran:

¡Qué puño de caballos galopando!

 

 

 

 

En mi almohada hay olores

de mujeres futuras: Mujeres que habitaban

este sonoro mundo

siglos antes de mi llegada.

Colores hay también de cosas estraviadas:

objetos que tenían ya dueño;

que estaban, como el mundo, repartidos.

Mi herencia fue el olor únicamente;

el aroma perdido en la botella del náufrago.

Pues, nacido del puerto de mi madre,

Siracusa me esperaba en sus espejos.

 

 

 

 

Tu cara bajo luz, tus párpados en sueño:

dormida está la voz con que las cosas

te suelen anunciar.

Cuando te duermes, prendo una lámpara azulada

(la luna azul).

Prendo también, callada,

la lágrima al espejo, el ámbar al farol.

Toda la noche.

Toda. Toda la noche te digo que violetas,

que pájaros cenzontles,

que florestas

enteras aparecen delante de tus ojos

dormidos y secretos.

Y en el alba, crecidas ya las hojas de la luz,

te me despiertas en las manos, tibia,

como si un ave renaciera.

—Escarabajo luz, qué flor estás,

—te digo. Y tú miras mis ojos fatigados.

Y me duermo

para que puedas escribirme este poema.

 

 

 

 

Crecerán nuestros sueños.

crecerán sigilosos

como crece la muerte en los enfermos.

Arderán en silencio en los resquicios del aire

y en los puertos profundos de la noche.

Serán como implacables minerales

en las minas de los ojos.

Han de ser como bestias subjetivas

y por las venas

—serpientes de luz—

caminarán creyendo encontrar una salida.

Pero todo será inútil cuando despertemos.

 

 

 

 

Abrevando en tus íntimos minutos

soy el monarca encadenado al reino

donde impera.

Debes saber, detrás de tu sonrisa,

que bebiendo de ti aguas del tiempo

continúo.

Y, con el yugo uncido al cuello de mi sangre,

vivo tu sombra adentro de mi sueño,

toco tu aliento en medio de mi vida.

 

 

 

 

Colgada en el pasillo, restaurada,

sólo falta tu voz en esta noche perfecta:

amarillean los álamos

en la música del otoño;

la lluvia besa, lívida, la tierra.

Pero tú jamás hablas, melancólica:

te ocultas:

es tu naturaleza silenciosa.

Únicamente cuando nadie mira

estás a punto de hablar.

 

 

 

 

¿Por qué guardas, impúdica, silencio?

 

 

 

 

Ruedan las bugambilias en el patio

(quizá es septiembre).

Tú estás colgada en el pasillo,

enclavada como una mariposa.

¿Y quién te hizo, enigmática?

¿Quién te pintó la boca?

(El maestro venía dibujándote

desde hace siglos:

te había pintado con las manos de otros.)

La muerte vuela en el aire

y nadie sabe que eres tú

(tú)

la carcomida por el sueño y el silencio.

Sólo una voz pregunta en el pasillo:

¿en qué noche imprudente nacieron tus labios?

 

 

 

 

Agredes con agrado a quien te mira

y derrotas a Fulvio

(al que nunca derrotaron los ejércitos).

Agredes, maga de sonrisa ambigua.

Y en tu fulminación eres

—como en el canto de Feliú—

prodigiosamente sola un regimiento.

 

 

 

 

que porque el fuego tiene mariposas

Quevedo

Mi princesa se ha vuelto melancólica:

se ha ahogado en el trajín de la ciudad.

Voy por ella a la cripta de cristal

donde vende su fuerza de trabajo:

le digo que le traigo un puñado de amatistas,

no responde.

Sólo hay un incendio a lo lejos (¿la tarde?)

Las mariposas del fuego contemplamos mudos

con los hipnóticos ojos con que ven los gatos.

(Camino de la casa no podemos ver nada.

Sólo se oyen las piedras.)

Con las hojas tejidas en las tejas

anda el aire enredándose.

Y ahora mi sentido se ha vuelto nebulosos.

 

 

 

 

Esclava de ti, atada a tu belleza,

permaneces

en el Louvre de la memoria:

Abril abrir las alas, lo sabemos.

pero ya sólo te palpo con el pensamiento.

Porque en ti la eternidad se ha fatigado

y otra será tu cara detrás de la puerta.

 

 

 

 

Vedado está el secreto de tu origen,

ciegos están los ojos que te vieron,

devastados los labios que quisieron

mencionarte.

(Un color trágico y neutro

cubre, ya para siempre,

los días que hechizaste al transcurrir.)

De aquel tiempo negro, sólo el eco:

de aquella temporada fría

sólo el silencio:

El tiempo es la sábana que cubre

los pasos de los muertos.

 

 

 

 

Este día pudo ser otro

pero los versos no entorpecen el follaje;

y el tiempo

ese continuo comribundo,

implacable suicida, continúa.

La lenta maravilla que cubre el horizonte

hace brillar los cerros.

pero pronto parece el firmamento

naipe gris.

El fugitivo permanente continúa,

ignorante como el pez:

apenas abre los ojos el alba

y ya aparecen los ojos de la noche.

 

 

 

 

El día de ayer me brota de repente.

Ayer en que bajaste de azul con tu sonrisa

como bajando alegre a la tumba.

¿Bajaste al sueño o del sueño?

Tus manos ya mudas.

Tu congelada eficacia ya no se configura

en la ceniza sucia del deseo.

El día de ayer me brota en que sepulta

quedaste de la sombra del durazno.

Ayer en que el poema

perdió la vida entre tu rosa disipada.

 

 

 

 

Subo los escalones de la muerte.

La noche suena húmeda y opaca.

El minuto persigue a sus hermanos.

Ahí sigue el paisaje, aferrado a la ventana:

del árbol de la nieve caen las hojas.

La noche tiene luces de obsidiana.

Ahora se tarda más el tiempo,

me goza,

deleita mi voz entre sus fauces funerarias.

Mira la noche con su luz de piedra:

mira al transcurso apuñalarme y encontrarme

bisoño en el oficio de ser hombre.

Mira la noche floreciendo en el frío:

la escalera tiene fin aunque se tarde el tiempo.

Esperemos que sea falsa la broma de Pavese

de que la muerte nos mira antes de darnos.

 

 

 

 

(cífrase la brevedad olorosa de la vida)

El cazahuate

tiene una luz irreal, inmóvil.

Huele a jazmín la luna llena.

Y, en los primeros de octubre,

está a punto de amanecer.

 

 

 

 

(epitafio)

El que mata a la bella, por gozarla,

se mata a sí.

Sólo la muerte es bella, Fulvio Canidio.

Y lo más belo de la muerte ajena

es escribir un verso encima de su lápida.

Por eso el verso es bello: lo gozamos

y muere con nosotros.

 

 

 

 

El invierno congela el vuelo de los pájaros:

es el frío que hoy vive sus mejores momentos.

En el aire, la emigración suspendida.

Y entre grises y azules, un mínimo sol

es pálida flama en la lápida del mundo.

(En este invierno de siglos

suena tu voz detenida en el tiempo.)

 

 

 

 

Los cedros como lanzas sonoras en el aire

del cementerio.

(Marcado con la tumba veintitrés

¿quién pudiste haber sido (o quién serías)

antes de ser tocado por las lanzas

de la muerte?)

Para edificar Roma no bastó con un día.

Para la muerte sí.

Hay lápidas aladas en que los vivos dejan

una flor al año

como una lágrima anual.

Pero después el viento.

después tan sólo asiste el viento al funeral

de la memoria.

Y el olvido (no más)

es el único muerto que sepulta a sus muertos.

 

 

 

 

Más arduos que en la noche de los convalecientes,

ojos que no se cierran poblaron esta noche:

la armadura del sueño

no tocó nuestros párpados

y por eso pudimos salir y andar la calle:

Era la oscuridad enloquecida,

la ciega.

Al aire se entregaba nuestro insomnio tranquilo

bajo astros como frutas mudas

u congeladas

madurando en los árboles de la medianoche.

Cosas sonoras vi,

recuerdos a contraluz

prendidos al cabello enmarañado del aire:

figuras que existieron hace siglos ocultas

mostraron su existencia suspendida.

Todo el viento

movía las sombras de las cosas y las cosas.

Arrancaba de cuajo la luz

y ocultaba los suelos debajo de los pies.

Solamente una lámpara dijo una palabra

y me condujo a salva hasta la habitación

en donde pude hallarla, como en sombras,

dormida.

 

 

 

 

El mar se ve y se encuentra impresionante

habitando esta mañana silenciosa:

abril anida en una muda primavera,

en un poema escrito por los muertos.

El mundo se cambió la máscara.

Porque todos nacimos del placer

y la muerte debe sernos placentera

como el almíbar del país del sueño.

pero es una locura (un fruto elucubrado)

remar con una escoba sentados en la cama:

es una pesadilla, sí, es una incandescencia.

Pero ya demasiado inverosímil es el mundo:

¿Por qué nos peinamos?

¿A qué dios misterioso obedecemos?

Somos padres de un tiempo parricida,

animales de sueño,

estibadores de silencio.

(Pero es una pesadilla, sí, es un latido.)

Y caminábamos, ayer apenas,

por una noche mucho más antigua:

el mundo parecía

estar sobre tortugas de obsidiana;

sobraba sombra y conocía

los ávidos lugares de tu piel.

Pero corrió la noche como un caballo.

Y huyó el sueño.

Y hoy es nuestro vivir la pesadilla.

 

 

 

 

El torrente acabó con todo: con la luz:

consigo mismo acabó

(desgarbó el tiempo como el cuaderno de un niño).

Los músicos han dejado el mundo sobre el piso

y se han ido sin despedirse.

Únicamente la sonrisa

sobrevive en los labios de los muertos.